1 ene 2008

10 problemas no resueltos

Diez problemas no resueltos en 2007/David Hayes, subdirector de OpenDemocracy.
Publicado en EL PAÍS, 31/12/2007;
El hecho de que la historia se vive hacia delante y se comprende hacia atrás sigue dando trabajo a periodistas e historiadores, pero también puede procurarles una cómoda huida de la responsabilidad de involucrarse en el complicado “ahora”. Porque el presente también es historia.
El intento de encontrar sentido a un momento -”pensar el presente desde un punto de vista histórico”, como lo expresó Walter Benjamin- es incluso más necesario en un mundo cuyos problemas acumulados requieren ideas nuevas y soluciones urgentes e imaginativas. Ya hemos perdido mucho tiempo para afrontar algunos de ellos: el calentamiento global, Israel-Palestina, la proliferación de armas, una estrategia política para abordar el terrorismo… y puede que nos quede menos (para estos y otros problemas) del que pensamos.
¿A qué está esperando el mundo? Una respuesta fácil es que espera nuevos líderes con sentido de la responsabilidad global, un déficit palpable en casi todas partes: en Estados Unidos, en Naciones Unidas, en Europa, en potencias en auge como China y en países ricos en recursos como Rusia e Irán. Demasiado fácil, porque la ausencia de soluciones no sólo es culpa de los que gobiernan; también se debe a las imperfectas instituciones del mundo, a las ideas superfluas y a una ética social disgregada.
El año 2008 no es demasiado tarde para empezar las obras de reparación. Porque a medida que la primera década del siglo XXI se acerca a su fin, se hace cada vez más evidente que los procesos de transformación del mundo son en escala, velocidad y carácter, complejos y de enormes proporciones, quizá en un grado sin precedentes. En casi todas las regiones geográficas y ámbitos de la vida humana, las tensiones y desafíos son el signo visible de problemas estructurales profundos que exigen una atención coordinada y centrada.
Diez tendencias. El modo en que se haga frente a estos problemas moldeará el curso de los acontecimientos en 2008. Una lista de sólo los 10 más importantes da una idea de la magnitud de la tarea:
.- El desplazamiento a largo plazo del poder económico y financiero global desde Estados Unidos y Europa a Asia, sobre, todo a China.
.- La inevitable y apremiante amenaza del cambio climático global.
.- Los efectos económicos y sociales de la globalización (entre ellos, mayor desigualdad en el interior de los países y el peligro de las epidemias globales).
.- Los conflictos armados, las insurrecciones y las disputas “congeladas”, a menudo, acompañados de crisis humanitarias (entre ellas Irak, Afganistán, Darfur, el sureste de Turquía, la República Democrática de Congo, Georgia, el sur de Tailandia y el Sáhara Occidental).
.- Las disputas geopolíticas con gran potencial destructivo (entre ellas, las que implican a Irán, Israel / Palestina, Kosovo / Serbia, China / Taiwan y Pakistán).
.- Las crisis de Estados en los que la vida de los ciudadanos está especialmente degradada (entre ellos Myanmar, Zimbabue y Corea del Norte).
.- Los problemas de la proliferación del armamento nuclear y de otras armas de destrucción masiva o a pequeña escala (entre estas últimas, las armas pequeñas y las bombas de racimo).
.- El cambio en el orden mundial expresado por la creciente confianza en sí mismas de potencias incipientes, que se ve alimentada por la progresiva influencia estratégica y/o el “nacionalismo de recursos” (entre ellas China, Rusia, Irán y Venezuela), junto a la confusión y la mala dirección de Estados Unidos.
.- El i impacto del islamismo y otras formas de radicalización, y de manera más general, el surgimiento de una identidad política musulmana global como parte de lo que Malise Ruthven ha denominado “el supermercado divino”.
.- Las consecuencias de la inmigración y el “movimiento de personas”, tanto para los países que envían como para los que reciben, y en todos los campos de la vida política, social y cultural (y en especial para las actitudes hacia la identidad nacional y la diversidad social).
.- El impacto de las nuevas tecnologías (Internet, los teléfonos móviles, las redes sociales) sobre la experiencia humana, la identidad y las oportunidades vitales.
.- La nueva vulnerabilidad de la democracia, como idea y como modelo político, frente a los regímenes autoritarios y el populismo burdo e insurgente.

Tres contradicciones. Un componente de las tribulaciones del mundo es que muchos de estos problemas sólo pueden comprenderse en relación con uno o más del resto. Tres ejemplos pueden ilustrarlo.
En primer lugar, el puro peso y dificultad de muchos de esos 10 problemas, desde el futuro de Myanmar y Palestina hasta cómo hacer frente al impacto de la inmigración y al cambio climático, puede engendrar hastío o pasividad entre los ciudadanos. Las dificultades han estado allí durante tanto tiempo, y hay tantas fuerzas y factores que parecen conspirar contra las soluciones prácticas, que uno se pregunta si el progreso es posible. Al mismo tiempo, la propia interdependencia de estos problemas (el de Kosovo es al mismo tiempo intercomunal, transnacional, regional y global, y esto es emblemático) es señal de su realidad política; donde tantos tienen un interés, el compromiso en sí puede ser un antídoto contra el lujo de la desesperación.
En segundo lugar, la difusión de las dinámicas tecnologías de la comunicación hace que la gente se sienta más débil y más fuerte al mismo tiempo. La inmediatez de la información y de la opinión, sobre todo a través del implacable ciclo de noticias de 24 horas al día, siete días a la semana, produce sistemáticamente una desesperante sensación de sobrecarga inmanejable que fomenta la dependencia de fuentes poco fiables o incluso extremistas; si hay tanto que procesar y filtrar ¿por qué no dejar que las ideologías del poder y de la simplificación radical hagan el trabajo de los ciudadanos por ellos? Aun así, las mismas ideologías que incitan a retirarse a enclaves de acuerdo tribal también aumentan la capacidad de la gente para ampliar su conocimiento, encontrar formas innovadoras de obligar al poder a rendir cuentas y desarrollar sus propios canales ilustrativos de conexión y movilización social.
En tercer lugar, la desconexión entre lo individual y lo colectivo es una parte cada vez más clara de la situación global contemporánea. Esto también se destaca por el hecho de que los usos de la tecnología a menudo fragmentan y disuelven los vínculos sociales a la vez que los refuerzan. Más ampliamente, la retirada o fracaso de grandes proyectos sociales y de las “grandiosas narrativas” de la ideología política ha ido acompañado de una búsqueda intensa de repuestos que (en el caso de los movimientos contra la globalización, el ecologismo o el nacionalismo regenerativo, por ejemplo) aún no han encontrado una adherencia política real; mientras que el avance de una sociedad global de consumo que apela a la aspiración individual parece definir igualmente esta época.
En medio de estas contradicciones, y a falta de ideas que sean esclarecedoras en sí mismas y también se dirijan a las experiencias de la mayoría de los ciudadanos, la búsqueda activa de nuevas formas de comunidad política a menudo toma rumbos retrógrados o despilfarradores. Lo que queda son intentos dispares y descoordinados de encontrar respuestas coherentes a los problemas globales sin las estructuras de gobierno, las instituciones, los organismos, las ideas y la ética y el liderazgo político esenciales para resolverlos.
Más que nunca, estamos (en palabras de Kant) “inevitablemente unos junto a otros”. Una combinación de polarización política, desigualdad e injusticia galopantes, seducción del dogma y disponibilidad de armamento destructivo aumenta los peligros de ignorar esta realidad. Un “nosotros global” es el principio del sentido común; pero ¿cómo llegamos hasta ahí? En vísperas de 2008, la descripción que hizo Minxin Pei del dilema político de China -la “transición atrapada”- parece válida para el mundo en su conjunto.

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