8 ago 2008

La esperanza es de quien la trabaja

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excelsior (www.exonline.com.mx), 8/08/2008;
Carta a Fernando (Martí)
Querido Fernando: No te conocí hasta que tu nombre estalló en los medios, en medio de la tragedia que te tocó vivir. Ahora sé que te gustaban el rock y los deportes, que tenías una vida chida, como decías en tu página web. Sí conozco a tu padre, Alejandro, y tenemos un gran amigo mutuo, Miguel Ángel Soto.
No te escribo para recordarte ésas, tus últimas horas, que deben haber sido terribles, injustas y, sobre todo para ti, incomprensibles. ¿Por qué tenías que estar en manos de unos asesinos desalmados?, ¿qué les habían hecho tú o tu familia, para vivir esa pesadilla? Nada. Lo que sucede es que te topaste con el mal, Fernando. Con el mal en estado puro. No tengo, sabes, fuertes convicciones religiosas: en palabras que a ti no te interesarían me considero un agnóstico. Pero sí creo en el bien y en el mal: la maldad existe, está entre nosotros y en ocasiones la sociedad en la que vivimos la alimenta con la ignorancia, la intolerancia, la indiferencia, el desprecio por el otro y por la vida, la ambición desmedida y la violencia. La maldad, Fernando, aunque adoptó otras formas, también me arrebató, no hace mucho, un hijo. Pero antes la hemos visto en asesinos, genocidas, torturadores y también en unos pobres diablos crueles, cuyos valores no valen nada, como los que te secuestraron y te quitaron la vida.
Muchos, entre ellos tus padres, han, hemos, intentado aportar aunque sea algo, un grano de arena, para que las cosas sean diferentes y para que, si no tenemos la prosperidad ni las políticas públicas que garanticen mayor justicia social y equidad, podamos tener, por lo menos, la base para lograr ésos y otros objetivos: un sentido de nación, de país donde se cumpla con la ley y donde el Estado garantice lo esencial para cualquiera de sus habitantes: la seguridad mínima, indispensable, para poder vivir, estudiar, trabajar con tranquilidad. A veces, en algunas ocasiones pareciera que avanzamos, pero en muchas otras, cuando ocurren cosas como las que te tocó vivir y vemos tanta mezquindad, tanta violencia irracional, tanta política baja contaminando la vida pública, es difícil mantener la esperanza.
Pero, Fernando, la esperanza debe mantenerse: la esperanza es de quien la trabaja, de quien la alimenta, la nutre. Decía un poeta que él no buscaba venganzas ni perdones, que el olvido, afirmaba Borges, es la única venganza y el único perdón. Quizá, sin embargo, para olvidar historias como la que te tocó vivir, primero se debe hacer justicia. Y nuestra esperanza, Fernando, es que tu sufrimiento y el de los tuyos no haya sido, no sea, inútil. Que haya justicia.
Hoy, Fernando, la gente está enojada, indignada por lo que te ocurrió, sólo no lo comprenden algunos políticos que ven, la tragedia que viven los tuyos, como un tropiezo en las encuestas. No es un consuelo, pero ha servido para que, una vez más, y esperemos que ahora sí sea verdad, podamos volver a decir que ¡ya basta!; que estamos hartos de tanta política barata, tanta corrupción, tanta indolencia. Tu muerte sirvió para que alguien recordara que desde hace un año y siete meses estaba congelada una iniciativa de ley que envió el presidente Calderón al Senado para exigir la cadena perpetua a quienes secuestraran a menores de edad o a ancianos, a quienes mataran a las víctimas, a quienes secuestraran a alguien siendo integrantes de una fuerza de seguridad. ¿Puedes creer, Fernando, que no habían enviado la iniciativa ni siquiera a comisiones para que empezara a ser discutida?, ¿puedes creer que ahora nos dicen que comenzarán a discutirla, porque “la sociedad exige resultados”, pero mientras tanto la mayoría de los legisladores siguen de vacaciones, están más preocupados por la grilla en su respectivo partido y en cómo les irá en las elecciones de 2009, que en las leyes que garanticen la seguridad mínima de las personas?, ¿puedes creer que en el Congreso hicieron un minuto de silencio por tu muerte... y nada más?
Tú no tenías por qué saberlo, pero el secuestro, Fernando, es un delito que se investiga en el ámbito local, en los estados o en el Distrito Federal. Interviene la autoridad federal cuando se considera que es parte del crimen organizado. Pero como los legisladores no han querido entrarle al fondo del problema (y tampoco los gobiernos locales), lo que tenemos es una suerte de agujero negro, un vacío legal, que fue el que aprovecharon quienes te quitaron la vida. En tu caso, Fernando, el Gobierno del DF, por esas idioteces que atribulan a los políticos, no compartió información con las fuerzas federales; éstas tomaron tarde la investigación y, para colmo, la banda que te secuestró estaba formada por policías judiciales del DF y se supone que también por federales. Quienes debían investigar lo que te había sucedido y perseguir a los delincuentes eran los propios delincuentes. Eso fue lo que te costó la vida.
¿Y sabes qué, Fernando? Todavía hay políticos que nos dicen que no intentemos, los ciudadanos, los que vivimos en la inseguridad, los que la sufrimos, sacar “raja política” de lo sucedido. O sea, Fernando, que quieren que aceptemos con resignación tu muerte y muchas otras y los dejemos trabajar sin molestarlos, sin exigirles, sin que rindan cuentas. Porque lo triste, Fernando, es que a ti te tocó vivir una parte de la tragedia, pero hace unas pocas semanas, cuando tú ya estabas secuestrado, otros nueve jóvenes de tu edad murieron asfixiados en una discoteca, muertes provocadas también por la incompetencia y la corrupción de las autoridades locales. Y, hace unos días, otro grupo de policías, éstos, de Jalisco, para extorsionar a una familia, los mataron, incluidos tres niños. Algo está muy mal y, ojalá, Fernando, tu sacrificio sirva para que, ahora sí, comencemos a remediarlo. Pero a ti, con toda razón, lo que te interesaba eran el rock y los deportes: ojalá conozcas aquella canción de Eric Clapton, Tears in heaven. Es para un chavo como tú. Hasta siempre.

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