14 feb 2008

Posicionmiento del Guero Castañeda

Sótanos de la política exterior/Jorge G. Castañeda
Publicado en Reforma, 13/02/2008;
A pesar de lo que uno piensa o de la nostalgia de otros por una época que no existió, la política exterior en México, como en todos lados, siempre ha sido objeto de disputas dentro del gobierno y entre las élites. Durante la Guerra Fría fue en torno a posturas contrarias a Estados Unidos, neutras o favorables hacia la URSS y Cuba versus posiciones de cierto alineamiento con Washington. En la era NAFTA y de la posguerra fría, las posiciones trataron de sacar provecho a la integración económica con Estados Unidos y Canadá. Más recientemente las divergencias se dan en torno a valores como los derechos humanos y la lucha por la democracia.
Las luchas fueron sin cuartel, sordas y de sustancia, porque había mucho en juego. Desde el inicio de los cincuenta, por ejemplo, los diplomáticos de la Cancillería eran acusados de comunistas y/o espías soviéticos -como pasó con mis padres en la Conferencia en Caracas de 1954 sobre Guatemala. En los años de la Guerra Fría era un pleito feroz entre los servicios de seguridad mexicanos, parte de las Fuerzas Armadas, el empresariado y los ministerios económico-financieros versus Relaciones Exteriores, el PRI, la intelectualidad de izquierda y el propio Presidente. En el libro recién publicado en Estados Unidos Our man in Mexico City -biografía de W. Scott, jefe de la CIA en México entre 1956 y 1969, escrito por su hijo J. Morley- se describe la casi increíble complicidad de toda la seguridad mexicana y la CIA, frente a la retórica procubana y tercermundista del gobierno. Scott se llevó a la tumba sus convicciones sobre los vínculos de Oswald en México, pero no así las revelaciones de su cercanía a Díaz Ordaz, Echeverría, Gutiérrez Barrios, Nazar Haro, et. al. Lo mismo sucedió más tarde en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, cuando después de una cercanía, excesiva para unos, de México con Estados Unidos ambos consideraron necesaria una "sana distancia". Luis Echeverría trató de construirla con su tercermundismo, el apoyo a posturas radicales antiisraelíes en la ONU y con su acogida generosa a miles de refugiados del Cono Sur. Pero no fueron pocos en la derecha mexicana, el empresariado y en la propia clase política, y por supuesto en el establishment de Estados Unidos que combatieron activamente estas posturas, como lo saben algunos hoy al recordar a los exiliados chilenos en la aduana del aeropuerto de la Ciudad de México. Durante el sexenio de López Portillo y en el de De la Madrid fue cuando se dio la mayor polarización: el apoyo de López Portillo al Frente Sandinista en Nicaragua, al FMLN en El Salvador, a los refugiados guatemaltecos y a la economía cubana (al son de un préstamo-regalo de 100 millones de dólares en 1981); y el activismo de De la Madrid, ya no en apoyo a estas fuerzas, pero sí a favor de la paz en Centroamérica y contra la posible intervención en Estados Unidos provocaron agudas divisiones en el seno de las élites mexicanas y del gobierno.Todo se valía: golpes bajos, filtraciones, mentiras y, por supuesto, la búsqueda de alianzas donde las había. Parte del Ejército se opuso al asilo de más de 45 mil refugiados guatemaltecos a finales de 1981; el embajador de Estados Unidos, una parte del empresariado mexicano y el aparato de inteligencia (DFS y DIPyS) se opusieron a reconocer a la guerrilla salvadoreña como fuerza política representativa, a la cercanía de López Portillo con Castro y al subsidio petrolero que otorgó a los sandinistas. Los unos acusaban a los otros de ser agentes de la CIA, de entreguistas, cobardes y flacos mexicanos; los otros acusaban a los unos de ser comunistas, cubanos, traidores y tontos útiles del comunismo internacional.
Con Fox la lucha se dio entre la totalidad del empresariado que, como decimos en La diferencia, se opuso terminantemente al no a la invasión a Iraq versus casi todo el gobierno, la intelectualidad, la clase política y la Presidencia que resistieron fuertes presiones de Estados Unidos para alinearse. En el sexenio actual es evidente que ya ha emergido una creciente divergencia entre la política exterior del gobierno con quienes opinan que el abandono de los mexicanos en Estados Unidos y el cambio en la prioridad de la relación con el norte a favor del acercamiento con Cuba y Venezuela y el uso de la fatigada retórica latinoamericanista es un error que pide rectificación.
Es en todo este marco en que hay que leer los golpes bajos como el expediente armado por la DFS y Nazar Haro en contra mía y de mi padre hace 25 años y la lamentable actitud de la delegación mexicana ante la CIDH en San José la semana pasada (así como los que vengan).Nunca hubo un consenso sobre la política exterior de México: es una más de las simulaciones tan bien descritas por M. Schettino en Cien años de confusión. México en el siglo XX. Antes los golpes se daban a base de intervenciones telefónicas, fotografías, seguimientos ilegales y denuncias anónimas. Uno hubiera esperado que en el siglo XXI esas pugnas se diriman a través de las armas de la democracia: el debate, el trabajo académico y las coaliciones parlamentarias. Parece que no.

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