8 dic 2008

El profe Othón

Othón Salazar: la dignidad revolucionaria/ Tanalís Padilla*
A sus casi 84 años de edad Othón Salazar se sigue expresando con la tonalidad de un gran orador. Sus palabras son precisas y en ellas se vislumbra esa preocupación social que tanto se le impregnó al magisterio durante el cardenismo. Desde muy joven Othón cultivó su habilidad como orador. Solo, se ponía a practicar en el campo. “Yo me fijaba que no hubiera nadie –relata–, pero una vez estaba un campesino escondido y escuchó el discurso y cuando yo terminé salió y me dijo ‘le sale bien’.” Othón, como otros líderes populares, encarna un proceso social más amplio y su lucha al frente de los maestros fue un importante ejemplo de la defensa de los logros revolucionarios que, a través del siglo XX, se seguiría dando en México.
Hijo de padre panadero y madre campesina, Othón tuvo que trabajar desde muy chico. De niño salía a cortar leña a las tres de la madrugada. En la oscuridad le era difícil distinguir entre las ramas secas y las verdes, pero para el amanecer tenía que llegar a su casa con un tercio de leña. De allí se iba a la escuela. “Quizás por eso –reflexiona– la escuela fue para mí algo que sin que nadie me dijera nada yo sentía la necesidad de aprovechar cuanto se pudiera.”
Othón llegó a la normal de Oaxtepec en 1942. Allí, “los maestros veían los últimos relámpagos de la revolución. Eran maestros y maestras todos con inquietudes sociales”.
Cursó sólo el primer año en Oaxtepec. El segundo lo hizo en Ayotzinapa y el tercero en la Escuela Nacional de Maestros. Después ingresó a la Normal Superior, donde estudió cuatro años, especializándose en ciencias sociales para la enseñanza del civismo. En 1954 sería importante dirigente de la primera huelga de la Normal Superior.
Cuando, en 1956, los líderes oficiales del SNTE negociaron un incremento salarial que no llegaba ni a la mitad de la demanda inicial, Othón decidió convocar a un mitin de protesta. Poco después, una asamblea independiente lo eligió representante, formando las bases para el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que se constituiría a finales de 1957 y cuya presencia en las escuelas primarias del Distrito Federal se iría expandiendo. En el siguiente año el MRM estaría al frente de una de las luchas magisteriales más importantes. Las movilizaciones a las que convocaba eran atendidas por un amplio sector social, y el gobierno, al reprimirlas, como hizo con la marcha del 12 de abril de 1958, fomentaba un descontento social que llevaba años gestándose. Mientras las autoridades rehusaban reconocer al MRM, éste tenía cada vez más capacidad de convocatoria y el 30 de abril los maestros tomaron las oficinas de la SEP y obligando al gobierno a negociar.
En agosto, en un congreso paralelo, los maestros de la ciudad de México eligieron a Othón como su legítimo representante, pero ante este gesto de autonomía sindical, la posición del gobierno se fue endureciendo. La manifestación del 8 de septiembre fue reprimida, y Othón, aprehendido. Las autoridades llegaron temprano a su casa, lo amarraron y lo vendaron. Lo sometieron después a violentos interrogatorios y le exigieron que confesara cuántos rublos recibía de la Unión Soviética. Lo mantuvieron secuestrado nueve días antes de procesarlo. Acusado de disolución social, fue encerrado en Lecumberri, pero, gracias a las grandes movilizaciones por su libertad, permaneció allí sólo tres meses.
Efervescencia laboral
El año de 1958 fue de gran efervescencia laboral y los maestros del MRM estuvieron entre sus principales protagonistas. Ese mismo año las movilizaciones de los telegrafistas, petroleros y ferrocarrileros conmovieron al país. Las luchas tenían sus orígenes en demandas económicas, pero su aspiración por la democracia sindical tenía implicaciones mucho más amplias, que sacudirían las estructuras mismas del PRI. A una década del charrazo y en pleno milagro mexicano, los trabajadores mostraban con su inconformidad las condiciones laborales que las estadísticas del milagroso crecimiento económico ocultaban. Su presencia desmentía otro mito, el de la llamada paxpriísta. La represión del gobierno sería un presagio de la brutalidad oficial que se cometería 10 años después en la plaza de Tlatelolco.
Con mano dura el gobierno lograría derrotar estos movimientos que se proponían democratizar al sistema. Pero no pudo silenciar a los participantes, que seguían empeñados en mantener vivas las causas populares. Othón continuaría su lucha en el magisterio y en 1960 participaría en otra huelga en la Escuela Nacional de Maestros. Pero esta toma de la normal por la corriente democrática de la sección 9 del SNTE fue reprimida y en represalia Othón fue cesado, una condición que padece hasta el presente. Desde entonces ha vivido una situación económica precaria, agraviada ahora por su avanzada edad. Sin embargo, sigue regresando a Alcozauca, su natal pueblo en Guerrero, y recorre la región de la Montaña escuchando y asesorando a los que allí se organizan.
De las filas de los normalistas han salido un notable número de luchadores sociales, importante indicio del poder que tiene la educación para crear conciencia. Junto con el reparto agrario, los derechos laborales, y la afirmación que las riquezas del subsuelo eran propiedad de la nación, el proyecto educativo fue uno de los más importantes legados de la revolución. Ante gobernantes que se han propuesto desmantelar estas conquistas revolucionarias, han salido a las calles aquellos que no se resignan ante justificaciones indignas. Othón Salazar es un símbolo de este proceso y su ejemplo un caso de la dignidad revolucionaria que, por más que los gobernantes han querido tratar de ignorar o reprimir, sigue recorriendo el territorio mexicano.
*Profesora del Dartmouth College. Su libro Rural resistance in the land of Zapata: the jaramillista movement and the myth of the paxpriísta, 1940-1962, publicado por Duke University Press, aparecerá el próximo octubre

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