17 dic 2017

La lógica de los acosadores/Ángeles González-Sinde,

La lógica de los acosadores/Ángeles González-Sinde, escritora y guionista.
El Periodista, Domingo, 17/Dic/2017
Hace pocos meses que algunas mujeres están atreviéndose a denunciar a hombres que, aprovechando sus posiciones profesionales, las han acosado sexualmente. Todo esto al principio me confundió. No porque me sorprendiera que grandes potentados como Harvey Weinstein fueran abusadores contumaces, sino porque se trata de hombres que aparentemente no necesitarían recurrir a ese tipo de comportamientos, pues pertenecen a entornos y culturas de una época en la que, si no están a gusto con sus parejas, bien pueden separarse e iniciar otras relaciones.
Hoy en nuestras sociedades occidentales no estamos atrapados como antaño en vidas conyugales que nos hacen desgraciados. A menos que se carezca de medios económicos o se tengan ideas muy conservadoras, uno se divorcia y vive como quiere. Entonces ¿por qué estos individuos tienen estas conductas sexuales? ¿Por qué sus cerebros las pergeñan y encuentran satisfacción en ellas?

Una vez la revista ‘Vanity Fair’ preguntó a Simon LeBon, el cantante de Duran Duran, por qué tantas estrellas de rock estaban casadas con modelos. Él, casado desde hace más de 30 años con la supermodelo Yasmin Parvaneh, contestó: “Porque podemos”. Me gustó la respuesta simple y sincera. Algo similar debe operar en el cerebro de los hombres poderosos que abusan de mujeres que trabajan o aspiran a trabajar para ellos. Lo hacen porque pueden. Porque pueden y porque abusar de las mujeres no tiene que ver solo con el sexo, sino con otra cuestión aún más importante y de mayor calado. Para ellos esas mujeres, quizá todas las mujeres, incluyendo a su madre, a su mujer, sus hijas y hermanas, no somos realmente seres humanos, sino otro tipo de ser vivo, una subespecie similar en el escalafón, pero más cercana a los animales de compañía que a ellos. Nos pueden querer tiernamente, pero no somos sus iguales. Imagino que ese es el punto de partida, al que muy probablemente se sume en su cerebro otro: el deseo de revancha.
Violencia y poder siempre van unidos cuando hay desigualdad. En países sin democracia, los ejércitos son grandes y protagonistas. Cuando hay igualdad, esos ejércitos merman; no son necesarios para sostener al que manda y, como en España, empiezan a realizar otras funciones más cercanas a la protección civil y las labores humanitarias. Los individuos no tienen ejércitos ni fuerzas de seguridad, sino su capacidad mayor o menor de reprimir las acciones de sus semejantes, sea personalmente o por medio de terceros, véanse las mafias. Normalmente no es necesario aplicar esa fuerza, pues la simple amenaza o el recordatorio de que existe la posibilidad de ejercerla basta para neutralizar los deseos de rebelión del otro. Si hay sometimiento hay paz, si hay resistencia toca movilizarse para reprimirla. Esa es la lógica.
En las últimas décadas, los hombres han visto como las mujeres íbamos incorporándonos a la política y a la empresa con regularidad; eso ha amenazado su acceso prioritario a las mejores posiciones y han sentido que ya no eran los elegidos. Unos se han adaptado y lo aceptan con naturalidad, pero otros no están conformes con repartir la tarta del poder y han reaccionado. Sea porque creen que somos unos bellos animalitos de compañía que no lo merecemos, o bien por lo contrario, porque nos ven muy capaces de desplazarlos, no quieren que entremos en sus ámbitos. Como el uso actual dicta que es inaceptable discriminar a las mujeres o tener prejuicios contra ellas, algunos hombres de manera consciente o inconsciente han activado otros mecanismos para apartarnos. Uno es recordarnos quién tiene más fuerza. Es lo que llamamos violencia de género, violencia por el mero hecho de ser mujeres, sin ningún otro motivo. A veces esta violencia es verbal; otras más sutil, son veladas sugerencias, miradas, gestos, comentarios; otras, simbólica como en el cine o la tele; y en ocasiones es física como el acoso sexual.
Hombres como Weinstein demuestran que han digerido mal la igualdad. No soportan que haya mujeres con poder en Hollywood (son pocas, pero las hay). Saben que son igual de capaces que ellos y que podrían llegar a ser, si se las deja, poderosas. Hombres como Weinstein o los cinco narcisistas de ‘la Manada’ se resisten a perder sus privilegios y encuentran un placer inusitado en la sumisión femenina. Consciente o inconscientemente, propasándose con unas mujeres descargan la rabia, el desprecio, el resentimiento que sienten hacia todas las demás.
Son esas conductas las que demuestran que, aunque digamos que hemos alcanzado la igualdad, es solo teórica. Lo que hay son nuevas formas de reproducción y aceptación de la desigualdad entre hombres y mujeres. Por eso pensar que hay igualdad y dejar de movilizarse por ella es igual de peligroso que pasear sola a las 4 de la mañana por Pamplona en Sanfermines...


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