13 ago 2010

Fidel Samaniego visto por Aponte

La crónica de Samaniego
Ejecentral.com August 13, 2010
Fidel Samaniego Reyes es reportero, no es más ni es menos. Siempre lo será. Por algunos años se sintió un ser tocado por Dios, el periodista to-do-po-de-ro-so.
Durante algún tiempo vivió rodeado por el poder, se sintió cobijado por amigos que al pasar de los años y de las desgracias no lo fueron tanto.
Es un cronista que se dejó seducir por las delicias del alcohol y el espejismo de la adulación. Es un hombre que perdió los mejores años de su vida con su esposa y sus dos hijos por alargar las noches entre los delirios del licor y esconderse de sí mismo por las mañanas entre sábanas que no lo cegaban.
Samaniego es un reportero que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a dibujar, retratar, cronicar distintas escenas de México.
Él ha estado entre las pesadas cortinas de la farándula, los malolientes pasillos de los separos de policía, las escabrosas escalinatas del Congreso y los laberínticos jardines del poder en Los Pinos.
El reportero, chilango de nacimiento (28 de enero de 1953) y veracruzano por derecho de sangre, ha cruzado casi tres décadas de oficio, casi 30 años de hacer periodismo muy a su manera, muy a la manera de platicar las cosas como las ve, las vive.

Ese largo camino entre éxitos y derrotas lo llevaron a escribir… Y me dijeron Leyenda (Raya en el Agua, 2005), donde hace una crónica sobre sí mismo, un texto autobiográfico, que lo muestra como ser humano y como periodista voraz.
La Leyenda se desnuda en distintas escenas, algunas escalofriantes, como encontrarse en los separos de la policía con un hombre, asesino de dos niñas, que fue su compañero en la secundaria; algunas increíbles como ver llorar al presidente Carlos Salinas de Gortari en su despacho de Los Pinos; y algunas irreverentes, como ir al mismo baño donde orina el Rey de España, a quien le dice de manera socarrona que ningún mexicano mea solo. “Son círculos que se dan en la vida de un periodista”, reflexiona.
Pero la crónica más dramática es la que escribió sobre la vida del periodista, el reportero que se siente Dios y que de pronto, de golpe, se da cuenta que no es nadie.
-¿Te la creíste?
—Cuando comencé a cubrir espectáculos, no me la creía porque veía en escena a Rafael Inclán, al Güero Castro, a Isela Vega, a Carmen Salinas, pero ahí era cuestión de minutos para que se quitaran el maquillaje. Con los artistas bastaron minutos para darme cuenta de su realidad, con los políticos no. Te la acabas creyendo. En el grupo del que formaba parte, esa fauna, eres el más galán, el más simpático, el que sabe todo, el mejor amigo. Y te la crees porque todo mundo te invita a comer a sus casas y hacen “shhhh, cállense porque va a hablar, ¿cómo está? ¿qué pasó con esto?”.
—¿Te crees igual que ellos?
—El to-do-po-de-ro-so. Te crees lo que te dicen ellos, los políticos, y la gente que está entorno a ellos, amigos o amigos de la imagen y la imagen era el reportero to-do-po-de-ro-so que conocía todos los secretos, que podía mover un hilo, parar un avión (del Estado Mayor Presidencial) para que me esperara. Por eso ahora es al revés y juego con lo de la Leyenda… Hoy algunos juegan a ser humildes y yo me he vuelto humilde: por eso juego a ser soberbio.
—¿Cómo repercutió eso con la familia, con los amigos? (Samaniego, la Leyenda, no puede hacer una crónica de cómo se ve, pero sus ojos se humedecen un poco más de la cuenta):
—En la familia, hasta la fecha estoy tratando de recuperar a mis hijos.
—No debe ser fácil tener en casa a un tipo que se cree Dios; no debe ser fácil tener a un amigo, a un compañero reportero que se cree Dios.
—A veces me identifico con Maradona. Bueno, no caí tanto en la coca, porque mi droga era el poder, las apariencias. Con mis hijos eran mis ausencias porque me la pasaba viajando. Quizá lo peor era mi ausencia estando presente. Cuántas mañanas, cuántos amaneceres iba llegando con mucho alcohol en el cuerpo y llegaba a dormir y ellos tenían que irse con su mamá a pasear. Cuántas veces los llevaba al teatro para que otros los divirtieran y yo no los escuchara. Pero esa parte la estoy recuperando.
—La relación de amistad que hubo entre el cronista y el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari es pública. Algunos mitos se tejieron alrededor de este vínculo: que si eran compadres, que si el político le regaló una casa, que si el periodista tenía escolta. ¿De verdad un periodista puede ser amigo de un Presidente, de los políticos?
—No te podría decir si amigo de todos los políticos. Soy amigo hasta la fecha de gente que está en la política, porque terminé siendo amigo de la persona, no del personaje político. Hay casos de una amistad real.
—Hay una preocupación en la relación que deben guardar los periodistas con sus fuentes. Los reporteros se pueden perder entre la amistad y el ejercicio periodístico.
—Quizá como reportero lo que más convenga es buscar lo más cercano a la amistad, porque si te consideran su alfil, su cesto de basura, no te pasan notas (información). Las mismas secretarias te preguntan para qué asunto. Si le dices que eres reportero, te dicen que no están. Si les dices que eres su amigo, te contestan. Empecé a seguir a los hombres del poder y acabé descubriendo al ser humano, al que llora, o el candidato presidencial (Luis Donaldo Colosio) que me dice: “Tengo miedo”. Creo que se podría discutir, debatir mucho, igual no tengo tan claro eso. De hecho hay un capítulo en el libro que digo “¿Salinas, amigo?”, y pongo las interrogaciones. ¿Por qué el día que murió su papá y yo iba como cronista, me piden salir? No sé a quién corrió, si al amigo o al cronista. Si está complicado.
—¿Te la creíste y luego vino el golpe porque el cronista se queda sin trabajo?
—Esos 15 días que me quedé sin trabajo, los únicos de mi vida, no tenía dónde leerme, no tenía teléfono al cual marcar para decir que ya estaba lista mi crónica, mi nota, no tenía redacción en la cual estar. Pero me di cuenta que en el Ajusco había caído nieve y que podía ir con mis hijos, que podía abrazarlos y escucharlos, que es parte de una realidad que no estaba viendo…
Muchos años han transcurrido desde que Samaniego comenzó en la profesión. Ya no existe el mismo lenguaje en las redacciones, ya no hay “huesos” (ayudantes de redacción), ya nadie dice “así es esto del abarrote” (el oficio), ya no hay máquinas de escribir, telex, ya no hay jefes de información que desayunan con coñac.
“Las redacciones parecen ahora un café internet, pero sin café”, suele decir Samaniego, ese que es reportero y él mismo se lo recuerda todos los días: “No soy más, pero tampoco menos”.
Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2005 con motivo de la publicación del libro de Fidel Samaniego “…Y me dijeron Leyenda (Raya en el Agua, 2005). El periodista se fue hace una semana.

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