El premio mayor tiene alas/Alberto Barrera Tyszka
The New York Times, 11 de febrero de 2020
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en la Mañanera del 7 de febrero de 2020. Credit Associated Press
El presidente de México se ha empeñado en poner a volar al avión presidencial en un sorteo popular. ¿Qué sentido tiene rifar un bien público en la lotería nacional? ¿Es una acción típica de un líder populista o es una jugada improvisada, tan absurda como ridícula?
Dice Loris Zanatta, especialista en historia de Latinoamérica, que “dado los problemas que crea, a la palabra populismo es mejor pedirle lo menos posible”. Conviene huir de las definiciones específicas y hurgar más bien en el “poder evocador” del término. Sostiene el estudioso italiano que “el núcleo más íntimo del populismo es una nostalgia unanimista”. Esta premisa supone que existe, en el inicio de los tiempos, un pueblo unido, una identidad pura y noble que ha sido saqueada y contaminada, a la que es necesario rescatar, redimir. Es cierto: sin esta concepción religiosa —sin esta naturaleza salvadora— no puede entenderse el liderazgo populista. Su trabajo, su acción política, se presenta como una permanente cruzada por derrotar al mal y recuperar un paraíso perdido. No importan las ideología ni los supuestos presupuestos ideológicos. La promesa de Donald Trump de volver a hacer grande a Estados Unidos, se emparenta con el fervor de la Cuarta Transformación de Andrés Manuel López Obrador, dispuesto a liquidar el pasado de “gobiernos faraónicos” y devolver a México una verdadera revolución.
Dentro de este contexto simbólico, todo líder populista necesita ser tercamente leal a sus enunciados más radicales. Es un sello de denominación de origen, una garantía de autenticidad. Trump no deja nunca de recordar el muro. Eso establece un diálogo permanente con su público, que añora una comunidad perdida, un edén blanco y anglosajón. En Latinoamérica, territorio definido por la pobreza y la desigualdad, la austeridad en el poder es una bandera imprescindible. En ese sentido, más aún que la austeridad real, lo que realmente vale es el espectáculo de la austeridad. No importa si la rifa del avión es algo rentable, si existen mecanismos eficaces para realizarla y lograr distribuir las ganancias de otra manera. Lo que importa es reiterar la austeridad del líder, su capacidad de renuncia y su capacidad de castigo al pasado. Ese es el negocio.
Al asumir su primera presidencia, Hugo Chávez —con verbo encendido, apelando a la pobreza inmensa de las mayorías— también se propuso vender aviones y carros que eran propiedad del Estado venezolano. Evo Morales asumió la presidencia de Bolivia y de inmediato anunció un plan de austeridad y se redujo el sueldo. La ilusión de que el pueblo —o la encarnación del pueblo— ha llegado al poder debe corresponderse con nuevas y distintas representaciones, con otras ceremonias. Lo mismo pasa con Andrés Manuel López Obrador y el tema del avión. En el fondo no importa la eficacia, la rentabilidad o los peligros de seguridad que conllevan la decisión de deshacerse del avión presidencial. Cuando AMLO viaja por el país en vuelos comerciales está cumpliendo a cabalidad con un relato moral: es el asceta que prometió que, solo con su ejemplo, acabaría con la corrupción.
Obviamente, lo ideal es que cualquier gestión pública funcione con estricta austeridad, bajo el control de los ciudadanos. Pero no es esto lo que realmente interesa y preocupa a los liderazgos populistas. No se trata de fortalecer las instituciones, de promover un sistema de justicia independiente, de combatir la impunidad y construir procesos de poder colectivo. Por el contrario, sin importar la retórica que se use, en el fondo hay un rasgo que los emparenta a todos y que podría formar parte de un manual: el regreso al caudillismo personalista. La tan pregonada austeridad esconde un ascetismo protagónico. Se trata de una humildad narcisista.
En el fondo, la rifa del avión ha terminado siendo un proyecto confuso y muy engorroso. Requiere cambiar la ley, necesita exonerar los impuestos, precisa evaluar y analizar el tema operacional… Pero sobre todo, ya en esta última etapa, propone un premio de lotería que ningún ganador puede cobrar. El propio López Obrador ha advertido esta semana que quien gane el avión no recibirá realmente el avión. Mientras todo es cada vez menos comprensible, el presidente asegura que, al final, el dinero recogido será usado para dotar de camas e insumos a los hospitales del país. Juegos de azar para financiar la salud pública.
Nuevamente, la política no se expresa y se concreta en acciones directas, en la gerencia pública, sino en el imaginario, en la construcción de una narrativa épica y emocional. El avión presidencial es la representación del “mal”. Fue comprado durante el gobierno del expresidente Felipe Calderón y es el símbolo del lujo y la corrupción de “las mafias del poder”. Por eso AMLO inició esta batalla en contra del “enemigo del pueblo”. Sin embargo, en el camino, no ha tenido éxito. Y esta guerra comienza ya a ser costosa e inútil. El Estado mexicano no logró conseguir un comprador. Ni siquiera bajándole el precio al máximo. El avión, guardado en un hangar de California, suma cada vez más gastos. La profecía del redentor se hunde. El cachito de lotería presentado por AMLO a los mexicanos no solo intenta resucitar, entonces, su propia narrativa desde los códigos populares, también aspira a algo más: pretende transformar un fracaso en un premio, un premio con alas.
La apuesta por la lotería, además, también refuerza la imagen de un líder súper poderoso y fiel a sus promesas. Lo que muchos pueden considerar una caprichosa tozudez, quizás otros lo ponderen como una gran virtud. La rifa, aparentemente ridícula y absurda, promueve y sigue distribuyendo la idea de que AMLO es el eje del país. De que su poder es inmenso. Puede agarrar un bien público —tan enorme y tan aparatoso como un avión— y desviarlo tranquilamente, dejando ese supuesto y satánico lujo en manos de la suerte.
La rifa del avión puede ser percibida como un delirio absurdo pero, dentro de la lógica del populismo, tiene un claro sentido. Ya se sabe: es difícil lidiar con estos fervores religiosos. Al enfrentarlos, a veces, solo se logra alimentarlos. El populismo vive de sus adversarios. Por eso, en ocasiones, más que combatirlo de manera frontal conviene tratar de desactivarlo, procurando generar otros espacios de discusión y de presión social, atacando otros problemas reales. La rifa del avión es un espejismo con fecha de caducidad. La situación actual de México exige otro debate.
Alberto Barrera Tyszka es escritor. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.
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Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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