Leonora
Carrington y Renato Leduc, amor convenido
El
efímero matrimonio de Carrington y Leduc, que permitió a la pintora salir del
cerco nazi, marcó sus vidas
Joel Hernández Santiago/ Especial y Luis Carlos Sánchez
Leonora Carrington y Renato Leduc, amor
convenido
Excelsior, 28 de mayo.- Aquel día a don Renato Leduc se le iluminó el rostro y
apareció en su mirada el hombretón aquel de 44 años que en 1941 se casó con
Leonora Carrington, en España, aunque para entonces ya tenía ochenta y cinco.
Por
allá andaba el mexicano de padre francés y madre mexicana. Su gusto por la
literatura y por la cultura en general lo llevaron a vincularse con el grupo de
los surrealistas que se reunían en cualquier lugar, en el Cafe de la Paix o en
Les Deux Magots, en el boulevard Saint Germain…
Ahí
estaban a fines de los cuarenta André Breton, Paul Éluard, Joan Miró, Pablo Picasso,
Salvador Dalí, Marcel Duchamp y, por supuesto, Max Ernst a quien Leonora había
seguido desde Londres enamorada de él aunque fuera casado y tuviera 27 años más
que ella. No importó y Lord Carrington se quedó con un palmo de narices cuando
su hija, la rebelde, la que pudo ser princesita en la corte británica, la Novia
del Viento que le escriturara el mismo Ernst, se fue a vivir con el artista a
Francia, a Saint-Martin-d’Ardèche, con apenas veinte años. Las huidas fueron el
sello de su vida y por eso…
…
De pronto aquella placidez creativa fue dispersa. Es que se inició el avance
alemán tras el ataque de la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) sobre el
territorio de Francia y los Países Bajos el 10 de mayo de 1940. De pronto la
Segunda Guerra Mundial y de pronto los alemanes persiguieron a sus enemigos,
incluso alemanes y Max Ernst es detenido y llevado a un campo de concentración.
Leonora huye de Francia y como producto de la separación trágica se trastorna y
es enviada a un manicomio en Santander, España, de donde se escapa en 1941.
Para
entonces Leduc ya está en Madrid en la embajada de México. Antes había
intentado regresar a México vía Nueva York y trató de ir hacia el norte de
Europa, pero ya existía la Línea Maginot por lo que enfiló hacia el sur, hacia
España. Ahí, en recuerdo de la amistad parisina, Leonora lo buscó para pedirle
auxilio. Él se lo otorga pero no consigue sacarla de Europa. La única solución
es que se casen y así ella adquiera rango de esposa de un diplomático
extranjero de un país que no está en guerra.
A
don Renato la vista cansada se le iluminó mientras lo platicaba. Hace pausas
que parecen interminables. Por un momento no está aquí. Está en él. Está en
sus 44 años de edad y está en España. De
pronto regresa. Continúa. Saborea las palabras. Mueve lentamente las manos y
mira hacia el exterior de la casa a través de la ventana en aquella tarde
soleada.
Se
casaron en Madrid ese mismo 1941 y de inmediato buscaron salir de Europa. Su
primer paso fue irse a Marruecos de donde salían los transportes hacia Estados
Unidos. Ahí se embarcaron hacia Nueva York en un viaje extremadamente incómodo
y con muchas vicisitudes. El mundo estaba en guerra y todo se trastornó, sin
duda.
Nueva
York es inhóspito para ellos pero están a salvo. Intentan quedarse ahí pero es
imposible así que alguien les apoya y consiguen comprar un viejo vehículo en el
que huyen hacia México. Él quiere. Ella duda. Pero no hay alternativa. México
será la salvación para ambos.
En
1942 llegaron aquí y se instalaron en cualquier lugar. En la colonia Tabacalera
consiguen meterse a algún hotel barato. Mientras él busca trabajo ella tiene
que esperarlo horas interminables en Los Pericos, café al estilo mexicano… y
ella comienza a conocer a los mexicanos y se enamora de su alma surrealista
porque es surrealista este país en donde todo es incomprensible para quien no
ha nacido aquí y para quienes no han hecho la vida aquí: México el
inconcebible, el mágico, el del fatal desenlace al que también llegaron Lowry,
Lawrence, Craine, Porter, Green… México, el de todo está bien, aunque no esté
bien. El México surrealista que se ponía a disposición de una artista del
surrealismo.
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