“Frente a quienes han exigido el boicot de la cinta, la libertad de expresión debe prevalecer, si bien es claro que ésta afecta la reputación de personas que no han sido declaradas legalmente muertas….“Volpi
Las
noches de Iguala/Jorge
Volpi
Reforma, 24
Oct. 2015
Invitado
por mis editores de Penguin Random House, hace unas semanas acudí a casa de
Jorge Fernández Menéndez a una proyección privada de La noche de Iguala,
escrita por él y Bibiana Belsasso, y dirigida por Raúl Quintanilla, quien
también se encontraba presente. Mientras observaba el docudrama -pues éste es
el problemático género al que pertenece- una sensación de hondo desasosiego, de
repulsión incluso, se fue apoderando de mí. En cuanto terminaron los créditos,
me apresuré, junto con otros invitados, a expresar mi opinión sobre lo que
habíamos visto. Debo decir que Jorge Fernández y su equipo escucharon
atentamente nuestras críticas, que ahora trataré de condensar en estas líneas.
Según
nos dijeron, La noche de Iguala intenta ofrecer una verdad "incómoda"
sobre los hechos ocurridos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014. En términos
generales, no se aleja demasiado de la "verdad histórica" del
procurador Jesús Murillo aram, excepto en un punto en el que se atreve a ir
mucho más lejos: Fernández Menéndez y sus colaboradores se muestran
absolutamente convencidos de que algunos de los jóvenes estudiantes de la
Normal de Ayotzinapa, así como su director, estaban al servicio del cártel de
Los Rojos. Ésta es, para ellos, la razón de la barbarie: no se trata, como
apunta la PGR, de que hubiesen sido confundidos con criminales, sino de que en
efecto algunos de ellos -y en particular su líder, El Cochiloco- lo eran.
No
es la primera vez que surge esta versión, pero nadie lo había hecho con tanta
certeza ni tantos medios. El problema central del docudrama se encuentra en que
esta posibilidad no es presentada como tal, es decir, como una línea de
investigación entre tantas, sino como un hecho cierto. En ningún momento rebate
otras versiones o confronta miradas distintas. Es, en este sentido, una
película profundamente autoritaria. O ideológica, en el sentido de Umberto Eco:
una narración que, sin contar con pruebas definitivas, se inclina a priori por
un punto de vista y lo presenta como una verdad única. Nos hallamos, pues,
frente a una narración que se halla mucho más cerca de la propaganda que del
periodismo de investigación al que afirma inscribirse.
Lo
terrible -diría: lo inmoral- de La noche de Iguala es que, ante la falta de
argumentos definitivos, recurre a la recreación o dramatización para convencer
al espectador. No es otra la razón de que observemos a un grupo de actores
representando el papel que Fernández Menéndez y su equipo han querido
adjudicarles: el de jóvenes pendencieros, manipulados por unos líderes
criminales y sin escrúpulos que los conducen dócilmente hacia la muerte. Frente
a quienes han exigido el boicot de la cinta, la libertad de expresión debe
prevalecer, si bien es claro que ésta afecta la reputación de personas que no
han sido declaradas legalmente muertas.
En
la parte auténticamente documental de La noche de Iguala, Fernández Menéndez
realiza un interesante panorama de la tradición revolucionaria y del tráfico de
heroína en Guerrero, pero que no tiene otro objetivo que presentar un contexto
creíble para la parte dramática -esto es: para la ficción- que completa su
película. Y es allí donde uno advierte el carácter manipulador, perverso, del producto:
un artefacto que mezcla hechos e interpretaciones y las vende como realidades.
Si
de por sí resulta procaz la idea de encarnar a los jóvenes de Ayotzinapa con
actores -que para colmo parecen revoltosos de clase media de la UNAM y no
miembros de familias campesinas-, lo que más irrita es la brutal falta de
empatía hacia quienes, incluso en esta turbia versión, no dejan de ser
víctimas. En ningún momento se aprecia un destello de humanidad hacia los
muchachos. En vez de ello, el discurso apunta los juicios de esa porción de la
sociedad que sigue pensando que ellos "se lo buscaron" y elimina todo
atisbo de responsabilidad estatal en la masacre.
Al
pretender convencernos de que la tragedia de Ayotzinapa no es sino el producto
de un ajuste de cuentas entre criminales, olvidándose alevosamente de todo lo
ocurrido en este año, de la búsqueda de justicia y de la compasión que merece
cualquier víctima, La noche de Iguala en poco contribuye a resolver las dudas
que aún plantea el caso y a la postre quedará sólo como una prueba más de la
brutal incomprensión de nuestras élites frente al dolor de decenas de familias
mexicanas cuyos hijos fueron torturados, asesinados y desaparecidos por las
autoridades que debían defenderlos.
@jvolpi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario