18 feb 2017

Del libro "Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y...."

-Mi general, con todo respeto. Usted no tiene por qué insultar al joven licenciado (Diaz Ordaz). El licenciado es un licenciado, usted y yo somos soldados...". Así le dijo el general García Barragán al entonces gobernado de Puebla, Maximino Avila Camacho..
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Revista Proceso # 2103, 19 de febrero de 2017
La milicia ya sufría una “crisis existencial”/ Juan Veledíaz.

A principios de 1958, el mayor José María Ríos de Hoyos, profesor de la Escuela Superior de Guerra, escribió una inaudita crítica al Ejército mexicano, inmerso en una corrupción descarada en los ascensos del escalafón militar y con una nómina gerontológica que se amparaba, decía, “bajo el paraguas de la Revolución”. Para el autor de ese demoledor ensayo, publicado en la revista Siempre!, el Ejército vivía una “crisis existencial”.
 El reportero Juan Veledíaz recupera este pasaje en el capítulo VI de su libro Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército mexicano, recién publicado por Ediciones Proceso y que aquí se adelanta.
 El volumen será presentado el sábado 25 en la 38 Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
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José Pagés Llergo estaba sentado frente a su escritorio con unos papeles en la mano cuando un hombre vestido con uniforme de oficial del Ejército entró a su oficina. Vio que traía un folder bajo el brazo, le señaló un asiento y preguntó:
–¿De qué se trata?

El hombre le entregó la carpeta mientras se sentaba.
El legendario periodista tabasqueño –conocido desde entonces como El Jefe Pagés– lo miró extrañado. No pensó que quien momentos antes se había anunciado fuera un militar.
–Aquí traigo estos artículos, quiero que me haga el favor de leerlos. Si le son de interés, puede publicarlos.
El folder contenía un análisis crítico del último discurso de Adolfo Ruiz Cortines sobre el Ejército, leído semanas atrás en la conmemoración del Día del Soldado.
–Creo que el presidente no está bien informado –comentó el visitante.
José María Ríos de Hoyos llegó esa mañana a las oficinas de la revista Siempre! con una “bomba” redactada en 20 cuartillas. Un par de fotos publicadas semanas después en esas páginas lo mostraban sentado con el quepí en las manos. Lucía sereno, cabello negro corto, quebrado, y bigote bien recortado. Iba ataviado con su uniforme de gala, impecable en el planchado, del que resaltaban sus insignias. En la bocamanga las marruecas de oficial de Estado Mayor, y en las hombreras la estrella solitaria de mayor de infantería.
El escrito que llevaba era resultado de charlas, discusiones y análisis sobre la situación que se vivía en las Fuerzas Armadas del país con sus colegas en la ESG (Escuela Superior de Guerra), donde se desempeñaba como profesor de sociología y estrategia militar. Una mirada interna sobre el tiempo y circunstancia que le había tocado vivir, preocupaciones de un joven oficial que inició su carrera castrense con el general Manuel Ávila Camacho de presidente, en la época de los caciques de la Revolución, y que tres lustros después veía que nada cambiaba ni se actualizaba.
–Cómo no. Déjemelo –recuerda que le dijo Pagés–. Venga en tres días.
Ríos de Hoyos salió de las oficinas de la revista que dirigía el hombre que se volvió célebre en la prensa mexicana por haber sido uno de los pocos reporteros que viajó a Europa antes de la Segunda Guerra Mundial para entrevistar a Hitler, Mussolini y al Papa Pío XII.
Días después Pagés le llamó y le dijo que el texto le parecía “sumamente interesante”. Jamás pensó que algo como lo que ahí se decía ocurriera al interior del Ejército.
–Vamos a publicarlo, nada más que está muy largo. Quiero que me lo haga en tres partes, ¿puede hacerlo?
Ríos de Hoyos se fue. Días después regresó. El viejo director revisó el manuscrito y aceptó.
–Muy bien. Se publica, asintió El Jefe Pagés.
Ríos de Hoyos recordaba que desde ese momento lo invadió una angustia que le sabía a presagio. Pensaba que si no publicaban su artículo se moriría. A su alrededor todo se ralentizó de tal manera que los días le parecían eternos.
“Si Pagés no lo publica para mí hubiera sido la muerte. Me hubieran agarrado en frío, porque la publicación fue mi defensa. Si se supiera que se queda todo en silencio, me agarraban al descubierto y entonces…”
La ansiedad lo movía. Comenzó a visitar las oficinas de la revista cada tercer día. La tercera ocasión Pagés se molestó y le dijo:
–Le dije que lo voy a publicar, ¿no?
Y ya no dio más explicaciones.
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“Pagés tardó dos semanas, pero cumplió su palabra”, decía el general de división retirado José María Ríos de Hoyos años después, sentado a la mesa de un café una tarde de otoño en el centro de Monterrey.
La primera de tres partes se publicó a finales de abril de 1958. Traía aviso en portada y fue desplegado en cuatro páginas. El título decía: Grandezas y miserias del Ejército mexicano. La verdadera situación de nuestras Fuerzas Armadas puestas al desnudo. Una foto de unos soldados durante una práctica a campo abierto preparando un artefacto de artillería abría el texto del lado izquierdo. A la derecha una imagen del autor sentado en las oficinas de la revista. En un párrafo se leía que era una disertación sobre la ética, la guerra y la identidad del Ejército mexicano.
En octubre de 2003, el general Ríos de Hoyos recordaba con ironía que la publicación de los artículos le valió ser conocido como el “precursor del periodismo militar subversivo”. Y todo porque se atrevió a hacer públicas las interrogantes que muchos oficiales tenían por esas fechas. ¿Estaba el Ejército en condiciones de defender al país contra cualquier agresor externo? Se entendía por “cualquier agresor” a cualquier ejército moderno. ¿Cuál era la capacidad combativa de las Fuerzas Armadas en ese momento? ¿Existía una doctrina de guerra en el Ejército? ¿En qué consistía?
Desarrollar una respuesta compleja para cuestiones básicas, en los tiempos en que los acontecimientos en el mapa internacional iban a mayor velocidad. Su escrito partía de la realidad que había una diferencia abismal del Ejército comparado con el de países desarrollados. En 1958 las Fuerzas Armadas mexicanas habían sido consideradas en el lugar 16 de capacidad combativa en el mundo.
“Lo que fuera, pero no veíamos al agresor por ningún lado. Podía ser Estados Unidos en caso de que alguna acción del gobierno mexicano fuera dirigida de tal manera que lo afectara. Pero en todo lo que era conflicto de México con Estados Unidos se hablaba, y se llegaba a algún arreglo con más o menos ventaja para los estadunidenses, y más o menos cosas aceptables para México, pero siempre ellos llevándose la mayor parte”. Experiencias como esas habían ocurrido con temas sobre la frontera y la economía, explicaba.
Ríos de Hoyos iniciaba su texto con una crítica a la corrupción descarada que imperaba en los ascensos del escalafón militar. La existencia de una gran cantidad de oficiales de alto rango, cientos de generales de edad avanzada que permanecían en servicio activo. La nómina gerontológica bajo el paraguas de la “Revolución” era uno de los rostros que retrataba a la milicia mexicana de entonces. Había tantos generales en el Ejército que tocaba de a pelotón por general, decía. Eran demasiados generales para tan poco Ejército. Tiempo después, tras el triunfo de la Revolución cubana, Raúl Castro diría que en el Ejército mexicano para llegar a general bastaba con no morirse.
No se trataba de cuestionar los méritos de todos los viejos soldados de la Revolución. Pero era necesario aceptar también que tan pronto el movimiento armado se consumó, muchos militares que participaron empezaron a desvirtuar “estos grandes méritos realizando dentro y fuera del Ejército actos que van en contra de toda ética”.
El mal ejemplo que imperaba se reflejaba en la falta de cariño de la población y el temor que se le tenía a la milicia. Cualquier oficial se enteraba del enriquecimiento indebido de muchos viejos soldados, era habitual el mal uso de ciertas partidas del presupuesto para gastos de operación. El agio inmoderado basado en préstamos con exorbitantes intereses, limitaba a los oficiales jóvenes que la sufrían junto al resto de la tropa. Había un compromiso histórico que los viejos revolucionarios pasaban por alto, el legado profesional que dejarían a las nuevas generaciones de militares.
“Dicha herencia tendrá influencia directa en el futuro próximo de las Fuerzas Armadas y en consecuencia en el futuro del país, futuro que se integrará por la acción de esas dos nuevas generaciones”, escribió Ríos de Hoyos.
El Ejército tenía una “crisis existencial”. Decía que la labor de la milicia sólo podía ser clara y evidente cuando va a la guerra. “Cuando combate, cuando el soldado puede oponer su pecho a las balas. Y como esto no sucede, hoy por hoy nuestro caso resulta que en verdad las clases humildes temen al militar en vez de quererlo, o por lo menos le tienen profundo recelo; las clases acomodadas con ínfulas de nobleza le dispensan un marcado desdén; y la gran masa de la clase media lo ve con indiferencia, con una cruel indiferencia que raya en el desdén, y como consecuencia de esto el militar mexicano se siente lastimado, fuera de lugar, insatisfecho de su condición de soldado sin base para hacer acto de fe profesional, sin estímulo, completamente desorientado”.
Una crisis como la que vivía era algo que solía ocurrir durante un periodo de transición. Cuando la milicia había sido en primer momento instrumento de opresión, y después se transformó o fue sustituido por “un Ejército del pueblo, por el pueblo mismo” que se armó en defensa de sus intereses. “Y en ese periodo de transición en que sociedad y Estado se acomodan y estructuran definitivamente, sucede que el Ejército no obstante ser nuevo y estar acorde con esa nueva estructura, tan pronto como cesa de estar en guerra se convierte en una especie de gendarmería. Se siente avergonzado de sí mismo y no sabe lo que hace ni lo que es; ese cuerpo busca por todas partes su alma y no la encuentra”.
La segunda parte apareció el 7 de mayo de 1958, a doble plana se leía Polvos de aquellos lodos. El Ejército mexicano, grandeza y miseria. Desde entonces ya se decía que las labores de policía desvirtuaban la labor del Ejército, lo volvían depredador de su propio país, resultado de la ignorancia absoluta que profesaban los líderes políticos sobre la función que las Fuerzas Armadas deberían desempeñar.
Planteaba que al asumir el papel como defensor de la tranquilidad pública, el Ejército cumplía un nivel aun mayor del que por obligación le correspondía. “De hecho desempeña funciones de policía (en contravención del artículo 129 de la Constitución federal) en numerosos poblados en que habiendo pequeñas partidas militares no existe en cambio la policía común, o ésta es incapaz de hacerse respetar, viéndose obligado el comandante de la partida a intervenir en numerosos casos que son competencia de aquélla. Y además, el Ejército cubre funciones que le corresponden a la Guardia Nacional, la cual debe existir por mandato constitucional, pero que nunca ha sido creada por razones fáciles de explicar y que el pueblo desconoce por completo. De manera que el Ejército desempeña funciones que si bien son meritorias y necesarias para la tranquilidad pública, también desvirtúan su verdadera función y son causa fundamental de su deficiente preparación como Ejército regular y permanente…”.
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La publicación de los artículos se convirtió en una bomba expansiva al interior de la milicia. Días después, todos los profesores de la ESG y los alumnos lo habían leído. En los pasillos y en las aulas era el único tema de conversación. El mayor Ríos de Hoyos junto a sus alumnos de tres grupos a los que daba clase lo analizaban y discutían.
“Hubo los dos casos, a favor y en contra –recordaba Ríos de Hoyos–. Unos oficiales se acercaban y me preguntaban qué seguía. Estaban conmigo, querían saber qué había que hacer. Me apoyaban, dándome a entender que la determinación que tomara ellos iban a defenderla y probablemente estarían conmigo. Fuera lo que fuera. Pero yo no tenía intenciones de hacer un levantamiento, una rebeldía mucho menos. Yo únicamente di a conocer una situación que contrastaba con lo dicho en los discursos oficiales; en los años cuarenta y cincuenta se hablaba todavía de la Revolución como si hubiera sido el año anterior, en todo metían el término ‘revolución’: la Revolución mexicana… y la Revolución mexicana esto y la Revolución mexicana lo otro. Como si el motor principal de todo lo que pasaba en México fuera la Revolución mexicana. Mi artículo fue una voz contra la retórica oficial”.
Una ocasión, al salir de las instalaciones de la ESG, Ríos de Hoyos notó que unos hombres de traje y corbata comenzaron a seguirlo. Supo que eran agentes de la DFS. “Casi me crearon el complejo de persecución, porque hubo un día en que los veía como sombras. Llegaba a una esquina, por eso no tenía ya vehículo disponible. Cuando iba a tomar un camión o el tranvía, me agarraba del poste porque tenía miedo de que alguien llegara y me diera un empujón delante del camión”, recordaba.
Por aquellos días comenzó la campaña presidencial de Adolfo López Mateos, secretario del Trabajo con Ruiz Cortines. Transcurría un cambio en la estructura social con el crecimiento de la clase media, mientras la integración del México marginado y subdesarrollado se imponía como reclamo. Las protestas del magisterio y de trabajadores ferrocarrileros habían sacado al Ejército a las calles. Eran los últimos años de la década de los cincuenta, la del inicio de la Guerra Fría, el enfrentamiento militar, político, ideológico y cultural entre Estados Unidos y el bloque comunista encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
La geopolítica, el ambiente de crispación a nivel mundial, tocaba al país muy cerca con la situación en Cuba. Eran algunos de los tópicos que por esos días Ríos de Hoyos discutía con sus colegas de la ESG, como el teniente coronel Marco Antonio Guerrero Mendoza, profesor de tácticas de artillería, quien se había especializado en Francia en “carros de combate”, y tiempo después sería agregado militar en Alemania y subsecretario de la Defensa. También participaba Jesús Castañeda Gutiérrez, que impartía clase de Estado Mayor, y quien años más tarde sería el jefe del EMP de Luis Echeverría.
“Comentábamos la política, sobre la doctrina de guerra del Ejército, que debería de ser la guerra de guerrillas porque su capacidad combativa no era para enfrentar a los ejércitos más actuales de otros países, sobre todo a nuestro vecino Estados Unidos. En caso de un conflicto, pues con qué enfrentamos a Estados Unidos. Siempre ha sido así. El recurso en esas condiciones es la guerra de guerrillas. Si las Fuerzas Armadas no lo hacen, el pueblo lo hace. No había escritos. Estudiábamos la guerra de guerrillas pero nadie en el Ejército había escrito nada. Llegado el momento, en 1964, don Marcelino lanzó la convocatoria para que se escribiera sobre guerra de guerrillas”, rememoraba Ríos de Hoyos.
Los encabezados de los artículos publicados en Siempre! fueron considerados “subversivos”, sin embargo, su autor no dejó de recibir mensajes de respaldo.
–Tienes toda la razón, eres muy osado, demasiado atrevido, pero difícilmente llegarás a ser algo efectivo –le dijo el entonces coronel Mario Ballesteros Prieto, quien le confesó que simpatizaba con sus ideas.
Ríos de Hoyos entregó copia de los artículos al subdirector de la ESG. El material lo impresionó, lo reprodujo y se lo llevó al director del plantel, el general Alberto Cárdenas Rodríguez, militar de prestigio, exintegrante del Escuadrón 201. El veterano de la Segunda Guerra Mundial mandó el texto al titular de la Sedena, el general Matías Ramos Santos, y de ahí pasó a Presidencia con el jefe del EMP. Días después llegó una orden de Los Pinos.
–Déjenlo tranquilo.
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Revista Proceso No. 2083, 2 de octubre de 2016….
Cisma en el Ejército tras la matanza del 2 de octubre/
JUAN VELEDÍAZ
Durante casi una década el reportero Juan Veledíaz consultó diversos archivos de la Secretaría de Gobernación y de la Sedena para conocer la actuación de los altos mandos del Ejército implicados en la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968. También tuvo acceso a documentos desclasificados, y todo este material lo incluye en su libro de título tentativo Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército mexicano, que publicará Ediciones Proceso. La obra dibuja de cuerpo entero al general Marcelino García Barragán, personaje clave para conocer los entretelones del sistema político mexicano. Proceso adelanta el capítulo IX del volumen de próxima aparición.
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 Un espacio en blanco en la hoja de servicios del general Mario Ballesteros Prieto, donde Marcelino García Barragán escribía cada año sus observaciones sobre su ­desempeño, era una rendija donde asomaba un choque al más alto nivel ocurrido al interior de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) tras el 2 de octubre de 1968. Una pista la recogió el Departamento de Defensa estadunidense cuando registró parte de lo que ocurrió en las semanas posteriores a la matanza estudiantil.
En diciembre de ese año Ballesteros fue relevado de la jefatura del Estado Mayor de la Defensa (EMD). García Barragán colocó en su lugar al general Félix Galván López, su secretario particular. Era una de las explicaciones a ese hueco en su expediente. El cambio se hizo mientras reportes de inteligencia militar de Estados Unidos fechados en enero de 1969 apuntaban como hipótesis que la “indisciplina de dos generales” había sido causante de la matanza de Tlatelolco.
Los documentos datan de las semanas en que García Barragán había hecho una investigación interna de lo ocurrido, luego de la intervención militar en el mitin estudiantil que terminó en tragedia. El cambio más importante fue el relevo de Ballesteros como jefe del EMD. Se lo pidió don Marcelino al presidente. El movimiento ocurrió días después de que Gustavo Díaz Ordaz lo ascendiera a general de brigada.
La razón por la que Ballesteros fue relevado como jefe de EMD, decía el Pentágono, “fue que él, junto con el general de brigada Luis Gutiérrez Oropeza, había estado dando contraórdenes o fallando en la interpretación correcta de las órdenes del general García Barragán. Además, ambos generales habían hecho cambios de personal y designaciones sin la autorización del secretario de la Defensa”.
 Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP), y el general Ballesteros tenían trayectorias completamente opuestas en el Ejército. En 1968 llevaban cuatro años de conocerse y tratarse. El primero había hecho su carrera como ayudante de políticos en el PRI y en Gobernación; el segundo era un oficial de caballería, calado en combate en los años treinta, reconocido tiempo después por su preparación académica y su papel como representante del país en negociaciones de alto nivel en materia de defensa. Además era viejo conocido de don Marcelino; estuvo bajo su mando cuando ambos salvaron la vida durante una emboscada en la Guerra Cristera.
 El jefe del EMP desde el inicio del sexenio de Díaz Ordaz era persona non grata para el general García Barragán. Según los informes, él y Ballesteros Prieto “habían caído de la gracia” del titular de la Sedena.
Con Gutiérrez Oropeza las pruebas de su intervención en la masacre aparecerían tiempo después; con Ballesteros lo que surgió fueron visos de la pugna que como jefe del EMD mantuvo con el general Galván López y que hizo crisis después del 2 de octubre del 68.
 Del análisis de los documentos de la Operación Galeana, como se llamó al despliegue militar en Tlatelolco, Carlos Montemayor señaló que el general Ballesteros no aparecía “en ningún pasaje del parte militar del general Crisóforo Mazón Pineda del 2 de octubre de 1968 ni en los documentos del general García Barragán”. El dato lo compara con el informe del Pentágono, lo que “quizás constituye una prueba más del manejo parcial de las “revelaciones” de los estadunidenses.
 ¿Quién era la fuente o las fuentes de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) estadunidense? Diversos militares consultados durante el transcurso de los años apuntaban como hipótesis a quien encabezó la secretaría particular de García Barragán. Ballesteros vivió una “grilla” auspiciada en su contra por Javier García Paniagua, hijo de don Marcelino, en mancuerna con el general Galván López. Lo veían ajeno al grupo que tenía el control de las oficinas aledañas a las del secretario.
Tenían recelo porque Díaz Ordaz lo estimaba mucho, habían estudiado primaria y secundaria juntos. Envidiaban su preparación militar, demostrada en 1965, cuando presentó el plan de auxilio a la población civil, conocido como Plan DN-III, de su autoría. Un oficial del Estado Mayor de aquella época recordó que cuando el presidente visitaba el edificio de la Defensa, al momento en que se formaba una comitiva para acompañarlo se procuraba que no estuviera el general Ballesteros. Le hacían “burbuja”, no le avisaban.
 –Ahí salúdeme mucho al general Ballesteros –le decía Díaz Ordaz al general García Barragán cuando se despedía de mano en la planta baja del edificio.
 Ballesteros también tuvo fuertes diferencias durante el conflicto estudiantil con el jefe de inteligencia militar, el coronel Alonso Aguirre Ramos. Ambos habían pasado en diferentes momentos por la agregaduría en Washington, la Junta Interamericana de Defensa y en la sección quinta –planes– del EMD. Pese a ello, coincidió con Galván López en su animadversión contra el general.
 “El jefe de la sección segunda, Aguirre Ramos, trabajaba para cualquiera, menos para Ballesteros. Se odiaban. Se tendía de tapete con don Marcelino”, comentaba el general de división retirado Enrique Pérez Casas, quien fue secretario particular de Ballesteros.
“Los dos (Galván López y Aguirre Ramos) querían deshacerse de Ballesteros.”
 En diciembre de 1968, Ballesteros fue nombrado comandante de la 11 Zona Militar de Zacatecas, donde sólo estuvo un mes. En enero de 1969, fue enviado de agregado militar a la embajada de México en Ottawa, Canadá, donde le tocaría el cambio de sexenio.
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 Aun con los desencuentros entre García Barragán y el general Ballesteros tras el 2 de octubre, y los reportes del Pentágono sobre lo que ocurrió al interior de la Sedena, el afecto y respeto entre ambos no desapareció.
 García Barragán tenía claro que una cosa era Gutiérrez Oropeza, y otra muy diferente Ballesteros.
 En una carta del 25 de septiembre de 1970, don Marcelino agradecía al general Ballesteros las observaciones y apreciaciones sobre un escrito del día 12 que le había enviado. En tres párrafos redactados en un tono cálido, cercano, le pedía que transmitiera sus saludos y mejores deseos de su esposa y familia a la suya, “aunando mis respetos”. Se despedía como su “compañero y amigo”.
 Ballesteros pasó unos días muy difíciles en el verano de 1968. Su familia lo notaba tenso, andaba muy preocupado. Se ausentó cerca de dos meses, dejó de ir a su casa, no salía de sus oficinas.
 “Dejamos de verlo. Sólo venía a bañarse, la situación fue muy dura. Vinieron a apedrear la casa. Fue la única vez que hemos tenido vigilancia militar. Eso lo tenía muy tenso. No podía estar aquí; tenía que estar en la Defensa. Fueron días muy fuertes”, recordaba un familiar.
 Andaba en un vaivén, primero dominado por el mal humor; después se animó mucho. Hubo una invitación del general García Barragán a cenar, para despedirlo junto a toda su familia antes de que se fuera a la agregaduría a Canadá.
“Eso sí nunca se me va a olvidar. Ahí le rogó que se quedara en la secretaría. Y ya no quiso.”
Don Marcelino le dijo que no se fuera, pero la decisión estaba tomada, sobre todo porque su familia lo había convencido. Atrás quedaba el problema entre ambos, que no era precisamente por lo del 68.
“Fue un enfrentamiento, un problema ahí con Barragán, después del 68, ni por el 68 ni por nada. Fue por su hijito, que se sentía iba para presidente. Javier quería que todo militar estuviera con el PRI. Pero mi papá nunca fue político. Ahí hubo una diferencia entre el general Barragán y mi papá, por Javier.”
–Pues entonces te vas –le dijo don Marcelino.
–No, no me voy. Yo pido irme –respondió Ballesteros en aquella discusión.
La confianza y respeto entre Ballesteros y García Barragán parecía estar más allá de lo ocurrido en Tlatelolco. El general Pérez Casas recordaba que mientras Ballesteros estuvo al frente del EMD, llegó a tener problemas serios con don Marcelino, pero eran derechos. “Todo lo hablaban directo. Se hablaban de frente. Y Ballesteros lo respetaba mucho”.
Los documentos desclasificados del Departamento de Defensa no profundizan sobre el papel del general Gutiérrez Oropeza, quien quedaría señalado por García Barragán como el orquestador del ataque con francotiradores del EMP apostados en los edificios que rodean la plaza, y que dio inicio a la masacre de Tlatelolco.
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*A Luis Gutiérrez Oropeza lo conocían en el Ejército como El Poblano. Era un hombre al que se le recordaba porque en las semanas posteriores al 2 de octubre ordenó destruir documentación relacionada con la matanza. Tres décadas después, durante una charla inédita hasta hoy, el exjefe del EMP contó por primera vez cómo fue su relación en aquellos días con Echeverría. Habló de una purga militar que sucedió en los primeros años del sexenio con Hermenegildo Cuenca Díaz como secretario de la Defensa, y de los recordatorios sobre su responsabilidad en el 68 que hizo al presidente de la República. Su testimonio quedó recogido en una charla con familiares del general Ballesteros.
 “Sacaron un montón de militares (del país), una serie de calumnias en contra de los más destacados generales, a quienes obligó a pedir su baja. Se les sacaba del país bajo el pretexto de ser designados embajadores o agregados militares. En realidad fue el proceso de descabezamiento del Ejército mexicano. Tu papá se fue dolido, se fue amargado –decía El Poblano al hijo de Ballesteros–, y ese sentimiento originó su muerte.
 “Por eso a mí me sacaron y me mandaron de embajador, porque yo le sé muchas cosas a Echeverría y aquí están (dice mientras golpea un fólder que contiene sus escritos). […] Cuenca era de la misma promoción que tu papá, pero tenía fama de pendejo. Le decían Otocuencazo, sí. Entonces, como en esos días estaba la cuestión de (el golpe militar contra el presidente de Chile, Salvador) Allende […] a sacar a todos los militares. Que yo me podía levantar en armas –decían–; por eso me sacaron a mí también. Ahí fue donde aprovecharon para sacar a tu papá.”
 Gutiérrez Oropeza se refería a los dimes y diretes que a principios de 1973 originaron la salida de Ballesteros del país. Lo mandaron a Santiago de Chile de agregado militar, donde murió en febrero de un paro cardiaco. El coronel Manuel Díaz Escobar, el jefe de Los Halcones, fue su relevo. A él le tocó en septiembre de aquel año el golpe militar que derrocó a Allende.
 En aquella plática Gutiérrez Oropeza sacó un manuscrito y comenzó a leer; parecían apuntes de unas memorias. Una parte era un resumen de sus acuerdos con el presidente Díaz Ordaz, donde mencionó la creación de un grupo paramilitar que Echeverría hizo transexenal: Los Halcones.
 “A finales de 1969 se inauguró el Sistema de Transporte Colectivo Metro. Inmediatamente, en forma sistemática, se empezó a detectar que los asientos de los carros de pasajeros eran destruidos (actos de vandalismo), sintiéndose que actos de terrorismo podrían empezar a iniciarse, máxime que estaba en puerta el Campeonato Mundial (de Futbol México) 1970 y que se crearía una imagen de nuevo negativa, como en octubre de 1968.
 “Se previó que los problemas a crear por el incipiente terrorismo que se presentaría serían colocar bombas en el mecanismo de extracción de las aguas negras del sistema profundo de desagüe, problema local; volar torres de conducción de energía de alta tensión, problemas locales… Ya se habían localizado, pero eran bombas de fabricación casera. [….] Colocar bombas en embajadas de países extranjeros en la capital, problemas con otros países. Todo lo anterior crearía nuevamente un ambiente negativo contra México semejante a lo ocurrido en 68 y que intereses extranjeros y locales tendrían orquestado para dañar al país.
 “Prevenciones: al hacer acto de presencia en forma plena dichos problemas, no sería conveniente la presencia de elementos del Ejército, porque con ellos se aumentarían los enfoques negativos contra dicha institución, por lo que el jefe del EMP Luis Gutiérrez Oropeza propuso al presidente Gustavo Díaz Ordaz crear un cuerpo paramilitar que respondiera a los problemas que se presentasen; que dicho cuerpo se creara con el conocimiento del secretario de la Defensa Nacional; del general Benjamín Reyes, jefe de la I Zona Militar, quien proporcionaría jefes, oficiales y las clases del Ejército para capacitar al personal.
 “Recuerdo entre ellos al entonces mayor Francisco Soto Solís, hoy en día general; el secretario de Gobernación, por su función de política interna, representado por el director de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios; el DDF, por ser dentro del área de su administración en el campo de los problemas, representado por el coronel Manuel Díaz Escobar, hoy en día general.
“Organización. Lugar donde se les capacitaría: Cuchilla del Tesoro, terrenos del DDF. Sostenimiento, nómina, transportes y medios, del DDF. Al terminar el gobierno del presidente Díaz Ordaz y ya efectuado el campeonato (de futbol) 1970, el nuevo presidente Luis Echeverría Álvarez pudo haber ordenado suprimir dicho cuerpo. ¿Por qué no lo hizo?
“Todo lo anterior era del conocimiento del entonces general comandante del I Batallón de Guardias Presidenciales, Jesús Castañeda Gutiérrez, El Dientón, quien luego fue jefe del EMP con el licenciado Echeverría. Pero de acuerdo a la forma maquiavélica de actuar del presidente Echeverría, se conservó a fin de utilizarlo en su oportunidad para eliminar al señor Alfonso Martínez Domínguez como jefe del DDF, quien le hacía sombra en el aspecto político, porque como había sido presidente del PRI había apadrinado cuando menos a 50% de los gobernadores en función y a los diputados y senadores en turno.
 “Además había recorrido todo el país encabezando actos políticos de marcado oficio político, en contraste con Echeverría, quien nunca tuvo un puesto político y se podría decir que desconocía el país donde también lo desconocían. Este cuerpo fue creado para resolver los problemas que se le presentaran a la nación. El presidente Luis Echeverría lo utilizó para su beneficio personal, de claro fondo político.
 “Mira, dicen en la vida: ‘Al enemigo, puente de plata’. En política piden: ‘Al enemigo no lo sueltes de la corbata’. Él lo acepta, por eso le dio el Departamento del Distrito Federal, y al presentarse la ocasión de junio (de 1971) –es decir, Alfonso Martínez Domínguez no sabía ni de Los Halcones, para acabar, porque no los había formado ni nada; siguieron manejándose por conducto del EMP, como yo lo manejaba–, los agarró para darle en la madre a Alfonso. A mí no me soltó de la corbata. Me dieron la industria militar, y nombraron a este coronel Manuel Díaz Escobar (jefe de Los Halcones) agregado militar en Chile.
 “Un día fui a acuerdo con el presidente Echeverría. Le dije:
“–Señor, quisiera yo tratar un asunto fuera de lo de industria militar.
 “–¿Cuál es? –preguntó.
 “–Lo del coronel Díaz Escobar. Hay que protegerlo, porque si las aguas lo rebasan, me llegan a mí; pero si las aguas me llegan a mí, no le van a llegar a Díaz Ordaz; le llegarán a usted, porque usted era el secretario de Gobernación. Ahí creo que estuvo mi error, de que decía que yo ahí no lo sabía.”
 Gutiérrez Oropeza aseguró que tiempo después Echeverría le pidió un favor. “Me dijo que lo ayudara, que me fuera del país… ‘Hay dos lugares donde usted puede servir, que es Italia y Portugal –me dijo–. Hay cierta similitud en la forma de hablar’… Me fui a Portugal. Vi a Díaz Ordaz antes y me dijo: ‘Si fuera usted civil, yo le diría que no se fuera y yo lo apoyo, pero usted es militar. Tiene que ir a cumplir. ¡Vaya! Estese un tiempo regular y luego enférmese y se regresa’.

 “Hice eso, pero me traían cortito: el teléfono intervenido, vigilaban aquí la entrada. Y me dijo Díaz Ordaz: ‘Usted tiene la culpa. ¿No quiere que le peguen? Bájese del ring, pida su baja’. ¿Qué perdí?… No llegué a general de división.”



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