13 dic 2010

Ciberguerra, ¿y después qué

Ciberguerra, ¿y después qué?/Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington
LA VANGUARDIA, 13/12/10):
Hace más de un siglo, en 1897, se publicó en Berlín una novela titulada Los hijos de Satán que cosechó cierto grado de elogio. Era el relato de un grupo muy reducido de anarquistas medio locos dispuestos a incendiar la ciudad donde vivían y a continuación todo el mundo. Incluía una historia de amor trágico y largos debates sobre Nietzsche y Bakunin. El autor era polaco, Stanislaw Przybyszewski (1868-1927), que escribía tanto en su idioma materno como en alemán; un autor de tono simbolista bastante conocido en su época, pero hoy olvidado; el libro estaba dedicado al famoso pintor noruego Edward Munch.
El mensaje político del libro no se tomó muy en serio. La idea de un pequeño grupo de personas dispuestas a incendiar países y continentes enteros parecía estrambótica e incluso ridícula. Más de un siglo después, con la aparición de armas de destrucción masiva y su creciente accesibilidad, el asunto parece menos ridículo. El estallido de una ciberguerra con el señor Julian Assange y Wikileaks en escena nos muestra lo muy vulnerable que se ha vuelto el mundo.
Naturalmente, en este último caso no se trata de personajes satánicos, pero por lo que se sabe sí de idealistas que se consideran luchadores en favor del progreso y de un orden mundial justo y pacífico y de la salvación de la humanidad y de militantes en la lucha contra la globalización, el imperialismo y otros flagelos de la humanidad. Aunque pudiera parecer que esta visión de las motivaciones de Julian Assange y sus colaboradores es en exceso favorable y simplista y aunque pudiera parecer que están apoyados o manipulados por fuerzas más ominosas, sería irrelevante en la medida en que nuestro razonamiento apunta a que Assange, sean cuales fueren sus motivos, ha rendido un gran servicio a la humanidad. Nos ha planteado una advertencia de los desastres sin precedentes que pueden suceder. Incluso si Assange fuera un Mefisto en miniatura, de Mefisto dijo Goethe que es una fuerza que puede desear el mal pero que produce el bien.
El personaje nos ha mostrado, en primer lugar, que la seguridad de la información no puede darse por descontada en esta era de la alta tecnología. Ni en la esfera pública ni en la esfera privada. Las revelaciones hechas hasta ahora han sido para algunos comprometidas, pero es dudoso que hayan dañado irreparablemente el orden internacional o la causa de la paz. Assange y sus seguidores, como el soldado estadounidense y el hacker holandés de 16 años recientemente detenidos parecen creer que si no hubiera secretos habría paz y justicia. Parecen creer que no había intrigas antes del invento del ordenador. Es improbable que hayan pasado noches en vela cavilando si tal suposición es cierta o si quizá haya algo de razón en el argumento de quienes han defendido los secretos de Estado desde los tiempos de Tácito y de quienes creen que el objetivo del arte de gobernar estriba en la longevidad y estabilidad del bien común y que, como dijo Corvino, “los medios orientados a este fin no son de dominio y conocimiento público, sino que siguen un patrón oculto”.
En otras palabras, la diplomacia que contiene en su seno a la diplomacia secreta.
Los wikileakers han hecho un gran servicio – tal vez justo a tiempo- a servidores públicos y a particulares que saben que la glasnost no siempre es posible o deseable y que ahora se verán obligados a asegurarse de que tales revelaciones resulten tan difíciles como sea posible en el futuro. En nuestros días ha prosperado toda una industria de seguridad informática y no sólo en Estados Unidos. Si sus profesionales no son capaces de aportar soluciones satisfactorias (y sus jefes no son más cuidadosos en lo que a la distribución de documentos importantes se refiere), el mundo deberá dar un paso hacia atrás, al menos temporalmente, en materia de tecnología punta y los fabricantes de máquinas de escribir trabajarán a sus anchas.
El otro servicio a cargo de los hackers de Wikileaks consiste en mostrar el grado de desprotección del mundo a una amenaza mayor y más ominosa, el ataque por parte de un grupo pequeño, posiblemente muy pequeño, de personas dotadas de armas de destrucción masiva; no sólo ni necesariamente armas nucleares. Ni una persona que yo conozca familiarizada con la situación en este terreno duda de que tal ataque vaya un día a producirse. Muy probablemente, el primer y segundo intento de ataque fracasará, quizá también haya un quinto, pero a fin de cuentas tendrá éxito.
Sin embargo, quién, cabe preguntar, estará tan loco como para incurrir en semejante locura.
Quienquiera que formule esta pregunta infravalora el grado de locura galopante en el mundo; además, siempre habrá unos pocos lo suficientemente fanáticos y dotados de conocimientos como para llevar a cabo la empresa. Porque por lo visto ellos saben mejor que nadie, como los wikileakers,lo que es bueno para el mundo. Ellos saben que este mundo pecaminoso y depravado está completamente podrido y merece ser destruido para que pueda surgir un nuevo comienzo… Y puede haber unos pocos que ni siquiera estén interesados en un nuevo comienzo.
No se exagera ni se recurre a una hipérbole si se atiende realmente a los peligros que se avecinan. Sean cuales fueren las intenciones del señor Assange, ha enviado de hecho una señal de advertencia a un mundo medio dormido.

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