26 jul 2010

Caminar como pensar

Caminar como pensar/ César Antonio Molina, escritor y ex ministro de Cultura
Publicado en EL PAÍS, 25/07/10):
El camino es camino mientras se está en camino: / el estar en camino guía e ilumina, / trae y dicta”. Son unos versos de Heidegger correspondientes a su poema A los mortales paciencia. ¿Por qué durante siglos el hombre no ha dejado de caminar a pesar de que, en apariencia, ya no le es necesario? Barcos, aviones, trenes de alta velocidad, coches con todas las prestaciones inimaginables y, sin embargo, el hombre camina, camina, sigue caminando en busca de un misterio. Peregrinatio (per ager) significa ir por el campo, al aire libre. Hajj en árabe equivale a “ir a” sin precisar dónde. En India tîrtha es vadear un río. Peregrino es siempre alguien que deja su casa y se va a otro lugar en busca de algo diferente. Los caminantes más tenaces, tercos, son los sadhus, ascetas peregrinos. Recorren India a pie durante periodos de 12 años. Caminar, caminar, a La Meca, al Ganges, a Delfos, a Eleusis o a Roma, Jerusalén o Santiago. Caminar por un sentido religioso pero, también, por el simple hecho de encontrarse consigo mismo en el camino.
El hombre contemporáneo necesita salir, irse del ruido, de lo superfluo, recuperar el silencio. Los peregrinos que van a La Meca, a la entrada en el territorio sagrado, después de ponerse el ihrâme, una prenda de vestir que los santifica, pronuncian la palabra labbayka: “Aquí estoy ante Ti”. Los peregrinos laicos que van hacia cualquier parte del mundo, muchos de ellos siguiendo antiguas rutas sagradas como la de Finisterre, en Galicia, en el fin del mundo conocido durante siglos, pronuncian la frase “Aquí estoy ante Mi”. Ante mi soledad, ante mi destino, ante mi mismidad.
Reflexionar sobre uno mismo no es fácil ni sencillo, no hay tiempo y demasiadas tentaciones inútiles para perderlo. Caminar no es buscar el misterio en lo ajeno sino en lo propio. Y de lo propio también forma parte el paisaje y los símbolos ancestrales. Ríos, montañas, cuevas, mares. Tras las grandes creencias de los fundadores y santones se hallaba la naturaleza omnipresente. Ya Horacio, en su epístola primera, decía que se podría echar a la naturaleza a empujones que, una y otra vez, regresaría. Santiago de Compostela (del campo de las estrellas) es la más importante de las estaciones pero no la definitiva, no la meta. Esta se encuentra en los acantilados de la mar tenebrosa, pocos kilómetros más allá. Los peregrinos de Jerusalén se llevaban de Tierra Santa además de reliquias -por lo general falsas-, ramos de palmera, lo que les valió el nombre de palmeros. Los romeros que iban o regresaban de Roma poseían como distintivos pequeñas placas con los bustos de los apóstoles Pedro y Pablo. Por otro lado, las conchas marinas han acompañado siempre a los peregrinos de Santiago.
Caminar, caminar solitario por el mundo, la más de las veces de manera voluntaria y conforme; mientras otras, como le sucedió a Arthur Rimbaud, de forma nómada y gratuita: “Debo pasar el resto de mi vida errando, llevando a cuestas el cansancio y las privaciones, con la única esperanza de morir desesperado”, deja escrito en las Cartas abisinias. Pocas quejas en los epitafios de los peregrinos. Durante siglos se enterraban juntos, cada uno con sus sayales y aditamentos. Carlomagno, según las crónicas, fue sepultado en Aquisgrán con el zurrón de peregrino. Pero para mí la tumba más emotiva de un caminante es la del danés Jonás. En la losa sepulcral (del siglo XIV) se dice que, en el curso de su vida, caminó por tres veces a Roma, dos a Jerusalén y tan solo una a Santiago. Por lo tanto, Jonás debió pasarse gran parte de la vida caminando. La vida como camino, el camino como una filosofía de la vida. El camino de las estrellas, en Belén o en Santiago. La representación de la vía de las estrellas como ruta hacia el cielo está impreso en la memoria antropológica de la humanidad: Via sacra, iter stellarum, la via lattea. Palmas, veneras, ramas, piedras, aguas, la naturaleza acompañando y protegiendo al caminante. Soledades compartidas en los peligros. Pero el mayor peligro es la alienación en un mundo masificado y sin sentido.
Caminar, caminar para saber y aprender a vivir con uno mismo, el más difícil compañero. No viajamos solos, finalmente, sino con nuestro otro yo, menos transigente. O, si se prefiere, más intransigente con nuestros defectos y pasiones. Caminar es dialogar con uno mismo, cuando la palabra ha quedado flotando ante los millones de imágenes en suspensión, cuando la palabra ha sido vituperada. Un nuevo, más bien viejo lenguaje: el de los caminantes, el del sonido de sus pasos ascendiendo montañas, vadeando ríos, durmiendo a la intemperie. Vivir mucho al aire libre, al sol y al viento. Como Thoreau, soy partidario del bosque y de la pradera, y de la noche, cuando se escucha crecer el maíz. ¿Por qué resulta a veces tan difícil elegir el camino? Caminar, caminar como Jonás. En el relieve de su lápida tiene un rostro juvenil, en la mano izquierda porta una palma, en la derecha un cayado, y sobre su vientre una gran concha. Parece etéreo, como un ángel o como Hermes. Los pies, un poco curvados, como diciéndonos que su camino no ha terminado, o que quizás aquí ya lo vio todo, aunque todavía le quede el más allá de esa vía de las estrellas. Caminar, caminar hacia una loca sancta, que cualquier lugar de la naturaleza por otro lado lo es. Todo el mundo es un santo lugar, todo ser humano es una persona santa. Caminar, caminar hacia el santo lugar que está en uno mismo, respirar el aire puro y el silencio como penitencia, como éxtasis. El gnóstico Basílides acusaba, en el siglo II, a las gentes de hacer negocio de cualquier cosa, incluso de empaquetar el aire y venderlo. Duchamp lo enfrascó y se lo llevó a Nueva York para ofrecerlo como obra de arte. Julio Camba, en medio de la Sexta Avenida, también pensó en el buen negocio que tendría aquel industrial que supiera embotellar el silencio.
Caminar, caminar y las certezas de la fe dejarlas para quienes las necesiten. El escepticismo y la fe. El médico humanista Hieronymus Münzer se detuvo ante la tumba del Apóstol Santiago y, al no poder certificar científicamente que aquel era el cuerpo del seguidor de Cristo dijo: “Sola fide credimus, que Salvat nos homines”. Sola fide. Y para el resto su propia convicción. Caminar como pensar, libres en medio del día claro, libres en medio de la niebla densa, con destino o sin él, hombres y mujeres. Fue precisamente una mujer, una tal Egeria, la que se convirtió en una de las primeras peregrinas occidentales que visitaron Jerusalén. Procedía probablemente del noroeste de la península Ibérica, de Galicia, y en el siglo V atravesó toda la cuenca mediterránea hasta llegar a Tierra Santa donde visitó los lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento. Jonás, Egeria, e infinidad de caminantes de todas las épocas contemplando lo mucho que ha levantado el hombre y lo más que ha destruido su avaricia y su soberbia. Caminar, caminar sobre el ojo de un puente gótico o por entre las muescas del laberinto en la pilastra derecha del pórtico de la catedral de San Martino de Lucca, y alcanzar en Betania la tumba de Lázaro. Descansar allí, conocedores de que el mejor yacer es el no resucitar.
Caminar hacia cualquier lugar, escépticos o con fe; hacia cualquier meta, sagrada, laica o pagana. Caminar para calmarnos de la vida. Caminando uno se calma de sí mismo, nunca se cura. Caminar no es huir. Intentar escapar de uno mismo es un fracaso seguro, sería como cortejar el desastre. Deambular, caminar y ese caminar como una orden más antigua y honorable que la caballería. Nos aferramos a la tierra, ¡qué pocas veces ascendemos! Caminemos con unos y con otros, pues qué distante está todo camino cercano. Caminar como pensar. El estar en camino guía e ilumina, trae y dicta

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