22 oct 2011

Alí Chumacero

Alí Chumacero
cumple noventa años/EMMANUEL CARBALLO

Este texto fue leído en el homenaje a Alí Chumacero por sus noventa años de vida, realizado en el Palacio de Bellas Artes, y publicado después en la revista Este Páis,
Al ejercer nuestro oficio, los críticos tenemos, además de admiraciones y antipatías (algunas de ellas inexplicables), deudas de gratitud. En mi caso personal, Alí Chumacero es uno de los contados poetas mexicanos a quienes admiro y uno de los escasos críticos literarios a quienes respeto. Además, me siento deudor de sus enseñanzas. A su lado, y en el Fondo de Cultura Económica, aprendí a someterme a la gramática y huir de todo tipo de rebuscamientos. Durante varios años tuvo la paciencia de revisar, semanalmente, mis colaboraciones destinadas al suplemento “México en la Cultura” del periódico Novedades. Las enmendaduras y sugerencias
que me hizo entonces son para mí algunas de las más valiosas enseñanzas prácticas que he recibido. Asimismo le debo varios favores que me permitieron ordenar y desarrollar mis entusiasmos de joven provinciano. En un país en el que no abundan los maestros, Chumacero ha sido para mí un maestro cuya generosidad es tan grande como su falta de pedantería.
Alí es una de las voces más limpias y trascendentes producidas en México en la segunda mitad del siglo XX. Es poeta por vocación y disciplina. Su trayectoria es un ejemplo de responsabilidad: su obra evidencia el afán nunca saciado de pureza que lo lleva a cuidar hasta los más pequeños detalles del poema. De acuerdo con la clasificación que sugiere Gilberto Owen para determinar el rigor y la dificultad con que los poetas crean sus poemas, Alí no es sólo un poeta de caballete (en contraposición a los poetas que pintan paredes) sino un miniaturista, un trabajador de la poesía que desconoce la versión definitiva del texto poético, la tarea que debe concluirse determinado día a una hora previamente establecida. La afirmación anterior puede sugerir equivocadamente la idea del poeta virtuoso, del poeta orfebre, postura en la que caen los artistas inseguros de sus propios dones naturales y que mediante innumerables sacrificios exacerban sus modestas capacidades líricas.
Alí Chumacero es un caso único en el que se mezclan el rigor y la dificultad. No se parece a nadie (el leve influjo de Villaurrutia que se advierte en sus poemas iniciales no deforma ni conforma su concepción del mundo; igual ocurre con Cernuda, estímulo que cumple su función y desaparece). Nadie entre los jóvenes poetas lo ha seguido o lo ha imitado. Se podría hablar de poetas posibles e imposibles en el sentido epidérmico de la imitación: de aquéllos se capta la fantasía, el poder verbal; de éstos nunca se puede aprender la intensidad. Chumacero pertenece a los segundos.
En ella, en su obra, no se encuentran adjetivos triviales, imágenes previsibles, construcciones ciegas, hijas sólo de la imaginación o el azar. Chumacero recuerda las emociones en la más lúcida calma. Escribe sus poemas de memoria (sin atenerse a  modelos de carne y hueso), cuando el amor y sus caedizos placeres trascienden la calidad de humo y son cenizas: y los escribe así, tal vez, porque para Alí el amor no ocurre en el instante en que se vive sino después, en el momento de comenzar el poema, de comprender y dar sentido a las vivencias. La mujer es un recuerdo, vive solamente en el fluir sosegado del poema; un sueño que aspira a duplicarse en el silencio. Yno digo mujeres porque todas se reducen a una mujerprototípica:
Los cuerpos se recuerdan en el tuyo:
su delicia, su amor o sufrimiento.
Tras el primer poema publicado, “Amorosa raíz”, nutrido en la idea platónica del amor, Chumacero evoluciona rápidamente hacia el mundo de las sensaciones (sobre todo las del tacto y la vista), mundo que reaparece en Imágenes desterradas. Desde un principio los  suyos son poemas escritos en voz baja para ser leídos, en la intimidad más estricta, con voz apenas audible. Son poemas que piden y ameritan la relectura: todo en ellos está calculado, hasta los matices en apariencia insignificantes; todo en ellos responde a una concepción nihilista del universo. Arquitectónicamente los poemas se van desrealizando: son imperturbables viajes hacia la nada, emprendidos a partir del amor y del deseo. Esta inexorable marcha hacia la nada sólo es detenida momentáneamente por la sensualidad cuando es violentamente ejercida: Su placer nos sostiene sobre un mentido mundo,  ahí nos consumimos continuando  en la vana tarea interminable,
y luego nos creemos nada, somos desolación o cruel recuerdo,  vacío que no encuentra mar ni forma, rumor desvanecido en un claro lamento de ataúdes.
El placer hace, deshace y rehace; momentáneamente salva del caos y permite vivir la vida. Si los estados de ánimo que comunica Chumacero a sus lectores niegan las posibilidades fundamentales del hombre, si no cree (véase “A una flor inmersa”, arte poético de su juventud, y “El orbe de la danza”, estética afinada de la madurez) en la durabilidad ni en la trascendencia de la poesía, le queda únicamente la creencia en la materia, en la palabra artística y artesanalmente trabajada. Tal vez allí resida su amor (el más puro amor:
“nadie buscando la pureza ha sonreído”) por la forma,
el “oficio”, el riesgo y la dificultad.
Sus tres volúmenes de poesía pueden resumirse en uno solo; algo más, sus poemas se reducen a dos poemas: uno que canta la destrucción y otro, entre gozoso y elegíaco, consagrado al amor. Desde esta perspectiva, sus libros se dividen en dos secciones: “tiempo desolado” y “tiempo perdido”. La primera se enfrenta con la destrucción y la nada; la segunda, con el amor y el olvido. (El poema que abre y el que cierra cada uno de los tres libros son iguales entre sí.) Los motivos de su poesía son unos cuantos. Constantemente vuelve a ellos, bucea en sus profundidades, desfallece en sus “húmedas tinieblas”, en su pavor y su precipicio.
Con el mismo lenguaje, restringido a fuerza de verdadero, con el mismo temple de ánimo, con la misma helada lucidez y con una experiencia cada vez mayor, Alí Chumacero trabaja las mismas vetas, a sabiendas de que no va a encontrar nada en ellas a no ser la nada. Entre los poetas de sus años es el más consecuente con sus propósitos, el más enamorado de su desesperanza y el más alegre en la vida de todos los días. En tanto que otros aspiran a ampliar su mundo, a conquistar nuevos lenguajes y nuevas estructuras, Chumacero, consciente de que el hombre es una pasión inútil, toma y retoma su mundo desvencijado,
caótico e irremediable. ~

EMMANUEL CARBALLO
• Uno de los principales críticos de la segunda mitad del siglo XX mexicano, Emmanuel Carballo (Guadalajara, 1929) ha sido también destacado editor —entre 1955 y 1958 codirigió con Carlos Fuentes la Revista Mexicana de Literatura. Es autor, entre otros libros, de Ramón López Velarde en Guadalajara (1953), Agustín Yáñez (1966) y La narrativa mexicana de 1910 a 1969 (1979). El presente texto fue leído en el reciente homenaje a Alí Chumacero por sus noventa años de vida, realizado en el Palacio de Bellas Artes.

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