2 jul 2009

Irán

La lucha por el espíritu de Irán/Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson sobre Oriente Medio, Sarah Lawrence College (Nueva York). Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia.
Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 02/07/09;
Mientras amaina el temporal en las baqueteadas calles de Teherán, el Gobierno ultraconservador de los mulás ha ganado al parecer el primer asalto contra sus rivales reformistas, si bien ha salido del lance seriamente tocado. Sin embargo, el movimiento reformista, que dista de estar derrotado, ha ganado auge, confianza, firmeza y numerosos nuevos seguidores. Superando la apatía y el miedo político, los iraníes de toda condición social se han manifestado públicamente haciendo oír su voz y haciendo hincapié en que su voto reviste valor e importancia.
Por primera vez desde el estallido de la revolución de 1979, un gran sector de la sociedad iraní, de amplia base, desafía ahora el conservadurismo extremo de la República Islámica y reclama ejercer un control directo sobre su propia vida. Irán presencia el auge - no el final-de un movimiento social viable que posee una agenda más democrática y abraza a millones de personas de distinto origen socioeconómico.
Tras treinta años de movilización ideológica, los iraníes, exhaustos, anhelan una vida normal y libre. Una crisis económica agobiante (30% de paro - cifra no oficial-,inflación de dos dígitos y corrupción crónica) ha llevado a la juventud iraní al borde de la rebelión contra sus mayores y progenitores.
La lucha se entabla entre padres e hijos (e hijas); se trata de un choque cultural entre dos generaciones, dos sensibilidades, dos perspectivas del mundo y dos concepciones divergentes sobre Irán. Una de ellas en paz consigo misma y con el mundo, una sociedad abierta y respetuosa con las libertades sociales e individuales de los ciudadanos; la otra en guerra permanente con enemigos internos y externos, una forma represiva de populismo que promulga disposiciones con pretensiones de sentido ético y justicia social.
Durante las últimas semanas ha tenido lugar un colosal enfrentamiento en las calles de Irán ante los ojos del mundo. La disputa electoral fue sólo la chispa que inflamó un incendio que estuvo ardiendo a fuego lento y de forma soterrada durante más de una década. Los jóvenes rostros de quienes protestaban reflejan el factor demográfico predominante: el 70% de la población iraní de 72 millones de habitantes tiene menos de 30 años. Y, pese a recientes retrocesos, los nacidos durante un periodo de elevada natalidad serán probablemente dueños del futuro de Irán.
Los manifestantes coreaban eslóganes al unísono como “Queremos libertad” y “Muerte al dictador”, desafiando las severas advertencias de la autoridad más poderosa de Irán, el líder supremo Ali Jamenei, en el sentido de abandonar las manifestaciones. Pero, contrariamente a las declaraciones de los mulás, las decenas de miles de disidentes que han arriesgado su vida no son gamberros, no están confusos ni son marionetas de Occidente; por el contrario, son leales patriotas y ciudadanos que apoyan las reformas democráticas, incluidos los derechos humanos en general y de la mujer en particular. De hecho, en el movimiento de oposición han figurado mujeres en posición de líder, y de forma reiterada, desde 1997, el voto femenino - un gran segmento de más de 22 millones de votantes-ha inclinado la balanza a favor de los candidatos reformistas.
En lugar de escuchar las aspiraciones y temores de los jóvenes iraníes y tratar de contar con ellos, los mulás partidarios de la línea dura han decidido aplastar las protestas populares y acallar la disidencia. Pasando por alto el amplio llamamiento popular a favor de una investigación transparente sobre el denunciado amañamiento electoral, el dictamen de la comisión electoral dijo no haber encontrado “fraude importante”, de modo que no procedía anular los resultados. Y, por su parte, el Consejo de Guardianes de la Revolución no halló tampoco “existencia de fraude ni infracción importante en las elecciones”.
No obstante, un día antes, el mismo Consejo de Guardianes declaró - raro reconocimiento-que se habían producido irregularidades en 50 distritos, incluidas cifras de votos locales que excedían el número de votantes con derecho a voto. Sin embargo, el Consejo dijo que las diferencias no bastaban para afectar al resultado.
El anuncio del Consejo de Guardianes no fue una sorpresa, a la luz de las recientes declaraciones del líder supremo. Dirigiéndose con tono adusto a decenas de miles de personas durante la plegaria del viernes en la Universidad de Teherán - Ahmadineyad estaba entre la audiencia-,Jamenei desechó las acusaciones de la oposición y elogió la victoria arrolladora del presidente, calificándola de “acontecimiento épico que se ha convertido en momento histórico”.
Al respaldar enérgicamente al presidente partidario de la línea dura, Jamenei perdió su papel de árbitro por encima de las disputas políticas y cerró la puerta a un posible compromiso poniendo punto final a la cuestión: “¿Cómo es posible que sean sustituidos o modificados once millones de votos? La república islámica nunca engañaría ni traicionaría los votos del pueblo”. Jamenei conminó a los líderes de la oposición a no celebrar más manifestaciones o, de lo contrario, serían “responsables del derramamiento de sangre y de la anarquía”. Ya se han creado tribunales especiales para juzgar a los manifestantes.
No cabe duda de que los mulás en el Gobierno dirigidos por Jamenei, que controla un amplio sistema de seguridad, restablecerán el orden y garantizarán el nuevo mandato de Ahmadineyad durante los próximos cuatro años, factor sin embargo engañoso en orden a una valoración positiva de los acontecimientos. Los partidarios de la línea dura ya han ganado una batalla, pero han fracasado en el intento de ganarse las mentes y corazones de sus ciudadanos. La crisis electoral ha revelado a plena luz del día no sólo una profunda fisura entre mulás prominentes, sino que ha subrayado la existencia de una escisión mayor desde el punto de vista cultural y generacional en el seno de la sociedad iraní. El movimiento reformista permanecerá, aunque es difícil pronosticar la forma de disidencia que adoptará, ya se trate de desobediencia civil o de llamamientos a favor de una huelga nacional o actividades clandestinas. Aunque no corre peligro la propia república islámica, corren riesgo su duración y grado de eficacia.
Una cuestión debe quedar clara: el movimiento reformista es un fenómeno de más amplios vuelos que la campaña electoral del candidato opositor Musavi y de líderes religiosos de similar mentalidad moderadamente conservadora como el ex presidente Jatami, Rafsanyani y otros. Musavi, hijo fiel de la República Islámica, se ha convertido en un símbolo para millones de jóvenes iraníes, pero las esperanzas y agenda de esta juventud van más allá de las de Musavi y, probablemente, las sobrevivirán. La eliminación de la amplia disidencia agravará la crisis de legitimidad del régimen islamista y lo debilitará en el interior y en el exterior.
El equilibrio de fuerzas sociales se ha vuelto en contra del discurso revolucionario y la cuestión crucial estriba en saber cuánto falta para la próxima confrontación. ¿Surgirá un nuevo líder carismático que desde el seno de la propia élite gobernante se gane al movimiento reformista y lo institucionalice? ¿Se escindirá y disipará su energía y vigor en rivalidades y luchas entre diversas facciones? De todos modos, Irán nunca será el mismo.

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