5 dic 2018

El juicio al Chapo: lo que sabemos al inicio de la cuarta semana

El juicio al Chapo: lo que sabemos al inicio de la cuarta semana
Por ALAN FEUER y EMILY PALMER 
The New York Times, 3 de diciembre de 2018 ;
Joaquín Guzmán Loera, conocido como el Chapo, construyó un imperio usando nuevas técnicas de contrabando, de acuerdo con los testimonios de dos testigos de alto perfil. Credit Fuerzas de seguridad de Estados Unidos vía Associated Press
Los miembros del jurado en el juicio de Joaquín Guzmán Loera, conocido como el Chapo, escucharon la semana pasada una narrativa cinematográfica sobre los primeros años de la carrera del capo. Se detalló su ascenso como un joven novato en el tráfico de drogas hasta convertirse en un adinerado narcoempresario.
Gran parte del relato fue narrado por Miguel Ángel Martínez, uno de los primeros empleados del Chapo, que comenzó a trabajar para el cártel como piloto en 1987 antes de que lo ascendieran al puesto de encargado de las operaciones en Ciudad de México.
Durante cuatro días de la semana pasada como testigo del gobierno en la Corte Federal de Distrito en Brooklyn, Martínez describió cómo el capo de la droga pasó de ser un traficante novato con un equipo de solo veinticinco personas a ganar cientos de millones de dólares, los cuales gastó en lujos como una flotilla de aviones privados y un rancho con un zoológico donde los invitados podían subirse a un tren para observar cocodrilos y osos.
Sin embargo, como en muchas conexiones en el mundo del narcotráfico, la relación entre ambos terminó mal. En este caso en 1998, después de que arrestaron a Martínez.
El capo confiaba tanto en Martínez que puso varias de sus propiedades a su nombre, entre ellas una casa donde vivía una de sus amantes. Martínez vendió la casa sin permiso, pues estaba bajo custodia y enfrentaba costos legales cada vez más grandes.
En cuestión de meses, un equipo de asesinos lo confrontó en la cárcel y lo apuñaló siete veces, dijo. Sobrevivió, pero sufrió otro ataque con arma blanca, según lo relató al jurado la semana pasada, antes de que las autoridades lo trasladaran a una cárcel distinta. Sin embargo, también ahí enfrentó amenazas de muerte.
Una noche mientras dormía en su celda, recordó, lo despertó una banda que estaba afuera tocando una de las canciones favoritas de Guzmán, “Un puño de tierra”. Martínez lo consideró un mensaje por parte de su exjefe.
La mañana siguiente, temprano, un asesino apareció afuera de su celda. El hombre le apuntó al guardia con un arma a la cabeza y le exigió que abriera la reja, relató. Cuando el guardia dijo que no tenía la llave, el asesino arrojó dos granadas de mano a la puerta de la celda. Martínez le dijo al jurado que sobrevivió las explosiones protegiéndose detrás de un retrete.
Sus primeros días como contrabandista
El 29 de noviembre, después de que Martínez terminó su testimonio, el jurado se enteró de las aptitudes de Guzmán como contrabandista mediante el relato de su principal proveedor de cocaína, el capo colombiano Juan Carlos Ramírez Abadía.
Ramírez, líder del Cartel del Norte del Valle, recordó cómo en 1990 Guzmán trasladó su primera carga compartida de cocaína por México hasta Los Ángeles en menos de una semana, mucho más rápido, señaló, de lo que le tomaba a la mayoría de los traficantes mexicanos, es decir, un mes.
Pareció especialmente impresionado con la pista de aterrizaje clandestina de Guzmán, donde llegaban sus cinco aviones después de despegar desde Colombia. La pista no solo estaba bien iluminada, sino que los empleados mexicanos también reabastecían los aviones rápidamente, dijo Ramírez. Incluso les daban una comida matutina a los pilotos.
Un equipo de policías federales protegía y a menudo también participaba en el desembarque de las drogas, comentó.
El narcotraficante colombiano, conocido como Chupeta, ha sido uno de los testigos más sorprendentes hasta ahora. Antes de su arresto en Brasil en 2007, se sometió a cirugías estéticas para modificar todo su rostro —los pómulos, la mandíbula, los ojos, la boca, la nariz y las orejas— para evitar que las autoridades lo reconocieran. En el banquillo de testigos, parecía un personaje salido de una vieja tira cómica de Dick Tracy. Testificó usando un par de guantes y una parka abrochada, sin que se diera una explicación de por qué.
El regreso de Martínez a la corte está programado para hoy. De acuerdo con los documentos judiciales presentados el fin de semana, es probable que testifique acerca de los libros contables en código en los que registró sus negocios con el Chapo.
La búsqueda del arquitecto perfecto
Guzmán es muy conocido por construir túneles que usaba para exportar cocaína rápidamente desde México hacia Estados Unidos. No obstante, el hombre que merece gran parte del crédito por la construcción de esos primeros túneles es Felipe Corona, que se encargó de concebir un túnel desde Agua Prieta, México, hasta Douglas, Arizona, el cual le permitía a Guzmán transportar cocaína a Estados Unidos en menos de veinticuatro horas.
Corona también construyó bodegas y casas con compartimentos secretos, a los que llamó “clavos”, para almacenar drogas y dinero.
En estas casas, las habitaciones principales contenían interruptores ocultos en las ventanas. Al presionar uno de ellos, el marco de la cama y el piso se elevaban para revelar un cuarto de seguridad con escalones, una escalera y “una caja fuerte muy grande y muy segura”, testificó Martínez.
Martínez, que conoció a Corona en la casa de Guzmán en 1987, vio algunas de estas construcciones de primera mano e incluso vivió en una de las casas.
Otro de esos clavos, que describió que estaba como debajo del agua, incluía una cisterna. Después de drenar el agua, se veía una escalera, que se usaba para entrar al compartimento secreto.
Un curso sobre lavado dinero
En el banquillo, Martínez detalló cómo un cártel lava dinero:
* Se usan billetes pequeños, la mayoría de 20 dólares.
* Se usan prestanombres (generalmente, personas que entregan su identificación a cambio de dinero para que se puedan ocultar las ganancias de la droga en su nombre) o “empresas fachada” (negocios legítimos que también participan en el narcotráfico de fondo).
* La ignorancia es una bendición. Generalmente, la mayoría de los miembros del cártel no saben dónde está oculto el dinero con el fin de que no se incaute si atrapan a alguien.
* Infiltrarse en “casas de cambio”, que trabajan con los bancos. Los traficantes pueden manejar tarjetas de prepago (con cientos de dólares), las cuales son más fáciles de transportar que el efectivo.
Cocaína perdida en el mar
A principios de la década de los noventa, un cargamento de 10 toneladas de cocaína, con un valor aproximado de 178 millones de dólares, se perdió en el mar cuando el cártel intentaba transportarlo durante un huracán, le dijo Martínez al jurado.
Guzmán desplegó sus cuatro aviones para que buscaran el cargamento, pero “jamás supimos dónde quedó”, comentó Martínez. “No encontramos ni el bote ni a los tripulantes ni la droga”.
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Productor de coca, jefe detallista y testigo contra el Chapo: la saga de Juan Carlos Ramírez Abadía
Por ALAN FEUER 3 de diciembre de 2018 
Juan Carlos Ramírez Abadía fue uno de los mayores productores de cocaína colombiana. La fotografía de la izquierda muestra a Ramírez antes de someterse a las cirugías plásticas; la imagen de la derecha es posterior a las operaciones. Credit Fiscalía de Estados Unidos, Distrito Sur de Nueva York



Juan Carlos Ramírez Abadía era uno de los mayores productores de cocaína colombiana y tenía dos grandes virtudes: era muy adaptable y estaba completamente obsesionado con los detalles de su oficio.
Cuando las autoridades estadounidenses comenzaron a usar aviones de radar para localizar los vuelos con cargamentos de drogas destinados a México, Ramírez simplemente comenzó a usar botes. Cuando fabricaba cocaína en laboratorios ubicados en las profundidades de la selva colombiana, con frecuencia realizaba controles de calidad con el fin de asegurarse de que sus drogas contaran con la pureza necesaria, que tuvieran una “calidad óptima”, según cuenta.
Sin embargo, Ramírez, un antiguo líder del Cartel del Norte del Valle, también era famoso por otra razón, según les dijo a los miembros del jurado: era el principal proveedor de Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera, el capo mexicano de la droga. En su segundo día como testigo en el juicio por conspiración de drogas contra Guzmán en la Corte Federal de Distrito en Brooklyn, Ramírez detalló su relación de diecisiete años con el acusado y la describió como uno de los negocios de narcotráfico más rentables en la historia moderna.
Conocido como Chupeta, Ramírez se presentó en el banquillo de testigos como un hombre obsesionado con las minucias de su negocio; recordó que siempre pedía a los pilotos que le informaran de todo lo sucedido en cada recorrido y que revisaba todos los renglones de los escrupulosos registros contables que llevaba. Orgulloso hasta la arrogancia, casi no utilizó la palabra “cocaína” sin recordarles a los presentes en la corte que se trataba de su cocaína.
Ramírez también tenía una intensa fijación con su seguridad personal. Contó que en los comienzos de su carrera, después de que lo arrestaron en Colombia, no solo sobornó a los funcionarios para que lo dejaran salir de prisión, sino que también les pagó para que borraran todos los rastros de su existencia de los registros gubernamentales. Antes de que lo arrestaran de nuevo en 2007 en Brasil, se sometió a varias cirugías plásticas para modificar por completo su rostro. Sus nuevos rasgos (ojos alargados, barbilla prominente y pómulos definidos) le dan el aspecto de un vampiro.
La semana pasada, en su primer día como testigo, Ramírez le dijo al jurado que conoció a Guzmán en 1990 en el vestíbulo de un hotel de Ciudad de México. Dijo que el acusado, quien en ese entonces era un novato en el mundo del narcotráfico, le ofreció transportar 4000 kilos de cocaína (“Mi cocaína”, afirmó) desde México hasta Los Ángeles, y cobró el 40 por ciento del valor del cargamento.
Eso era un poco más del 37 por ciento que cobraban la mayoría de los traficantes mexicanos, comentó Ramírez. No obstante, Guzmán lo persuadió con un discurso de venta convincente y audaz. “Dijo: ‘Soy mucho más rápido’”, recordó Ramírez. “Pruébame y verás’”.
Así comenzó una alianza productiva y duradera que duró casi veinte años y permitió el traslado de 400 toneladas de cocaína colombiana a México para luego transportarla a través de la frontera. En un principio, los socios usaban aviones para pasar sus cargamentos a la red de pistas secretas de aterrizaje que eran de Guzmán. Más tarde, optaron por botes de pesca, e intercambiaban el cargamento de manera encubierta en el mar.
Los términos del acuerdo eran sencillos: después de que la cocaína pasaba la frontera, Guzmán tomaba su 40 por ciento y lo vendía por su cuenta en Estados Unidos. Los operadores de Ramírez se quedaban con el resto para venderlo.
Al parecer, las ganancias eran sorprendentes. De 1990 a 1996, según Ramírez, Guzmán ganó hasta 640 millones de dólares vendiendo su cocaína.
Ramírez ejercía un control excesivo sobre el negocio de Guzmán. Cuando los socios cambiaron el transporte aéreo por las rutas marítimas, Ramírez insistió en poner capitanes colombianos en los botes mexicanos e incluso hizo que uno de sus empleados usara un radio en tierra para mantener vigiladas las embarcaciones.
“¿Sería apropiado decir que eres un jefe muy involucrado?”, le preguntó un fiscal a Ramírez. “Siempre”, respondió.
No obstante, ni siquiera ese nivel de atención era suficiente para evitar los desastres ocasionales.
A principios de la década de 1990, por ejemplo, Ramírez envió una embarcación pesquera con veinte toneladas de cocaína al océano Pacífico para encontrarse con un bote de Amado Carrillo Fuentes, quien era uno de los asociados de Guzmán en el Cártel de Sinaloa. Sin embargo, el capitán de Carrillo Fuentes era cocainómano y comenzó a tener alucinaciones en las que se acercaban embarcaciones de la Guardia Costera de Estados Unidos. Temeroso de que lo atraparan, el capitán mexicano hundió la embarcación y perdió 400 millones de dólares en cocaína.
En 1996, después de varios momentos críticos, Ramírez se rindió ante las autoridades colombianas, prometió desmantelar su imperio y cumplir una condena de hasta veinticuatro años en prisión. Pero al final, como era su costumbre, logró sobrevivir.
Dijo que les pagó varios millones de dólares a funcionarios corruptos de su país y salió libre después de poco más de cuatro años.
Una vez en libertad, Ramírez se adaptó de nuevo y llegó a un nuevo acuerdo con Guzmán y sus aliados. Con este trato, Ramírez clausuró sus negocios de distribución en Estados Unidos. Dijo que le permitió a Guzmán y a su gente no solo introducir su cocaína de manera ilegal a través de la frontera, sino también venderla en Los Ángeles, Chicago y Nueva York.
Aunque ese fue un gran avance para Guzmán, era algo más para Ramírez. Él explicó que, en ese momento, el gobierno de Estados Unidos ya le seguía el rastro y pronto lo acusarían y buscarían su extradición. Por eso se declaró culpable en 2010.
Como siempre, luchaba por sobrevivir. “Quería estar detrás de la cortina”, comentó.

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