26 may 2013

Bolívar y su caricatura/Juan Van-Hale


Bolívar y su caricatura/Juan Van-Halen, escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
ABC |
En 2010 a Hugo Chávez se le ocurrió exhumar los restos de Simón Bolívar para tratar de demostrar que había sido envenenado por sus enemigos, el principal de ellos el general Francisco de Paula Santander. Nada se aclaró. Lo cierto es que el Libertador murió el 17 de diciembre de 1830 de la tuberculosis que padecía, en la Hacienda de San Pedro Alejandrino que el español Joaquín de Mier poseía en el pueblo colombiano de Santa Marta, cuando estaba abandonado por muchos de los suyos e n qui e nes habí a confiado. Un español le dio cobijo.
Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, siguiendo la creencia de este sobre la muerte de Bolívar, acusó a sus «enemigos históricos» de haber inoculado al presidente fallecido no se sabe qué sustancias capaces de producirle el cáncer mortal. Y ello en el contexto de una mitificación del personaje que no es nueva porque ya se produjo en el caso de Bolívar y en la que fue palanca destacada el propio líder bolivariano.

Jon Lee Anderson escribió hace años en el «The New Yorker» que Chávez, tras su fallido golpe de Estado de 1992, hablaba todas las mañanas con un busto de Bolívar que había en el patio de la prisión. El tirón de la sacralización bolivariana no le llegó con su acceso al poder, sino mucho antes. Y Chávez no era el pionero de tal mitología. Desde José Antonio Páez ya en 1834 ha habido no pocas evidencias de ese culto a Bolívar, considerado un hombre perfecto, intachable, pleno de virtudes e intocable. Gustavo Blanco, por ejemplo, creó la moneda «libertador» o «venezolano», convertida muy pronto en «bolívar». Los historiadores venezolanos Germán Carrera y Manuel Caballero han estudiado en profundidad la formación y propagación de ese culto con fines políticos.
La mayor sombra en la biografía de Bolívar es la entrega del general Francisco de Miranda a los españoles. Miranda fue un humanista además de un soldado, el creador de la idea de la Gran Colombia que luego recogería Bolívar, precursor de la independencia americana, hombre con mayor formación militar que el Libertador, que había luchado en África, en Estados Unidos y en Francia. Algunos historiadores han tratado con cierto desdén la formación militar del Libertador, pero las campañas bolivarianas ponen en entredicho ese juicio. Era meticuloso además de audaz y es conocida la planificación minuciosa de sus acciones de guerra y su familiaridad con textos clásicos sobre estrategia. Sin embargo, tenía fama de confiar demasiado en la buena estrella. Al inicio de las operaciones independentistas Miranda no había aceptado a Bolívar en su Ejército porque «lo juzgan un joven peligroso». Los desencuentros entre aquellas dos fuertes personalidades fueron creciendo, unas veces declarados y subterráneos otras.
El 30 de julio de 1812 Miranda llegó a La Guaira con la intención de embarcarse en una nave inglesa para huir traslato ma por los españoles de Puerto Cabello, que defendió sin éxito Bolívar. Aquella noche varios oficiales, entre los cuales estaba Bolívar, irrumpieron en la habitación de Miranda, se apoderaron de su sable y sus pistolas, lo despertaron, lo engrilletaron, y el futuro Libertador propuso fusilarlo sin dilación, aunque los demás se mostraron partidarios de entregarlo al comandante general de las tropas españolas, Domingo Monteverde. Es lo que hicieron.
Este notorio acto de traición, al que se han buscado interpretaciones más halagüeñas, valió a Bolívar la libertad y un salvoconducto del general Yturbe para exiliarse. Monteverde, en un despacho a la Regencia de Cádiz, señaló sobre la solicitud del salvoconducto: «Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda». El viejo general Miranda fue trasladado a España y murió en la prisión gaditana de La Carraca.
La mayor sombra en la vida de Chávez, que no era un militar brillante ni un estratega, ni su carrera militar tuvo singular relieve, es el fallido golpe de Estado que protagonizó y su deslizamiento hacia el caudillismo. Como en otros casos históricos, ganar unas elecciones no excluyó el acceso a una democracia tramposa.
No existe paralelismo entre las personalidades y los deseos de Bolívar y de Chávez, pero les acerca lo que no consiguieron. Bolívar murió con la amargura de no haber logrado completar su obra, de las disidencias internas entre sus generales, de la desafección de una burguesía egoísta, de su destierro de Venezuela y la amenaza de guerra si permanecía en Colombia. Chávez apostó por un socialismo narcisista, autoritario e intervencionista que persiguió a quienes no se entregaban a su caudillismo, d e modo que amordazó el pluralismo informativo, lesionó la seguridad jurídica, eliminó la iniciativa de la sociedad civil y politizó hasta el extremo instituciones vertebrales como las Fuerzas Armadas. Murió sin conseguir su sueño panamericano. Quiso ser el nuevo Fidel Castro, pero sólo fue su imitador con petróleo. Y fue la grotesca caricatura de Bolívar.
Hay circunstancias de carácter familiar que me llevaron ya hace años a interesarme por la peripecia independentista americana y por sus protagonistas. Concretamente, en relación con Bolívar, un curioso suceso. El 26 de enero de 1821 Bolívar recibió en su Cuartel General al teniente coronel Antonio Van Halen como comisionado del capitán general Miguel de la Torre para tratar de una nueva tregua entre los dos ejércitos enfrentados y la regularización de las reglas del combate. Sin embargo, el día 28 los independentistas ocuparon Maracaibo poniendo fin al llamado Armisticio de Trujillo, en vigor desde 1820, que había puesto fin a la «guerra a muerte» decretada por Bolívar.
Los padres militares y políticos de la independencia americana, todos ellos patriotas españoles hasta el tsunami de la invasión napoleónica y la vergüenza de la entrega de España a Napoleón en la mascarada de Bayona, merecen homenaje y respeto histórico. Bolívar era de origen vizcaíno, y Miranda, canario. Ni Chávez era Bolívar ni Maduro es Chávez. La Historia enseña que rara vez los regímenes de caudillaje sobreviven al caudillo.


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