21 dic 2014

Misterio de Navidad/ Jean Meyer

Misterio de Navidad/ Jean Meyer 
Publicado en Domingo 21 de diciembre de 2014 
“La estrella nos lleva al pesebre, ahí encontramos al Niño Dios que entrega la paz al mundo. Múltiples imágenes vuelven a nuestra memoria al escuchar la palabra Navidad, todas aquellas con las cuales el arte cristiano intentó traducir este misterio de dulzura.
 Sin embargo el cielo y la tierra siguen aún muy distintos. Hoy como ayer, la estrella de Belén brilla en una noche oscura. Tan pronto como viene el segundo día de las fiestas litúrgicas, la Iglesia depone sus ropas de un blanco fulgurante, para vestir el color sangriento del martirio, y pronto el morado en señal de duelo. Muy cercanos al recién nacido, en su pesebre, encontramos a Esteban el primer mártir que siguió al Señor hasta la muerte, y los niños Inocentes, odiosamente masacrados”. Palabras de Edith Stein, la monja carmelita, la gran filósofa discípula de Husserl, la santa que murió deportada por los nazis, en 1942.
 La masacre de los inocentes no ha terminado, ciertamente, ni en México, ni en otras partes del mundo. No todos los hombres son de buena voluntad y no les gusta la felicidad silenciosa de la noche santa, noche de paz, la paz prometida en la tierra a los hombres de buena voluntad. No sé porque la Iglesia Católica ha cambiado las palabras “hombres de buena voluntad” por las de “los hombres que quiere el Señor”, es un detalle, pero tiene su importancia. Ayer, hace dos mil años, como hace cinco mil, ayer como hoy “si el Hijo del Padre eterno bajó de los esplendores del cielo, es que el misterio del mal había cubierto la tierra de su noche”. Las liturgias de Navidad, tanto las latinas como las orientales, subrayan que las tinieblas cubrían la tierra y que él vino de noche como la luz que brilla en las tinieblas, “y las tinieblas no lo han recibido”, reza el evangelio según San Juan. Hasta la fecha, las tinieblas siguen cubriendo nuestra pobre tierra, siguen sin recibir a la luz. No es necesario ser cristiano para entender aquellas palabras.


De modo que el misterio de Navidad es doble; misterio de la luz y misterio de la oscuridad, del bien absoluto y del mal absoluto, esperanza de salvación en medio de la desesperanza. Entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas no hay paz, no habrá paz hasta el fin del mundo. Edith Stein reflexiona que “esta es una dura y grave lección, en verdad, que el encanto delicioso del niño en el pesebre no debe velar a nuestra vista. Puesto que el misterio de la encarnación y el misterio del mal están estrechamente relacionados. Frente a esta luz que baja del cielo, la noche del pecado aparece más negra y más densa”.

Los primeros en llegar para adorar al niño nacido en condiciones de gran pobreza, son los pastores, pobres trabajadores a los cuales la noche no trae descanso; hicieron caso, confianzudos, al sorprendente mensaje de los ángeles, diciendo “vamos a Belén, a ver qué ocurrió”. Luego llegan los reyes magos, magos más que reyes, astrónomos, científicos que siguieron a la estrella y, después de alegrarse grandemente frente al niño, hicieron caso a la advertencia recibida y no informaron al malvado rey Herodes. En nuestro tiempo presente, tiempo mexicano, tiempo del mundo, el rey Herodes sigue masacrando a los inocentes. Herodes… el campeón de las tinieblas, en la noche del endurecimiento del corazón, endurecimiento increíble, incomprensible, que afecta a todos los matones, a todos los sicarios y a sus “reyes” Herodes, grandes y chicos, los que dicen: “quítenme a estos que me estorban”. Herodes quiso matar al maestro de la vida, sus imitadores, grandes y chicos, también.

Pero hoy quiero quedarme con las figuras de luz, arrodilladas cerca del pesebre, los fieles pastorcitos, los reyes magos, embajadores de la humanidad toda, los pequeños inocentes, y no olvido al buey y al burro que calientan al niño. ¡Feliz Navidad a todos y paz a los de buena voluntad!




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