El libro “Es mi madre”, diálogo de Francisco con Ari Mello. Sobre las apariciones en Bosnia-Herzegovina: hay gente que se convierte, pero falta el discernimiento.
LIBRO
El Papa Francisco dialogando con Alexander Ahi Mello, “Es mi Madre. Encuentros con María”.
El Papa Francisco en la Basílica de Guadalupe, México
Vatican Insider, 17/10/2018;
MARCO RONCALLI
ROMA
En 2007, el padre Alexandre Awi Mello (brasileño, mariólogo, con estudios de teología en la Universidad Católica de Santiago de Chile y en la Philosophisch-Teologische Hochschule de Vallendar, Alemania, con un doctorado en mariología en el International Marian Research Institute de la Universidad de Dayton, Ohío) fue uno de los dos secretarios de redacción de la Comisión de redacción de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se llevó a cabo en el santuario mariano de Aparecida. Y para este sacerdote, miembro del Movimiento apostólico de Schoenstatt, esta se reveló la primera ocasión para colaborar “hombro a hombro” con el cardenal Jorge Mario Bergoglio, entonces presidente de esa Comisión. Y en esa ocasión pudo también apreciar su sensibilidad mariana.
Después pudo volver a colaborar con él seis años más tarde, cuando el arzobispo de Buenos Aires, recién elegido Papa Francisco, le pidió que fuera su secretario y traductor durante el viaje a Brasil, para participar en le Jornada Mundial de la Juventud. El padre Alexandre (que desde el 31 de mayo de 2017 es el secretario del nuevo Dicterio para los Laicos, la Familia y la Vida) trata de comprender, a partir de dos horas de conversación con el Pontífice, su relación con María, ya evidente después de su elección, cuando encomendó a la Virgen su Pontificado en la Basílica de Santa María Mayor (uno de los pocos lugares romanos que son verdaderamente familiares para Jorge Mario Bergoglio).
Como observa inmediatamente en el prefacio a “Es mi madre” (subtítulo: “Encuentros con María”, ediciones Città Nuova, en venta en Italia a partir del 18 de enero de 2018), el teólogo argentino Carlos María Galli (autor de “Cristo, María, la Iglesia y los pueblos. La mariología del Papa Francisco”, publicado por la LEV el año pasado), «el padre Ari durante el diálogo, pudo confirmar lo que ya había intuido: para Francisco lo más importante es la fe mariana del “santo pueblo fiel de Dios”, que nos enseña a amar a María más allá de la reflexión teológica. En cuanto hijo y miembro, como cualquier otro, del Pueblo de Dios, Bergoglio (Francisco) participa del “sensus fidei fidelium” y se identifica con la profunda piedad mariana del pueblo cristiano».
El autor del libro durante las conversaciones con el Pontífice investiga los orígenes y la evolución de su relación con María, mediante preguntas y respuestas aderezadas con amplias glosas. El discurso lleva inmediatamente al clima de un tiempo lejano, el de una piedad familiar, de los padres, de la abuela, después a una escuela salesiana en Buenos Aires, a la que Jorge entró cuando tenía doce años: «De ahí mi devoción por María Auxiliadora», afirma con reconocimiento recordando a Enrique Pozzoli, el salesiano de la comunidad de Almagro que lo bautizó y robusteció su apego a la Auxiliadora, a la que visitaba a menudo en la basílica dedicada a ella en la capital argentina, lugar de su Bautismo, allí en donde Bergoglio se refugiaba cuando era joven (asistiendo al nacimiento y robustecimiento de su vocación, que concluyó con la respuesta definitiva a los diez y nueve años: «Fue ahí donde la definí. ¡Basta, ahora sí! Y fue así que decidí entrar a formar parte de los Jesuitas»), pero también cuando era obispo de Buenos Aires («Cada vez que había un problema, iba ahí…», «los sacerdotes del santuario decían: “¡Ahí está el obispo, debe haber pasado algo serio!”»).
Pero, con el rostro de la Auxiliadora, al cual cada 24 de mayo, en su fiesta, Bergoglio llevaba flores («Fue así que la Virgen entró para siempre en mi corazón»), he aquí muchos otros rostros de la única Madre de Dios. El de la Virgen de la Merced (conocida por primera vez en una medallista que le regaló la monja catequista María Loreto Tortolo). El de la Beata Virgen del Rosario de Pompeya, meta de muchos de sus peregrinajes a Buenos Aires (en donde también es venerada en un famoso santuario del que se ocupan los capuchinos). El de la Virgen Maria desatanudos que, a pesar de la vulgata, el Papa afirma no haber visto nunca en Augusta, en donde se encuentra el santuario bávaro, sino que la descubrió con placer en la reproducción de una tarjeta de Navidad («Me gustó la imagen, me gustó que Ella, llevando a Cristo, deshaga los nudos. Hoy hay tantos racionalistas…»). El de Nuestra Señora de Guadalupe. Y los de Nuestra Señora de Luján y de la Inmaculada Concepción de Aparecida. Y muchísimos otros más.
Rostros que se encuentran en santuarios que tal vez no siempre han sido valorados lo suficiente por clérigos y teólogos, que merecen una pastoral específica para los peregrinos que se dirigen a ellos todos los años, aprovechando la ocasión para confesarse, recibir los sacramentos y rezar con devoción. Y es en estas reflexiones, con implicaciones completamente pastorales, en las que la conversación con el padre Alexander el Papa Francisco expone sus tesis (ya expresadas) sobre la necesidad de «“santuarizar” las parroquias» (manteniendo las puertas abiertas todo el día), así como de «“santuarizar” la ciudad» (aplicando a toda la acción eclesial una clave misionera). Pastoral completa, pero también surge en la conversación la insistencia sobre el significado del peregrinar. Bergoglio recuerda su experiencia como guía de peregrinos de su arquidiócesis al santuario nacional de Luján: peregrinos que, a su vez, le enseñaron a valorar la espiritualidad popular incluso en los ex-votos, en las veladoras, en las novenas, en tantas demostraciones de afecto («Ahí descubrí Luján, ahí descubrí a la Virgen», afirma el Papa Francisco».
Y no es todo. El autor, mariólogo, al hacer las preguntas recuperando reflexiones marianas y no solo del Pontífice, comentándolas, ofreciendo profundizaciones puntuales, centra el argumento de la piedad popular, anclada a una reflexión teológica sobre María, que cobra mayor importancia entre más esté arraigada en la vida de la Iglesia. Y nos demuestra que, precisamente en su «sentir con la Iglesia», el Papa Bergoglio vive la fe mariana desde dentro. Para concluir que sus encuentros con María no son tan diferentes de los encuentros del pueblo de los fieles en general, o de simples cristianos que, como él, la llaman «Madre», «Mamá», al dirigirse a ella (y no solo en los santuarios) rezándole, ofreciéndole lágrimas, alegrías, afecto, amor (porque «si quiere saber quién es María, se le pregunta a los teólogos; si quiere saber cómo se ama a María, hay que preguntárselo al pueblo»).
Al padre Alexander afirma: «Como miembro de ese pueblo de Dios, Bergoglio participa del “sensus fidei fidelium” (sentido de la fe de los fieles) y se identifica con la fe mariana del pueblo cristiano». Una fe en la que cuenta mucho, como hecho y como metáfora, la mirada. Y no hay duda de que a Bergoglio, atento a esta piedad popular, siempre le ha sorprendido esta mirada de los hijos hacia María. Pero también ha podido descubrir y saber ver la mirada de María hacia sus hijos. En las páginas de este libro, nos invita a ver a la Madre y a encomendarnos a su mirada. No es casual que en 2016, durante un discurso a los obispos en su visita a México, Francisco se refiriera al intercambio de miradas entre el pueblo y la Morenita, confesando —nos recuerda el autor— que reflexionó «sobre el misterio de esa mirada, haber querido mirarla y ser, a la vez, visto por sus ojos». En la “Evangelii gaudium” leemos también que «es ahí, en los santuarios, en donde se puede observar que María reúne a su alrededor a los hijos que con tantas fatigas van como peregrinos para verla y dejarse guiar por Ella». En 1999, en una homilía a jóvenes peregrinos que visitaron Luján, Bergoglio les recordó la necesidad de recibir la mirada de la Madre.
Y no solo. «La mirada de la Virgen nos enseña a ver precisamente a quienes vemos menos y más lo necesitan: los abandonados, los que están solos, los enfermos, los que no tienen de qué vivir, los niños de la calle, los que no conocen a Jesús, los que no conocen la ternura de la Virgen, los jóvenes que están mal». Es lo que piensa el Papa que reza el acariciando las cuentas de su corona («Algo que me da fuerza todos los días es rezar el Rosario a la Virgen»), el Papa que lleva en el pecho una reliquia singular («Luján llegó incluso a esto: tengo aquí el paño con el que limpiaron la estatua»).
Claro, entre más se entra en la lectura, más queda claro el valor catequético del volumen. Dirigido más al corazón que a la cabeza. Sin embargo, precisamente para comprender el sentido de algunas declaraciones del Pontífice, hay todo un complemento preparado por el autor para situarlas en su contexto teológico e histórico, para ofrecer apostillas interesantes. ¿Los milagros de María? Aquí, de cualquier manera, cuenta mucho poder leer las frases de Francisco sobre experiencias personales, en las que el primer tipo de milagro indicado es el milagro espiritual, es decir las conversiones: «Usted sacude las conciencias», explica el Papa. «¡Ojo! En el buen sentido, es decir que es la madre la que arregla las cosas». Pero, ¿cómo se imagina esta madre Bergoglio? «La Virgen era una mujer pobre, vivía del trabajo de su marido y del suyo, porque seguramente sabía tejer y coser. No me la imagino como una mujer rica de pueblo», responde. Y con mayor convicción: la casa de la Virgen era la casa de los pobres: «Los pobres, Ella escucha a los pobres. Sí. Ella es Madre de los pobres, de los indefensos. También en la oración del Salve Regina se evoca tal realidad». No es casual que Francisco (y estas páginas lo resaltan), lo afirmara al volver de su primer viaje apostólico a Aparecida. En el Santuario brasileño dijo también «Donde hay una Cruz que llevar, allí al lado de nosotros siempre está Ella, la Madre».
Pero el Papa forjado en Aparecida responde a las preguntas del entrevistador sobre su teología mariana y sobre los acendro mariológicos de su pensamiento, indicando dos antífonas marianas: el “Alma Redemptoris Mater” y el “Sub tuum praesidium”, la máxima mariana en la Iglesia latina que el Papa pidió que todos los fieles del mundo recitaran junto con el Rosario en este mes de octubre para combatir las divisiones en la Iglesia. Después, el ícono de la Madre de la ternura sirve para insistir que Madre de Dios «es el título principal y esencial de la Virgen. Se trata de una cualidad, de un papel que la fe del pueblo cristiano en su tierna y genuina devoción por la madre celeste, ha percibido desde siempre».
En un libro como este no podían faltar reflexiones sobre las apariciones marianas. Antes de concluir la entrevista, el autor le pregunta al Papa qué piensa sobre el argumento, empezando por el reciente caso argentino de la Virgen de San Nicolás: «Me da fastidio cuando llegan con los mensajes», responde Francisco. «¡La Virgen no tiene una oficina de correos! Es otra cosa». También admite que existen algunos fenómenos, y se los explica de esta manera: «Pero creo que, teológicamente, se pueden explicar como locuciones interiores. Las locuciones interiores son un abanico que va de una mera inspiración, implícita, hasta lo que considero una locución interior fuerte. Son locuciones interiores que tiene una persona particularmente dotada. Hay criterios de discernimiento de las apariciones, ¿no? Uno de estos, para mí, es la obediencia de la persona a la Iglesia».
También se afronta en el libro el caso de Medjugorje. El Papa Francisco recuerda al respecto: «Cuando estaba en Buenos Aires prohibí que hubiera una reunión, que se llevó a cabo igualmente. Pero ellos sabían que no estaba de acuerdo». El Pontífice explica al entrevistador que uno de los videntes de Medjugorje habría ido a la arquidiócesis para un encuentro en una iglesia. Y le dijo el motivo por el que se había opuesto, sin manifestar su opinión sobre la autenticidad de las apariciones: «lo hice porque uno de los videntes habría hablado y habría explicado un poco todo, y a las cuatro y media se habría aparecido la Virgen. Es decir que él tenía la agenda de la Virgen. Entonces dije: “No, no quiero este tipo de cosas”. Dije que no, no en la iglesia», dice el Papa al padre Alexander. E inmediatamente después especifica: «Hay que distinguir, porque, a pesar de esto, Dios hace milagros en Medjugorje. En medio de las locuras del hombre, Dios sigue haciendo milagros. Tal ves sean fenómenos más personales. Me llegan cartas aquí, pero se entiende que son cosas más que nada psicológicas. Hay que distinguir bien las cosas».
Escribe el padre Alexander que, paseando por el Palacio Apostólico, Francisco volvió a hablar sobre el argumento y añadió: «El discurso de las apariciones, que sea bien claro. Trata de verlo desde el lado de la locución interna. Entonces, es obvio, como te decía, que se va de un extremo a otro. A veces esa locución se materializa casi en una visión y, otras veces, puede ser simplemente una inspiración». «Por ejemplo —continúa— esas personas que sienten que la Virgen les dice algo, en la oración sucede una locución y entonces dicen: “La Virgen me dijo esto”. Claro. Lo expresan de una manera que parece que haya habido de verdad una aparición. Pero de ahí a que los videntes sean protagonistas y organicen apariciones programadas… Este es el pecado que puede acompañar una gran gracia». Es decir, con las palabras del Evangelio, el trigo y la cizaña pueden crecer juntos. Y hay que entenderlo bien siempre, hoy. Afirma el Papa: «Creo que tanto en Salta como en Medjugorje hay gracia. No se puede negar. Hay gente que se convierte. Pero también hay falta de discernimiento. Y no quiero decir pecado,
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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