18 may 2009

Columna Razones

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excélsior, 18/05/2009;
Salinas y Nixon: paralelismos y distancias
Como le ocurrió al ex mandatario de EU, las pesadillas políticas de CSG comenzaron con hechos que se podrían haber subsanado sin dificultades.
La andanada que le ha caído al ex presidente Carlos Salinas en los últimos días ha sido sencillamente brutal y ha tenido diversos frentes: el libro de Carlos Ahumada, las extrañas declaraciones de Miguel de la Madrid y el libro de Roberto Madrazo, con su insostenible acusación de que Zedillo y Fox negociaron con el narcotráfico, que se ha vuelto en su contra e indirectamente contra el ex presidente. Y ha generado un beneficio directo sobre todo al panismo. Pero, ¿cuál es el sentido de esa andanada?, ¿sólo buscar una suerte de justicia “histórica” o la convicción de que el ex presidente conserva fuertes espacios de poder que podrían acrecentarse en el Congreso? ¿o estaremos nada más ante una operación política cuyo único objetivo es la coyuntura próxima?
Este fin de semana veía la excelente película Frost-Nixon y, una vez más, me recordó que el caso del ex presidente Salinas y el de Nixon tienen demasiados paralelismos, independientemente de las personalidades y las circunstancias en que les tocó vivir: Nixon era un hombre que, como él mismo escribió en sus memorias, nunca le cayó bien a la gente. No se puso en duda jamás el talento político, la malicia y la experiencia de Nixon. Tampoco su inagotable capacidad de utilización del poder. Una frase en aquella famosa entrevista demuestra su visión de las cosas: “Si el presidente lo hace, no es ilegal”. Y tuvo grandes aciertos: reconstruyó las relaciones con China y la URSS; luego de azuzarla, terminó la guerra de Vietnam de la forma menos penosa posible, y realizó varios ajustes muy importante en el sistema económico. Pero utilizó el poder como un instrumento personal: ordenó grabar a periodistas críticos, perseguir a funcionarios independientes, hostigó a sus adversarios políticos (los Kennedy por sobre todas las cosas: no sólo no le perdona a John que le hubiera ganado la elección presidencial en 60, sino que además odiaba todo lo que él y su familia socialmente representaban, sobre todo para un político que venía de los rincones socialmente más oscuros de su país), sus opositores siempre se han quedado con la sospecha de qué tan cerca estuvieron, de Nixon, los asesinos de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King (aunque jamás se encontró una sola prueba que pudiera involucrarlo en esos hechos) y terminó cayendo por un acto inútil: enviar un grupo de delincuentes de poca monta, a colocar micrófonos ocultos en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate. Pero lo inconcebible fue montar toda una operación para encubrir el hecho. La cadena de errores precipitó su caída. La gente nunca se lo perdonó, ni siquiera en su entierro. Pese a los reconocimientos que de él hizo Bill Clinton, Nixon no fue realmente reivindicado, sino al contrario.
Salinas de Gortari no tiene ninguna relación con el origen social o político de Nixon, pero es un hombre preparado con miras al ejercicio del poder, con un formidable instinto, como tenía Nixon, para ejercerlo. Salinas tampoco era un personaje popular (recordemos su destape en 87 y la elección de 88), aunque nadie le regateaba su capacidad, pero no caía bien ni embonaba en el esquema de los políticos tradicionales, aunque conociera y aplicara todos sus códigos. Como en el caso de Nixon, eso no impidió que tuviera éxitos notables en su administración y alcanzara, sobre todo después de la elección de 91, y con la firma posterior del TLC, unos índices de popularidad altísimos.
Como también le ocurrió a Nixon, las pesadillas políticas de Salinas comenzaron con hechos que, vistos retrospectivamente, se podrían haber subsanado sin mayores dificultades. El gobierno sabía de la existencia de la guerrilla zapatista desde mucho tiempo atrás: conocían sus operaciones, dónde estaban e incluso, en términos generales, qué planeaban. Es más, sabían de las relaciones de esos grupos con personajes fundamentales de su administración, como Manuel Camacho, uno de sus dos principales aspirantes a la Presidencia, a través del obispo Samuel Ruiz. Se decidió no darle importancia, mantener el tema al margen, para no generar conflictos adicionales ni en la aprobación del TLC en el Capitolio ni en el proceso de sucesión. El primero de enero encontró al Estado celebrando el inicio del TLC y sin capacidad de reacción. Y vinieron entonces los errores en cascada: los del 10 de enero, el nombramiento de Camacho, los problemas con la campaña, el no se hagan bolas, el asesinato de Colosio, la candidatura, no procesada por los priistas, de Ernesto Zedillo. Nada de eso impidió que el priismo ganara en agosto de 94 en forma abrumadora. Pero apenas un mes después vino el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y todo comenzó a derrumbarse, profundizado por las inocultables diferencias entre la administración entrante y la saliente y las acusaciones internas en el PRI. El 18 de diciembre comenzó la crisis económica, el 9 de febrero el gobierno fracasó en el intento de detener a Marcos y, unas semanas más tarde, fue detenido Raúl Salinas. La imagen de Carlos Salinas, que ya estaba maltrecha, sería destruida sistemáticamente. Hoy no importa y se conoce mucho menos el que haya abierto la economía y firmado el TLC, que se hayan creado instituciones como el IFE o se garantizaran una serie de libertades, hasta entonces restringidas, que las historias, comprobadas o no, de la partida secreta, los negocios de Raúl y las leyendas negras sobre la muerte de Posadas, Colosio y Ruiz Massieu. Tanto que, enfermo o no, el ex presidente De la Madrid las hace suyas.
En la película Frost-Nixon, el jefe de ayudantes del ex presidente, Jack Brennan, le dice a Frost que Nixon tuvo 60% de aciertos y 30% de errores bien intencionados. Frost lo acepta, pero le comenta que sería juzgado por ese 10% de hechos que quedaban en la oscuridad y cuyos entretelones no habían sido nunca admitidos ni revelados.

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