2 ene 2015

Podemos, un movimiento repetido/Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón,

Podemos, un movimiento repetido/Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, profesor de Filosofía Política y catedrático de Filosofía en excedencia, respectivamente, son coautores del libro ‘La cultura política liberal’ (Tecnos, 2014).

 El Mundo | 1 de enero de 2015
La diferencia entre el voto a Le Pen y el voto a Podemos es que a la ultraderecha francesa la votan mayoritariamente los jóvenes y los obreros, mientras que el voto de la izquierda radical española es más burgués. Podemos es la izquierda de los profesores que bascula entre el dogmatismo populista latinoamericano y la evanescencia lacaniana europea, y que sirve a nuestra clase media ilustrada la receta de la buena conciencia en tiempos de culpa: ¿qué podemos hacer ante tanta injusticia? El reto abruma, pero la respuesta alivia: vote Podemos.

Una sociedad como la española, fragmentada, empobrecida, debilitada e indignada siente la tentación de dejarse seducir por la llamada directa a la movilización homogénea, urgente, emotiva y populista que lanza ese movimiento. Una llamada a la fusión entre representantes y representados, a las soluciones rápidas, voluntariosas y acríticas; una llamada reactiva al rechazo total de lo establecido más que al análisis pormenorizado y frío de la viabilidad y conveniencia de las propuestas de futuro; una llamada a la entrega a un movimiento que más que social o político es moral. Una lectura atenta del programa de Podemos permite interferir la difusa, inquietante y añeja moralina que impregna muchas de sus propuestas (creación de empleo «decente», un uso «ético» de los fondos europeos, una fiscalidad «verdaderamente justa», una «democratización real» de los medios de comunicación, etc.). Las medidas que propugna no buscan el perfeccionamiento de las instituciones liberales y de su funcionamiento; buscan su destrucción y un aumento sustancial del ámbito de acción y soberanía del Estado, que es presentado bajo la coartada de que equivale sin más a la voz del pueblo. Tal inflación de Estado es cualquier cosa menos una novedad en la historia contemporánea, y sus consecuencias son de sobra conocidas. Como tampoco lo es oponer democracia liberal a democracia «real», «directa» o «radical», que son adjetivos que dotan a la democracia de un sesgo inquietante.
Tal democracia directa implica que, independientemente de las propuestas concretas, el discurso de Podemos subestime las mediaciones y los procedimientos que habrán de conducirnos a los fines deseados; al contrario, el movimiento se limita a proclamarlos en voz alta y exigente; si no se consiguen, siempre se encontrarán los oportunos culpables. Estos rasgos, y otros muchos, traslucen una comprensión de la democracia en términos de identidad de un pueblo sin fisuras y en movimiento, de homogeneidad. No es extraño que en Cataluña no suba tanto como en otros lugares: ERC ya cumple ese papel.
Podemos apela a una voluntad general sin grietas, ajena al pluralismo y a la división de poderes propios de la cultura política liberal que ha construido los regímenes democráticos en todo el mundo. Y como la voluntad popular es una quimera, se hace necesaria la presencia de un líder carismático y la forma de la hegemonía moral y espiritual. Tampoco esto es nuevo. Lo explicó Max Weber hace casi cien años.
Mucho se ha criticado ya las medidas concretas que propone Podemos (reestructurar la deuda, renta mínima, estatalizar los medios de comunicación…) Se ha señalado mil veces que su programa no es de futuro, sino de pasado, que ha sido repetido siempre con los mismos catastróficos resultados. También se ha explicado las causas de su éxito: la crisis económica y sus consecuencias sociales, el desfondamiento del PSOE e IU y el cuestionamiento del bipartidismo por la dureza de muchas de las medidas adoptadas y la insistente presencia de la corrupción; la crisis ideológica de la izquierda europea, que busca en Latinoamérica nuevos referentes; el uso de los medios de comunicación que, por un lado, se han servido del fenómeno Podemos para hacer caja y que, por otro, han sido utilizados por él para darse a conocer. Y, cómo no, un empleo de la retórica que maneja con soltura la falsa evidencia y el sarcasmo. Todo ello aderezado con mensajes populistas que se resumen en el mantra de siempre: los culpables son los políticos, bautizados sagazmente como «la casta». Mensaje, por cierto, al que parece adherirse últimamente Ciudadanos, por aquello de que a río revuelto…
A unos liberales como nosotros nos gustaría celebrar la aparición de Podemos como una prueba del pluralismo político y de ampliación de opciones en el mercado político. Pero defender el mercado no significa que nos gusten todos los productos que se ofertan en él. Podemos ofrece un producto bien conocido, una ideología vieja y obsoleta que, con ropajes de izquierda o de derecha,se está extendiendo por una Europa timorata y reaccionaria. Europa sumida en la parálisis, se muestra incapaz de asumir los retos que implica un crecimiento económico mundial (porque hay que recordar una y otra vez que la economía mundial sigue creciendo), el envejecimiento de la población y la hipertrofia normativa. Ante esa misma situación Japón ha optado por deuda y una lánguida parálisis; pero Japón es un país muy cohesionado y homogéneo, cosas que no se pueden decir de Europa, que parece optar por deuda y populismo. En este contexto, frente a la impersonal, fragmentada y liberal Europa de los mercaderes, pura y caótica sociedad civil, Podemos reivindica la cálida, orgánica y homogénea Europa de los pueblos.
España creía haber superado la maldición latinoamericana del populismo, que en nuestro caso adoptó la forma del franquismo. Nos resistimos a pensar que en el país que sufrió durante cuarenta años el Movimiento Nacional pueda triunfar un nuevo movimiento con distintos ropajes pero esencialmente con los mismos mensajes

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