2 oct 2023

¿Cuántos jóvenes murieron aquella tarde-noche del miércoles del 2 de octubre de 1968?

 ¿Cuántos jóvenes murieron aquella tarde-noche del miércoles del 2 de octubre de 1968?

"Nadie sabe el número exacto de los muertos,

ni siquiera los asesinos,


ni siquiera el criminal...”
, escribió Jaime Sabines, en el poema Tlatelolco 68.

En la imagen Florencio López Osuna, hermano de mi amigo Faustino, el Pai....; único orador en la Plaza de las tres culturas...

Florencio fue encontrado muerto el jueves 20 de diciembre de 2001, en el Hotel Museo de la Col. Santa Maria La Ribera...

Tenía 53 años de edad; a Florencio le cambio la vida a partir de que la revista Proceso publicó en portada su fotografía, en la que aparece torturado durante la noche del 2 de octubre de 1968, en el interior del edificio Chihuahua, de Tlatelolco.

Aquella tarde había en la Plaza alrededor de 9 mil integrantes del movimiento estudiantil; se sabe de 2 mil 360 personas detenidas; se habló de por lo menos 40 personas fallecidas...a Orianna Fallaci se le ocurrió decir a medios que se recogieron “al menos 800 muertos”.

"Una estimación con bases firmes te indica que en las primeras dos horas y media de la matanza se dispararon 70 mil cartuchos percutidos....

Sin duda hay un antes y un después del 2 de octubre de 1968, muchos de nosotros éramos niños, pero esos lamentables hechos marcaron nuestras vidas..

El poeta Jaime Sabines escribió;

Nadie sabe el número exacto de los muertos,

ni siquiera los asesinos,

ni siquiera el criminal...

Hoy es lunes 2 de octubre...

La Bandera Nacional fue izada a media asta en señal de duelo en memoria de los caídos en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco; también habrá una marcha para conmemorar el 53 Aniversario de la masacre...

Para conmemorar lo que ocurrió aquel miércoles 2 de octubre leeré el poema de Rosario Castellanos, poeta del grupo de los ocho:

"Memorial de Tlatelolco"

La oscuridad engendra la violencia

y la violencia pide oscuridad

para cuajar el crimen.

Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche

Para que nadie viera la mano que empuñaba

El arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?

¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?

¿Los que huyen sin zapatos?

¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?

¿Los que se pudren en el hospital?

¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

La plaza amaneció barrida; los periódicos

dieron como noticia principal

el estado del tiempo.

Y en la televisión, en el radio, en el cine

no hubo ningún cambio de programa,

ningún anuncio intercalado ni un

minuto de silencio en el banquete.

(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres

que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,

a la Devoradora de Excrementos*.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.

_____

Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.

Duele, luego es verdad. Sangre con sangre

y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca

sobre tantas conciencias mancilladas,

sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,

sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordamos

hasta que la justicia se siente entre nosotros."

(*Aquí se refiere a la diosa Tlazoltéotl, la devoradora de excrementos, quien en la cosmogonía mexica, equivalía al que escucha en confesión los pecados del que está en artículo de muerte en la fe católica.).

¿Cuántos jóvenes murieron aquella tarde del 2 de octubre de 1968?

"Nadie sabe el número exacto de los muertos,

ni siquiera los asesinos,

ni siquiera el criminal…”, escribió el poeta chiapaneco Jaime Sabines, en el poema Tlatelolco 68.

Han pasado 55 años ya, tenía yo menos de 10 años...y vivía lejos de la plaza en la Cd de Los Mochis...

 “…Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…, Pablo Neruda.

Dos de octubre no se olvida...

##

Texto de Faustino López Osuna, escritor y compositor del himno de Sinaloa.

Agua Caliente de Garate, Concordia, Sinaloa. 

Con todo respeto comparto. 

2 de octubre no se olvida. 

Florencio López Osuna, nació en Aguacaliente de Gára­te, Concordia, el 25 de diciembre de 1946.

Fueron sus padres Eugenio López Peraza, pequeño comerciante que conocía los oficios de soldador, apicultor y herrero, y Tomasa Osuna Angulo, de origen campesino y sobresaliente inteligencia, quien influyó de manera decisiva para que Florencio estudiara. Tuvo cinco hermanos: Lucrecia, Faustino, Juana, Celia y Waldina.

Florencio López cursó la instrucción primaria en su pueblo natal; la secundaria en la Escuela de Enseñanzas Especiales número 23 o Prevocacional, en Culiacán; bachillerato en la Es­cuela Vocacional de Ciencias Sociales, del Instituto Politécnico Nacional, en la ciudad de México, y profesional en la Escuela Superior de Economía, del propio IPN. Fue tan sobresaliente como estudiante, que desde la enseñanza media hasta la li­cenciatura, nunca reprobó ni una sola materia. Como cumplía años a fines de diciembre, en 1968 cursaba el quinto y último año escolar, a los 21 de edad.

Desde su infancia, a Florencio se le inculcaron principios de solidaridad en la familia. Por provenir de una cultura de comunero en su pueblo natal y haber conocido durante tres años las dificultades de la vida del internado en secundaria, cuando llegó a la Escuela Superior de Economía, en sus aulas maduró su conciencia crítica de la realidad socioecnómica na­cional, tomando como herramienta la propia ciencia econó­mica. El ímpetu de su juventud y su creencia en la necesidad de una mayor apertura democrática en el país, lo llevaron a representar a su escuela ante el Consejo Nacional de Huelga, del histórico Movimiento Estudiantil de 1968.

Florencio fue el primero y único orador en el sangrien­to mitin del infausto 2 de octubre. Como todos sus com­pañeros del Consejo Nacio­nal de Huelga, fue detenido, y sólo él heri­do en la boca de un culata­zo por haber sido el orador oficial, en el mismo edifi­cio Chihuahua, cuyo balcón que da a la Pla­za de las Tres Culturas sirvió de presidium. De ahí, junto con todos a quienes identi­ficaron agentes del fatídico Batallón Olimpia, lo trasladaron al Campo Militar número 1. Con decenas de cargos por delitos inventados del fuero común, todos los dirigentes del movi­miento, entre quienes figuraron estudiantes sinaloenses de gran valía, tanto del IPN como de la UNAM, la Escuela Nacio­nal de Agricultura de Chapingo y otras, fueron recluidos, por más de dos años, en Lecumberri.

Estando en prisión, mientras que Pablo Gómez, Gilberto Guevara Niebla y Salvador Martínez Della Roca daban clases de Economía y Filosofía a sus compañeros, Florencio les im­partió un curso completo sobre los tres tomos de El Capital, de Carlos Marx. Ahí casó con su primera esposa, Silvia Niño, y tuvo la primera hija de ese matrimonio. Ahí, el mismo oc­tubre del 68 le redactó y envió una extensa carta a su padre, Eugenio, explicándole que no estaban presos por asesinos ni ladrones, sino por defender causas en favor de los más humil­des. Ahí cultivó la guitarra y el ajedrez, arte-ciencia del que años más tarde fue campeón nacional.

El “Pai” Osuna, como lo llamaban sus paisanos sinaloen­ses en el Politécnico, nunca antepuso su interés personal al de los demás. El día que salió libre junto con Manuel Marcué Pardiñas, le reclamó a éste por hacer declaraciones persona­les a la prensa que ponían en riesgo la liberación de los que aún quedaban presos: el acuerdo era no abrir la boca hasta que todos estuvieran libres.

Su imborrable indignación por los muertos inocentes en Tlatelolco y el infame encarcelamiento de que fueron objeto los miembros del CNH, lo llevaron a perder el interés por ter­minar su carrera. Sin embargo, presionado por sus hermanos para que diera a sus padres esa satisfac­ción, se tituló de Licenciado en Economía, habiendo sido apadrinado, junto con un reducido gru­po de su gene­ración, por Sal­vador Allende Gossens, el p r e s i d e n t e mártir de Chile, durante su vibrante visita a México.

Desencan­tado de la jus­ticia y sofocan­do un volcán de conflictos que lo acompaña­rían por el res­to de su vida, ante la disyun­ tiva de continuar la lucha por sus ideales de manera partidista con una proyección política y el magisterio, Florencio optó por éste, entregándose a la investigación y la docencia en su propia alma máter, la Escuela Superior de Economía.

Congruente con sus principios, Florencio López nunca bus­có el brillo de los reflectores. Aunque supo que otro compañero de la escuela, envidioso de su gloria, dejaba correr la versión de haber sido el último orador en Tlatelolco, nadie escuchó jamás de sus labios jactarse de su papel histórico el 2 de cctubre de 1968. Su satisfacción ahora era contribuir, calladamente y has­ta con humildad, a la formación de las generaciones de egresa­dos de Economía, lo que hizo durante 30 años.

Sin embargo, compensando tal vez su modestia, la Histo­ria le tenía reservados a Florencio el reconocimiento y el más grande esplendor merecidos por su valiente actuación estu­diantil 33 años atrás. Pero tendría que beber el cáliz de tres terribles tragos, más amargos que la hiel.

En septiembre de 2001 falleció don Eugenio, su padre. Al asistir a su último adiós a Mazatlán y Aguacaliente, supo que doña Tomasa, su madre, padecía el mal de Alzheimer. Se comprometió con sus hermanos a reunirse en diciembre para atender juntos lo necesario para su progenitora. Mas, en ese mes, de pronto Florencio se convirtió, por el poder del internet, en una celebridad mundial, al publicar su fotogra­fía en primera plana la revista Proceso, en el momento que eran aprehendidos él y los miembros del Consejo Nacional de Huelga aquella triste noche de Tlatelolco, como la llamó Ele­na Poniatowska. Las fotografías testimoniales las había en­viado de España la periodista San Juana Martínez, quien las recibió, a su vez, anónimamente, desde México. La televisión y la prensa nacionales las universalizaron, convirtiendo a Flo­rencio en el más importante testigo de los aciagos aconteci­mientos de 1968.

Todavía Proceso le dedicó el siguiente número con un re­portaje desde el lugar de los acontecimientos del 2 de Octu­bre. Pero el día 19 en que todas las escuelas entraban de vaca­ciones de fin de año, después de una larga convivencia por el rumbo de Insurgentes Sur con su estimado paisano Della Roca y varios amigos más, de regreso a su casa por Zacatenco, en el otro extremo de la ciudad de México, Florencio se detuvo, para su mal, en un bar que frecuentaba desde que había sido subdelegado en la Delegación Cuauhtémoc, del Departa­mento del Distrito Federal. Al día siguiente, Florencio López Osuna, subdirector en funciones de la Vocacional de Ciencias Sociales del IPN, sospechosamente amaneció muerto en un cuarto del contiguo hotel del Chopo, muy cerca del Museo del mismo nombre, de la colonia Santa María la Ribera. Cumplía 55 años de edad.

Proceso volvió a publicar en primera plana la fotografía que, con los buenos oficios de Raúl Álvarez Garín, apenas dos semanas antes lo había hecho inusitadamente célebre. Sólo que, ahora, con los ojos cerrados. El hecho conmocionó a la ciudad de México. Santiago Creel Miranda, Secretario de Gobernación, se vio obligado a publicar una nota en los dia­rios capitalinos, expresando que el Gobierno de la República lamentaba el deceso del líder del Movimiento de 1968, Flo­rencio López Osuna. Sobre él escribieron ampliamente, entre otros, San Juana Martínez, Elena Poniatowska y Carlos Mon­siváis. Este último, lo elogió por su dignidad y estoicismo a partir de la primera fotografía de Proceso.

El pasado mes de octubre de 2010, recordando la página negra de nuestra historia que representa la represión al Movi­miento Estudiantil de 1968, en Sesión Solemne de la LIX Le­gislatura con motivo de la entrega del Premio al Mérito Juve­nil 2010, en la voz del diputado Francisco Javier Luna Beltrán, Presidente de la Gran Comisión, el Congreso del Estado de Sinaloa, al mismo tiempo que a otros líderes sinaloenses de aquél Movimiento, rindió homenaje a Florencio López, para bien de nuestra democracia.

Florencio López Osuna reposa en el Panteón Americano, de la ciudad de México.

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