25 ene 2007

El asesinato de Hrant Dink y la cuestión armenia

  • La tragedia armenia en Turquía/Hugh Pope, escritor y periodista residente en Estambul. Su último libro es Sons of the Conquerors: the Rise of the Turkic World.

Tomado de El País, 23/01/2007);

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

¿Existe una maldición permanente sobre los turcos? Cada vez que las cosas van bien en Turquía, surge alguna cosa que provoca un tropiezo. En esta ocasión es el asesinato, el viernes pasado, de Hrant Dink, periodista, pacifista y uno de los más destacados armenios del Estado turco. El país está tratando de reaccionar ante el reto. Las emisoras de radio se llenan de voces que denuncian el asesinato, procedentes del Gobierno, los dirigentes islámicos y el Ejército. Miles de turcos se manifestaron por las calles horas después del asesinato entre gritos de “todos somos armenios, todos somos Hrant Dink”.
Está en juego la credibilidad de Turquía como futuro miembro de la UE. Han detenido a un hombre que ha confesado haber apretado el gatillo -un nacionalista, al parecer-, pero no debe quedar ni sombra de duda sobre la gente y los cerebros responsables del asesinato. No sólo es que Hrant Dink no estuviera protegido por la policía. Es que unas leyes perniciosas, unos procesamientos malintencionados y una histeria nacionalista cada vez mayor crearon la atmósfera de linchamiento que convirtió a alguien tan encantador como Dink en el enemigo público número uno.
En otras palabras, lo que mató a Dink es la incapacidad de la república turca para abordar la cuestión armenia, la acusación de que el Estado que la precedió, el Imperio Otomano, mató a 1,5 millones de hombres, mujeres y niños armenios en el genocidio de 1915. La Turquía oficial sigue empeñada en negarlo. Los esfuerzos para abrir los archivos y “dejarlo en manos de los historiadores” acaban en callejones sin salida, en parte por la intransigencia de la diáspora armenia pero también debido a las leyes turcas contra la libertad de expresión, todavía presentes en el artículo 301 del Código Penal, con sus castigos omnipresentes por “denigrar el carácter turco”. Hablar de las grandes omisiones en la educación pública de Turquía sigue siendo tabú. Incluso un político tan moderado como el ministro de Exteriores, Abdalá Gulangrily, se niega a reconocer que Turquía tenga que pedir perdón.
La razón es que los turcos también tienen motivos para sentirse víctimas. Las potencias cristianas no piden demasiadas disculpas por la limpieza étnica realizada hasta 1923, cien años en los que hicieron retroceder las fronteras del Imperio Otomano. El historiador estadounidense Justin McCarthy calcula que murieron cinco millones de musulmanes. En 1915, la Primera Guerra Mundial estaba en su apogeo. Turquía sufría ataques de Rusia en la parte oriental y de Gran Bretaña y Francia en la parte occidental. Los dirigentes armenios se aliaron descaradamente con los enemigos de Turquía, formaron milicias anti-otomanas y exigieron un Estado propio en tierras otomanas.
Además, Turquía tiene miedo de que una petición de perdón pudiera provocar reclamaciones de tierras o bienes armenios confiscados. Los turcos no pueden creer en la sinceridad de los parlamentos extranjeros que, en general mal informados sobre la situación, se dejan convencer por la diáspora armenia cuando ésta presiona para que haya declaraciones sobre el genocidio. Una de esas propuestas tiene grandes probabilidades de ser aprobada por el Congreso de Estados Unidos en abril. Da la impresión de que la política, muchas veces, puede más que la historia. ¿Habría declarado el Parlamento francés, el año pasado, que es delito negar el “genocidio” de los armenios si no hubiera dominado, por otra parte, el deseo de mantener a Turquía fuera de la UE? El propio Hrant Dink criticó las exageraciones de algunos armenios sobre la maldad turca. En una ocasión escribió que los armenios de la diáspora debían dedicar sus energías a apoyar a una Armenia independiente y no “dejar que el odio a los turcos les envenene la sangre”.
Pero también Turquía tiene que cambiar de actitud. Es estúpido que fuera precisamente esa columna de Dink la que hizo que le procesaran por infringir el artículo 301, con el pretexto de que había dicho que los turcos eran venenosos. ¿Cómo es posible que, de todos los escritores turcos acusados de delitos contra dicho artículo, Dink fuera el único condenado a la cárcel (seis meses, con suspensión de condena)? Hace tres años, según contaba Dink, le dijeron: “Te va a pasar algo si continúas”; se lo anunciaron funcionarios del mismo gobernador de Estambul que ahora sugiere, engreído, que habría que premiar a la policía por la velocidad con la que han aprehendido al asesino. (La oficina del gobernador niega haber proferido ninguna amenaza). Los comentaristas están eludiendo sutilmente su responsabilidad diciendo que el asesinato es una “provocación” o culpando a “fuerzas externas”. Muchos han expresado su pesar porque los armenios eran un “bien confiado” a la protección de Turquía. Ha tenido que ser uno de los asesores del primer ministro Erdogan, Omer Celik, el que señalara que no son invitados y que “son tan dueños de este país como los turcos”.
Ni los turcos ni los armenios pueden seguir así. El primer ministro Erdogan -cuyo Gobierno fue el primero que concedió a Dink la simple petición de tener un pasaporte turco- podría intentar hacer un gesto significativo. Podría abrir la frontera con Armenia, cerrada desde principios de los noventa. Podría propulsar una conferencia internacional en la que Turquía podría defender su tesis de que no ha existido ningún intento centralizado de eliminar a los armenios. Al fin y al cabo, Turquía ya ha reconocido oficialmente que murieron 300.000 personas. En los últimos años ha habido además en el país valientes novelas, películas, exposiciones y conferencias académicas que han abordado la tremenda pérdida que representó para la sociedad turca la desaparición de los armenios. Y lo mejor que podría hacer Erdogan es abolir el artículo 301, que ha convertido en dianas a todos los intelectuales como Dink. ¿Qué debate puede existir si el Estado lleva a cualquiera que se aparte de la postura oficial a los tribunales?
Sin embargo, no parece probable que vaya a ocurrir ninguna de estas cosas. Turquía celebra elecciones presidenciales y parlamentarias este año, y los ultranacionalistas son el principal rival del partido centrista y pro-islámico de Erdogan, el partido AK. Europa -cuyo apoyo es fundamental para que el régimen turco se sienta seguro y crea que puede emprender reformas- no parece dispuesta a conceder más crédito político a Turquía.
Por consiguiente, el abismo entre Turquía y Europa volverá a ensancharse. Las ideas confusas y el nacionalismo ensimismado volverán a afligir al país, y no sólo en su forma de afrontar el problema armenio. El asesinato de Dink es el síntoma, y no la causa, de unas corrientes negativas persistentes. Y ésa es la razón, por supuesto, de que la maldición de Turquía vuelva a golpear una y otra vez trágicamente y con tanta facilidad.

  • El alcance de un asesinato/Michel Wieviorka, presidente de la Asociación Internacional de Sociología. Director de estudios de la EHESS y director del CADIS 54 (París).
Tomado de La Vanguardia, 24/01/2007);

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

En seguida se ha dado con la identidad del adolescente que asesinó a Hrant Dink, periodista turco de origen armenio muerto a tiros el pasado 19 de enero en Estambul a la puerta del semanario Agos, que él dirigía. El asesino, de una familia de Trebisonda, frecuentaba al parecer círculos nacionalistas de filiación ilustrativa sobre los móviles del crimen. Pero los medios de comunicación occidentales no acaban de dar cumplida explicación de la significación y trascendencia de su gesto al infravalorar o descuidar determinados aspectos de la batalla que de hecho libraba Dink ni de su propia personalidad.
El drama que constituye su muerte, aparte de sus dimensiones personales y familiares, concierne efectivamente a Turquía, pero no de forma exclusiva: atañe e interesa a la conciencia universal y, de modo especial, a Europa.
Turquía es una democracia, circunstancia única en tierra islámica. Sin embargo, su democracia no deja por ello de verse constreñida por tres ideologías extremadamente activas y poderosas. La primera es el republicanismo en una versión estricta y rígida de la idea republicana, reductor de las libertades en nombre del kemalismo (según el nombre del fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Ataturk) y revestido de un talante represivo, casi militar, nota distintiva de un Estado que sigue enarbolando su condición laica y marcando distancias respecto del islam incluso después de que un partido musulmán, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), accediera al poder tras las elecciones del 2002. La segunda ideología que ejerce notable influencia en Turquía es el nacionalismo, asociado a menudo -aunque no necesariamente- al republicanismo. El nacionalismo turco prohíbe celosamente la evocación de los yerros históricos, empezando por el genocidio de los armenios (1915), y no cesa de apelar al repliegue del país sobre sí mismo, sobre todo con relación a Europa. Los recelos y desconfianzas relativos a la entrada de Turquía en la Unión Europea alimentan las pulsiones nacionalistas, que encuentran en ello la ocasión perfecta de responder a un desafío como también la prueba de que la nación turca debe afirmarse fuera de y frente a una Europa que la rechaza y menosprecia. Por añadidura, el islamismo radical aspira a que el Gobierno actual, que invoca a la vez el islam y la democracia, se aleje de esta última en favor de una omnipresencia de lo religioso en la vida política.
Hrant Dink representaba una síntesis de los ideales de una resistencia democrática frente a estos tres peligros. Encarnaba una idea de la república tolerante y no represiva con las minorías, no sólo la armenia, sino también, por ejemplo, la kurda; amaba a su patria, a la que pedía que reconociera los crímenes del pasado, cosa que ciertamente le cuesta a cualquier país: normalmente el discurso nacional olvida los actos de violencia a cuyo socaire incluso se crea, impone o refuerza a veces un Estado. Dink promovía asimismo una identidad armenia que era todo lo contrario del comunitarismo: aludía, sobre todo, a los armenios que en Turquía habían logrado sobrevivir a la amnesia, al silencio e incluso a la ignorancia sobre su propia historia personal y colectiva, a sus vicisitudes bajo el imperio otomano.
Valeroso animador de un foro público de debate, Hrant Dink no vacilaba a la hora de expresar clara y abiertamente sus ideas y convicciones. Había sido condenado a una pena de cárcel no efectiva por haberse referido al genocidio de los armenios en sus escritos: la ley turca lo considera un atentado inadmisible contra la nación turca. Dink había sido amenazado desde hace meses y, pese a sus reticencias de pedir protección a los servicios de seguridad turcos, lo cierto es que pocos días antes de su muerte había mostrado una inclinación positiva en este sentido. Se suele criticar a los medios de comunicación por su condición - pretendida o cierta- de constituir un cuarto poder o por sus defectos y fallos a la hora de informar, pero la muerte de Hrant Dink nos recuerda que los periodistas, cuando ponen su profesión al servicio de la información, pueden pagar con su vida su aportación a la verdad. Evidentemente afrontamos aquí algo inadmisible, un atentado a la conciencia universal y a la libertad de expresión que ha conmocionado a la opinión pública en todo el mundo, mucho más allá de las fronteras de Turquía.
Pero el caso es que nosotros, en calidad de europeos, estamos también implicados. Hrant Dink hizo su propia aportación, e incluso en mayor medida que otros, a lo que Laurence Ritter denomina “la larga marcha de los armenios” en su reciente obra (Robert Laffont). La diáspora armenia en Europa y sobre todo en Francia, Estados Unidos, Canadá, Chipre y Rusia, como asimismo el Estado independiente que es Armenia desde la caída de la URSS, son escenario de un despertar de la comunidad armenia que se moviliza para que se reconozca su drama histórico, el genocidio de 1915, pero también para proyectarse hacia el futuro afirmando su identidad cultural. Yen tal cuestión, Turquía desempeña evidentemente un papel singular y propio, pues se calcula que aún viven en el planeta unos 60,000 armenios. Hrant Dink desempeñaba un papel esencial en la toma de conciencia de los armenios turcos sobre su propia existencia y en la de Turquía sobre el significado de su presencia en el pasado: sobre las circunstancias en que se había producido su aniquilamiento y sobre el futuro que los armenios podían vislumbrar en el ámbito turco. Dicho esto, debe añadirse que Hrant Dink no distinguía su compromiso a favor de la causa armenia de una lucha y esfuerzo común por la democracia. Sus posturas con respecto a esta cuestión son precisamente las que deben aquí ser recordadas, ya que dan cuenta de al menos una parte del odio que le profesaban quienes, indirectamente, han inspirado su asesinato.
Dink deseaba, en efecto, que Turquía se incluyera entre los países del bloque democrático que conforma la Unión Europea. Veía en tal iniciativa la garantía de mayor nivel de libertad y justicia para su país, así como una barrera de contención frente a la deriva hacia el nacionalismo o el islamismo radicales. La causa armenia, a su juicio, sólo saldría beneficiada ante tal eventualidad: una Turquía fuerte y consolidada desde el punto de vista de la democracia debía ser capaz de mirar de frente a su propio pasado, por violento y mortífero que hubiera sido. Para Dink, el reconocimiento del genocidio armenio por parte de Turquía no debía constituir una condición previa a su admisión en el seno de la UE, sino por el contrario una consecuencia que debía resultar, sin dificultad, de esta admisión. Dink no consideraba el reconocimiento del genocidio en 1915 por parte de Turquía un requisito ineludible. Por otra parte, consideraba asimismo el hecho de la posible entrada de Turquía en la UE la mejor respuesta que oponer al riesgo del choque de civilizaciones profetizado por el politólogo norteamericano Samuel Huntington: una Turquía musulmana y al mismo tiempo más democrática en la medida en que es europea constituye un puente entre el islam y Occidente y evita su choque. En una palabra: Dink nos invitaba a considerar la cuestión de la admisión de Turquía en el seno de la UE desde la perspectiva de los valores de la democracia y de una visión geopolítica mundial.
Por último, Hrant Dink, figura clave de la causa armenia en Turquía, había expresado su postura contraria a la ley francesa sobre el reconocimiento del genocidio de 1915 votada recientemente por la Asamblea Nacional francesa, que debe superar el trámite del Senado. Apreciaba en ello un estímulo y aliento al nacionalismo turco y a una radicalización generalizada de su país; un obstáculo, también, a su ingreso en la Unión Europea.
El asesinato de Hrant Dink ilustra de forma dramática sus propios análisis, que deberían figurar bien presentes en nuestros debates actuales sobre el lugar de Turquía en Europa.

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