19 jul 2018

He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre

He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre
En el libro del padre Sapienza se encuentra la transcripción de la conversación del 11 de septiembre de 1976 entre el obispo tradicionalista y Montini. Documento útil para comprender ciertas dinámicas internas en la Iglesia de hoy
El arzobispo francés Marcel Lefebvre
Vatican Insider, 16/05/2018;
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
«Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos; pero no he querido referirme a su persona, nunca he tenido esa intención… Yo no puedo comprender por qué de repente se me condene porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia». «No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca… Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Sería un Papa modernista. Aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia».

Se trata de un dramático documento, un mecanoscrito en lengua italiana con algunas partes en francés. El Papa Montini recibió el 11 de septiembre de 1976 en Castel Gandolfo al arzobispo francés Marcel Lefebvre, jefe de la Fraternidad San Pío X y gran crítico del Concilio. El redactor del acta fue, por voluntad del mismo Pablo VI, el Sustituto de la Secretaría de Estado, Giovanni Benelli (que pocos meses después fue promovido a arzobispo de Florencia y creado cardenal). Participó también en el encuentro su secretario particular, Pasquale Macchi. Benelli fue, pues, un asistente excepcional: diez años antes había sido pro-nuncio en Senegal, en donde fue obispo misionero el prelado francés. La transcripción de ese encuentro (entre el Papa que condujo el Concilio hacia su conclusión y que promulgó la reforma litúrgica, y el obispo rebelde que desafiaba la autoridad del Pontífice) ahora es publicada en el libro “La barca de Pablo”, escrito por el regente de la Casa Pontificia Leonardo Sapienza.
  Antes de indicar cuáles son las partes más importantes de esta conversación, es importante recordar que Giovanni Battista Montini y Marcel Lefebvre se conocían desde hacía tiempo. En los archivos de la diócesis de Milán hay una carta dirigida por el prelado francés al entonces arzobispo ambrosiano sobre los problemas misioneros del episcopado africano. Montini respondió diciéndose complacido «por la acción apostólica» de Lefebvre. Además, tanto el cardenal Montini como Lefebvre habían participaro en las sesines de trabajo de la Comisión central preparatoria del Concilio. Durante el Vaticano II, Lefebvre fue uno de los protagonistas de la minoría conservadora que se formó alrededor del “coetus internationalis patrum”. Estaba en primera línea en la lucha contra la colegialidad, pidió la condena del comunismo y una lucha feroz contra la libertad religiosa, derecho que el Concilio habría garantizado con la declaración “Dignitatis humanae”. Pero hay que recordar que el arzobispo francés firmó tanto la Constitución conciliar sobre la liturgia como la misma declaración sobre la libertad religiosa. También hay que recordar que Lefebvre celebró la misa de 1965 con las primeras reformas experimentales introducidas por el “consilium” guiado por el cardenal Giacomo Lercaro y por el entonces padre Annibale Bugnini.
 
Después de haber dejado el puesto de superior de su congregación, Lefebvre fundó en 1970 la Fraternidad sacerdotal San Pío X, con un seminario propio en Ecône, en la diócesis suiza de Friburgo y con el reconocimiento del obispo diocesano, François Charrière. La Fraternidad se niega a celebrar según el nuevo misal romano, y en 1974 el arzobispo indica que las novedades introducidas por el Convilio Vaticano II son «novedades destructoras de la Iglesia». Pierre Mamie, el obispo que sucedió a Charrière, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, retira el reconocimiento canónico al seminario de Ecône y pide su clausura.
 
La Santa Sede trata de dialogar con Lefebvre: el Papa instituye una comisión para escuchar las instancias del prelado, conformada por los cardenales Garrone, prefecto de la Educación Católica, John Joseph Wright, prefecto del clero, y Arturo Tabera Araoz, prefecto de los religiosos. En 1975, Roma invita a Lefebvre a cerrar el seminario de Ecône y a no preoceder con nuevas ordenaciones sacerdotales. En tres ocasiones Pablo VI escribió al arzobispo y envió prelados de confianza a visitar la sede de los tradicionalistas. Pero después del enésimo “No”, Lefebvre fue suspendido “a divinis”, es decir de los derechos y deberes que derivan del sacerdocio y del episcopado. Ya no podía celebrar, pero, a pesar de ello, en agosto de ese año, preside la misa ante diez mil fieles y cuatrocientos periodistas, obteniendo una enorme resonancia mediática. En septiembre de 1967 Lefebvre fue recibido por el Papa Montini para una audiencia en Castel Gandolfo.
 
El encuentro, se lee en el acta ahora publicada, duró poco más de media hora, de las 10.27 a las 11.05. La transcripción mecanoscrita llena ocho páginas. «Su Santidad ha encargado al Sustituto que haga constar en acta Su conversación con Monse. Lefebvre: si, durante el coloquio, hubiere considerado oportuna su intervención, le habría hecho un gesto». Pero no parece que haya intervenido Benelli. A pesar de la presencia de dos testigos, el Sustituto y el secretario Macchi, el diálogo siempre se desarrolla entre el Papa y Lefebvre, alternando entre el francés y el italiano.
  «Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI. ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad».
  Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: «Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos». Y añade que no es el único, pues son él están «obispos, sacerdotes, numerosos fieles». Afirma que «la situación en la Iglesia después del Concilio» es «tal que nosotros ya no sabemos qué hacer. Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento», sino los fieles «que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condene porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia».
  Pablo VI interviene para desmentir: «No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición». Lefebvre retoma la palabra: «Muchos sacerdotes y muchos fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron día después [sic! Así aparece en la transcripción, ndr.] del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…». Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Sería un Papa modernista. Aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia».
  «Pero, ¿qué está diciendo?», interrumpe el Papa Montini. «No soy yo… es la televisión», balbucea Lefebvre para defenderse. «Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa». El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: «Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo».
  El Papa Montini observa: «Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras».
 
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque «lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores». El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, «pero –asegura– tomo nota de su perplejidad: es su actitud contra el Concilio…». «No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos». «Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos». El arzobispo francés replica: «Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores».
 
Después Lefebvre dirige al Papa una petición: «¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?» Responde Pablo VI: «Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes». Lefebvre argumenta: «El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…». Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos «vigile mi Seminario», se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario «sin salir».
 
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) «vino para hablarme en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza, para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?». «Nunca ha sido mi intención…», se defiende Lefebvre. Pero el Papa Montini replica: «Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia». Y Lefebvre responde: «La crisis de la Iglesia existe». Pablo VI: «Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa».
 
Lefebvre replica: «No se me juzga como se debería». Montini responde: «El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Está consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?».
 
El arzobispo propone: «A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos». (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
 
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que hay «por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística». Pablo VI responde: «No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos».
 
El arzobispo responde: «No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia». Y afirma Montini: «Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿está usted consciente de lo que hace? ¿Está consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus beneméritos, que nos hemos encontrado de acuerdo, en el Concilio, sobre muchos problemas…». «Es cierto», reconoce Lefebvre.
 
«Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión». El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: «El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus”».
 
Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre ya cerca de la muerte decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa. Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».

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