4 dic 2010

Balcells y Mario Vargas Llosa

La buena entraña

JUAN CRUZ 04/12/2010
Los secretos de la relación que han mantenido durante medio siglo Carmen Balcells y Mario Vargas Llosa, que recibirá el Nobel de Literatura el próximo viernes en Estocolmo.
Se han peleado muchas veces, como un matrimonio, pero los ha mantenido unidos, dice Mario Vargas Llosa, "la buena entraña". Carmen Balcells, cree el Nobel, "tiene buena entraña, y yo creo que también la tengo". Por eso han superado tormentas y peleas a lo largo de medio siglo. Los dos rememoran aquí cómo ha sido su largo matrimonio de amistad, literatura e intereses.
Carmen quiso representar a Mario cuando aún ella no era agente, y él era el autor, tan solo, de dos libros y medio. Cuando ella superó las cuarenta primeras páginas de La casa verde se produjo el flechazo. "Tengo que ir a ver a este joven".
Mario la había conocido en las oficinas de Carlos Barral, su primer editor; ella trabajaba allí, era una joven ejecutiva adornada con un rodete (un moño) que ya no se ha puesto más. Balcells era ya de ordeno y mando, pero no se había destapado aún.
Ese libro, La casa verde, la deslumbró. "Fue para mí un hueso; no llegué a entrar en el texto hasta la página cuarenta y pico. Me dije: '¡Ya lo veo claro!".
No suele hablar así de los libros; los representa y los vende, está entre los agentes más temidos del mundo, de modo que no suele hacer florituras para explicar lo que lee. Pero este libro, y este autor, es muy especial. Es un fetiche. De modo que habla de él como si lo acabara de leer. "Es absolutamente innovador. Mario ha suprimido el tiempo narrativo y en una misma frase engloba el presente, el pasado y el futuro con una tranquilidad pasmosa. De modo que el lector se queda completamente en Babia si no tiene la paciencia de seguir".
Ella tuvo la paciencia de seguir y de comprarse un billete a Londres, en busca del autor, que aún tenía treinta años. Se dijo: "Cuidado, Carmen, estás ante una obra única, ante un escritor único. Y me fui trazando el siguiente discurso: Mario vive en Inglaterra donde en cada puerta hay un agente, no puedes dejar suelto a este genio de la escritura".
Mario estaba escribiendo, pero fue al hotel donde estaba Carmen. Lo primero que le dice: "Tienes que dejar de trabajar". "¡Y cómo mantengo a la familia!". Mario ganaba quinientos dólares, dando clases. Carmen no tenía ese dinero, pero contaba con un amigo zaragozano que se lo prestaría. "Tendrás los quinientos dólares", le dijo Carmen.
Se los pagaría hasta que acabara Conversación en La Catedral, "durara lo que durara la escritura".
Pero había una condición; ahí empezó la historia de Carmen Balcells, hasta entonces secundaria de la película editorial como responsable de derechos de Seix Barral. Esta frase da inicio a la aventura que la ha hecho temida pero legendaria:
-Te pagaré con una condición. El contrato para ese libro con Seix Barral lo haré yo.
"Fue", dice ahora Carmen, "cuando asumí el auténtico papel de agente literario".
E hizo la revolución que en muchos momentos ha tenido con la lengua fuera a editores e incluso a autores. "Ella me explicó en Londres lo que quería hacer", recuerda Vargas Llosa. "Me dijo: 'Mi función debe ser la de defender al escritor y no al editor. El editor no lo necesita pero el autor sí, él es el que está totalmente desamparado frente al editor".
Fue una conjunción astral; Barral era, cree Vargas Llosa, "más proclive al autor, también, y no puso pega alguna para liberar a Carmen de su compromiso con la editorial para que empezara a representar a autores que publicaba él. Ningún editor en el mundo habría hecho eso. Solo él. Lo que te demuestra el tipo de persona que era".
Hasta ahora ha habido un momento culminante en la relación que nació ese día. Fue cuando, el pasado mes de agosto, Carmen cumplió 80 años: "Mario se presentó en mi casa con Patricia, con sus hijos, con sus nietos". "Lo quise hacer", cuenta Mario, "para que mis hijos y mis nietos, y su propia familia, me oyeran decirle que todos los privilegios de los que gozan ellos y de los que gozo yo se los debemos a Carmen Balcells. Quería que supieran que esa señora que estaba ahí sentada ha hecho por todos nosotros algo que es absolutamente inmenso y por eso tenemos que estarle inmensamente reconocidos. Quise que ellos heredaran mi reconocimiento a Carmen".
"Ese día", el 9 de agosto, con Carlos Fuentes y su esposa Silvia Fuentes de testigos del cumpleaños y del discurso, "Mario me dio a mí el Premio Nobel", recuerda Carmen.
Pero ha habido riñas, broncas y reconciliaciones. Balcells no habla de las riñas; ni revela secretos de autores, es su divisa, por eso jamás hará memorias, lo cual tranquiliza a no pocos de sus pupilos. Y Mario ha heredado esa discreción. "No puedo llegar a la intimidad, no puedo revelar ciertas cosas porque sería de muy mal gusto que yo las revelara. Pero Carmen considera que si tú eres una persona a la que ella quiere, ya formas parte de su propiedad, y no tienes derecho a hacer cosas que ella no apruebe".
Si contravienes sus órdenes, "como en una relación filial, ella se considera con derecho a reñirte. ¡No ha llegado a golpearme, pero ha estado a punto alguna vez, ja ja ja...! Pero como todo eso va acompañado de un cariño tan grande es absolutamente imposible enojarse con ella y le he aguantado cosas que no le aguantaría ni a mi mujer. Ha sido una relación de cincuenta años, extraordinariamente cordial e íntima, pero hecha de broncas feroces".
Cuatro años más tarde de comenzar esa relación cordial y feroz la Balcells estrenó piso en la Diagonal. Mario entró, exultante, y gritó: "¡Comadre, te felicito; con este despacho ya nadie nos ofrecerá cien dólares por un anticipo!". La comadre le ha ayudado a parir contratos extraordinarios cuyas cifras ella guarda en algún rincón de su casa, que es como una memoria secreta... Desde esa atalaya de madre, comadre y agente lo ha visto evolucionar; vio cómo se pudría su ilusión de ser presidente de Perú ("¡y menos mal que no lo fue! ¡No hubiera sido Nobel!"), y conoció sus idas y venidas, las personales y las políticas, y ahora lo ve "como un ser absolutamente maravilloso, fascinado por sus nietos. Ahora, además, las hijas de Morgana lo han vuelto loco. Es un tipo de emoción que él no conocía; y es extraordinario ver cómo Patricia ha luchado contra todos los vientos para mantener esa familia. Es impresionante lo que esa mujer ha hecho". "Sin Patricia el orden de mi vida", dice Mario, "hubiera sido totalmente imposible". "En la familia se ha comprobado una vez más", colige Mario, "una viejísima tesis: que el eje de la estabilidad familiar es la mujer. No es el hombre, no son los hijos; es básicamente la mujer. Es una verdad como una casa".
¿Y Carmen ayudó a que se resolvieran los conflictos que fueron yendo y viniendo a lo largo de este medio siglo? "Sí, intervino con mucha prudencia. No ha habido conflicto, por pequeño que fuera, que no haya conocido Carmen, en el que no haya intervenido. Es absolutamente imposible que Carmen no intervenga en la vida familiar de las personas más allegadas". ¿Y el conflicto Mario-Gabo, dos de los semáforos principales de la agencia? Carmen lo dice: es legendario que ninguno de ellos habla de ese conflicto, y es notorio que ahora ninguno de los tres romperá la tradición. ¿El secreto de Carmen? "La discreción, y para ser discreto, mejor no preguntar".
La Balcells le reprochó alguna vez que no supiera psicoanálisis y que despreciara la música. A Mario ahora le fascina Mahler, sobre todo, pero es un apasionado de toda la música; un librero inglés le introdujo en los misterios de la música, "me la contaba como si narrara una novela de Thomas Mann, una de esas construcciones complejas y profundas". ¿Y el psicoanálisis? Se metió en él, pero salió con esta opinión: "Dirán lo que quieran, pero creo que el gran valor de Freud es más literario que científico. La idea de la terapia no la creo. Creo que es una ficción que ha tenido un enorme arraigo, sobre todo en el mundo intelectual, pero desde luego yo no me sometería jamás a un psicoanálisis".
Es un ingenuo, dice la Balcells; su única norma es el trabajo, y su receta es escribir cada día. "¿Ingenuo? No sé, puede que lo sea. Algunas cosas me ha enseñado la vida. Lo que sí es cierto es que mi trabajo me ha ido organizando la vida. Ha sido mi manera de trabajar la que me ha ido imponiendo un sistema al que no podría renunciar porque es mi única manera de vivir". Y en ese sistema, Patricia es el gozne principal, la garantía del orden supremo.
Desde el 7 de octubre, cuando le llamaron de la Academia Nobel (y el teléfono de Nueva York, donde viven ahora él y Patricia, se lo facilitó Carmen en secreto a la Academia), "vivo una perturbación de tal naturaleza que no puedo escribir". Y eso lo tiene con ojeras, cansado, pensando que quizá vive rodeado de un sueño que a veces tiene la encarnadura de una pesadilla. "Me tiene sin dormir, con una especie de sobresalto enorme. Y me doy cuenta clarísimamente de que esa rutina que me da el orden es algo no solo físico sino también mental".
No todo fueron, en este medio siglo de comadreo y compadreo editorial, libros y contratos; hubo viajes. "El más divertido que hice con Carmen fue a la Amazonía. Bajamos en Iquitos, y para el primer paseo que dimos ella se puso unos zapatitos italianos muy elegantes, que enseguida desaparecieron en el fango. Íbamos con Castellet, y los dos quisieron asistir a una sesión de Ayahuasca. Les conseguí a la viuda de un brujo famosísimo. Por la noche íbamos por un caminito, a través de la selva, dejando que nos comieran los mosquitos, hasta un claro del bosque donde estaba la bruja. Ésta fumaba unos tabacos y echaba el humo mientras cantaba unos sones monótonos. Repartieron ayahuasca; entonces, ja ja ja, Carmen y Castellet empezaron a tomar esa porquería y comenzaron a tener sueños psicodélicos. Para mi desesperación Carmen reía a carcajadas, y yo temí que nos echaran por sacrílegos... Hasta que la bruja dice: 'No se preocupe, le ha dado por la reidera. Es peor cuando les da por la lloradera'. ¡Ja ja ja!".
Añade Mario sobre esa excursión amazónica: "Y la gran frustración de Castellet tras tomarse ese bebedizo asqueroso fue que no tuvo ningún sueño, ni una imagen erótica. Absolutamente nada. Estaba inmunizado".
Y la Balcells reía. Luego lloraría. "Recuerdo un viaje a Machu-Picchu en el que ella cometió la temeridad suicida de probar todos los alimentos que ofrecían los vendedores ambulantes en las estaciones del camino... Incluso le ofrecieron algo que tenía un aspecto tan espantoso que no quiso comerlo. Y luego me dijo: 'Me he sentido desmoralizada porque no he tenido el suficiente coraje de probar ese horror que me ofrecieron'. Casi se muere al llegar a Lima".
Esa mujer fue providencial en la vida del Nobel. "Prescindiendo del gran cariño y de la gratitud que le tengo, el caso de Carmen Balcells es muy notable. Es como aquello que dice Borges, que un hombre se encuentra de pronto con su destino y ese es un encuentro providencial, que produce una conjunción de efectos extraordinarios. Eso es lo que pasó con Carmen Balcells".
¿Y por qué, Mario, ha funcionado esa relación, qué la ha alimentado? "La buena entraña. Ella se puede enfurruñar, gritar, puede romper papeles, puede incluso golpearte en el alma, pero tiene buena entraña, le da placer hacerte feliz". ¿Y usted, tiene buena entraña? "Yo quiero creer que sí. Quiero creer que la buena entraña de los dos ha hecho posible esta relación de medio siglo".
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