En la guarida de Múqtada al Sáder
EL PAÍS entra con las patrullas de EE UU en el feudo de los chiíes radicales en Bagdad
RAMÓN LOBO (ENVIADO ESPECIAL)
EL PAÍS entra con las patrullas de EE UU en el feudo de los chiíes radicales en Bagdad
RAMÓN LOBO (ENVIADO ESPECIAL)
El País, Bagdad - 24/11/2008;
Ciudad Sáder se halla dividida por un muro de hormigón de cuatro kilómetros de largo y tres metros de alto. Aunque está pintado de azul, los norteamericanos lo llaman la pared de oro. Separa el norte, donde patrullan el Ejército y la policía iraquíes, del tercio sur, donde se mueven las tropas estadounidenses. Hay cinco pasos fronterizos. En ellos se buscan armas y explosivos. Este arrabal donde viven más de dos millones, casi todos chiíes y pobres, tiene otros muros laterales que dificultan el contacto con barrios de mayoría suní, como Ahdamiyah. Ciudad Sáder es la base política y militar del clérigo Múqtada al Sáder, opuesto a la presencia de tropas extranjeras, a las que ha combatido en tres ocasiones, la última en marzo de 2008.
En Camp Sader, la base encargada de vigilar el barrio más problemático de Bagdad, el teniente Gordon Bostick, da las últimas órdenes a sus hombres antes de la patrulla. Su misión es visitar uno de los cinco pasos del muro y supervisar el trabajo de las fuerzas de seguridad iraquíes. Pero en ese puesto apenas hay media docena de personas, cada una con un tipo de uniforme y arma, y pinta de escasa eficacia. Saleh Salagh es el jefe. Sostiene que no hay problemas aunque les disparan casi todas las noches. "Múqtada ha perdido mucho apoyo, ahora la gente ha perdido el miedo y colaborará con nosotros".
En marzo, el clérigo que trata de emular al Hezbolá libanés y construir un Estado dentro del Estado, lanzó un ataque contra el Ejército iraquí en Basora y Ciudad Sáder, al que arrolló en un primer instante. El apoyo norteamericano y dos meses de lucha, visible en muchas paredes, le obligaron a firmar un acuerdo y renunciar a la lucha armada. Su Ejército del Mahdi no fue disuelto, sólo dormido a la espera de la retirada estadounidense. Las miles de banderas negras que ondean sobre las casas al norte del muro atestiguan su fuerza. El peligro permanece.
El coronel John Hort, jefe del III Batallón de la IV División, encargado de esta zona, asegura que en el levantamiento de marzo Al Sáder se enajenó la antipatía popular porque su gente requisaba bienes a los civiles. "Su capacidad militar ha sido sustancialmente reducida, igual que la de Irán de suministrarle armas".
En el mercado de Jamala, el más importante de Ciudad Sáder, los vendedores apenas miran a las tropas estadounidenses, que rodilla en tierra y arma en el hombro vigilan los edificios colindantes. Su falta de curiosidad esconde desdén, quizá odio. Sólo los niños parecen vivir el despliegue como una película bélica y saludan a los soldados convertidos en actores.
En el despacho del coronel Hort, cuyo mobiliario procede de uno de los palacios de Sadam Husein, hay unos enormes mapas. En uno se leen tres nombres: Al Dura, Kata'in Hezbolá y Asain Ahí al Hagq. "Son los llamados grupos especiales, en teoría desligados del Mahdi. En realidad se trata de organizaciones mafiosas dedicadas al secuestro, la extorsión y el ataque contra las tropas de la coalición. Son muy peligrosos. El mercado de Jamala era su centro de financiación, que ahora ha sido desmantelado", explica el militar.
Bostick desea efectuar registros en unas casas seleccionadas. Hamza, un policía militar iraquí que se ha hecho con un casco estadounidense de segunda mano, pone cara de pereza. "Buscamos pistas, preguntamos a sus dueños y tratamos de ganarnos su confianza". Uno de los objetivos es conocer el paradero de un joven de los grupos especiales llamado Alí M, pero nadie sabe nada, nadie conoce a nadie. Todos parecen mentir. "A partir del 1 de enero caducan las causas pendientes. Sólo esperan a que llegue el día para regresar", afirma otro teniente.
A Múqtada al Sáder no le gusta el acuerdo de seguridad y exige la salida inmediata de las fuerzas ocupantes, como las llama desde 2003. Bostick asegura que el clérigo dio órdenes hace una semana para que se reanuden los ataques contra las tropas extranjeras. "Una prueba de su debilidad es que no ha pasado nada, la gente esta harta", dice. Las normas del empotramiento impiden al periodista separarse de las tropas que acompaña y hablar con la gente, pero esta parte del sur de Ciudad Sáder sigue siendo pobre, indómita y repleta de basura, como siempre.
Si los puestos de control del muro fueran la prueba de la preparación de las fuerzas de seguridad iraquíes, los estadounidenses tendrían que quedarse décadas. "Creo que nuestra retirada de Irak estará más cerca del calendario de los 36 meses que de los 16", comenta un oficial que pide el anonimato. "La victoria sobre Al Sáder ha dado mucha confianza al Ejército iraquí. Desde que el Gobierno de [Nuri al] Maliki ha permitido el regreso de muchos militares de la época de Sadam, son mucho más profesionales. El cambio ha sido enorme en un año", añade.
En la última casa que registra Bostick tras pedir permiso a los dueños, vive una familia kurda. Una rareza en Ciudad Sáder. Su hijo lleva una camiseta del Barça, un equipo muy popular por estos lares. Dice que la seguridad en el tercio de Ciudad Sáder patrullado por los estadounidenses es buena y que los niños pueden ir al colegio sin miedo a los secuestros y a los disparos. Al despedirse, ofrece a los soldados un dulce llamado Sahun, típico de Irán. "Es muy bueno aunque sé que a ustedes no les gustan los iraníes", exclama.
En Camp Sader, la base encargada de vigilar el barrio más problemático de Bagdad, el teniente Gordon Bostick, da las últimas órdenes a sus hombres antes de la patrulla. Su misión es visitar uno de los cinco pasos del muro y supervisar el trabajo de las fuerzas de seguridad iraquíes. Pero en ese puesto apenas hay media docena de personas, cada una con un tipo de uniforme y arma, y pinta de escasa eficacia. Saleh Salagh es el jefe. Sostiene que no hay problemas aunque les disparan casi todas las noches. "Múqtada ha perdido mucho apoyo, ahora la gente ha perdido el miedo y colaborará con nosotros".
En marzo, el clérigo que trata de emular al Hezbolá libanés y construir un Estado dentro del Estado, lanzó un ataque contra el Ejército iraquí en Basora y Ciudad Sáder, al que arrolló en un primer instante. El apoyo norteamericano y dos meses de lucha, visible en muchas paredes, le obligaron a firmar un acuerdo y renunciar a la lucha armada. Su Ejército del Mahdi no fue disuelto, sólo dormido a la espera de la retirada estadounidense. Las miles de banderas negras que ondean sobre las casas al norte del muro atestiguan su fuerza. El peligro permanece.
El coronel John Hort, jefe del III Batallón de la IV División, encargado de esta zona, asegura que en el levantamiento de marzo Al Sáder se enajenó la antipatía popular porque su gente requisaba bienes a los civiles. "Su capacidad militar ha sido sustancialmente reducida, igual que la de Irán de suministrarle armas".
En el mercado de Jamala, el más importante de Ciudad Sáder, los vendedores apenas miran a las tropas estadounidenses, que rodilla en tierra y arma en el hombro vigilan los edificios colindantes. Su falta de curiosidad esconde desdén, quizá odio. Sólo los niños parecen vivir el despliegue como una película bélica y saludan a los soldados convertidos en actores.
En el despacho del coronel Hort, cuyo mobiliario procede de uno de los palacios de Sadam Husein, hay unos enormes mapas. En uno se leen tres nombres: Al Dura, Kata'in Hezbolá y Asain Ahí al Hagq. "Son los llamados grupos especiales, en teoría desligados del Mahdi. En realidad se trata de organizaciones mafiosas dedicadas al secuestro, la extorsión y el ataque contra las tropas de la coalición. Son muy peligrosos. El mercado de Jamala era su centro de financiación, que ahora ha sido desmantelado", explica el militar.
Bostick desea efectuar registros en unas casas seleccionadas. Hamza, un policía militar iraquí que se ha hecho con un casco estadounidense de segunda mano, pone cara de pereza. "Buscamos pistas, preguntamos a sus dueños y tratamos de ganarnos su confianza". Uno de los objetivos es conocer el paradero de un joven de los grupos especiales llamado Alí M, pero nadie sabe nada, nadie conoce a nadie. Todos parecen mentir. "A partir del 1 de enero caducan las causas pendientes. Sólo esperan a que llegue el día para regresar", afirma otro teniente.
A Múqtada al Sáder no le gusta el acuerdo de seguridad y exige la salida inmediata de las fuerzas ocupantes, como las llama desde 2003. Bostick asegura que el clérigo dio órdenes hace una semana para que se reanuden los ataques contra las tropas extranjeras. "Una prueba de su debilidad es que no ha pasado nada, la gente esta harta", dice. Las normas del empotramiento impiden al periodista separarse de las tropas que acompaña y hablar con la gente, pero esta parte del sur de Ciudad Sáder sigue siendo pobre, indómita y repleta de basura, como siempre.
Si los puestos de control del muro fueran la prueba de la preparación de las fuerzas de seguridad iraquíes, los estadounidenses tendrían que quedarse décadas. "Creo que nuestra retirada de Irak estará más cerca del calendario de los 36 meses que de los 16", comenta un oficial que pide el anonimato. "La victoria sobre Al Sáder ha dado mucha confianza al Ejército iraquí. Desde que el Gobierno de [Nuri al] Maliki ha permitido el regreso de muchos militares de la época de Sadam, son mucho más profesionales. El cambio ha sido enorme en un año", añade.
En la última casa que registra Bostick tras pedir permiso a los dueños, vive una familia kurda. Una rareza en Ciudad Sáder. Su hijo lleva una camiseta del Barça, un equipo muy popular por estos lares. Dice que la seguridad en el tercio de Ciudad Sáder patrullado por los estadounidenses es buena y que los niños pueden ir al colegio sin miedo a los secuestros y a los disparos. Al despedirse, ofrece a los soldados un dulce llamado Sahun, típico de Irán. "Es muy bueno aunque sé que a ustedes no les gustan los iraníes", exclama.
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