24 abr 2011

El "perrero" César Millán

Mitad hombre, mitad perro

PATRICIA ORTEGA DOLZ
El País, 24/04/2011
El día que nació César Millán, el 27 de agosto de 1969, un huracán arrancaba los tejados de las casas de Culiacán (Estado de Sinaloa, suroeste de México). Mientras su madre, María Teresa Favela de Millán, daba a luz a su primer hijo, la habitación se quedó a la intemperie y el cielo voló ante sus ojos. La abuela María, que ejercía de partera, corrió y cogió lo primero que encontró a mano para proteger al recién nacido de aquella ventolera: un cuero de vaca. César pasó sus primeras horas de vida envuelto en la piel de otro animal.

Seis años más tarde, la vida de la familia Millán continuaba en un rancho de Mazatlán (Sinaloa, noroeste de México). El niño César se levantaba de madrugada con su padre Felipe y con su abuelo Teodoro. Recogían agua del río y leña con las que cocinar y calentarse en esa pequeñísima casa de adobe alquilada. A pesar de que se llenaba de goteras cuando llovía, allí dentro vivían nueve personas (abuelos, padres y hermanos), y otros tantos perros afuera. César llevaba una vida asilvestrada, rodeado de animales. Después de acarrear cubas de agua y troncos, pasaba el día pastoreando las vacas del dueño del rancho para el que trabajaba su abuelo. La vida era pura supervivencia familiar, y César, ante la falta de atención de los mayores, encontraba en los perros a sus compañeros de faenas. Era uno más de la manada.
No tardó mucho tiempo en convertirse en líder. Caminaba por los polvorientos caminos de Mazatlán con un montón de perros detrás que le seguían allá donde iba. En plena adolescencia, obligado a ir a la escuela secundaria, sus compañeros le llamaban "el perrero", y no se acercaban a él por miedo a contraer enfermedades o pulgas. César era un apestado en el pueblo y el líder de la manada en el rancho.
"Nunca estuve solo, pero sí me sentí muy solo. Los perros llenaron ese vacío y yo me acostumbré a que me siguieran. Al principio me seguían los del rancho, después, todos". La verdadera voz de César Millán en español suena desde un teléfono de su casa de Los Ángeles. Tiene un fuerte acento mexicano y, a pesar de que allí son las cinco de la mañana, suena mucho más divertido que con la voz doblada que le ponen en los canales de televisión latinos. Este hombre musculoso y chaparrito, de piel aceitunada y dientes blancos impolutos, amanece muy temprano para hacer ejercicio e ir a correr con sus nueve perros. Luego lleva a sus hijos, Andre y Calvin, al colegio y pone rumbo al Centro de Psicología Canina, en un antiguo hangar de la zona industrial del sureste de la ciudad. Allí conviven en perfecta armonía una media de 50 perros. Ingresan por un mínimo de dos semanas para superar sus traumas. César corre cada mañana por los cerros de Santa Mónica con esa jauría a su espalda controlada con un solo sonido: "¡sh!".
En su caso, la terapia (matrimonial) no consiguió salvar su relación con Illusion. Se enamoró de ella a los 23 años en una pista de patinaje, esperó a que fuera mayor de edad (tenía 17) y se casaron y trabajaron juntos, pero se separaron hace un año. Aunque aquellas sesiones para rehabilitar el amor no surtieron el efecto deseado, sí le sirvieron para descubrir sus dotes como terapeuta y darse cuenta de que a quien tenía que "encantar" era a la gente que tenía perros, y no tanto a los canes. César controla hoy un imperio canino que ha producido 100 millones de dólares.
Para él siempre resultó natural ir acompañado de perros. Así había vivido. Nunca tuvo uno suyo porque su abuelo le enseñó que lo importante era el grupo, la manada, nadie era más que otro en la familia. Terminó la secundaria por los pelos: "No soportaba el aula de clases, me sentía como un chucho callejero encerrado". Entonces, en México, nadie paseaba perros. Quién le iba a decir que acabaría yendo de paseo y entrenando a los de Will y Jada Pinkett Smith (esta última hasta le pagaría su primer curso de inglés), o al de Nicolas Cage, Oprah Winfrey o Scarlett Johansson. Y a Beast, el perro de Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, con quien planea su próximo proyecto: César Millán quiere crear un Dogbook.El 24 de diciembre de 1989, César, con 21 años, entró por la puerta de su casa: "Me voy para el Norte". "Pero si mañana es Navidad", respondió su madre consternada. Media hora más tarde llegaba su padre y le daba los 100 dólares que tenía ahorrados. Guardó ese dinero y tomó una camioneta hacia Tijuana. Empezaba el sueño americano de César Millán.

Dejaba el rancho, el sitio de la manada, el techo bajo el que murieron sus abuelos con 105 años cada uno. Era el lugar en el que su padre, Felipe, el hijo más pequeño, había cuidado de los ancianos. Y era también la primera casa en propiedad de la familia. Hoy sigue existiendo. "Todavía la tenemos. Mi papá se la compró a mis abuelitos antes de irse a la ciudad. Está bien bonita. Le hicimos techo al frente, que no tenía. Para mi padre es importante", cuenta.
César Millán se fue de allí con una idea: "Quería aprender de los americanos a entrenar perros. En México, tú oyes que los americanos tienen lo mejor. Te forman esa ilusión desde niño. Yo había visto los shows de televisión de la perra Lassie y me había hecho la idea de que tenía que ir a Hollywood para aprender. Porque los perros del rancho no hacían eso: les decía "siéntate" y no se sentaban", recuerda.
Ahora tiene su propio show de televisión, Dog whisperer (El encantador de perros en español), que le ha catapultado a la fama y que se ve en 105 países. En EE UU lo emite el canal National Geographic, y en España, Cuatro, todos los sábados y domingos por la mañana, con 424.000 espectadores de media. A unos les ha enganchado de resaca, a otros, leyendo el periódico o cocinando. Pero pocos han podido resistirse a su magnetismo, a su mágica habilidad para dominar a esos perros convertidos en fieras dentro de cualquier casa.
En cada episodio se sumerge en la vida de una familia con perro. César es como un manual de autoayuda en vivo. Utiliza a los canes para canalizar sus mensajes, por lo que siempre resulta inofensivo. Puede decirle a una ricachona de Beverly Hills que es una insegura y que no tiene la más puñetera idea de lo que significa amar, mostrando todos los dientes de su blanca dentadura y sin que ella se ofenda lo más mínimo. "Rehabilito perros, adiestro personas", anuncia. No son pocos los foros de Internet en los que la gente habla de las lecciones de vida de César Millán. Algunos reconocen haberlas practicado con sus hijos. "Ejercicio, disciplina y afecto, por ese orden", es su máxima.
Tantos años asilvestrado le quitaron el miedo a la vida y a la naturaleza. A los 20 años tenía gran confianza en sí mismo y afán de explorador. "Sigo sin tenerle miedo a nada", asegura. Así tomó aquella camioneta hacia Tijuana, convencido: "Yo, como soy bien trucha (listo), no voy a tardar en cruzarme el borde", pensaba. Fueron dos semanas a la intemperie, dejándose agarrar de vez en cuando por la Migra (policía de inmigración) cuando el hambre apretaba: "En EE UU, si te detienen, te dan de comer un sándwich y una coca-cola y luego te regresan a la línea (frontera)", recuerda.
"Llegué a un lugar donde una señora vendía café: 'Ey, ¿la Migra ya se cambió?', pregunté. 'Sí, se acaba de cambiar', respondió. Entonces llegó un muchacho flaco y sucio", continúa. "Uno ha aprendido que a la gente sucia no se le hace caso. Pero me dijo: '¿Quieres cruzarte la línea?'. 'Sí, quiero', respondí sin pensar. 'Te cobro 100 dólares'. Era lo que yo traía. Todo lo de afuera me decía que no, pero sentí confianza, creí en él. Me pagó hasta el taxi para que llegara a San Diego. Es el primer ángel que vi en mi vida". Y así fue como César Millán empezó a guiarse por su instinto.
Hoy, con tres millones de libros vendidos en 50 idiomas (El encantador de perros, El líder de la manada, ¿Cómo criar al perro perfecto?, Los casos de César Millán, Uno más de la familia, Las normas de César Millán), cuenta que los perros no saben si uno es mexicano o español, ni si tiene o no tiene dinero o fama. "Los perros primero huelen y después sienten la energía que emite el humano".
Llevaba un mes viviendo en las calles de San Diego a base de "hot dogs de 60 centavos". Lo único que sabía decir en inglés era "Do you have application for work?" ("¿Tiene solicitud de trabajo?"). Entró en una peluquería canina e hizo la pregunta. Dos mujeres peleaban con un cocker español para cortarle el pelo. César, convertido en una especie de Eduardo Manostijeras canino, le cortó el pelo tranquilamente según la foto que le mostraron. Le dieron 60 dólares: "¡Un montón de hot dogs!", pensó. Y después le dejaron ducharse (en el mismo sitio que los perros) y pasar la noche allí. Finalmente trabajó allí un mes. El sueldo fue suficiente para comprarse sus primeros Levi's originales y su primera camisa nueva ("no usada"). Tenía dinero para el billete a Los Ángeles: "Hollywood, Lassie...". Era el principio de su nueva vida.
En una interesante entrevista que le hizo el periodista Malcolm Galdwell (Lo que vio el perro, The New Yorker), varios especialistas en el análisis de los movimientos interpretan los de César Millán mirando sus programas. Los perros son increíbles estudiosos del movimiento humano, hasta del más sutil parpadeo. Galdwell quería que alguien mirara a César como lo hacen los perros, quería ver lo que ven los perros, quería descubrir su secreto. "Combina muy armoniosamente el gesto y la postura, la clave de todo gran comunicador, ¡baila!... Nos atrae porque sus movimientos llevan un mensaje incorporado y eso contribuye a generar un sentimiento de autenticidad", dijo Karen Bradley, de la Universidad de Maryland.
En LOS ÁNGELES vagó como un perro callejero. Buscó un lugar donde dormir y, con las páginas amarillas en la mano, recorrió todos los centros caninos de la ciudad. Consiguió un trabajo limpiando perreras. Tuvo varios empleos en distintos centros caninos hasta que un empresario, contento con su trabajo, le ofreció limpiar limusinas y le presentó a un montón de sus ricos amigos y a sus respectivos perros. Así fue como un buen día un periodista de Los Ángeles Times se encontró a César Millán lavando coches con varios perros alrededor que le ayudaban con las mangueras y los cubos y que se activaban o detenían con un solo sonido: "¡sh!". "No hay nada como darle un sentido a la existencia para calmar la ansiedad, también a la de un perro", sentencia.
La publicación en 2002 de ese reportaje (Redimiendo a Rover), que terminaba con su idea de "quiero tener un show de televisión", le puso a decenas de productores en la puerta de su apartamento. Luego, todo fue elegir correctamente: "Escogí a las personas a las que mejor recibieron los perros", confesó después César. Nacía El encantador de perros.

TERAPIA DE FAMOSOS


Will Smith, Jada, 'Rocco'
César Millán y Jada Pinkett Smith se conocieron por un amigo común. Jada no conseguía dominar a 'Rocco' y pidió ayuda. César le cambió la vida a ella y después al que luego sería su marido, Will Smith, y a sus cuatro rottweilers. Jada después le regaló a César un curso de inglés: "Decía que era imprescindible si quería tener un 'show' de televisión", cuenta. Hoy siguen siendo amigos.
Oprah Winfrey y 'Sophie'
La presentadora estadounidense Oprah Winfrey recurrió al encantador de perros cuando no pudo soportar más los alaridos y el sufrimiento de su perrita 'Sophie' cada vez que la dejaba sola en casa. César acabó con la ansiedad de esa preciosa cocker negra y Oprah se convenció de que podían tener una relación distinta, sin angustia.
Zuckerberg y 'Beast'
Beast', el perro del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, llegó a la popularidad por tener su propio Facebook con más de 73.000 amigos. Ahora, junto a su entrenador, César Millán, preparan un 'Dogbook'.

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