13 ago 2010

Diego y Navalón

Columna Cuenta atrás/Antonio Navalón
El Universal, 2 de agosto de 2010
En un Estado en el que el secuestro se ha vuelto propiedad privada cabe todo menos la insensatez. Sería insensato no dedicar nuestra inteligencia a unir cabos para saber, más allá de la tragedia privada del ciudadano Diego Fernández de Cevallos, qué le pasa a este Estado, porque lo que le pasa al Estado nos pasa a todos.
Ya en la recta final del secuestro, y tras la publicación de la carta que Cevallos dirigió a su hijo y el boletín de quien lo tiene, no tengo más remedio que regresar 16 años atrás. Como Chomsky nos enseñó, se puede saber de la gente tanto por lo que dice como por lo que calla. Así, al minuto de ser secuestrado El Jefe Diego, propios y extraños, nacionales y extranjeros, creyeron que estaba en manos guerrilleras.
Hoy no hay duda del profesionalismo de “los misteriosos desaparecedores”, que eligieron a José Cárdenas, quien ha vivido todas las crisis de 1994 a la fecha, como medio de difusión de algo que sin duda tiene gran valor periodístico. Llegado a este punto, tres indicios reveladores: 1) Diego está en poder de un grupo guerrillero, pero quien se lo llevó fue uno, quien lo tiene es otro y quien lo soltará, y a cambio de qué, será otro; 2) las negociaciones siguen siendo religiosas, sólo que ahora es una ceremonia ecuménica vía esa catedral de la comunicación que es Twitter; 3) de Diego quieren lo que tiene en su cabeza y su corazón, o lo que con un humor negro han definido sus captores como “cuitas, negocios, así como amores y desamores, personales y políticos”. Es ahí donde está el valor del Jefe Diego, ya no en su dinero.
La situación recuerda enero de 1994, cuando el Estado enfrentó —en condiciones mejores que las actuales— un desafío que le quebró el espinazo. En 2010, sin un Estado fuerte, el plagio de Diego es tragedia personal que resulta irrelevante ante la información que él ya soltó.
La carta del captor muestra que no sólo es un guerrillero profesional y con sentido del humor, además está cimbrando a una sociedad cuyo gobierno decidió no inmiscuirse. ¿Quién lo tiene? Seguramente los mismos que iniciaron lo que en forma de revuelta indígena fue el inicio de un golpe de Estado. ¿Por qué ahora? Porque el principio de cualquier desestabilizador no es tanto contar con los aciertos propios como con los errores del contrario y ahora, más que nunca, el Estado es débil.
En mi especulación, admito que lo es, estamos en la segunda entrega del golpe de Estado. Diego no está en una selva, ni rodeado de la humedad y de los bichos que ahí habitan, pero vive en unas condiciones de aislamiento que reviven un escenario selvático.
En cualquier caso, recomiendo que no se pierdan el gran estreno en YouTube de las confesiones de Fernández de Cevallos.
P.D.: En la cena de despedida del ex secretario de Gobernación —hoy apacible en Alaska— se apareció el siempre esperado y experimentado Salinas de Gortari. Seguramente, ambos amigos, tuvieron un minuto de recogimiento dedicado a Diego Fernández de Cevallos.

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