Revista Proceso No. 1986, 1 de noviembre de 2014.
Se
cumplió el peor escenario: crisis humanitaria/
SANTIAGO
IGARTÚA
Hace
cinco años, el académico Arturo Alvarado Mendoza advirtió de las consecuencias
funestas que se veían venir si la guerra antinarco lanzada por Felipe Calderón
no enderezaba el rumbo: se fomentarían los vacíos policiales, aparecerían más
narcofosas, las autoridades serían compradas, se intensificaría la represión
social, se contarían más muertos… Todo se cumplió. Hoy, después de Ayotzinapa,
ya se puede hablar de crisis humanitaria en México, asevera el especialista en
seguridad: el narco ya ataca directamente a la sociedad, y el gobierno, más que
enfrentar a los cárteles, lucha por ocultarlos.
México
está hundido en una crisis humanitaria, reflejo de un proceso sistemático de
aniquilación y desaparición de personas perpetrado por bandas criminales y
distintos órganos de gobierno, como quedó evidenciado en el ataque a los estudiantes
de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en Guerrero, que hoy atormenta al
país.
La
afirmación la sustenta el doctor Arturo Alvarado Mendoza, sociólogo de El
Colegio de México (Colmex), autor de El tamaño del infierno, estudio de la
criminalidad en México:
“Vivimos
un proceso de exterminio y de desaparición constante de personas por miembros
del crimen organizado, que en el caso particular de la desaparición forzada de
los 43 normalistas en Iguala, y el asesinato de seis personas más, contó con la
participación probada de policías municipales bajo la orden del exalcalde
prófugo (José Luis Abarca), muestra de que estamos en una situación mucho más
crítica: una crisis humanitaria.
“Esta
cuestión de la violencia política emerge como el problema central: autoridades
que cometen delitos, pero que además son parte de organizaciones criminales y
usan al Estado para los intereses de éstas. Eso no lo habíamos visto en
décadas. No de forma tan extrema”, dice a Proceso el investigador,
especializado en seguridad pública y
Estado d e derecho.
Esta
crisis, explica, es producto de un “fenómeno criminal” sin freno. Habla con
dolor de masacres, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas,
encierros clandestinos, desintegraciones de personas, feminicidios, tormento a
adultos y niños migrantes, decapitaciones, extorsiones, tortura y complicidades
desde distintos puntos del poder. “Y no ha habido una autoridad que realmente
tome cartas cabales en el asunto. Tenemos un terrible problema de incapacidad
en la procuración de justicia. Ahí está el problema de fondo de la crisis
humanitaria”.
“Tenemos
un Estado incompetente. Hoy lo que vemos es que muchos de los actos criminales
no son entre las mismas bandas criminales o contra el Estado, sino contra la
sociedad: por extorsiones, para venderle drogas, para controlar territorios… Y
el Estado no está haciendo nada”, lamenta Arturo Alvarado.
En
las torpezas del gobierno, la búsqueda de los normalistas no ha arrojado otra
cosa que la aparición de decenas de fosas clandestinas tan sólo en las
inmediaciones del municipio de Iguala, que han visibilizado un problema que
suma más de 400 fosas similares desde el año 2007, replicado el horror en 24
estados del país.
“Una
bomba explosiva que tiene la PGR es que le aparecen fosas clandestinas por
todas partes. Es una cosa dramática. Estamos hablando de desapariciones
sistemáticas, de asesinar, masacrar y deshacerse de un número todavía
desconocido de personas, que en la mayoría de los casos no se sabe quiénes son
ni quiénes fueron los victimarios, y que es obligación del Estado resolver ese
problema”, señala el doctor Alvarado.
Al
tema de la impunidad, en el caso particular de los normalistas de Guerrero, se
suma también la mezquindad de la clase política mexicana: “Aquí hay autoridades
involucradas en actos criminales y no han aceptado su responsabilidad en estos
delitos. Han tratado de disminuir la gravedad del asunto, de neutralizarla, los
hemos visto echándose la culpa el uno al otro, negando su responsabilidad,
buscando motivos para que las muertes tengan alguna razón y puedan ser
denigrables y explicables. Es una conducta totalmente inaceptable de buena
parte de la clase política mexicana frente a esta crisis profunda”, reclama el
académico.
Sostiene
que la tragedia, más allá de la indignación, nos alcanza a todos: “Aquí ha
habido un daño a la sociedad, un daño al sistema político, un daño a los
fundamentos de la democracia, a las libertades públicas, a la procuración de
justicia”.
Para
el académico, es obligación de todos “trabajar en tener instituciones que
realmente nos otorguen el derecho básico del ciudadano que es el derecho a la
seguridad. Porque hoy no lo tenemos”.
Con
los meses, piensa Alvarado, se irá discutiendo la responsabilidad jurídica del
Estado mexicano. Al respecto concluye: “Igual es un crimen político y en ese
sentido tiene tintes de crimen de Estado”.
* * *
En
la edición 1711 de Proceso, del año 2009, el periodista Jorge Carrasco publicó
un reportaje titulado El Estado desbordado, donde el mismo Arturo Alvarado
advertía de las consecuencias emanadas de la “guerra” contra el crimen
organizado que Felipe Calderón declaró.
Hiela
la sangre regresar a esas líneas, descripción precisa de lo que serían, cinco
años después, la noche del 26 de septiembre y la siguiente madrugada en Iguala,
Guerrero:
“Estamos
en una era de violencia criminal inédita, producida tanto por bandas
delincuenciales como por las intervenciones militares y policiacas del
gobierno”, iniciaba el análisis, advirtiendo inmediatamente de los “cada vez
menos inusuales” hallazgos de “narcofosas”.
“Hay
una sorprendente cantidad de cementerios clandestinos en México. Esto evidencia
ejecuciones extrajudiciales sistemáticas en muchas regiones del país que no son
registradas, y que hay una violencia homicida que no observamos”, refiere el
texto, en el que Alvarado diagnosticaba que la “violencia desbordada en México”
reproduciría fenómenos sufridos en países que han vivido en estado de
emergencia con la “proliferación” de grupos paramilitares y de autodefensas en
el país.
“México
está en el límite para prevenir una violencia de ese tipo. De no hacerlo, nos
puede llevar a una situación como la de Centroamérica, Haití, las favelas de
Río de Janeiro o incluso Somalia”, decía el sociólogo con la certeza que
confirmaría el tiempo.
El
reportaje referido daba cuenta de que, en la etapa más cruda de la
narcoviolencia en el país, Guerrero tenía una tasa de 40 muertos por cada 100
mil habitantes, la más alta de la República. Hoy, la cifra en ese estado es de
44 por cada 100 mil, 2.8 más que la media nacional.
Sobre
las policías municipales, hoy desplazadas por el gobierno federal de más de una
docena de municipios en Guerrero por su colusión con el crimen organizado,
ejecutoras de la desaparición y asesinato de normalistas, prevenía Alvarado:
“Calderón desmantela a las policías locales porque no sirven, pero no deja nada
nuevo. Está generando vacíos policiales en municipios y estados”.
Continuaba
percibiendo que la “infiltración” de la delincuencia organizada en las fuerzas
del Estado se traduciría en “acciones represivas contra la población civil”.
En
el mismo número de este semanario se publicaron fragmentos del libro ¿Hacia la
seguridad nacional?, coordinado también por Arturo Alvarado, que estaba por
publicarse.
En
él participó el escritor Carlos Montemayor, experto en movimientos guerrilleros
en México.
Montemayor
aseguraba que en regiones de Guerrero hubo un desplazamiento encubierto de
militares para hostigar bases sociales inconformes. “La tortura y las
desapariciones forzadas de personas se han convertido en rasgos característicos
de una búsqueda de información que los servicios de inteligencia no podían
obtener por otras vías más acordes que pudiéramos llamar, precisamente,
inteligentes”, escribió.
Por
su parte, José Luis Piñeyro, académico especialista en seguridad nacional que
participó en ese libro, sostenía entonces que la violencia del narcotráfico se
debía a que juega funciones propias del Estado: “Cobra impuestos” mediante
extorsiones; “designa autoridades, obstaculiza o promueve la elección de
alcaldes mediante advertencias o el financiamiento electoral”. El análisis se
confirmaría a la letra con la infiltración del grupo criminal Guerreros Unidos,
ligado hasta los lazos familiares con el exalcalde de Iguala José Luis Abarca.
Este cártel presuntamente patrocinó la campaña electoral del exgobernador Ángel
Aguirre Rivero, según las declaraciones de capos de la banda difundidas por la
PGR.
A
la distancia, Arturo Alvarado lamenta que hoy, con casos como el de Ayotzinapa,
sus palabras no puedan rebatirse.
“Lo
que estamos viendo es un fenómeno que para México ya se sospechaba hace algunos
años. Las organizaciones criminales usan a las autoridades públicas, ya sea
bajo colusión, extorsión, intercambio de bienes y favores, apoyo a candidatos y
campañas. Esto pasó también muy claramente en Michoacán y seguramente pasa en
otros lugares”, advierte de nueva cuenta.
A
pesar del cambio de administración, prosigue, el problema es el mismo que
antes, agudizado con los años. “El gobierno federal, como los estatales y los
municipales, no supieron qué hacer entonces y no saben qué hacer ahora. Es un
problema de incapacidad institucional de las autoridades.
“Nosotros
decíamos que el gobierno de Felipe Calderón tenía que tomar cartas en el
asunto. No lo hizo. Advertimos claramente esta implicación entre crimen
organizado y autoridades políticas de varias entidades. Al gobierno le está
explotando todo lo que no se ha hecho en muchos años. Historias como la de los
normalistas son tragedias evitables que tienen consecuencias profundas para
todos nosotros”, apunta, afligido.
* * *
Para
el investigador Arturo Alvarado, el gobierno de Enrique Peña Nieto había
“gozado” de un periodo de “tregua” en la opinión pública respecto de la crisis
de seguridad atribuible al cambio de administración y la
implementación de su propia estrategia para enfrentar el problema:
“Ese
tiempo terminó. Ahora sí la federación tiene que dar la cara a la crisis,
ofrecer alternativas y resolver. En estos dos años hemos visto omisión,
colusión, negar los hechos, retardar… En el sentido de la procuración de
justicia va a haber un problema serio, porque es muy difícil pensar que en el
mecanismo y en la situación actual vamos a encontrar la verdad y la justicia.”
Para
el especialista, el gobierno actual pensó que cambiando el discurso, sacando el
tema de la agenda cotidiana, disminuiría el problema. No fue así. “No es que
con el cambio de gobierno bajara la violencia. Eso ha sido falso. Lo que ocurre
es que mediáticamente hubo un cambio en la manera de difundirla, pero eso no se
reflejó en una transformación de la procuración de justicia.
“Hasta
ahora, de todo lo que pasaba se le echaba la culpa a la administración pasada.
Pero ahora estamos igual o peor, porque
el problema va aumentando de una manera muy profunda. Hay mucho daño acumulado.
Ahora estamos viendo que parte del problema es no haber hecho nada. La
respuesta de las autoridades, federal y de los estados, no está a la altura de
la emergencia nacional en la que vivimos.”
Para
el especialista, es claro que la “crisis humanitaria” que vive el país es
consecuencia de una “crisis” de la clase política impune.
“Hay
un problema ya de corrupción, de acciones ilícitas muy profundo en la clase
política mexicana que no estamos atendiendo, donde impera la impunidad. A los
políticos no sólo no se les castiga sino que no se les investiga. Es un
problema en el aparato de la República. No podemos tener esta representación
política en el país. Y mientras la tengamos no vamos a resolver nada”, dice
categórico.
Dueño
de sus palabras, dice que la responsabilidad, entre políticos, los alcanza a
todos:
“Emerge
otro problema serio: el involucramiento de partidos políticos en estas
actividades y la absoluta irresponsabilidad pública de los mismos frente a la
profundidad de esta tragedia humanitaria. Se necesitan cambios que no sólo le
corresponden al presidente, sino a varios miembros de la clase política.
“El
PRD, al día de hoy, no ha sido capaz de salir a la luz pública y decir:
‘Nosotros también tenemos responsabilidad en esto’. Hicieron un daño social y
un daño moral. Tienen la responsabilidad de enfrentar esto: ‘Nosotros elegimos
una autoridad que pensamos que iba a funcionar y sin embargo resultó un
criminal y somos responsables de tomar esa decisión’. Porque haber puesto una
autoridad criminal ha producido un profundo daño y una enorme crisis política
no sólo en el municipio, si no en todo el país.
“Esto
es un problema muy serio que se debe enfrentar de inmediato ya que el año que
viene tenemos procesos electorales que no pueden seguir ligando políticos con
criminales”, sentencia.
Viendo
una vez más hacia el futuro, sin embargo, Alvarado no vislumbra cambios. Con
más anhelo que certeza, apunta al sur: “Podemos voltear a Colombia, aunque no
está pasando exactamente lo mismo. Ellos tuvieron una crisis muy grave al
inicio de la década pasada por el involucramiento de organizaciones criminales
en actividades político-electorales. Llegó a haber una investigación de la
corte de justicia de allá por las acusaciones contra un grupo importante de
parlamentarios que derivó en destituciones y encarcelación de varios
legisladores. Aprendamos de eso”, exhorta.
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