6 mar 2011

Carlos Pascual

Columna PLAZA PÚBLICA/ Miguel Angel Granados Chapa
El embajador incómodo

Reforma, 6 de marzo de 2011

El gobierno de México tendrá que lidiar con un embajador norteamericano cuya conducta no le merece confianza pero que permanecerá aquí porque sí cuenta con la de sus jefes, la secretaria Clinton y el presidente Obama
El presidente Calderón enumeró cinco temas abordados en su reunión del jueves pasado con el presidente Obama. No incluyó en esa lista su incomodidad con el embajador Carlos Pascual, lo cual no quiere decir que no la hubiera abordado, como sí lo hizo en la más reciente visita a México de la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton.

Era notoria, desde hace varias semanas, la distancia y frialdad entre el Ejecutivo mexicano y el representante norteamericano en nuestro país. Pero Calderón se había abstenido de expresar sus causas hasta que las confió a Roberto Rock, director editorial de El Universal, en entrevista aparecida el 22 de febrero. Abundó en ellas el jueves 3 de marzo cuando, tras su cita con Obama, se reunió con el consejo editorial de The Washington Post. En las dos ocasiones había un pedido subyacente, que es el de sustituir a Pascual porque le ha perdido la confianza.
El presidente mexicano se equivocó al esbozar esa solicitud. Recibió al día siguiente de su estancia en Washington una respuesta tan contundente como esperable: el Departamento de Estado no tiene previsto que Pascual se vaya de México. De ese modo, el buen resultado que según la propaganda se derivó de la inopinada visita de Calderón a la Casa Blanca se convirtió en un desaire. El gobierno de México tendrá que lidiar con un embajador norteamericano cuya conducta no le merece confianza pero que permanecerá aquí porque sí cuenta con la de sus jefes, la secretaria Clinton y el presidente Obama.
Acreditado en México en octubre de 2009 tras un largo periodo de espera, Pascual trabajó con diligencia desde el principio. A partir de entonces habló varias veces con el Presidente y con miembros de su gabinete, y con representantes de otros poderes, institucionales y fácticos. Concentró su atención en los asuntos de seguridad pública, preocupación principal en su país como lo sería la del vecino que ve arder la casa de al lado. Cobró una gran preponderancia en esa tarea, al punto de que parecía supervisar la actuación de las dependencias y agencias mexicanas en la materia, contando para ello con la aquiescencia gubernamental.
En diciembre pasado, sin embargo, su situación cambió. WikiLeaks, el enorme depósito de información confidencial fundado por Julian Assange, hoy sujeto a proceso, recibió cientos de miles de documentos tomados por alguien en los departamentos de la Defensa y de Estado norteamericanos. En el enorme acervo se incluyeron al menos 2 mil 500 documentos referidos a México, muchos de ellos de la embajada de Washington aquí, y no pocos del embajador Pascual. Dos meses después de su arribo a nuestro país, por ejemplo, el diplomático ya estaba en condiciones de emitir juicios sobre el gobierno mexicano, sobre su Ejército y Marina.
Con motivo del asedio a Arturo Beltrán Leyva, que terminó con la eliminación de ese jefe del narcotráfico, Pascual comunicó a sus jefes la participación de su personal en la obtención de informes que situaron al delincuente finalmente asaltado por infantes de marina. Pascual había ofrecido la información a la Sedena, pero el Ejército de tierra tiene, según dijo, "aversión al riesgo" y no obró en consecuencia, por lo que la embajada trasladó la información a un destinatario más confiable, la Armada de México, que sí la utilizó.
Durante semanas, y hasta que se produjo hace tres semanas una nueva tanda de filtraciones, el gobierno mexicano restó importancia a las revelaciones. No quería admitir que la llaneza con que Calderón mismo y sus funcionarios hablaron con Pascual se traducía en reportes con los cuales el embajador cumplía puntualmente con su tarea. Por eso no será removido, porque a quien debe servir aprecia la utilidad de su servicio. Si los gobernantes mexicanos actuaron desaprensivamente y aun con ingenuidad e irresponsablemente, es problema suyo, y no del gobierno de Estados Unidos.
Ante el aval de Washington a su embajador, Calderón debería tener presentes las reacciones de su remoto antecesor Miguel de la Madrid: "La declaración del Departamento de Estado en apoyo a Gavin -escribió en Cambio de rumbo, sus deslavadas memorias presidenciales- era lógica, pues el aparato norteamericano tiene que sostener a su embajador". Quizá por eso, al actual titular del Poder Ejecutivo no le quede obrar más que como lo hizo De la Madrid: "En cuanto a Gavin, es necesario torearlo, evitando caer en su trampa...".
Ciertamente, las circunstancias de hace 30 años y las de ahora son diferentes. Gavin, que no era un diplomático profesional sino un actor cinematográfico de medio pelo, había llegado a México en 1981, enviado por el presidente Ronald Reagan. Durante los siguientes cinco años, y hasta que se marchó en 1986, Gavin se entrometió en la vida política mexicana y procuró ceñir la exterior, distante de la de Washington especialmente respecto de Centroamérica. A diferencia de Pascual, Gavin tuvo con frecuencia desplantes públicos que desagradaban a De la Madrid que, sin embargo lo escuchaba cuando el embajador le transmitía informaciones sobre el vínculo de funcionarios y gobernadores con el narcotráfico. No sabemos si delante de Gavin mismo, pero sí después, el Presidente desestimaba esa información considerándola como meros chismes.
Calderón volvió de Washington en la discreción que ahora marca el fin de los viajes presidenciales, lejana ya la época en que la conclusión de una gira internacional resultaba propicia para la exaltación al monarca sexenal y para arranques de demagogia como los que solían expresar López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría ante multitudes que en el Zócalo les daban la bienvenida en su retor- no "a la patria", como se decía para subrayar el carácter hazañoso de sus reuniones con presidentes norteamericanos. "La bandera que cruza mi pecho vuelve limpia", exclamó por ejemplo López Mateos ante una ruidosa multitud en la Plaza de la Constitución.
Como salida de esos tiempos, otra ruidosa multitud se reunió el viernes 4 no en una plaza pública sino, como señal de la conversión de la política a las formas de la mercadotecnia, en un centro de convenciones, el de Querétaro. En esa misma ciudad, 82 años atrás, un coahuilense, el general Manuel Pérez Treviño, rindió protesta como primer líder del naciente Partido Nacional Revolucionario. Callista hasta la médula -por eso merecía el honor de dirigir en la forma la coalición de intereses creada el 4 de marzo de 1929 por quien se encaminaba ya a ser el jefe máximo de la revolución-, Pérez Treviño concluyó sus días en los años cuarenta tras haber participado en la campaña almazanista al frente de un Partido anticomunista, que en el contexto mexicano de entonces significaba oposición a la política de Lázaro Cárdenas.
Humberto Moreira Valdés, el coahuilense que ahora encabezará al partido que se reputa como heredero del PNR, no invocó al asumir la presidencia de su partido a los héroes de los fastos priistas, como Calles o Cárdenas. Dedicó buena parte de su insustancial discurso, carente de toda propuesta doctrinaria de cara al porvenir y sólo lleno de alardes sobre la fuerza electoral del PRI, a saludar a sus invitados, especialmente a Enrique Peña Nieto, al que quiso significar por encima de los restantes gobernadores refiriendo el dato cierto de que el de México es el estado de la Federación más poblado.
Modernizados, porque implicaron intensa y onerosa transportación aérea, en el relevo de Beatriz Paredes con Moreira revivieron los usos y costumbres priistas. Hubo una diferencia respecto del pasado: el aniversario del partido sirvió para que las huestes mexiquenses presentes en abundancia (al fin y al cabo Querétaro y México son entidades vecinas) vitorearan como presidente a su gobernador, que se dio el lujo de llevar consigo al quinteto de aspirantes a sucederlo, según elenco formado por él mismo.
El gobernador Jorge Torres, que desde hace dos meses reemplaza a Moreira en Coahuila, tuvo que volver rápidamente a su tierra porque en Saltillo ocurrieron tres tiroteos ese mismo viernes. Además de presuntos delincuentes y un agente policiaco, en los enfrentamientos falleció una señora a la que la refriega sorprendió a bordo de su automóvil. Tal muestra de violencia, que se ha mostrado sobre todo en la Comarca lagunera pero no ha dejado a salvo a Saltillo, resume las ineficiencias de Moreira, que no necesitó ser buen gobernante para encabezar al PRI.

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