28 ene 2020

Olvidar Auschwitz/

Olvidar Auschwitz/Ana Palacio is former Minister of Foreign Affairs of Spain and former Senior Vice President and General Counsel of the World Bank Group. She is a visiting lecturer at Georgetown University.
Project Syndicate, Martes, 28/Ene/2020
Esta semana los líderes mundiales, con abrumadora representación de la democracia liberal, se han reunido en Jerusalén para conmemorar el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi en Auschwitz. Ante el rebrote del antisemitismo, en particular en Europa, recordar las lecciones de esta dolorosa historia es un deber y combatirlo es prioritario.
Vivimos tiempos difíciles para la democracia liberal. Las instituciones están bajo presión. Las reglas y las normas son desafiadas y, en algunos casos, burladas descaradamente. La sociedad se polariza y se fragmenta. Y reviven “ismos” tóxicos del pasado: etnonacionalismo, populismo, y, en particular, antisemitismo. Sin embargo, mientras el etnonacionalismo y el populismo dominan los debates desde hace años -particularmente a partir del referendo del Brexit y la victoria electoral del presidente norteamericano, Donald Trump, en 2016-, el desinterés, cuando no el hastío, califican las reacciones ante esta desazonadora pujanza. Y, sin embargo, la evidencia de esta tendencia es copiosa y escalofriante.

Ejemplo claro es Hungría; la demonización por su condición de judío de George Soros, superviviente del holocausto, causa consternación. Mientras, nos asaltan en el Reino Unido escandalosas revelaciones de antisemitismo dentro de la cúpula del partido Laborista. Cabe asimismo recordar cómo, en un incidente con los «Chalecos Amarillos» en Francia, un prominente intelectual judío fue abucheado al grito de “sucio sionista”.
Abundan los crímenes violentos, manifestaciones de corte antisemita: el incendio intencionado en un supermercado kósher en París, asaltos a punta de pistola en sinagogas en Pittsburgh y al Este de Alemania. En Francia, los informes policiales indican que los incidentes antisemitas aumentaron un 74% de 2017 a 2018.
Asimismo, según un informe de próxima publicación del Centro de Estudios sobre el Odio y el Extremismo en la Universidad del Estado de California, San Bernardino, los crímenes antisemitas en las tres ciudades más grandes de Estados Unidos (Nueva York, Los Ángeles y Chicago) acusan un repunte escandaloso en la serie de los últimos 18 años. Y el comisionado contra el antisemitismo del gobierno alemán ha advertido a los hombres judíos que no usen kipás (la cobertura tradicional judía de la cabeza) en público.
El antisemitismo es una señal de alerta para cualquier sociedad. Los ataques a la comunidad judía presagian ataques a otros grupos. La confesión del pastor alemán Martin Niemöller después de la Segunda Guerra Mundial capta elocuentemente esta progresión: “Primero vinieron por los socialistas y yo no dije nada -porque yo no era socialista-. Luego vinieron por los sindicalistas y yo no dije nada -porque yo no era sindicalista-. Luego vinieron por los judíos y yo no dije nada -porque yo no era judío-. Luego vinieron por mí – y no quedaba nadie para hablar por mí”.
Pero los riesgos de un creciente antisemitismo son mucho más profundos. Trascienden a un grupo social concreto. El antisemitismo interpela a la sociedad en su conjunto porque su rechazo está en la raíz del diseño jurídico constitucional de nuestro proyecto europeo. Más allá de las reglas, las instituciones y el Estado de Derecho, la UE arraiga en valores que, en última instancia, declinan el fundamento de la dignidad humana. Y esta permanente vigilia que define el modelo europeo no se entiende sin la memoria directa, punzante, permanente del Holocausto.
Es cierto que el imperativo del nunca más en Europa ha sido siempre más aspiración que realidad. La masacre de Srebrenica en 1995 y, en términos más generales, la guerra y la depuración étnica que acompañaron a la división de Yugoslavia, claramente lo desafiaron. Pero el examen de conciencia que siguió al conflicto de los Balcanes sugiere que los europeos, cuanto menos, reconocieron la traición de sus valores fundamentales.
Hoy, por el contrario, parecería que nos falta aliento para abordar una reflexión semejante. El antisemitismo, ese pecado original paneuropeo, se vulgariza entre nosotros. Demasiado a menudo se minusvaloran los actos de antisemitismo, cuando no se racionalizan de manera cínica. Las manifestaciones de indignación o solidaridad frecuentemente carecen de profundidad, y cualquier discusión acaba en argumentaciones sobre las políticas israelíes o inclusive norteamericanas. Mientras tanto, la democracia liberal se debilita.
Dos razones para esta débil respuesta merecen especial atención. Por un lado, el desvanecimiento de la memoria. La historia del antisemitismo en Europa es casi tan antigua como la propia Europa. Pero los últimos 70 años han aportado un respiro considerable, por la marca indeleble que el Holocausto dejó en quienes lo habían vivido, o habían estado cerca. Pero estos testigos y directos conocedores van apagándose, saliendo de escena. Hoy, el peligro viene de que la singularidad del holocausto se desdibuja y su perfil se va fundiendo entre las tragedias de la historia; y esta amnesia arrastra consigo el entendimiento de por qué esta grundnorm tiene y debe conservar entre nosotros un lugar privilegiado.
Por otra parte, la pujanza del antisemitismo y la tibieza de la respuesta social son manifestaciones sintomáticas de una erosión de los principios fundamentales y las instituciones democráticas que estructuran nuestra convivencia. En este sentido, el antisemitismo es el canario en la mina de carbón, que nos muestra lo tóxico y divisivo de nuestro discurso social y político. La instrumentalización de las reglas, normas y principios más básicos para fomentar objetivos personales o partidarios amenaza con quebrar nuestras sociedades. Si no podemos coincidir en que el antisemitismo no tiene lugar en nuestras sociedades, ¿sobre qué podemos ponernos de acuerdo?
El retorno del antisemitismo como precursor del debilitamiento del Estado de Derecho y las libertades individuales nos interpela a cada uno. Por ello, al contemplar esta conmemoración del Holocausto, tengamos muy presente la imagen que este espejo arroja de nosotros mismos. Podemos desviar la mirada y permitirnos llegar al punto en que no quede nadie para hablar por nosotros, o podemos reconocer la amenaza a que nos enfrentamos y hacerle frente.

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