Cómo
evitar la salida de Grecia/ Miguel Otero-Iglesias y Federico Steinberg son investigadores principales del Real Instituto Elcano.
El
País | 8 de julio de 2015
Los
escenarios a los que se enfrentan la Unión Europea y Grecia después del triunfo
del no en el referéndum griego son extremadamente complejos. Sabemos que la
salida de Grecia del euro (Grexit)está más cerca que nunca, aunque todavía es
evitable. Sabemos que la situación económica en Grecia se va a seguir
deteriorando. Y también sabemos que solo mediante un colosal ejercicio de
liderazgo político se puede evitar el desastre económico y geoestratégico que supondría
la salida de Grecia del euro. Pero, desgraciadamente, también sabemos que desde
que empezó la crisis este tipo de liderazgo ha brillado por su ausencia en
Europa.
Desde
que Syriza llegó al poder en enero, la confianza entre el Gobierno griego y las
instituciones (antes llamada troika) ha desaparecido. El relato dominante se
estructura hoy sobre significantes tan peligrosos y negativos como conflicto,
chantaje y castigo. Y los que antes se llamaban “socios” han pasado a ser
“acreedores”. En este contexto, el acuerdo parece imposible.
Sin
embargo, dado que la mayoría de los griegos quieren permanecer en el euro, y
que cualquier análisis coste-beneficio demuestra inequívocamente que para la
zona euro lo más barato sigue siendo evitar Grexit, todos los esfuerzos
deberían centrarse en alcanzar un acuerdo. Hay que recordar que el peor
escenario posible para los acreedores sería convivir con una Grecia incapaz de
crecer. Aunque Grecia saliera del euro, la UE tendría que seguir apoyándola
financieramente por razones geoestratégicas para evitar que sucumbiera al
abrazo del oso ruso. Para volver a la senda del crecimiento, Grecia tiene que
hacer reformas, y es más probable que esto ocurra dentro del euro que fuera. Se
trata de reactivar la lógica de la solidaridad a cambio de reformas que tantas
veces han funcionado en Europa.
Aunque
está en una tesitura delicada, probablemente el BCE seguirá comprando tiempo
con la extensión de la línea de liquidez de emergencia (ELA, por sus siglas en
inglés), dejando así espacio para la negociación política. No querrá pasar a la
historia como una institución sin legitimidad que por una decisión técnica
expulsó a Grecia del euro. Sin embargo, la fecha límite es el 20 de julio, día
en que Grecia le tiene que pagar 3.500 millones al BCE. Si se llega a ese
impago, saltaríamos ya hacia el abismo del Grexit, ya que el BCE cerraría el
grifo de la liquidez por completo y a las autoridades helenas no les quedaría
otro remedio que introducir una moneda paralela para pagar las pensiones y los
sueldos públicos. Y una vez que se introduce una nueva moneda, es muy difícil
restablecer el euro como la única moneda de curso legal.
Hay,
por lo tanto, algo más de diez días para llegar a un acuerdo que debe cumplir
tres condiciones. Primero, tiene que ser aceptado por los electorados de todos
los países (la zona euro tiene 19 democracias, no solo una). Segundo, hay que
asegurarse de que Grecia realice las reformas estructurales que le permitan
crecer. Los datos de la OCDE muestran que Grecia ha sido el país que más
reformas estructurales ha aprobado en los últimos cinco años (un logro
importante), pero el problema ha estado en su implementación. Esto tiene que
cambiar. Tercero, el nuevo acuerdo tiene que relajar la austeridad y promover
la inversión para que la economía griega pueda volver a respirar. Esto requiere
de cierto alivio en el pago de la deuda, algo que políticamente debería ser más
aceptable ahora que el FMI lo ha recomendado.
Ahora
bien, para que un acuerdo como este sea viable tiene que apoyarse sobre una
estructura de incentivos adecuada. Una quita en la deuda sería políticamente
inaceptable para los acreedores, pero una reestructuración basada en el
alargamiento de plazos y la reducción de tipos de interés sería más digerible.
Paul de Grauwe, uno de los economistas más respetados en Europa, ha argumentado
que Grecia tiene serios problemas de liquidez, pero que todavía no es
insolvente. Esto quiere decir que los acreedores pueden recuperar el 100% de su
dinero (descartando los intereses). Pero sólo lo harán si Grecia comienza a
crecer. Aunque sus formas durante la negociación han sido muy criticables, la
propuesta de Varoufakis de ligar el pago de la deuda al crecimiento sigue
siendo sensata. Esta propuesta, además, le daría la posibilidad tanto a Merkel
como a Tsipras de cantar victoria ante su electorado. Tsipras les podría decir
a los griegos que ha logrado una gran concesión de los acreedores, mientras que
Merkel podría explicarle al contribuyente alemán que esta es la única opción
para asegurar que Grecia pagará hasta el último euro que le debe.
Pero
esto no será suficiente. Merkel, Rajoy y los demás líderes europeos tienen que
convencer a sus electorados de que esta vez Grecia se ha tomado en serio las reformas.
Como Merkel ha afirmado en numerosas ocasiones, la solidaridad tiene que venir
de la mano de la responsabilidad, y la mutualización de riesgos solo es posible
si va acompañada de la mutualización de control. Ésta también es una postura
sensata. Sobre todo porque va al corazón de los problemas de la zona euro:
mientras la unión monetaria no se dote de una unión fiscal (capaz tanto de
gastar como de disciplinar a nivel central), el euro seguirá siendo un proyecto
frágil. Sin embargo, la creación de una unión fiscal implica a su vez una mayor
cesión de soberanía al centro de la unión. En este sentido, la aportación del
Gobierno de España al debate sobre la reforma de la gobernanza del euro ha
lanzado un mensaje muy positivo. En ella se afirma explícitamente que los
Estados miembros tienen que ceder más soberanía. Si un país como España, con su
larga historia, puede dar ese paso, ¿por qué no lo puede hacer Grecia?
Naturalmente,
para crear una auténtica unión fiscal habría que cambiar el Tratado de Lisboa,
y ahora no hay tiempo para eso. Grecia necesita un acuerdo antes de que su
sistema bancario colapse. Por lo tanto, proponemos la creación de una comisión
especial Euro-Griega para las reformas, formada por parlamentarios griegos y de
los otros 18 países de la zona euro (para asegurarse autoría conjunta, lo que
en inglés se conoce como co-ownership), que se encargue de vigilar la
implementación de las reformas estructurales acordadas con la OCDE. Esta
comisión, que podría estar formada por 15 miembros (siete, griegos, y ocho, del
resto de la eurozona) tendría que ser independiente y sus recomendaciones
deberían ser vinculantes para el Gobierno griego. Sabemos que esta propuesta
tendría implicaciones políticas de soberanía y legales, pero pensamos que si Tsipras
la aceptase, Merkel podría convencer a los alemanes de que un tercer rescate
para Grecia es necesario y deseable. Al fin y al cabo, expulsarlos del club del
euro si realmente se hubiera dado con la fórmula para asegurar la reforma de su
economía sería un error histórico.
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