30 mar 2018

Francisco reza postrado en la celebración de la Pasión en San Pedro

Francisco reza postrado en la celebración de la Pasión en San Pedro
Homilía del padre Raniero Cantalamessa, dedicada a los jóvenes en el año del Sínodo: «no se acostumbren al conformismo. Tengan la valentía de ir contracorriente»
Foto de REUTERS

El Pontífice postrado en San Pedro
Vatican Insider, 30/03/2018
SALVATORE CERNUZIO
CIUDAD DEL VATICANO
Con la oración del Papa postrado, con los paramentos rojos, frente al crucifijo situado en el altar de la Cátedra de San Pedro comienza la celebración de la Pasión en la Basílica de San Pedro. La oración del Pontífice, que hoy se dirigirá por la noche al Coliseo para el Vía Crucis, es intensa y silenciosa, y va acompañada por la de los fieles y prelados que llenan San Pedro y que se arrodillan en silencio junto con el Pontífice. Al final, dos ceremonieros ayudan al Papa a que se levante.  
Después sigue la oración del “Reminiscere”, acto inicial de la liturgia del Viernes Santo, segunda jornada del Triduo Pascual, y la lectura del relato de la Pasión según Juan. La homilía, como en los últimos años, fue encomendada al predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa. 

  La reflexión del capuchino parte de la escena del Calvario, en donde Cristo fue clavado a la cruz y, a sus pies, estaba, además de la madre María, Juan, «el discípulo que amaba». Precisamente esta presencia encierra un mensaje especial en el año en el que la Iglesia celebra un Sínodo para los jóvenes y de los jóvenes, para ponerlos «al centro de la propia preocupación pastoral», indicó Cantalamessa. «Todos tenemos motivos para creer que Juan adhirió a Jesús cuando todavía era muy joven»: el suyo «fue un verdadero enamoramiento»; el chico, uno de los dos discípulos del Bautista, siguió a Jesús cuando apareció en el escenario. «Todo lo demás pasó de golpe a segundo plano. Fue un encuentro “personal”, existencial». 
  Siguiendo al Mesías, el joven descubrió qué deriva de estar ante su presencia: «alegría plena», «vida en abundancia». En el Año del Sínodo, subraya Cantalamessa, hay que «hacer que los jóvenes conozcan lo que Jesús tiene que darles». «Justamente, hay que esforzarse para descubrir con ellos qué es lo que Cristo espera de los jóvenes, qué es lo que ellos pueden dar a la Iglesia, a la sociedad», observó. Pero lo importante es que ellos renueven el encuentro personal con Cristo, porque, afirma Cantalamessa, «encontrar personalmente a Cristo es posible, también hoy, porque él resucitó; es una persona viva, no un personaje». Y «todo es posible después de este encuentro personal; nada, sin Él, cambiará verdaderamente en la vida». 
  Con Juan sucede esto. El predicador recuerda también sus «conmovedoras» palabras en la Primera Carta, dirigida a los jóvenes de las Iglesias que fundó: «¡No amen al mundo, ni las cosas del mundo!». Este mundo que no hay que amar y al que no hay que conformarse no es el «mundo creado y amado por Dios», mucho menos son «los hombres del mundo a los cuales», hacia quienes debemos «ir al encuentro, sobre todo de los pobres, de os últimos», aclara el capuchino.  
  Precisamente ese «“mezclarse” con este mundo del sufrimiento y de la marginación es, paradójicamente, el mejor modo de “separarse” del mundo, porque es ir allá donde el mundo evita ir con todas sus fuerzas. Es separase del principio mismo que rige el mundo, es decir, el egoísmo». 
  El mundo que hay que rechazar es «el mundo tal como ha llegado a ser bajo el dominio de Satanás y del pecado», porque «se difunde por el aire a través de las infinitas posibilidades de la técnica». Cantalamessa cita al teólogo Heinrich Schlier: «Se determina un espíritu de gran intensidad histórica, al que el individuo difícilmente se puede sustraer. Nos atenemos al espíritu general, lo consideramos evidente. Actuar o pensar o decir algo contra él es considerado cosa absurda o incluso una injusticia o un delito. Entonces no se osa ya situarse frente a las cosas y a la situación, y sobre todo a la vida, de manera diferente a como las presenta». 
  Es, en otras palabras, lo que llamamos «conformismo», «adaptación al espíritu de los tiempos». Un gran poeta creyente del siglo pasado, recuerda el predicador pontificio, «T.S. Eliot, escribió tres versos que dicen más que libros enteros: “En un mundo de fugitivos, la persona que toma la dirección opuesta parecerá un desertor”». Pero los jóvenes pueden cambiar esta tendencia: «¡Sean de los que toman la dirección opuesta! ¡Tengan la valentía de ir contra corriente! La dirección opuesta, para nosotros, no es un lugar, es una persona, es Jesús nuestro amigo y redentor». Y Cantalamessa recuerda también la particular tarea que les espera: «salvar el amor humano de la deriva trágica en la que ha terminado: el amor que ya no es don de sí, sino sólo posesión —a menudo violenta y tiránica— del otro». 
  El amor que hay que descubrir, indica el capuchino a los jóvenes, es el de la cruz: «ágape, amor que se dona». Una capacidad que «no se inventa en un día», subraya, sino que es necesario «prepararse para donarse totalmente uno mismo a otra criatura en el matrimonio, o a Dios en la vida consagrada, empezando por donar el propio tiempo, la sonrisa y la propia juventud en la familia, en la parroquia, en el voluntariado. Lo que muchos de vosotros silenciosamente hacen».  

  

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