27 abr 2020

No hay lugar para el optimismo /Carlos Marín

No hay lugar para el optimismo /Carlos Marín
El Asalto a la Razón
Milenio, 27 de abril de 2020

Ayer, el presidente López Obrador afirmó: “Se ha podido domar la epidemia. En vez de que se disparara, como ha sucedido en otras partes, aquí el crecimiento ha sido horizontal…”.
Es bueno que anime a sus gobernados, pero el crecimiento jamás es horizontal y la propagación del covid-19 no ha dejado de ser vertical.
Las presidenciales aseveraciones contradicen tanto al vocero federal del problema como a la Organización Mundial de la Salud, cuya representación en México decía el jueves que México registraba 7.52 decesos por cada 100 casos y pronosticaba que el país, con el resto de Latinoamérica están “por vivir el peor momento…”.

Aunque hace casi un mes (corte de la Secretaría de Salud al 31 de marzo) el índice fue de 2.5 muertes por cada 100 positivos, el panorama ya es todavía más preocupante, porque, ayer domingo, las oficinas en Ginebra corrigieron el porcentaje de su delegado: mientras que la letalidad global es de 6.9 por ciento, aquí alcanza 9.4, y ya no se está entre los 17 países que superan el promedio internacional de 6.9, sino que padece la décima tasa de letalidad más alta de una lista de 137 naciones, mayor que la de Estados Unidos o China. Y en lo relativo a capacidades hospitalarias, peor que Bélgica, Francia, Italia y Reino Unido, que registran severos problemas de saturación y reportan índices mayores a 13 por ciento.
Para documentar el pesimismo: las probabilidades de que un enfermo de covid-19 muera en México son mayores que en Brasil, Estados Unidos y Canadá, donde los indicadores de letalidad han sido 6.85, 5.64 y 5.23 por ciento, respectivamente. Superamos inclusive a China, cuya media fue de 5.5 por ciento.
Si pese a los datos en contrario hubiera lugar al optimismo que refleja el Presidente y está por frenarse y decrecer la curva, ojalá sirva esta epidemia para una reflexión multisectorial sobre las insuficiencias heredadas y los errores cometidos por el gobierno actual para rediseñar y reforzar el sistema público de salud.
Como con las adicciones, reconocer el problema es el principio de la recuperación y López Obrador tendrá que reconocer (no tiene que admitirlo en público) que se cometió un grave error en el inicio de su gestión al prescindir de aproximadamente 10 mil médicos, médicas, enfermeras, enfermeros, doctores y doctoras y hasta pasantes de medicina por el enfermizo prurito de ahorrar dinero.
Hoy, ante la emergencia, todas las instituciones implicadas están llamando a incorporarse al servicio médico a personal sanitario que no ha tenido cabida en ellas desde hace ya varios sexenios, porque falta una política integral de reclutamiento.
Lo paradójico es que, si bien escasean los especialistas en todas las disciplinas, y ni se diga en enfermedades respiratorias, hay el número suficiente de médicos, pero la mayoría sin empleo en el sistema público de salud, a los que se debe, además de contratarlos, dar la oportunidad de doctorarse.
Y hay que hacerlo en chinga, porque ese posgrado se lleva de cuatro a seis años…
cmarin@milenio.com

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