15 dic 2009

La hora de la Armada

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
La narcoposada de Cuernavaca
Excélsior, 15 de diciembre de 2009:
En un lujoso condominio residencial se reúnen para una fiesta, que estiman que durará tres días, una veintena de narcotraficantes de alto rango, por lo menos 20 prostitutas traídas la mayoría de ellas desde Acapulco y grupos musicales de primer nivel, como el de Ramón Ayala, Los Cadetes de Linares y Torrente. No hacen nada por disimular la magnitud de la fiesta, hay incluso disparos al aire. Se supone que allí están varios de los principales jefes del cártel de los Beltrán Leyva. En el operativo sorpresa se detiene a once de los narcotraficantes, más los artistas y las sexoservidoras, pero escapan algunos de los jefes y muere, por el fuego cruzado, una joven mujer de una de las familias empresariales muy importantes de Morelos. Así se podría sintetizar una historia que parece sacada de alguna mala o estereotipada novela sobre el narcotráfico, pero el hecho es que eso sucedió en la narcoposada que desmantelaron el viernes en la madrugada en Cuernavaca y permite leer muchas de las tendencias de la llamada guerra contra el narcotráfico.
Primero, se debe destacar la impunidad con la que actúan los narcotraficantes en varias zonas del país, en este caso Cuernavaca, y también el temor y en otros casos la complicidad implícita que generan. ¿Alguien podría decir que no se notaría una fiesta con semejante concurrencia, organizada para estar de literal reventón durante tres días? No estamos hablando de una colonia popular o de un recóndito rancho perdido en la mitad de la sierra de Durango, sino de una de las colonias más lujosas de una ciudad como Cuernavaca. La única explicación posible es que los narcotraficantes se sentían allí muy seguros y confiados, y esperaban no ser molestados ni por la gente ni por las fuerzas de seguridad locales, mismas que recibieron quejas de algunos vecinos por el ruido y el movimiento, pero no concurrieron a ver qué sucedía.
Un segundo punto relacionado con esto es la facilidad con que artistas de cierto renombre aceptan participar en este tipo de fiestas o encuentros. Luego de las detenciones de los que estaban amenizando la narcoposada, otros artistas han dicho en su descargo que nadie puede ser responsabilizado por la actividad que desarrolla la persona que los contrata. Dicen lo mismo los compositores que reciben encargos para escribir algún narcocorrido dedicado a algún narcotraficante y que son pagados en varios miles de dólares cada uno. Dicen que ellos sólo se dedican a escribir, aunque en realidad estén haciendo la apología de un delito. En parte es verdad, pero me imagino que debe ser difícil no saber quién contrata a tantos grupos musicales para una fiesta privada, en un lugar repleto de armas. Tampoco creo que haya existido algo parecido a un contrato y sí una fuerte suma pagada en efectivo. Es lo mismo que sucede cuando, como ocurrió con los Beltrán Leyva hace unos años en el sur de la Ciudad de México, llega a una inmobiliaria un hombre con millones de dólares en efectivo, para comprar y rentar una serie de residencias en la zona. ¿A nadie le parece sospechoso, nadie es responsable de que esas residencias se conviertan en unos meses en casas operativas de un cártel? Quizás esas acciones están en el límite de la legalidad, pero evidentemente hablan muy mal de la relación que mantiene la sociedad con las fuerzas de seguridad, marcada, por lo menos, por la desconfianza mutua. Pero también demuestra que la llamada “narcocultura” no es tan ajena a todos nosotros como muchos creen: la misma está enraizada en muchos sectores que no necesariamente son siempre, como algunos dicen, los más marginales de la sociedad.
Pero otro punto muy interesante es que el operativo, como había ocurrido ya hace dos semanas en Juárez, Nuevo León, fue realizado por efectivos de la Armada de México, que con ello se incorpora plenamente a este tipo de operaciones basándose en sus fuentes de inteligencia propias, nacionales e internacionales. Dos operativos muy duros a centros operativos importantes, con un fuerte número de bajas de narcotraficantes, pero también donde se lograron fugar algunos capos y hubo víctimas civiles. Entra una nueva fuerza en operaciones de este tipo y ello siempre es bueno (entre otras razones porque interviene un actor que de alguna manera “no es previsible” para sus adversarios), pero sin duda se deberán efectuar ajustes en la técnica operativa de los grupos antinarcóticos de la Armada, para aumentar su efectividad conservando sus capacidades de inteligencia. Sólo para el final: todo indica que, en esa operación iban por alguien colocado mucho más arriba en el top ten del narcotráfico que Édgar Valdez, el jefe de los sicarios de los Beltrán Leyva, apodado La Barbie.
El operativo fue realizado por efectivos de la Armada, que con ello se incorpora plenamente a este tipo de tácticas basándose en sus fuentes de inteligencia

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