7 oct 2009

Despedida de Ricardo Raphael

La Despedida de Ricardo Raphael, subdirector de opinión de El Universal
El Universal, 5 de octubre de 2009;
En más de 400 ocasiones entregué para esta página mi colaboración semanal. Pocos rituales en mi vida han sido tan demandantes. Hoy que esta entrañable responsabilidad se interrumpe, miro hacia atrás con nostalgia y también con orgullo.
Quienes han tenido la experiencia de redactar un texto periodístico durante un periodo largo de tiempo saben
que se parece mucho a llevar un diario íntimo. A través de la escritura propia suelen hacer acto de presencia las ingenuidades que un día nos abandonaron, las convicciones que crecieron, mutaron o se desvanecieron, y nuestras esperanzas más queridas, las que volaron o las que ya no pudieron hacerlo.
En esta bitácora de EL UNIVERSAL quedaron registradas mis subversiones, aquellas que cometí en contra de mí mismo y las que aún deseo y quiero para mi sociedad. Hay registro de mis inconsistencias, de la demagogia (casi siempre involuntaria) en la que incurrí, y también de las causas que he defendido.
Como tantos otros, entré a la presente década con más optimismo del que estoy saliendo de ella. Esto se explica, en parte, porque la vida se me acumuló en las entrañas, pero también porque durante este tiempo la realidad objetiva —esa que por fortuna se mueve independientemente de nosotros— terminó deslizándose sobre su canto más pesimista.
Algunas piezas que aquí fueron publicadas me provocaron ansiedad y hasta frustración. Cuando esto ultimo ocurrió pensé en todos esos críticos de cine obligados a reseñar malas películas o en los cronistas deportivos cuando les toca narrar un pésimo partido de futbol.
El oficio obliga a que el estado de ánimo no influya sobre el periodista. Con todo, y lo digo sin florituras, la materia de trabajo de los analistas políticos mexicanos se ha ido volviendo muy pobre con el tiempo. Sobre todo aquella que hoy producen nuestros profesionales de la política.
En contraste, mucho disfruté en la escritura de otras piezas. Pude seguir de cerca episodios emblemáticos por la altura ética de las personas que los encarnaron. Para honor mío, en estas líneas se escribió hace unos años sobre Leticia Martell, la madre que, para resarcimiento de su hijo y en contra de las autoridades, denunció públicamente a una red de pederastas protegida por el gobierno de Oaxaca.
También tuve la oportunidad de expresarme aquí sobre la estatura humana de Alejandro Martí, sobre la inspiradora batalla que Lydia Cacho libró contra Kamel Nacif y el gobernador de Puebla, Mario Marín, sobre las víctimas de discriminación, sobre la violación de los derechos en México y sobre tantos otros temas y causas que me siguen siendo muy preciados.
Si la diferencia entre necedad y tenacidad se mide con el éxito, sin duda en estos años más han sumado mis necedades que mis tenacidades. Pongo como ejemplo de esta circunstancia la larga serie de artículos que dediqué a reflexionar sobre la educación y, particularmente, sobre el poder que sostiene en mi país Elba Esther Gordillo Morales.
Desde ese otro escaparate de la política —el que surge en el seno de la sociedad y a partir de las vidas y las luchas de los ciudadanos concretos— gocé también, y mucho, la responsabilidad de mi oficio.
El cambio que va ocurriendo en México lleva paso de tortuga. A diferencia de hace unos años sé, ya sin lamentarme, que nada nos va a ocurrir vertiginosamente. No creo más que México vaya a alcanzar su siguiente etapa civilizatoria gracias a la política que hacen los políticos, ni a las instituciones donde ellos despachan, ni al liderazgo que ellos convocan.
A diferencia de hace nueve años, también he perdido la fe que tenía en la sociedad civil. El agua que pasa bajo el río ha debilitado a las redes de activistas que con tanta energía se invirtieron en la edificación de la democracia mexicana.
Sin embargo, sigo creyendo en las personas, en las historias individuales cargadas de convicción, ideas y voluntad transformadora. Este país es cada día más fuerte, no por su política, ni por su sociedad, sino por la fuerza vital con que cada uno enfrenta sus respectivos dilemas éticos, los íntimos y los públicos.
Anclado en tal creencia, llego hoy a este día y cierro una etapa dentro de EL UNIVERSAL. La responsabilidad que honrosamente asumí, en noviembre del año pasado, como subdirector de Opinión de el Gran Diario de México, me obliga a hacerlo de esta manera.
Si bien hasta ahora no se ha suscitado un conflicto de interés entre el desempeño de mi función sustantiva en el periódico y la publicación semanal de mis reflexiones personales, cabe la posibilidad de que —en la realidad o en apariencia— un escenario así termine presentándose.
Con el ánimo de conjurar tal eventualidad abandono este espacio y la relación que durante todos estos años sostuve agradecidamente con los lectores. No se trata de una despedida, sino de un mientras tanto…
Analista político

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