21 nov 2010

La vida es sagrada hasta para el peor criminal

Olvidan que la vida es sagrada...Jenaro Villamil
Revista Proceso # 1777, 21 de noviembre de 2010;
La violencia y la criminalidad hay que combatirlas “hasta por amor a la vida del asaltante o del narcotraficante”, dice Antanas Mockus, el dos veces alcalde de la capital colombiana que logró reducir de 11 a siete el número de muertes violentas diarias y disminuir en 10% anual el número de delitos de mayor impacto. 
El político, que fue candidato a la vicepresidencia (1998) y a la presidencia de su país (2006 y 2010), visitó México a comienzos de octubre pasado para impartir una conferencia sobre transporte urbano sustentable y cultura ciudadana. En entrevista con Proceso plantea que, de acuerdo con estudios que ha realizado en el Distrito Federal y en Monterrey, “la causa más frecuente para justificar la ilegalidad es la familia”.
Explica: “Cerca de la mitad de los ciudadanos de estas ciudades dice estar de acuerdo con la motivación familiar para violar la ley; algunos científicos sociales denominan a esta disposición ‘familismo amoral’.
“La idea más común es preocuparse sólo por los más cercanos para desatender globalmente la noción de comunidad, despreocupándonos por los derechos y la integridad de los desconocidos. También hay una disposición alta a usar la violencia por cuestiones de honor y esto puede ser un insumo sensible para riñas y conflictos entre ciudadanos”, explica el también filósofo y matemático, exrector general de la Universidad Nacional de Colombia.
–Usted plantea que muchos cambios en la percepción ciudadana se logran mediante el discurso, al darle un nuevo enfoque al combate contra el crimen organizado. Ciudad Juárez y Tijuana han sido muy castigadas recientemente por masacres en apariencia irracionales. Frente a esto, el silencio o la incapacidad de las autoridades municipales ha sido una constante. ¿Qué haría usted si fuera alcalde de estas ciudades? –se le pregunta.
–El discurso es central, sobre todo cuando se viven momentos de deterioro de la vida humana. Un buen ejemplo fue cuando en Bogotá, durante la primera alcaldía, dijimos que la muerte de toda persona era grave. No sólo debe dolernos la vida de los “buenos”.
“Una de las evidencias de que tenemos problemas graves es cuando observamos que cunden argumentos como ‘los criminales se matan entre ellos’. En el primer Consejo de Seguridad, cuando pregunté cuántas personas habían muerto en Bogotá el año pasado, una persona se levantó y dijo: ‘3 mil 600, alcalde’. Hice cara de preocupado y alguien dijo: ‘Tranquilo, que más de la mitad de las muertes son de criminales matando a criminales’. Le respondí: ‘Las autoridades estamos para proteger la vida de todo ciudadano’.
“Parte del problema de nuestras sociedades es que debemos desmontar la idea de que ‘a veces’ se vale la violencia, inclusive la violencia homicida. Así, si tenemos problemas de homicidios es que seguramente han cundido validaciones culturales para ello. Es bueno pensar que en Europa también te roban; no obstante, la probabilidad de que te quiten la vida por robarte es muy baja.”
Habla de su experiencia en la disminución de homicidios de Bogotá, una de las ciudades más violentas de Colombia. Asegura que se trabajó mucho para mejorar la administración de la policía y que fue fundamental la conformación de los cuerpos de seguridad: 
“No se incrementó el pie de fuerza, pero se mejoró mucho la calidad de los policías. Además, el tema de cultura ciudadana era el centro de la gestión. Dentro del tema cultural, por ejemplo, se redujo la aceptación social a portar armas por parte de civiles, de un 26% a 9%. Esto muestra que hay temas culturales detrás de los fenómenos de violencia, pero éstos pueden ser intervenidos y transformados.”
Educación ante todo

Durante su reciente campaña por la presidencia de Colombia, Mockus, candidato del Partido Verde, sorprendió al convertir el lema “Un lápiz, en lugar de una metralleta o de una pistola”, en instrumento para combatir la delincuencia. “El futuro del país debe escribirse con lápiz, no con sangre”, reiteró en varios mítines, recalcando el valor de la educación como principal motor de la transformación.
–Tradicionalmente, los medios de comunicación buscan la nota dramática de las muertes y la violencia. ¿Cómo vencer esa dinámica?
–Yo creo que deben hacerse paréntesis comunicativos sobre la ciudad. En Bogotá logramos montar espectáculos vistosos, como un festival de rap en donde hubo gran participación de la gente.
El exalcalde comenta que en esa ocasión un periodista le propuso que rapeara y el grupo musical le enseñó los rudimentos del género. Dice que a partir de eso, a lo largo de una semana estableció un diálogo fructífero con la prensa y la gente.
–¿Cuál era la idea?
–En uno de los raps se afirma que podemos comunicarnos por el bien de la ciudad. La televisión se presta mucho para estas acciones. Una vez me disfracé de grillo y enfaticé la regulación de la conciencia, como Pepe Grillo, el de Pinocho. En otra ocasión salí con una zanahoria enorme amarrada a la espalda. 
“La hora de la zanahoria”, también conocida como “La hora sana”, fue implementada en 1995 por Mockus para restringir el horario de la venta de bebidas alcohólicas en bares y expendios de licor, a fin de disminuir los crímenes violentos en altas horas de la noche.
Entre otras medidas, que al principio fueron consideradas excéntricas por los medios de comunicacón, se prohibieron los juegos pirotécnicos y se puso en vigor “Un día sin hombres” en las calles para que las mujeres pudieran transitar libremente y sin riesgos.
Los resultados vencieron al escepticismo, ya que disminuyeron la criminalidad, las violaciones y los accidentes automovilísticos. La clave, insiste Mockus, consiste en apostarle a una nueva cultura ciudadana.
–¿Cómo le fue con la criminalidad durante sus dos gestiones como alcalde?
–Trabajamos mucho con la policía y hubo entendimiento. Construimos con ella un modelo de gerencia y realizamos seguimientos localidad por localidad. La policía aprendió que no solamente podía pasar una lista de mercado de sus necesidades, sino que también debía determinar sus mecanismos de operación y qué resultados esperaba obtener.
“Lo importante es que el presupuesto para la policía estaba en la misma partida presupuestal destinada a cultura, espectáculos, creación artística y becas. En el primer gobierno hubo discusiones muy bellas: pavimentar una calle podía financiarse bajo el rubro de espacio público o por la línea de productividad. Y la moto de la policía entraba en el renglón de cultura ciudadana.”
Escuelas de seguridad

En un estudio sobre su primer periodo como alcalde, de 1995 a 1997, Mockus advierte que la idea central es que “los policías aprendan a corregir el comportamiento ciudadano de la mejor manera, sin tener que recurrir exclusivamente al uso de la fuerza y que, además de atender violaciones de normas, ayuden también a prevenirlas mediante una labor pedagógica”.
También creó las llamadas Escuelas de Seguridad Ciudadana y Frentes Locales de Seguridad. A comienzos de 2003 existían más de 7 mil frentes en Bogotá. A través de estos organismos se promovió la organización de la comunidad y su interacción directa con la policía. 
“Las Escuelas y Frentes de Seguridad responden a un planteamiento claramente civilista; es decir, no tienen nada qué ver con armas sino que promueven básicamente la organización de la comunidad: que los vecinos se conozcan y que aprendan a utilizar alarmas y otros instrumentos de comunicación para apoyarse mediante reacciones pacíficas y para desatar oportunamente la acción de la policía”, aclara Mockus.
Entre los logros que la propia prensa y los estudiosos de la criminalidad han documentado, ante la experiencia de Mockus como alcalde de Bogotá, están los siguientes: disminución de 11 a siete muertes violentas diarias en promedio durante 2005; la reducción de un 10% anual en el número de delitos de mayor impacto social (lesiones personales, robo a domicilio, a automotores y establecimientos comerciales) y la baja en 30% de los homicidios con armas de fuego.
En este tema, Mockus es insistente: “En una sociedad donde la vida humana ha perdido valor no puede existir otra prioridad diferente que la de restablecer su respeto como principal derecho y deber ciudadano. La utilización de armas y, en general, el uso de la fuerza y la coerción, se convierte en un campo por el cual es necesario que transiten sólo quienes han sido designados y preparados por la sociedad para hacerlo. En pocas palabras, nuestra sociedad debe reconocer que la vida es sagrada y las armas son del Estado.”   l

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