23 dic 2018

Los Pinos: lo que el sexenio se llevó

Los Pinos: lo que el sexenio se llevó/ ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
Revista Proceso # 2199, 22 de diciembre de 2018..
Antes de entregar el poder el peñanietismo se encargó de dejar la hasta entonces residencia oficial con amplios espacios vacíos.  Ni cubiertos, cafeteras ni hornos en la cocina; ni lámparas o burós en las recámaras; ni escritorios, engrapadoras o computadoras en las oficinas; ni televisiones ni sus soportes, que fueron arrancados de las paredes… Vaya, ni el teléfono rojo sobrevivió al fin del sexenio anterior en Los Pinos.

El teléfono rojo, mítico objeto de “la red” que comunicaba a los altos funcionarios con el presidente, ya no está. No aparece en el despacho presidencial de la residencia Miguel Alemán, que se ubica a la izquierda del vestíbulo; tampoco está en la casa Miguel de la Madrid ni en el despacho más acogedor, no por ello menos lujoso, de la casa Lázaro Cárdenas.

Símbolo del acceso al poder presidencial, invocación frecuente de novelas y thrillers políticos, no hay rastro del teléfono rojo en la que fue la residencia oficial de Los Pinos, como tampoco hay un solo teléfono o intercomunicador en ninguno de los despachos que debió ocupar el equipo presidencial, que se pueden recorrer por todo el pasillo trasero de la casona que durante más de ocho décadas habitaron –y desde donde despacharon– los presidentes de México. 
Tampoco hay ni una computadora, impresora, trituradora, engrapadora, engargoladora o perforadora; ni un despachador de agua, una cafetera o algún horno de microondas, objetos todos que se contaban por cientos en el inventario de bienes de la Presidencia de la República hasta un año antes de que la residencia de Los Pinos fuera desalojada.
Y en definitiva, los números no cuadran cuando se procura hacer el contraste, por ejemplo, de las sillas, sillones y credenzas asentadas en el inventario obtenido por Proceso en julio de 2017 sobre el mobiliario de la hoy exresidencia oficial, con los que se puede observar en los rincones de las tres casas presidenciales y el salón Venustiano Carranza, que desde el pasado sábado 1 cualquier ciudadano puede visitar.
Sede del poder político durante ocho décadas, el perímetro ya no cuenta con el recaudo del Estado Mayor Presidencial; está custodiado ahora por efectivos de la Primera Brigada de Policía Militar que fungen como agilizadores de visitas, empleados de la Secretaría de Cultura.
No hay guía de turistas ni explicación de algún tipo, excepto por las etiquetas en algunos cuadros de artistas célebres o muebles de cierta importancia; y algunas descripciones, como la del “búnker”, cuya sala de crisis fue construida en el sexenio de Felipe Calderón, en el sótano de la casa Miguel Alemán; y naturalmente los letreros que acompañan numerosas piezas en los que se lee: “Así se recibió”. 
La ausencia de objetos es notoria en relación con lo registrado por la Oficina de la Presidencia de la República hasta el 2 de mayo de 2017, fecha en la que este semanario hizo una solicitud de información (folio 0210000037317), con el fin de documentar el inventario de la residencia oficial de Los Pinos para contrastarla con lo entregado una vez ocurrido el cambio de gobierno.
Hasta entonces era imposible saber cuál sería el resultado de la elección presidencial y mucho menos que Los Pinos fuera a quedar abierta al público, como ocurrió este mes, al arribo de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia y cuya administración aún no logra conocer el destino de miles de objetos faltantes.
El pasado lunes 3 Proceso solicitó formalmente a la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia de la República que se le permitiera consultar el inventario. 
Un día después los senadores Geovanna del Carmen Bañuelos de la Torre y Alejandro González Yáñez, del Partido del Trabajo, presentaron un punto de acuerdo para que la Oficina de la Presidencia y la Secretaría de Cultura informaran sobre el inventario de bienes. La respuesta en ambos casos fue que se debe esperar hasta enero, cuando concluya el plazo de revisión de lo recibido. 
Para entonces la falta de menaje en la exresidencia oficial ya era un escándalo:
En la cocina no había ni un cubierto. En las recámaras no quedaron lámparas, sillones, burós ni objetos decorativos; nada de ropa de cama, tapetes o blancos. No había una pantalla de televisión, algún escritorio o secreter, en sus enormes clósets no se localizó ni un gancho, mientras que las paredes fueron resanadas de manera tan minuciosa que, literalmente, no quedó ni un clavo.
Personal que participó en la entrega-recepción asegura que, entre otras cosas, el sábado 1 una exquisita caja-estuche de cubiertos de plata del siglo XIX estaba en el majestuoso comedor de la residencia Miguel Alemán, abandonada, vacía. En las actas de la recepción así quedó asentado.
En las oficinas de las tres casas y del salón Venustiano Carranza –donde estaba el cuarto de guerra de la Coordinación de Comunicación Social– no quedó ni un quitagrapas, mientras que en los despachos no accesibles hay huellas de soportes para pantallas de televisión arrancados.
Un candil
Ante el frontispicio de la residencia Miguel Alemán, desde la explanada que sirvió de escenario para actos diplomáticos, acuerdos de transición y recepciones especiales, es posible advertir los prismas lisos que asoman pendientes en el vestíbulo de doble piso. Ya adentro, el enorme candil de estilo francés, “tipo María Teresa”, en forma de pirámide cónica, vestida con almendrones, arandelas y hojas de cristal de diferentes tamaños, resplandece en 225 bombillas, imponiéndose sobre la estancia de canteras blancas, maderas finas y superficies de mármol.
El complejo de la hoy exresidencia oficial de Los Pinos se compone de tres casonas: la original casa Lázaro Cárdenas, la más reciente Miguel de la Madrid y la palaciega residencia Miguel Alemán, de enormes dimensiones y, eso sí, como en todas, acabados de lujo, como el candil adquirido en noviembre de 2010 a un costo de 1 millón 630 mil pesos.
Ese candil es uno de los 24 mil 729 objetos inventariados hasta mayo de 2017, conforme a los documentos obtenidos por Proceso, en listas donde se puede observar fecha de adquisición, monto y área de ubicación, identificadas así pero sin que se indique precisamente el espacio físico.
Además hay tres edificios de oficinas que están cerrados al público, excepto por el acceso parcial al salón Venustiano Carranza, compuesto por un vestíbulo y dos salas de juntas, una de ellas destinadas a sesiones presidenciales, pues destaca en el sillón de cabecera el Escudo Nacional.
Tras la petición de acceso a las actas de entrega-recepción realizada el lunes 3 por Proceso, no fue sino hasta el miércoles 19 cuando personal de la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia informó que la Oficina de la Presidencia y la Secretaría de Cultura emitirían una posición conjunta respecto al tema; también que los inventarios estaban en revisión y que no sería sino hasta principios de enero cuando tendrían mayor información.
El comunicado explicaba que la exresidencia oficial fue entregada en el primer momento del sábado 1; que previo a esa fecha, personal del equipo de transición realizó tres recorridos en los que detectaron “la total ausencia de muebles y artículos que comprenderían el menaje” de la planta alta de la casa Miguel Alemán, así como de las cabañas 1 y 2, excepto por libreros empotrados, mobiliario de oficina y salas de gabinete. Es decir, lo que hasta entonces era evidente.
También informó que habían recibido las instalaciones como se estaban exhibiendo y que previo al cambio de gobierno se realizaron tres recorridos con el equipo de transición y notario público. Aunque no se explicitó, dichos recorridos fueron videograbados.
Ante la imposibilidad de contrastar el inventario de 2017 con el de la entrega-recepción, los fotógrafos Alejandro Saldívar y Benjamín Flores, así como el autor de este texto, realizaron tres recorridos en el perímetro, durante los cuales fue posible detectar la ausencia de miles de objetos.
Personal de la Presidencia de la República confirmó a este semanario que los registros documentales son limitados y que no han localizado las actas de inventario sobre bienes muebles que hayan podido causar baja o enviarse a bodegas, e inclusive, el presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió a eso en su conferencia de prensa matutina del jueves 20.
La respuesta a la solicitud realizada por Proceso en 2017 consiste en mil 240 páginas a renglón seguido, en las que se pueden identificar lo mismo objetos como el candil del vestíbulo en la residencia Miguel Alemán hasta herramientas simples de oficina, como una engrapadora, o de jardín, como unas tijeras para podar. Sin embargo, la respuesta no identifica los espacios físicos donde estaban ubicadas.
El nivel de desagregación de datos permite observar que en los registros documentales se contabilizaban objetos que estaban en la residencia oficial desde hacía décadas. Un ejemplo: en la Coordinación de Comunicación Social estaba en los registros de 2017 un “tanque para revelado de rollos. Estructura en acero inoxidable para dos carretes de 35 mm.”, adquirido en 1989. Se trata de un pequeño objeto, con capacidad como de medio litro, prácticamente en desuso y que, sin embargo, a casi 30 años de ser inventariado seguía ahí sin ser enviado a bodega.
Ese nivel de detalle en el inventario de 2017 resulta relevante, en tanto que pasaron cinco periodos presidenciales sin que se enviaran a bodega miles de objetos, mientras que con este cambio de gobierno todo quedó desmantelado en junio, cuando según pudo corroborarse con personal que participó en la entrega-recepción, la residencia oficial inició su desalojo.
Bajo el candil “María Teresa” y los otros ocho de estilo francés de menor tamaño, las estancias que equilibran mármol, caoba y piel se ven desoladas, como si se tratara de una “casa muestra”.
Caprichos presidenciales
Conocida a partir de la apertura de la residencia oficial, la sala de cine es una de las curiosidades de la ostentación, que se relacionan con las actividades lúdicas de los presidentes de México.
El sótano de la residencia Miguel Alemán es rica en esas aficiones, pues además de la sala de cine, con dimensiones y mobiliario similar a las salas comerciales VIP, es apenas una de las aficiones presidenciales que quedaron ahí.
Unos pasos adelante, destacan los baños estilo spa, en donde es posible advertir una plancha de masajes y regaderas, similares a los baños-vestidor de un gimnasio recubierto todo de mosaico blanco.
Pero sin duda, la estancia más destacada es el llamado “búnker”, una sala de situación con pantalla y equipo de sonido de alta fidelidad, localizada en herradura y cuya construcción se atribuye a Felipe Calderón, fanático de todo lo relacionado con las armas. En una de sus paredes insonorizadas sobresalen quemaduras sin profundidad, como dos tiros en superficie blindada.
Las aficiones de Felipe Calderón, por ejemplo, obligaron a ampliar el perímetro de la residencia oficial, varias hectáreas de terreno hacia el Bosque de Chapultepec, con el fin de que durante su mandato pudiera andar en bicicleta.
Y luego el culto a la personalidad que, desde la avenida de los Presidentes, permite observar las estatuas de cuerpo entero de quienes han sido inquilinos del lugar, en donde Enrique Peña Nieto inclusive se dio el tiempo para mandar construir la suya, así como el retrato que en el salón de gabinete, dentro de la casa Miguel de la Madrid, luce en la pared, unido ya a sus antecesores.
En el inventario, la mayoría de esas pinturas corresponden a noviembre de 2005, al iniciar el último año de Vicente Fox cuando se contrató a varios artistas para que plasmaran a los 11 expresidentes, desde Lázaro Cárdenas hasta Ernesto Zedillo, a un costo entonces de 58 mil pesos cada una, que garantizó la presencia de Fox en ese lugar, así como de quienes lo sucedieron.
Faltantes y rarezas
El secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, está en la residencia oficial. Su fotografía, aunque con aspecto más joven, cuelga en una de las paredes que contienen una pequeña sala de juntas en el salón Venustiano Carranza; junto a él destacan viejos conocidos y conocidas, como Marta Sahagún, Rubén Aguilar y Alejandra Sota, o bien el vocero del peñanietismo, Eduardo Sánchez, quien posa con adustez en la más nueva y colorida fotografía del collage de los voceros y jefes de comunicación.
No hay en todo el terreno de Los Pinos ningún lugar que exhiba las imágenes de exfuncionarios, excepto los que se ubican en la casa Miguel de la Madrid, que son los retratos presidenciales tan eficaces que hasta Peña Nieto alcanzó a posar para algún artista.
El Venustiano Carranza conecta, mediante varios pasillos, con las otras áreas empleadas como oficinas, frente a la calzada Molino del Rey. Pero los pasadizos son inaccesibles. 
Recorriendo los jardines, testimonio de diseño y esmero en su conservación, se yergue la Lázaro Cárdenas, casona original usada por el último general presidente, en apariencia empleada más como oficina y que en su puerta trasera conecta con la torre de cristal donde se ubicó la sede de la Coordinación General de Comunicación Social.
En este último edificio, así como en la sala de prensa ubicada ya casi en la esquina con Constituyentes, antigua construcción al parecer que albergó caballerizas, es donde las paredes muestran que hubo soportes de televisión que fueron arrancados. 
En la revisión del inventario de 2017 fue posible identificar que sólo esa dependencia del Ejecutivo poseía 36 pantallas que ahora sencillamente no están.
Además, la sala de prensa contenía numerosas computadoras asignadas a la fuente presidencial, e inclusive tenía cada espacio un letrero con el cabezal o marca del medio al que estaba destinada. Aunque esa es otra de las áreas que ya no es accesible al público, Proceso pudo corroborar que está vacía.
Testimonios recogidos entre el personal de Los Pinos, sostienen que la última semana de noviembre decenas de computadoras fueron puestas a remate –con precios que iban de 800 a 3 mil pesos– entre personal militar justo en la calle Molino del Rey. En cualquier caso, no fueron incluidas en las actas de la entrega-recepción, con el argumento de que eran equipos rentados.
Por lo pronto, el tema de la gran cantidad de objeto faltantes no está resuelta. El pasado jueves 20 López Obrador puso un alto al asunto al solicitar en una conferencia de prensa a su secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, así como a los funcionarios de la Oficina de la Presidencia de la República, que no adelantaran información, pues no quería “escándalos” hasta tener la información precisa sobre el destino del menaje de la otrora residencia oficial. 
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Revista Proceso # 2199, 22 de diciembre de 2018..
Ausente, la obra pictórica/ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
El 24 de noviembre de 1994, en la última semana de gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la Oficina de la Presidencia de la República adquirió Memorias, óleo sobre madera con un marco tallado de cedro rojo.
La obra, de Rafael Cauduro, mide 1.84 por 4.59 metros y desde la fecha de su adquisición hasta mayo de 2017 permaneció en alguna de las estancias de la oficina de la Presidencia de la República.
Con el número 1035 de un inventario que consta de más de 24 mil registros, ésta es una de las decenas de piezas que no formaban parte de las colecciones del Instituto Nacional de Bellas Artes, los acervos de los museos o el fondo de la Secretaría de Hacienda.
Dos registros consecutivos del inventario, el 1036 y el 1037, dan cuenta de dos pinturas relativas a la Batalla del 5 de Mayo, fechadas en 1882. Ambas superan el metro cuadrado. La obra de Cauduro tuvo un costo de 163 mil 636 pesos en 1994; los otros dos superaron los 118 mil pesos en 2005.
No están en Los Pinos y no figuran en los registros de la entrega-recepción de la excasa presidencial, cuyo equipo fue consultado por Proceso. Siguiendo la secuencia del inventario, desde el mencionado cuadro con registro 1035 y hasta el 1045 se cuentan en total tres pinturas, una litografía y seis esculturas, objetos que se mantuvieron ahí varios sexenios, hasta esta ocasión.
Prácticamente no hay área de la exresidencia oficial, excepto las dedicadas a trabajos manuales, que careciera de algún tipo de obra de arte inventariada como adquisición y no como comodato, préstamo o donación entre entidades de gobierno.
El arte que debería estar en Los Pinos sencillamente no está. Aunque es posible ver un cuadro de Luis Nishizawa, en las estancias de las casas que componen el conjunto otrora presidencial no fue posible observar las 33 piezas adquiridas por Carlos Salinas de Gortari para integrar la colección de Los Pinos.
Dicha colección contiene obras de Francisco Toledo, Gustavo Aceves, Enrique Canales, Miguel Castro Leñero, Rafael Cauduro, Alejandro Colunga, Rafael Coronel, Roberto Cortázar, José Luis Cuevas, José Chávez Morado, Beatriz Ezban, Manuel Felguérez, Julio Galán, Vicente Gandía, Luis García Guerrero, Gunther Gerzso, Lauro López, Luis López Loza, Rodolfo Morales, Sylvia Ordóñez, Vicente Rojo, José Luis Romo, Ignacio Salazar, Susana Sierra, Juan Soriano, Eduardo Tamariz, Humberto Urbán, Cordelia Urueta, Ismael Vargas y Germán Venegas.
Si bien pueden apreciarse algunos cuadros, no necesariamente en todos los casos corresponden a los firmantes de la exigencia a Alejandra Frausto, secretaria de Cultura. Por ejemplo, una serie de pinturas de volcanes que están en la residencia Lázaro Cárdenas llevan la firma de un artista apellidado Estrada.
El pasado jueves 13 los artistas le pidieron a Frausto que diera detalles sobre el paradero de las obras de las que son autores. Hasta ahora, la información ha sido escueta.
Los presidentes
En la sala de gabinete de la casa Miguel de la Madrid, los presidentes de México atestiguan desde sus lienzos las populosas visitas. Hay que recorrer la casa para observar que hasta Enrique Peña Nieto alcanzó a colgar su pintura, con la misma oportunidad que lo hizo en la Avenida de los Presidentes, donde se yergue como última estatua de inquilino sexenal.
En esa sala de gabinete, Vicente Fox se aseguró su permanencia en Los Pinos, pues fue durante su gobierno que adquirieron los cuadros de los presidentes, de Plutarco Elías Calles hasta el propio guanajuatense. Son pinturas que no desaparecieron.
Lo que no se observa por ninguna parte del recorrido por las tres casas de la hoy exresidencia oficial son las esculturas del Escudo Nacional y los bustos en bronce de Benito Juárez.
Sin embargo, la secretaria de Cultura y la Oficina de la Presidencia de la República plantearon que no será sino hasta principios de enero cuando se dé a conocer esa información.
Inclusive, López Obrador, en su habitual conferencia matutina, dijo el jueves 20 que pediría esperar, porque no quería “escándalos”.
Para entonces, la Secretaría de Cultura había dado a conocer parte de las obras que fueron regresadas a sus áreas de adscripción y que, por primera vez, contradicen la versión oficial, que hasta 2017 declaró inexistencia de información al pedir la lista de obras, conforme a la solicitud 0210000037317.
La cantidad de obras de arte alojadas en las estancias presidenciales dan cuenta de la inmensidad en la que los presidentes vivieron.
En 2014 la Oficina de la Presidencia consiguió 20 obras de distintos museos. Ese mismo año se consiguieron otras seis del Museo Nacional de Arte, mientras que en 2017 se solicitó una más, La fuerza del espíritu, de Roberto Álvarez Madero.
Las paredes de la residencia oficial lucieron algún día con piezas de José María Velasco, Joaquín Clausell y Juan de Mata Pacheco.
Hasta el jueves 20 el asunto era una incógnita e inclusive López Obrador pidió cautela a su equipo: “No se sabe si las entregaron a los fondos, porque muchas de las obras de arte que están en las oficinas públicas pertenecen al patrimonio de Hacienda. Entonces no se sabe si se entregaron. Eso se está viendo. En su momento se va a saber”.
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Opacidad sobre las residencias veraniegas/ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
Revista Proceso # 2199, 22 de diciembre de 2018..
Los presidentes de la República y sus familias disfrutaron de varias quintas majestuosas que, además de la residencia oficial de Los Pinos y el Palacio Nacional, les permitían practicar lúdicas actividades a cargo del erario, en condiciones que hasta ahora no se han transparentado.
Al menos cinco mansiones fueron empleadas por los mandatarios y, si bien se sabe que su mantenimiento y vigilancia estaban a cargo del Estado Mayor Presidencial, a diferencia de las tres casas de Los Pinos éstas no han sido abiertas al público y se desconoce su origen, función y costo.
El pasado jueves 20, el presidente Andrés Manuel López Obrador mencionó sólo dos, una en Acapulco y otra en Cozumel. No ofreció detalles sobre ellas, aunque anticipó que no las visitaría.
De acuerdo con los registros obtenidos por Proceso mediante solicitudes de información, las propiedades a las que se refirió el mandatario son la Quinta Guerrero, en Acapulco, y la Quinta Maya, en Cozumel, ambas correspondientes a los inventarios de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Pero además el Ejército posee la Quinta Allende, en San Miguel de Allende, también al servicio del presidente.
Y hay otra finca presidencial en la costera Miguel Alemán, de Acapulco, que es propiedad de la Secretaría de Marina (Semar).
En tanto, la Oficina de la Presidencia de la República cuenta con otra, que lleva por nombre Quinta Soledad Orozco, en el rancho La Herradura, en Huixquilucan, Estado de México, la cual –por su ubicación y majestuosidad– es equiparable al estadunidense Camp David.
El 2 de mayo de 2017 este semanario solicitó a la Oficina de la Presidencia de la República, la Sedena y la Semar información sobre las casas residenciales, quintas, fincas o cualquier bien inmueble cuyo objeto fuera el usufructo del presidente de la República. 
Además se solicitó el inventario de muebles, incluyendo obras de arte, que formaran parte del menaje de las casas o que estuvieran ahí por comodato, préstamo o algún instrumento jurídico similar.
También se pidieron las bitácoras para saber quiénes solían hacer uso de las mansiones y en qué fechas, entre otros datos que permiten al menos una aproximación a las estancias presidenciales.
Los orígenes
Con un pasado conservador, la hacienda La Hormiga, antecedente de Los Pinos, fue la principal fuente de sustento para José Pablo Martínez del Río, el médico y empresario panameño que, asentado en México desde los años treinta del siglo XIX, encabezó al grupo de mexicanos que coronó a Maximiliano de Habsburgo.
Al servicio del aristócrata austriaco, Martínez del Río participaba en una diligencia diplomática y fuera del país lo sorprendió la restauración de la República, que lo despojaría temporalmente de la hacienda de La Hormiga, que se le regresó tiempo después y conservarían sus sucesores.
En 1924 Álvaro Obregón mandó comprar la hacienda, colindante con el bosque de Chapultepec, en un atropellado proceso que incluyó primero una promesa de pago: 886 mil 472 pesos, que además se realizaría en varias exhibiciones, de acuerdo con la escritura del notario José de Jesús Arce, fechada el 31 de diciembre de ese año.
Sin embargo, algo pasó que el secretario de Hacienda no pudo cumplir, por lo que, en un acuerdo posterior al que ordenaba la compra del rancho La Hormiga, Obregón autorizó la subasta de bienes inmuebles que no fueran de servicio público a fin de amortizar las deudas del gobierno. 
Entonces, a cambio de La Hormiga, se le pagó a la sucesión de Martínez del Río con el que fuera el Hospicio de Pobres, un imponente complejo que se ubicaba en la esquina que hoy es la de Viaducto y Tlalpan, donde actualmente hay un cuartel de Guardias Presidenciales.
Una década después Lázaro Cárdenas decidió vivir en el rancho y la casa de La Hormiga y abandonar el Castillo de Chapultepec, por considerar que éste era demasiado y para que el pueblo pudiera conocerlo, según expuso cuando lo mandó convertir en museo, en un acto idéntico al de López Obrador –declarado admirador de Cárdenas– respecto de Los Pinos, nombre que se le impuso a la finca por capricho del general, que recordaba así el lugar donde conoció a su esposa en Michoacán.
Su sucesor, Manuel Ávila Camacho, adquiriría el antiguo rancho La Herradura, y le impuso el nombre de su esposa: Quinta Soledad Orozco. Es una mansión en Huixquilucan que los herederos de ese expresidente litigan al gobierno.
La solicitud de información realizada a la Oficina de la Presidencia de la República no contempló los datos de esa finca y no se le entregó la escritura, como sí pasó con la exhacienda de La Hormiga. Pero fue en otra solicitud (folio 0210000037317), realizada el mismo 2 de mayo de 2017, cuando se identificó que en los inventarios de la Presidencia relativos a la residencia oficial de Los Pinos, surgieron 481 objetos domésticos asignados a la Quinta Soledad Orozco.
En agosto pasado el diario Reforma dio a conocer que la casa estaba en donación y que la viuda de Ávila Camacho, Soledad Orozco, la había cedido en 1997 con el propósito explícito de que ahí pernoctaran dignatarios extranjeros, pero que la Presidencia había incumplido el contrato y la casona se usaba incluso para fiestas del presidente Felipe Calderón.
El diario calculó en más de mil millones de pesos sólo el valor del terreno y 63 obras de arte, así como mil 390 accesorios decorativos en 75.5 millones de pesos. En los inventarios obtenidos de la Oficina de la Presidencia no existe esa abundancia de registros. 
En tanto, la quinta de San Miguel de Allende, la segunda mansión de la Quinta Guerrero y la Quinta Maya tienen origen desconocido, pues la Sedena no aportó registro documental de esos inmuebles.
Tampoco lo hay sobre las casas que podrían ubicarse en Ixtapa, Guerrero; Huatulco, Oaxaca, y Punta Mita, Nayarit, donde existen antecedentes de pernoctas frecuentes del presidente Felipe Calderón en las primeras dos, y de Enrique Peña Nieto en la tercera, precedidos por amplísimos despliegues del Estado Mayor que hasta ahora son una incógnita.

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