Durante
un encuentro con exponentes de la sociedad civil, el Papa Francisco reconoció
los profundos cambios que experimenta el país sudamericano e insistió una vez
más en la necesidad del diálogo
ANDRÉS
BELTRAMO ÁLVAREZ
Inclusión,
diálogo y encuentro. Tres palabras clave para Ecuador. Sólo así se podrá dejar
“en el
doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma
de libertades”. Lo dijo el Papa, la tarde de este martes al reunirse con
exponentes de la sociedad civil en Quito. Un discurso que dejó en claro cómo
Francisco está consciente que aún resta mucho trabajo por hacer para la
política ecuatoriana, no obstante reconozca los cambios profundos impulsados por
el gobierno de Rafael Correa.
Tras un recorrido en papamóvil, la tarde de
este martes, el pontífice llegó hasta la iglesia de San Francisco. Antes de
ingresar, recibió las llaves de la ciudad de manos de Mauricio Rodas Espinel.
Luego escuchó los testimonios de laicos empeñados en labor social, quienes
contaron sus experiencias.
Al tomar la palabra reconoció que el Ecuador,
como otros pueblos latinoamericanos, experimenta hoy “profundos cambios
sociales y culturales”, pero también nuevos retos que requieren la
participación de todos los actores sociales.
Entre ellos mencionó a la migración, el consumismo, la crisis de la familia, la
falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que
constituyen una amenaza a la convivencia social. “Las normas y las leyes,
así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión,
abrir espacios de diálogo, de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo
cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La
esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los
ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento
económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas
macroeconómicas, con un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme
y bien cohesionado”, insistió.
Jorge Mario Bergoglio inició su mensaje
confesando sentirse “como de casa”, por haber recibido poco antes las llaves de
la ciudad. A partir de ahí desarrolló una profunda reflexión sobre la justicia
social, la pobreza, la exclusión y la explotación de la naturaleza. Aseguró que
la sociedad gana cuando cada persona y cada grupo social, se siente
verdaderamente de casa; como ocurre en una familia donde los padres, los
abuelos y los hijos son de casa, ninguno está excluido y si uno tiene una
dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su
ayuda, lo apoyan; porque su dolor es de todos. “¿No debería ser así también en
la sociedad?”, se preguntó. Pero constató que, en realidad, las relaciones
sociales o el juego político muchas veces se basa en la confrontación y en el
descarte. “Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de
vencer al otro, de imponerme. ¿Es ser familia eso?”, ejemplificó. Destacó que,
por el contrario, en las familias todos contribuyen al proyecto común, todos
trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo sino al contrario, lo
sostienen, lo promueven. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por
todos. “¡Eso es ser familia!: si pudiéramos ver al oponente político, al vecino
de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas o esposos, padres o
madres. ¿Amamos nuestra sociedad? ¿Amamos nuestro país, la comunidad que
estamos intentado construir? ¿La amamos en los conceptos disertados, en el
mundo de las ideas?, ¡Amémosla en las obras más que en las palabras! En cada
persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. El amor siempre tiende a
la comunicación, nunca al aislamiento”, añadió.
Según el líder católico, asumir que la propia
opción no es necesariamente la única legítima es un “sano ejercicio de
humildad” y al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus
limitaciones, se puede ver la riqueza que entraña la diversidad. Defendió que
los hombres y los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a
veces suponga cometer errores. Asentó que en el respeto de la libertad, la
sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que
pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común.
Precisó que el diálogo es necesario, fundamental para llegar a la verdad, que
no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. “En una
democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos
indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y
cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas
imprescindibles en este diálogo”, ponderó.
Advirtió que lo que cada uno es y tiene ha
sido confiado para ponerlo al servicio de los demás, y la propia tarea consiste
en que fructifique en obras de bien porque “los bienes están destinados a
todos, y aunque uno ostente su propiedad, pesa sobre ellos una hipoteca
social”. Constató que así se supera el concepto económico de justicia, basado
en el principio de compraventa, y se sustituye por el concepto de justicia
social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una vida
digna.Pidió que la explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el
Ecuador, no busque el beneficio inmediato porque ser administradores de esa
riqueza recibida compromete con la sociedad en su conjunto y con las futuras
generaciones, a las que no se podra legar este patrimonio sin un adecuado
cuidado del medio ambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la
contemplación del mundo creado. “¡Nosotros hemos recibido como herencia de
nuestros padres el mundo, pero también como préstamo de las generaciones
futuras a las que se lo tenemos que devolver!”, exclamó.
Y estableció: “De la fraternidad vivida en la
familia nace la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar
al necesitado, sino en ser responsables los unos de los otros. Si vemos en el
otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, apartado. También la Iglesia
quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales,
educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo
profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más
necesitados”.
Tras despedirse de la catedral, abordó de
nuevo el papamóvil y afrontó otro baño de multitudes. El entusiasmo se desbordó
por las calles de Quito, en su recorrido hasta la Iglesia de la Compañía, que
visitó en privado para rezarle a la Virgen Dolorosa, imagen recordada porque
lloró y parpadeó ante estudiantes del Colegio de los Jesuitas de San Gabriel,
el 20 de abril de 1906.
Vatican Insider. 07/
8/2015
Francisco
a los religiosos: «Gratuidad y no caigan en el alzheimer espiritual»
El
obispo de Roma se encuentra con el clero, los religiosos, religiosas y
seminaristas en el Santuario Nacional Mariano “El Quinche” antes de partir
hacia la capital de Bolivia, La Paz. “La gratuidad es una gracia que no puede
convivir con la promoción”
Este
Santuario mariano fue construido en 1928 y hace treinta años proclamado
santuario mariano nacional de Ecuador, y en él se venera una estatuita de 60
centímetros de la Virgen Niña, esculpida en 1586 por don Diego de Robles,
artista de la escuela de Quito. Fue un encargo de los indígenas Lumbicí, pero
como no lograron pagarle al escultor, la cedió a los Oyacachi, que la quisieron
porque era idéntica a la Virgen que se les apareció en varias ocasiones.
Papa
Francisco abandonó el discurso que había preparado ("Tengo que decirles
algo, tengo un discurso preparado, pero no tengo gana de leer. Así que se lo
doy al presidente de la conferencia de religiosos para que lo haga público
después"), y reflexionó con ideas semejantes a las que expresó durante el
encuentro mundial de los sacerdotes en Roma el pasado 11 de junio, en la
Basílica Vaticana.
“Pensaba
en la Virgen -comenzó Papa Francisco-, pensaba en María. Dos palabras de María…
ya me está fallando la memoria, pero no sé si dijo alguna otra: ‘Hágase en mí’.
Bueno, sí, pidió explicaciones: por qué la elegían a ella. Y la otra: ‘Hagan lo
que Él les diga’. María no protagonizó nada. Discipuleó toda su vida. La
primera discípula de su Hijo y tenía consciencia de que todo lo que ella había
traído era pura gratuidad de Dios, consciencia de gratuidad. Por eso esta es la
gratuidad de Dios, religiosas, religiosos, seminaristas, consagrados y
consagradas, todos los días vuelvan hagan ese camino de retorno hacia la
gratuidad con que Dios los eligió”.
Y
después recordó que nadie pagó “entrada para entrar al seminario, a la vida
religiosa; no se lo merecieron. Si algún religioso o religiosa cree que se lo
mereció, que levante la mano. Todo gratuito y toda la vida de un religioso, de
una religiosa, de un consagrado, de una consagrada, de un seminarista que va
por ese camino (y ya que estamos digamos y de los obispos), tiene que ir por
este camino de la gratuidad volver todos los días: ‘Me salió bien esto, tuve
esta dificultad, pero todo viene de Vos’. Todo es gratis”.
Si
olvidamos que somos objeto de la gratuidad de Dios, continuó el Papa,
“lentamente nos vamos haciendo importantes. ‘Y mirá vos a este, qué obras que
está haciendo. Lo hicieron obispo de tal, ay qué importante’. Y ahí, lentamente nos vamos apartando de esto
que es la base de lo que María nunca se apartó: la gratuidad de Dios. Consejo
de hermano: todos los días, a la noche quizás, es lo mejor antes de irse a
dormir, una mirada a Jesús y decirle: “Todo me lo diste gratis”. Y volverse a
situar entonces: cuando me cambian de destino no pataleo, porque todo es
gratis, no merezco nada. Eso hizo María”. Después, el Papa recomendó leer la
“Redemptoris mater” de Juan Pablo II, en donde dice que “Quizá María, no
recuerdo, en el momento de la Cruz su fidelidad hubiera tenido ganas de decir:
‘¿Y este, me dijeron que iba a salvar a Israel? ¡Me engañaron!’. No lo dijo,
porque era la mujer que sabía que todo lo había recibido gratuitamente”.
San Pablo, según el Papa, “intuía este peligro
de perder la memoria, y a su hijo más querido el obispo Timoteo, a quien el
ordenó, le da consejos pastorales, pero hay uno que toca el corazón: no te
olvides de la fe que tenían tu abuela y tu madre, es decir no te olvides de
dónde te sacaron, no te sientas promovido, no te olvides de tus raíces. La
gratuidad es una gracia que no puede convivir con la promoción, y cuando un
sacerdote, un seminarista, una consagrada, un consagrado entra en carrera, no
digo mal, carrera humana, empieza a enfermarse de alzheimer espiritual y
empieza a perder la memoria de dónde me sacaron”.
“Dos
principios para ustedes: todos los días -aconsejó Papa Francisco- renueven el
sentimiento de que todo es gratis, el sentimiento de gratuidad de la elección
de cada uno de ustedes; ninguno la merecimos, y pídanle la gracia de no perder
la memoria, de no sentirse más importante. Y es muy triste cuando uno ve a un
sacerdote, a una religiosa, a un religioso, a un consagrado, a una consagrada
que en su casa hablaba el dialecto o hablaba otra lengua, una de esas nobles
lenguas antiguas que tienen los pueblos (Ecuador cuántas tiene), y es muy
triste cuando se olvidan de la lengua, es muy triste cuando no la quieren
hablar, significa que se olvidaron de dónde los sacaron”.
“Que
nuestra pastoral -concluyó entre los aplausos de los presentes- sea gratuita. Y
es tan feo cuando uno va perdiendo este sentido de gratuidad y se transforma…
sí hace cosas buenas, pero ha perdido eso. Y lo segundo, la segunda actitud que
se ve en un consagrado, en una consagrada, en un religioso, en una religiosa,
en un seminarista, que vive esta gratuidad y esta memoria es el gozo y la
alegría. Y es un regalo de Jesús ese. Es un regalo que Él nos da si se lo
pedimos y si no nos olvidamos de esas dos columnas de nuestra vida sacerdotal o
religiosa que son el sentido de gratuidad renovado todos los días y no perder
la memoria de dónde nos sacaron. Yo les deseo esto. ‘Sí, padre usted nos habló
que la receta de nuestro pueblo era… somos así por lo del Sagrado Corazón’.
Pero yo les propongo otra receta: el sentido de la gratuidad Él se hizo nada,
se abajó, se humilló, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Pura
gratuidad”.
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