13 dic 2011

El Papa estara en México, en marzo de 2012

Benedicto XVI anuncia oficialmente su segundo viaje a América

Confirma que viajará antes de la Pascua de 2012 a México y Cuba

“..Con estos vivos deseos, y sostenido por el auxilio de la providencia divina, tengo la intención de emprender un Viaje apostólico antes de la santa Pascua a México y Cuba, para proclamar allí la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”, anunció Benedicto XVI, este lunes 12 de diciembre.
A su lado estaba Norberto Rivera Carrera, arzobispo Primado de México
En una homilía anunció oficialmente su próximo segundo viaje a América –México y Cuba- para antes de la Pascua cristiana de 2012.
Recordemos que la institucionalización de la Pascua llega tras un largo proceso, el concilio de Nicea (325 d. C.) se decretó que la Pascua cristiana fuera una fiesta mobible: su inicio lo marcaría el primer domingo siguiente de la luna llena o plenilunio tras el equinoccio de primavera, es decir, entre el 21 de marzo y el 25 de abril.
Y esta vez el plenilunio después del equinocio será el 6 de abril. 
La Semana Santa de 2012 será del 31 marzo al 8 abril, y Semana Pascual de de 8 al 15 abril.
Fue un anuncio recibido con largos aplausos por los asistentes a la celebración. El papa confirmó la esperada noticia, en la misa solemne que presidió este lunes 12 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, en la basílica de San Pedro.
La eucaristía fue también una celebración del bicentenario de la independencia de un buen número de países latinoamericanos. “Con estos vivos deseos, y sostenido por el auxilio de la providencia divina, tengo la intención de emprender un Viaje apostólico antes de la santa Pascua (inica el 1 de abril) a México y Cuba, para proclamar allí la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”, dijo el papa en medio de la homilía de la bella celebración en San Pedro, momento en que los fieles asistentes de los diversos países latinoamericanos y caribeños prorrumpieron en un sentido aplauso de agradecimiento.
A las 17,30 de este lunes, el papa presidió la celebración eucarística en la solemnidad de la Virgen de Guadalupe y con motivo del bicentenario de la independencia de los países de América Latina y del Caribe.
Concelebraron con Benedicto XVI los cardenales Tarcisio Bertone, secretario de Estado; Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina; Norberto Rivera, arzobispo de México, y Raymundo Damasceno, arzobispo de Aparecida.
Antes de la santa misa, a las 17,00 horas, el secretario de Comisión Pontificia para América Latina Guzmán Carriquiry, leyó algunos textos relacionados con la celebración bicentenaria y sobre la Virgen de Guadalupe.
Concretamente, algunas de las dulces palabras de la Virgen a san Juan Diego, hace cuatrocientos años, animándolo a llevar su mensaje al obispo. Y varias citas de los distintos consejos del CELAM, sobre la evangelización de América y el papel de Santa María en la Nueva Evangelización.
También recordó el nombramiento de Nuestra Señora como “generala” por parte del padre José María Morales y Pavón, en México, y citó al libertador Simón Bolívar, quien en Bogotá, en 1827, anunció el nombramiento de los primeros obispos después de la independencia, y tuvo palabras muy elogiosas sobre el papel de la Iglesia en el nuevo mundo.
Por su parte, el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo, República Dominicana, dirigió una oración a Nuestra Señora de Guadalupe, estrenada en esta ocasión.
Al inicio de la celebración eucarística, el cardenal Marc Ouellet, dirigió al papa unas palabras de agradecimiento e introducción a la celebración.
En su homilía, Benedicto XVI dedicó palabras poéticas a Nuestra Señora y, citando el salmo 66, «La tierra ha dado su fruto», y a los padres de la Iglesia, que aplicaron a María y a Cristo el salmo con estas palabras: «La tierra es santa María, la cual viene de nuestra tierra, de nuestro linaje, de este barro, de este fango, de Adán […]. La tierra ha dado su fruto: primero produjo una flor [...]; luego esa flor se convirtió en fruto, para que pudiéramos comerlo, para que comiéramos su carne. ¿Queréis saber cuál es ese fruto? Es el Virgen que procede de la Virgen; el Señor, de la esclava; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra»
Refiriéndose a la virgen guadalupana, como Madre y Estrella de la Evangelización de América, el papa recordó a “a todos los que se unen espiritualmente y oran a Dios con nosotros por los diversos países latinoamericanos y del Caribe, muchos de los cuales durante este tiempo festejan el bicentenario de su independencia, y que, más allá de los aspectos históricos, sociales y políticos de los hechos, renuevan al Altísimo la gratitud por el gran don de la fe recibida, una fe que anuncia el Misterio redentor de la muerte y resurrección de Jesucristo, para que todos los pueblos de la tierra en Él tengan vida”.
“La venerada imagen de la Morenita del Tepeyac, de rostro dulce y sereno, impresa en la tilma del indio san Juan Diego, se presenta como 'la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive'”, dijo el papa.
“Actualmente, mientras se conmemora en diversos lugares de América Latina el Bicentenario de su independencia, el camino de la integración en ese querido continente avanza, a la vez que se advierte su nuevo protagonismo emergente en el concierto mundial. En estas circunstancias, es importante que sus diversos pueblos salvaguarden su rico tesoro de fe y su dinamismo histórico-cultural”, añadió el papa e invitó a ser siempre defensores de la vida humana y de la familia, intensificando al mismo tiempo una vasta y capilar tarea educativa.
Citó algunos desafíos que la Iglesia ha de afrontar en el subcontinente, como la reconciliación y la fraternidad, la solidaridad y el cuidado del medio ambiente, la miseria, el analfabetismo y la corrupción, la injusticia, violencia, criminalidad, inseguridad ciudadana, narcotráfico y extorsión.
“Desde mi responsabilidad de confirmar en la fe, también yo deseo animar el afán apostólico que actualmente impulsa y pretende la 'misión continental' promovida en Aparecida, para que 'la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante y encuentro vivificante con Cristo'”, dijo citando el documento conclusivo de Aparecida.
“Con estos vivos deseos, y sostenido por el auxilio de la providencia divina, tengo la intención de emprender un Viaje apostólico antes de la santa Pascua a México y Cuba, para proclamar allí la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”, anunció.
Y encomendó todos estos propósitos “a la amorosa mediación de Santa María de Guadalupe, nuestra Madre del cielo, así como los actuales destinos de las naciones latinoamericanas y caribeñas y el camino que están recorriendo hacia un mañana mejor”.
El texto completo de la homilía pronunciada en español:
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Queridos hermanos y hermanas:
«La tierra ha dado su fruto» (Sal 66,7). En esta imagen del salmo que hemos escuchado, en el que se invita a todos los pueblos y naciones a alabar con júbilo al Señor que nos salva, los Padres de la Iglesia han sabido reconocer a la Virgen María y a Cristo, su Hijo: «La tierra es santa María, la cual viene de nuestra tierra, de nuestro linaje, de este barro, de este fango, de Adán […]. La tierra ha dado su fruto: primero produjo una flor [...]; luego esa flor se convirtió en fruto, para que pudiéramos comerlo, para que comiéramos su carne. ¿Queréis saber cuál es ese fruto? Es el Virgen que procede de la Virgen; el Señor, de la esclava; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra» (S. Jerónimo, Breviarum in Psalm. 66: PL 26,1010-1011). También nosotros hoy, exultando por el fruto de esta tierra, decimos: «Que te alaben, Señor, todos los pueblos» (Sal 66,4. 6). Proclamamos el don de la redención alcanzada por Cristo, y en Cristo, reconocemos su poder y majestad divina.
Animado por estos sentimientos, saludo con afecto fraterno a los señores cardenales y obispos que nos acompañan, a las diversas representaciones diplomáticas, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los grupos de fieles congregados en esta Basílica de San Pedro para celebrar con gozo la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Estrella de la Evangelización de América. Tengo igualmente presentes a todos los que se unen espiritualmente y oran a Dios con nosotros por los diversos países latinoamericanos y del Caribe, muchos de los cuales durante este tiempo festejan el Bicentenario de su independencia, y que, más allá de los aspectos históricos, sociales y políticos de los hechos, renuevan al Altísimo la gratitud por el gran don de la fe recibida, una fe que anuncia el Misterio redentor de la muerte y resurrección de Jesucristo, para que todos los pueblos de la tierra en Él tengan vida. El Sucesor de Pedro no podía dejar pasar esta efeméride sin hacer presente la alegría de la Iglesia por los copiosos dones que Dios en su infinita bondad ha derramado durante estos años en esas amadísimas naciones, que tan entrañablemente invocan a María Santísima.
La venerada imagen de la Morenita del Tepeyac, de rostro dulce y sereno, impresa en la tilma del indio san Juan Diego, se presenta como «la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive» (De la lectura del Oficio. Nicán Monohua, 12ª ed., México, D.F., 1971, 3-19). Ella evoca a la «mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, que está encinta» (Ap 12,1-2) y señala la presencia del Salvador a su población indígena y mestiza. Ella nos conduce siempre a su divino Hijo, el cual se revela como fundamento de la dignidad de todos los seres humanos, como un amor más fuerte que las potencias del mal y la muerte, siendo también fuente de gozo, confianza filial, consuelo y esperanza.
«Mira que tu Rey viene hacia ti; Él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno» (Zc 9,9), hemos escuchado en la primera lectura. Desde la encarnación del Verbo, el Misterio divino se revela en el acontecimiento de Jesucristo, que es contemporáneo a toda persona humana en cualquier tiempo y lugar por medio de la Iglesia, de la que María es Madre y modelo. Por eso, nosotros podemos hoy continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos y del mundo entero, manifestando su presencia en el Hijo y la efusión de su Espíritu como novedad de vida personal y comunitaria. Dios ha ocultado estas cosas a «sabios y entendidos», dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón (cf. Mt 11,25).
Por su «sí» a la llamada de Dios, la Virgen María manifiesta entre los hombres el amor divino. En este sentido, Ella, con sencillez y corazón de madre, sigue indicando la única Luz y la única Verdad: su Hijo Jesucristo, que «es la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano» (Exhort. Ap. postsinodal Ecclesia in America, 10). Asimismo, Ella «continúa alcanzándonos por su constante intercesión los dones de la eterna salvación. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que sean llevados a la patria feliz» (Lumen gentium, 62).
Actualmente, mientras se conmemora en diversos lugares de América Latina el Bicentenario de su independencia, el camino de la integración en ese querido continente avanza, a la vez que se advierte su nuevo protagonismo emergente en el concierto mundial. En estas circunstancias, es importante que sus diversos pueblos salvaguarden su rico tesoro de fe y su dinamismo histórico-cultural, siendo siempre defensores de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural y promotores de la paz; han de tutelar igualmente la familia en su genuina naturaleza y misión, intensificando al mismo tiempo una vasta y capilar tarea educativa que prepare rectamente a las personas y las haga conscientes de sus capacidades, de modo que afronten digna y responsablemente su destino. Están llamados asimismo a fomentar cada vez más iniciativas acertadas y programas efectivos que propicien la reconciliación y la fraternidad, incrementen la solidaridad y el cuidado del medio ambiente, vigorizando a la vez los esfuerzos para superar la miseria, el analfabetismo y la corrupción y erradicar toda injusticia, violencia, criminalidad, inseguridad ciudadana, narcotráfico y extorsión.
Cuando la Iglesia se preparaba para recordar el quinto centenario de la plantatio de la Cruz de Cristo en la buena tierra del continente americano, el beato Juan Pablo II formuló en su suelo, por primera vez, el programa de una evangelización nueva «en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (cf. Discurso a la Asamblea del CELAM, 9 marzo 1983, III: AAS 75, 1983, 778). Desde mi responsabilidad de confirmar en la fe, también yo deseo animar el afán apostólico que actualmente impulsa y pretende la «misión continental» promovida en Aparecida, para que «la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante y encuentro vivificante con Cristo» (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo, 13). Así se multiplicarán los auténticos discípulos y misioneros del Señor y se renovará la vocación de Latinoamérica y el Caribe a la esperanza. Que la luz de Dios brille, pues, cada vez más en la faz de cada uno de los hijos de esa amada tierra y que su gracia redentora oriente sus decisiones, para que continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia. Con estos vivos deseos, y sostenido por el auxilio de la providencia divina, tengo la intención de emprender un Viaje apostólico antes de la santa Pascua a México y Cuba, para proclamar allí la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente.
Encomiendo todos estos propósitos a la amorosa mediación de Santa María de Guadalupe, nuestra Madre del cielo, así como los actuales destinos de las naciones latinoamericanas y caribeñas y el camino que están recorriendo hacia un mañana mejor. Invoco igualmente sobre ellas la intercesión de tantos santos y beatos que el Espíritu ha suscitado a lo largo y ancho de la historia de ese continente, ofreciendo modelos heroicos de virtudes cristianas en la diversidad de estados de vida y de ambientes sociales, para que su ejemplo favorezca cada vez más una nueva evangelización bajo la mirada de Cristo, Salvador del hombre y fuerza de su vida.

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