30 jun 2024

Todos eran Lorca/ Aroa Moreno

Todos eran Lorca/ Aroa Moreno

 El País, Domingo, 30/Jun/2024 


García Lorca (2º izq.) en la finca de Luis Pedro Mondino en 1934.CENTRO FEDERICO GARCÍA LORCA

No sabía que al Barranco de Víznar la gente del pueblo lo llaman Los Pozos, porque a principios del siglo XX buscaron allí agua y no la encontraron y quedaron los hoyos. No sabía que el camisa vieja José María Nestares, bajo el mando de Millán Astray, estableció en Víznar un sector militar para la represión de Granada y que esos pozos abiertos le parecieron un lugar fácil donde tirar a las personas ejecutadas, no fusiladas de frente, casi todos con tiro de gracia en la nuca. No sabía que ese algo más de un kilómetro de La Colonia al Barranco que anduvimos un mediodía de la semana pasada era el camino de ida y vuelta del terror en 1936: allí se los llevaban para castigarlos con la muerte y de allí volvían los asesinos con su amenaza. 

No sabía lo que puede significar escuchar una noche detrás de otra las detonaciones en el monte cuando eres un niño. No sabía que hubo un tiempo en que llorar a los muertos ponía en peligro tu vida. No sabía que aquel terreno deforestado fue replantado durante la dictadura, de forma perversa, para camuflar el crimen. No sabía que en el pueblo pudieran estar cansados de que siempre lo asocien, ni siquiera a los cientos de ejecuciones que se piensa que allí tuvieron lugar, sino a una muerte sola. Forasteros que he sido yo misma alguna vez llegando y preguntando siempre dónde está el punto del camino en el que mataron a Federico García Lorca.

En su libro El arte de invocar la memoria, la historiadora Esther López Barceló explica que exhumar los cuerpos de las víctimas no solo es un acto que intenta reparar el daño y documenta las pruebas de lo sucedido: es, además y ante todo, un acto de amor y la puesta en práctica de una política de cuidados. Tampoco lo sabía, pero no puedo decir nada distinto escuchando al equipo multidisciplinar que dirige el arqueólogo Francisco Carrión, de la Universidad de Granada, y viendo el afecto con el que son tratados en Víznar. Como si ese equipo, desde 2021, fuera parte vertebral de la vida y de la historia del pueblo. Les conocen por su nombre los vecinos, porque ellas y ellos son las manos que realizan ese trabajo emocionante y colectivo que ha implicado a la universidad, al Gobierno central, a la Junta de Andalucía y al propio Ayuntamiento.

Han exhumado a 132 personas de 18 fosas, 101 hombres y 31 mujeres, de los que han podido identificar, de momento, a dos. A Antonio Rosales y a Juan de Dios Adarve. Y ahora los muertos, los que ya están fuera de la tierra en el laboratorio y los que quedan allí hasta que se inicie una nueva campaña, son también sus muertos, y son los muertos de todas y de todos.

Porque de los trabajos que conciernen a la memoria se dice que hay que hacerlos para que la historia no se repita, pero esa no es la razón primera. Porque la historia se repite y nadie aprende. Todo eso que hoy llamamos memoria, nuestra Historia, hay que acometerlo como una emergencia porque España se supone democrática y un país digno tal vez y no puede tener a su gente amontonada bajo tierra, atravesados de raíces sus cráneos, niños asesinados que llevaron en los bolsillos un lápiz y una goma, mujeres sindicadas, el rector de la universidad, humanos que tuvieron una vida y la perdieron en defensa de la legalidad democrática. Exhumar este país, horadar su territorio, limpiarlo con manos de ciencia de vestigios de crímenes, despejar la tierra que cubre esos huesos es ley desde 2022, y no debería ser asunto de la voluntad política o falsa concordia, sino una obligación democrática que no termine si es que el Gobierno del Estado cambia de signo. Es un derecho humano. Y también, cómo no, para que pueblos alegres y generosos como Víznar se resignifiquen y encaren el futuro de una vez sin esa rémora siniestra y despiadada que les hace vivir sintiendo de reojo el eco de una violencia que sigue hundiéndose en sus afueras.

Sacarlos de la tierra es el primer paso para nombrar esas muertes violentas como lo que fueron: delitos de lesa humanidad. Federico García Lorca es un nombre universal que puede que yazga o no en ese barranco, ahora se intenta devolver su nombre y apellidos a todos los demás. Así lo dice la piedra que conmemora a los que están allí: Lorca eran todos.

Aquellos republicanos asesinados en Víznar y los más de 50.000 que aún esperan a ser desenterrados de las más 2.500 fosas que hay en España están a punto de volver a perder una guerra. Cuando cada vez sea más difícil identificarlos porque muchos de los hijos e hijas de los represaliados ya no están vivos. Nuestra es la responsabilidad de responder a la urgencia de que no llegue una tercera derrota para ellas y para ellos: la que pondrá el peso del tiempo sobre la tierra y las generaciones que ya no pueden reconstruir sus propios eslabones genealógicos, naturalmente y para seguir adelante, se desentiendan de romper aquel silencio, y se alejen de un pasado cada vez más y más remoto.

No sabíamos nada, pero, poco a poco, deberíamos ir sabiendo.

Aroa Moreno es escritora. Su último libro es Almudena. Una biografía. Ilustrado por Ana Jarén. (Lumen - Penguin Random House, 2024).

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