9 nov 2015

Hartazgo y miedo, abono para los linchamientos

 Hartazgo y miedo, abono para los linchamientos/GABRIELA HERNÁNDEZ
Revista Proceso # 2036, 8 de noviembre de 2015
El atroz linchamiento de los hermanos Copado Molina en Ajalpan no es un caso aislado. Al menos 26 estallidos de violencia popular han tenido lugar en Puebla en los últimos 13 meses. Para los especialistas, el fenómeno es reflejo de una situación alarmante: el aumento de la presencia del crimen organizado –con toda la cauda de muertes y desapariciones que eso conlleva– y la inacción de las autoridades municipales, preocupadas por quedar bien con un mandatario, Rafael Moreno Valle, que sólo conoce la entidad “desde su helicóptero”.
PUEBLA, Pue.- El estado de la rueda de la fortuna, los puentes atirantados, pueblos mágicos y obras faraónicas que el gobernador Rafael Moreno Valle exhibe en los medios para acreditarse como presidenciable contrasta con la realidad de sus municipios, donde el hartazgo, la ingobernabilidad y la barbarie se han vuelto cotidianos.
 El linchamiento de dos encuestadores, que habitantes de Ajalpan confundieron con secuestradores, el pasado 19 de octubre, no es un caso aislado: tiene como antecedente 26 acontecimientos similares en los últimos 13 meses en 20 diferentes municipios de esta entidad.

 Días antes de que una turba quemara vivos a los hermanos Rey David y José Abraham Copado Molina, en otro pueblo, Cohuecán, en la Mixteca poblana, los lugareños machetearon y ahorcaron a dos hombres que intentaron secuestrar a una joven.
Y después de lo sucedido en Ajalpan ha habido otros dos intentos de linchamiento: en Coronango y en Palmar de Bravo.
El total es de 29 desbordamientos sociales de ese tipo en poco más de un año, que han tenido como saldo seis muertos y 42 rescatados, la mayoría gravemente heridos, así como millones de pesos en pérdidas por la quema de vehículos y la destrucción y saqueo de edificios.

En todos los casos los linchadores argumentaron prácticamente lo mismo: la ira por la creciente inseguridad, el hartazgo por la indiferencia y la desconfianza en la actuación de sus autoridades.

Los pobladores denuncian que además de la proliferación de robos, abigeato, asaltos en carreteras, asesinatos y violaciones, en los últimos meses han resentido delitos que antes no les eran comunes, como desapariciones, secuestros, robo de muchachas y la aparición de cuerpos sin órganos, que atribuyen a la presencia de grupos de la delincuencia organizada.

Por ello, en comunidades como Chietla, San Nicolás de los Ranchos, Nealtican, Atzala, Xalitzintla y otras, los lugareños han anunciado la formación de autodefensas o guardias comunitarias.

Desde el pasado septiembre, los habitantes de Chietla, en la Mixteca, se armaron con escopetas, machetes, palos y piedras. En el caso de San Nicolás de los Ranchos, en las faldas del Popocatépetl, la gente advierte que pese a lo ocurrido en Ajalpan, está decidida a ajusticiar a los delincuentes que atrape.

Un pronunciamiento similar hicieron hace apenas unos días ganaderos de la Sierra Nororiental y ese tipo de advertencias se ven en colonias y barrios de Tehuacán, Puebla, Cuautlancingo, Cholula, Zaragoza, Momoxpan, Amozoc y San Martín Texmelucan.

“Vecino vigilante. Si te agarramos, te linchamos” o “Los vecinos estamos en constante vigilancia; si te sorprendemos robando, grafiteando, dañando vehículos o propiedades, te vamos a linchar”, alertan en mantas.

A este enojo social se suma que al menos 18 presidencias municipales han sido tomadas en lo que va de este año; siete aún están en poder de grupos inconformes: Santa Isabel Tlanepantla, Chiautzingo, General Felipe Ángeles, Tepango de Rodríguez, Chietla, Jolalpan y Santa Clara Ocoyucan.

En esos casos, además de la inseguridad, los manifestantes se quejan de corrupción, nepotismo y abusos de sus alcaldes.

En Chietla, Altepexi, San Lorenzo Chiautzingo, Ajalpan y Felipe Ángeles, las turbas quemaron o saquearon edificios y vehículos municipales, casas y negocios de los ediles; en algunos casos se apoderaron del armamento de los policías y expulsaron a sus autoridades.

Cuando falta poco más de un año para que termine el sexenio panista, a este escenario se añaden las comunidades que se han declarado en resistencia contra los megaproyectos y las políticas morenovallistas. Es el caso de la presidencia auxiliar de San Miguel Canoa, que ya cumplió un año en poder de sus habitantes.

También se suman las constantes marchas que reclaman un alto a la represión contra estudiantes y maestros, las protestas por los feminicidios y las demandas de liberación de más de 240 presos políticos de los que se tiene registro en este sexenio.

Ajalpan

“Aquí lo que pasó fue por el enojo de la gente y este enojo tiene muchas causas”, asegura una habitante de Ajalpan que, aunque temerosa, accede a hablar con Proceso.

En principio, recuerda, Ajalpan fue la primera población donde Moreno Valle aplicó la “Ley Bala”, aprobada el 19 de mayo de 2014.

El 26 de mayo de ese año, policías estatales y municipales dispararon balas de goma y lanzaron gases lacrimógenos contra quienes se manifestaban contra el alcalde Gustavo Lara Torres; se quejaban porque éste impuso multas por caminar debajo de la banqueta o ir en sentido contrario en bicicleta. Cuatro de los integrantes del grupo inconforme fueron encarcelados y hasta la fecha están sujetos a proceso judicial.

Los cartuchos, idénticos a los utilizados en Chalchihuapan –donde un niño murió por una bala de goma–, fueron mostrados en ese entonces a la prensa. La gente incluso denunció que un menor resultó herido, pero su madre fue obligada a salir del pueblo para esconderlo.

Durante meses, un grupo de pobladores llevó escritos al Congreso local, a la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) y al senador poblano Miguel Barbosa.

La exdiputada perredista Roxana Luna Porquillo recuerda que muchas veces le pidieron al gobierno establecer una mesa de diálogo, pero los pobladores nunca fueron recibidos. La CEDH sólo archivó el caso.

En julio de 2014, habitantes de las juntas auxiliares de Ajalpan y Tehuacán también protestaron por las reformas a la Ley Orgánica Municipal y de la misma forma fueron reprimidos. En los dos casos hubo heridos por las balas de goma, refiere la entrevistada.

El 23 de octubre de ese año se manifestó otro suceso que abonó al enojo social.

Algunos lugareños atraparon a un hombre que había robado en una iglesia, pero la ira se desbordó cuando se dieron cuenta de que la policía lo había dejado en libertad. Con piedras rompieron los vidrios de la Presidencia Municipal.

Además, como sucedió en otros municipios de la región, la percepción de inseguridad se disparó en los últimos meses. Incluso, los propietarios de maquiladoras denunciaron asaltos constantes.

“Lo que más alarma generó fue la desaparición de un pastorcito que días después encontraron sin órganos”, aseguran los entrevistados.

A todo esto se suman los rumores de que las autoridades municipales son cómplices de bandas dedicadas al robo de combustible y que dieron entrada a Los Zetas.

Días antes del 19 de octubre cundieron mensajes de alarma: “Se están robando muchachas” o “vayan por sus hijos a las escuelas, porque en una camioneta blanca andan robachicos”.

“Había una psicosis, combinada con mucho enojo, parte generada por lo que ya había pasado y parte por los mensajes que empezaron a circular”, explica uno de los lugareños.

El párroco de Ajalpan, Enrique Camargo, relata que para cuando las campanas de la iglesia fueron tocadas por un grupo de mujeres, ya había cientos de personas en la plaza. Muchas de ellas, de poblaciones vecinas de Zinacatepec y Altepexi.

En esta última localidad, el 6 de octubre una muchedumbre había saqueado un negocio y quemado una camioneta del alcalde, molesta porque no le permitieron linchar a dos ladrones.

El alcalde Lara Torres aseguró primero que sí pidió a tiempo el apoyo de la Policía Estatal. Días después se desdijo.

Moreno Valle emitió un comunicado para responsabilizar de lo ocurrido al municipio y anunciar que tomaría el control de la seguridad de Ajalpan.

A unos días del linchamiento, en la localidad lo que reina es el miedo. La Policía Estatal, apoyada por militares y marinos, colocó retenes a la entrada y, por la madrugada, rompió ventanas y puertas de casas para detener a los supuestos responsables.

“Han detenido gente a diestra y siniestra y algunos ni siquiera tienen que ver con los hechos”, sostiene uno de los entrevistados.

Ingobernabilidad

Fernando Cuéllar Muñoz, presidente del Centro de Derechos Humanos Joel Arriaga, asegura que detrás de toda esta virulencia social, que ha tenido su máxima expresión en el linchamiento en Ajalpan, lo que hay es una ausencia de la autoridad.

“Esto tan terrible que ocurrió en Ajalpan es la total ausencia de las instituciones del estado de Puebla, que andan más ocupadas en la frivolidad de que quiero ser presidente, grillando, persiguiendo gente que le resulta incómoda, a realmente sentarse con los ciudadanos y generar políticas públicas para prevenir el delito y garantizar el estado de derecho”, señala.

Menciona que las autoridades poblanas han boicoteado o incumplido múltiples citas para mesas de diálogo que su organización ha propuesto con habitantes de Nealtican, que también están preocupados por la violencia en esa región.

Esto, indica, además de ser resultado de que Moreno Valle conoce a Puebla sólo desde su helicóptero y está convencido de que lo único que requiere para gobernar es “mano dura”, se deriva de las alianzas que el mandatario ha tejido con los alcaldes, sin importar partidos, a quienes brinda impunidad con tal de que apoyen su proyecto político.

Tal es el caso del propio alcalde de Ajalpan, priista, quien días antes del linchamiento se presentó como líder de un grupo de ediles para respaldar a Antoni Gali, favorito de Moreno Valle en la sucesión gubernamental.

Marcos Mazatle, del Movimiento por la Alternativa Social, señala que los desbordamientos sociales son resultado de que la Procuraduría estatal y las Secretarías de Seguridad Pública y Gobernación son usadas para represión y control social y no para garantizar justicia, seguridad y gobernabilidad.

En el mismo sentido, Isabel Allende Cano, dirigente estatal del PRI, afirma que pretender responsabilizar de lo ocurrido en Ajalpan sólo a las autoridades municipales y la población misma, es querer “tapar el sol con un dedo”.

“Definitivamente hay un problema grave de ingobernabilidad extendida en todo el territorio poblano”, opina.

Roxana Luna Porquillo afirma que esto tiene como antecedente la reforma a la Ley Orgánica Municipal que promovió Moreno Valle, la cual extinguió a los ministerios públicos y jueces de paz en las más de 500 juntas auxiliares.

Esa reforma, realizada en 2014 y que originó la manifestación en Chalchihuapan en donde resultó muerto un niño, convirtió a muchas comunidades “en pueblos sin ley”, asegura. Esto se combinó, agrega, con el despido que hizo el gobierno de 400 policías estatales, 80 agentes del Ministerio Público, 40 ministeriales y 30 peritos.

Al mismo tiempo, comenta, el mandatario dio poder a los ediles, pues funcionarios estatales les dieron instrucciones de ubicar a grupos inconformes para acallar protestas.

El asunto que acapara ahora la atención del mandatario, considera, es ganar la llamada minigubernatura, para sostener su proyecto presidencial.

El asunto de la gobernabilidad, resume, no es algo que interese; tan es así, que la Secretaría General de Gobierno no tiene un titular, y aun con lo ocurrido en Ajalpan no hay señales de un cambio.

La reacción hasta ahora, como ocurrió en Chalchihuapan, es desatar una “cacería de brujas”, sin importar si los detenidos son o no culpables, sino para justificar ante la opinión pública que “se están haciendo justicia”, refiere.

La exdiputada Luna menciona que prueba de que la gobernabilidad no importa es que a un año de que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió la recomendación por Chalchihuapan, el gobierno de Puebla sigue sin los protocolos para atender demandas sociales y de seguridad, que esa institución le exigió.

“Si el gobierno hubiera hecho caso, yo creo que estuvieran muy atentos; pero como no les importa, las situaciones los rebasan, como ocurrió en Ajalpan.

“Sin justificar lo ocurrido, que fue muy grave –advierte–, lo que hay que ver también es lo que pasó antes y que derivó en esto, porque sí, se debe castigar a los responsables materiales, pero hasta ahora a ninguna autoridad se le están fincando responsabilidades.”

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