14 nov 2013

Las urgencias de Argentina/Pierpaolo Barbieri


Las urgencias de Argentina/Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s shadow empire será publicado por Harvard University Press este año. 
Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.
Publicado en El País | 13 de noviembre de 2013
En las ceremonias de entronización papal desde el siglo XV hasta entrado el XX, un miembro del séquito tenía la responsabilidad de recordarle al pontífice la verdadera naturaleza del poder: al menos tres veces le repetía Sic transit gloria mundi.“Así pasa la gloria del mundo” es la frase perfecta para un cardenal siendo consagrado vicario de Cristo. Ya decíamos en estas páginas que el Gobierno argentino se negaba a entender que el poder nunca es eterno. Entre un resultado claramente adverso en las elecciones legislativas del 27 de octubre y la desafortunada enfermedad de la presidenta Cristina Fernández, el mensaje parece haber llegado, tardíamente, a Buenos Aires.

Fiel a su estilo propagandístico, el Gobierno presentó la derrota como una victoria, repitiendo a todo el que quisiera escuchar que mantenía el control de ambas Cámaras (senadores y diputados). Como tantas veces en Argentina, el argumento es fáctico, pero poco genuino: una oposición dividida e incluso peronista se impuso contundentemente en la mayoría de los centros urbanos. El kirchnerismo perdió el 20% del voto popular e irónicamente para un régimen que se vende de izquierda mantuvo su mayoría gracias a las provincias más clientelistas.
El autoritarismo argentino se ha topado con un límite, tanto en las urnas como en el ejercicio del poder personalista, que ha distinguido a la década kirchnerista: el hecho de que Cristina Fernández no tenga lugartenientes fuertes para continuar su gestión mientras se recupera es característico de su manera de ejercer el poder. “Poder que delega, poder que se pierde”, es una de las máximas atribuidas al difunto presidente Néstor Kirchner. Así, el rumor en Buenos Aires es que al cuestionado vicepresidente en ejercicio los ministros ni siquiera le atienden el móvil. Sin mencionar ejemplos históricos de poco gusto, basta ver la Venezuela mística de Nicolás Maduro para saber cómo evolucionan los vacíos de poder en los nuevos populismos.
Desde una perspectiva puramente institucional, sin embargo, es muy positivo que el debate político ya no se centre en una reforma constitucional para perpetuar a Cristina Fernández en el poder. Hoy el Gobierno prefiere abordar “la madre de todas las luchas” contra el odiado grupo Clarín en vez de lidiar con sus profundos problemas como los de alta inflación, baja competitividad y aislamiento internacional (excepto, cabe recalcarlo, las relaciones con los polos pluralistas de Cuba, Venezuela e Irán). Y de la re-reelección ni se habla.
Es un buen momento entonces para poner el foco sobre lo que puede y debe cambiar en Argentina. Sin soñar con el reciente Pacto por México, hay cinco prioridades esenciales:
Primero, librarse de la inflación. La mentira estadística tiene consecuencias reales: la pobreza y el hambre suben mientras el Gobierno subsidia a sus amigos ricos con una variedad de tipos de cambio. Todavía no logro encontrar un solo kirchnerista que niegue que las víctimas de la inflación son los pobres, no los ricos. Así no se hace la revolución: el banco central no necesita propagandistas, necesita economistas.
Segundo, apostar por infraestructuras en vez de ideología. La nacionalizada Aerolíneas Argentinas ha gastado subsidios de todos, pero no ha hecho nada para conectar más y mejor al país. Renovados trenes traerían no solo inversiones y trabajo genuino, sino más competitividad y valor agregado para que el país crezca a su potencial.
Tercero, reinsertarse en el mundo como par en vez de paria, reparando no solo las históricas relaciones con España y la Unión Europea, sino también con vecinos esenciales como Brasil y Uruguay. Más integración latinoamericana no es un proyecto del odiado neoliberalismo, sino una apuesta racional para dejar el aislamiento autoinfligido.
Cuarto, promover una reforma educativa para beneficiar a los sectores más humildes. La educación es lo opuesto del clientelismo. La asignación universal por hijo debería ser mucho mayor para los que menos tienen, e inexistente para los que no la necesitan. Y en el marco de la universidad pública, es justo que los que pueden pagar ayuden a subsidiar becas meritocráticas para el resto.
Quinto, liberarse del déficit energético que hace que la pobre Argentina pague más por gas líquido que el rico Japón. La riqueza argentina siempre estuvo en el suelo, pero se necesita seguridad legal e inversión extranjera para beneficiar a la población.
Dos años son una eternidad política, especialmente en una Argentina donde el peronismo se apresta a una guerra civil. Desde la vuelta de la democracia en 1983, han existido dos situaciones similares, cuando un Gobierno se desgasta en el poder sin un claro sucesor y con una economía que resquebraja. Una de ellas culminó en reformas positivas, pero insuficientes, y la otra en la tragedia de 2001. El poder será transitorio, pero la agenda a seguir es clara. Sic transit.

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