13 dic 2013

El centenario de Willy Brandt (I)/Antonio Mondragón


El centenario de Willy Brandt (I)/Antonio Mondragón fue Secretario Internacional para el Presidente Nacional del PRD y Vicepresidente de la Internacional Socialista Juvenil (IUSY)
Publicado en Excélsior, 13 de diciembre de 2013
Para Porfirio Muñoz Ledo.
Huyó de Alemania a los 19 años, perseguido por la Gestapo, y regresó para convertirse en un personaje querido y respetado como una voz independiente durante la Guerra Fría. POR: Opinión del experto el 13 de Diciembre de 2013
La escena es el monumento a las víctimas a la entrada de lo que fue el Ghetto de Varsovia, uno de los enclaves más viles de la perversidad humana. La ocasión, la presentación de una ofrenda floral de parte del canciller —jefe de gobierno— del país que perpetró tal infamia. El suceso: el canciller de la entonces resurgente potencia económica e industrial, la República Federal de Alemania, en un gesto de humildad, espontáneo e inesperado, se arrodilla ante el monumento que recuerda a las víctimas que ahí perecieron, lo que después haría en los campos de exterminio. El gesto es de dolor, arrepentimiento e inmensa culpa, o como lo dijo el propio protagonista, “fue algo que hice al faltarme las palabras”.
Lo curioso —e inmenso— es que el hombre que mostró tal humillación ante la memoria de tantos millones de asesinados y en el país al que el suyo le hizo tanto daño, no tenía que hacerlo. Como lo dijo Rudolf Augstein, editor y director del semanario Der Spiegel, “se arrodilló el que no debía en nombre de aquellos que debieron hacerlo y no se atreven”. Willy Brandt, nacido Herbert Frahm —hecho que aprovecharían sus oponentes para rebajarlo a la categoría de bastardo y traidor—, huyó de su patria alemana al ser ya, a sus escasos 19 años, un reconocido militante de una fractura del histórico Partido Socialdemócrata Alemán en su ciudad natal de Lübeck. El joven Frahm adoptó el nombre Brandt como seudónimo de tempranas piezas periodísticas y para escabullirse de la Gestapo.
 Willy Brandt abandonó Alemania en marzo de 1933, cuando el régimen de Adolfo Hitler entraba apenas en su segundo mes y no regresaría sino hasta octubre de 1946, como reportero, para cubrir los famosos Juicios de Nuremberg contra los jerarcas nazis capturados y que serían procesados por crímenes contra la humanidad. Durante el tiempo de su exilio se estableció en Noruega, país al que consideraría propio y, cuando los ejércitos alemanes llegaron hasta allá pudo huir a Estocolmo, Suecia, desde donde participó como enlace de la resistencia.
 Brandt no participó en la Wehrmacht ni en ninguna otra rama militar alemana durante la guerra. No fue responsable de ninguna acción de guerra ni de apoyo al régimen nazi. Por lo mismo, adversarios como el talentoso, pero belicoso y autodestructivo, Franz Josef Strauss, ícono de la política de Baviera, lo llamó a cuentas con su famosa pregunta de campaña: “¿Y usted qué hacía durante esos 12 años que estuvo fuera de Alemania, Herr Brandt —si ése es su nombre— porque nosotros en Alemania sí lo sabemos?”, aprovechándose de su conocida condición de hijo de madre soltera y exiliado político. En la Alemania de posguerra, fresca de la experiencia xenófoba y conservadora, éstas expresiones eran posibles, increíblemente.
 Brandt nunca abjuró de su nacionalidad alemana así haya tenido que adoptar la noruega por la invalidación que el Tercer Reich hizo de su ciudadanía. Supo que su destino era mantenerse y desarrollarse en la acción política de ese país en ruinas y de escasez en contraste con la Escandinavia que abandonaba. Su personalidad, enorme capacidad de trabajo y compromiso con dotar a su patria de un rostro distinto al sumido en la vergüenza de la derrota y los crímenes, hizo que pronto se destacara en la política de la antigua capital, y por décadas ciudad dividida y símbolo de la derrota: Berlín.
 Allí se perfiló no sólo como un alcalde capaz y querido, sino como un personaje apreciado y respetado  como una voz independiente durante la Guerra Fría. Enfrentó la intransigencia soviética y alemana oriental y la no poca indiferencia de los aliados occidentales en facilitar la vida de los habitantes de la ciudad ocupada. Aun así, logró negociar con los primeros algunas ventajas para las familias que se habían visto separadas aun antes de la construcción del muro y otros temas que prefigurarían su muy famosa Ostpolitik —política hacia el este— que comenzaría a implementar siendo ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de la “Gran Coalición” (1966–1969), y que consolidaría como canciller federal (1969–74).
** (II Parte, 14 de diciembre)

Es quizá la política de acercamiento hacia la Unión Soviética y los países de Europa del este la que más reconocimientos le valió a Willy Brandt.
Vale la pena recordar que Alemania Federal era el Estado que era visto y que se asumía como heredero del Estado después del desastre hitleriano, hecho que obligaba moralmente a buscar la reconciliación. No era fácil hacer olvidar, así fuera por la duración de las negociaciones con la URSS, Polonia y Checoslovaquia, lo que había pasado en la guerra y, si bien anteriores cancilleres como Adenauer, Erhard y Kiesinger habían hecho acercamientos a través de los muy exitosos intercambios comerciales con los países del este político y el llamado Tercer Mundo, la paz formal y el reconocimiento diplomáticos no habían llegado.
 “Un modus vivendi no es igual a un tratado”, les recordaba Brandt, que debió sortear las sospechas de EU, del general De Gaulle, quien exigía que pasara antes por Moscú que por ninguna otra capital europea, la frialdad de Londres y la vehemente oposición de la coalición conservadora otrora gobernante. Un problema muy grande era el del reconocimiento de las fronteras que estableció la guerra en el Acuerdo de Potsdam y que despojaba a Alemania de territorios históricos del este, como la mitad de la antigua Prusia, ante Polonia y la URSS.
También había que considerar a los millones de expulsados alemanes de esos territorios. Pudo vencer todos estos obstáculos mediante la ratificación de los tratados que garantizaban la paz y la renuncia a la guerra. En 1973 lograría el Tratado Básico que reconocía a la República Democrática de Alemania y renunciaba a la representación de toda la nación alemana, a decir del propio Brandt, “dos Estados, una nación”. Esos hechos contribuyeron a la llamada détente o disminución de las tensiones entre las potencias. Ambos estados harían una solicitud de ingreso a las Naciones Unidas, que fructificó en junio de 1973.
Por desgracia, se vio obligado a renunciar a partir del arresto de un asistente que se dijo ciudadano de la RDA y agente a su servicio.
La autoridad moral de Brandt hizo que sus compañeros de gabinete, a comenzar por el nuevo canciller, Helmut Schmidt, y su partido, le pidieran mantenerse al frente de éste. Su estatura política hizo que se le eligiera presidente de la Internacional Socialista en el año 1976, desde donde impulsó el acercamiento con los partidos de América Latina, Asia y África para quitarle un poco su carácter eurocentrista, así como el impulso a los partidos de España, Portugal y Grecia, quienes se liberaban de sendas dictaduras.
Tal movimiento llegó hasta México, donde designó al entonces presidente del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, y al primer ministro de Portugal, Mário Soares, para organizar la primera reunión de partidos europeos y latinoamericanos en Caracas, Venezuela. La segunda se realizó en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, en cuyo marco se entrevistó con el presidente José López Portillo, quien declinó la invitación de integrarse a la IS con el pretexto decimonónico de la no supeditación a organismos extranjeros —sic.
Brandt se volvería a cruzar con México dos ocasiones más; una, como presidente de la comisión que llevaba su nombre y que desarrolló el diálogo Norte–Sur que celebró una famosa pero infructuosa cumbre en Cancún, y el impulso inicial hacia la integración del PRD a la IS en deferencia y reconocimiento a la lucha política de su amigo mexicano, Porfirio Muñoz Ledo, quien llevaba una antigua relación con la socialdemocracia europea.
Así, a días de la muerte de otro gigante de la segunda mitad del siglo XX, recordemos la figura del hombre que venció el prejuicio, se enfrentó a Hitler y que reconcilió a Europa.

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