'El negro' y sus mil avatares/ MILAGROS PÉREZ OLIVA
El País, 15/01/2012
Una columna de Rosa Montero de 2005 se sitúa varios días entre 'Lo más visto' en elpais.com. Los lectores señalan que la historia no es "auténtica" y tiene muchas versiones
Ha vuelto a ocurrir. Un artículo publicado en mayo de 2005 se ha situado en el primer puesto de la lista de Lo más visto en elpais.com. Se trata de una columna de Rosa Montero, titulada El negro, en la que se explica una interesante historia sobre prejuicios. La columna ha resucitado ahora con fuerza porque muchos internautas la han recomendado a través de las redes sociales. El negro se encaramó el martes al primer puesto de Lo más visto y allí permaneció hasta el viernes por el efecto multiplicador que tiene aparecer en esa lista. El caso aporta elementos nuevos de reflexión sobre el fenómeno de las resurrecciones que ya traté en mi artículo del 4 de diciembre y muestra la muy diferente repercusión que puede tener un texto según se publique antes o después de la emergencia de las redes sociales.
Veamos. La historia explica que en un comedor universitario alemán, una joven estudiante toma una bandeja de comida del autoservicio y se sienta en una mesa; entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y va a buscarlos. Cuando regresa, ve con estupor que un chico negro está comiendo de su bandeja. Duda un momento, pero al fin, condescendiente, se sienta a compartir su comida con el intruso, que en todo momento se muestra amigable y sonriente. Cuando terminan de comer, el chico se va y, al levantarse, ella se da cuenta de que su bandeja está intacta, junto a su abrigo, en la mesa de al lado.
Aunque pertenecen al género de opinión, las columnas de la contraportada son consideradas obras literarias y sus autores tienen un amplio margen para expresar sus ideas, incluida la ficción. En este caso, sin embargo, la historia terminaba con una frase que ha resultado ser muy problemática: "Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica...". El problema es que no era auténtica. Se lo advirtieron varios amigos, según me explica Rosa Montero, el mismo día en que se publicó. Pero el error no tuvo entonces mayor repercusión. Era una buena historia y las redes sociales todavía no habían llegado. En esta segunda vida de El Negro, en cambio, su amplia difusión en la red ha ido acompañada de un buen número de críticas. El propio éxito ha magnificado el error. En cuanto el artículo apareció en el recuadro de Lo más visto, comenzaron a llegar cartas y mensajes de lectores. Unos para señalar un posible plagio y advertir, como Marina Paluffo, que la historia no era original, pues ella había leído un relato similar titulado Galletitas en un libro de Jorge Bucay; otros, como Ricardo Moya, para expresar su indignación por "hacer pasar por verídica una historia tomada, casi literalmente, de una obra de ficción".
Efectivamente, la historia ha tenido muchos padres y madres y es más que dudoso que en algún momento haya sido real. Algunos sitúan su origen en una narración del escritor británico Douglas Adams publicada a finales de los años setenta; otros, en un cuento juvenil de la escritora italosuiza Federica de Cesco, titulado Spaghetti für zwei (Espagueti para dos), de 1975.
En todo caso, la anécdota ha sido objeto de múltiples versiones con diferentes protagonistas y distintos escenarios, pero siempre el mismo chasco y la misma moraleja. Algunos lectores dicen haberla leído incluso en su libro de texto. Y dispone de varias versiones cinematográficas que pueden verse en YouTube, entre ellas un notable corto titulado The lunch date por el que Adam Davidson ganó en 1990 la Palma de Oro en Cannes y en 1991, el Oscar al mejor cortometraje. Korinna Serhinger hizo en 1999 otra versión titulada The cookie thief y el mexicano Leonardo Canto es el autor de la que parece ser la versión más reciente, Buen provecho, de 2008.
Rosa Montero confiesa ser la primera sorprendida por la "alucinante" resurrección de una columna que en su momento escribió, me asegura, convencida de que la historia era verídica. "Me equivoqué. Creía que había ocurrido exactamente como la expliqué. Nos la contó al escritor José Manuel Fajardo y a mí la editora alemana Ray Güde durante un viaje a Portugal. Nos dijo que lo había leído en el periódico. Después de publicar mi columna, varias personas me advirtieron de que era una historia antigua". En ese momento, el error apenas tuvo repercusión. Incluso la llamaron para pedirle permiso para hacer unos cortos.
Ni siquiera el chasco que se ha llevado Rosa Montero es nuevo. Un lector de Montevideo, Gabriel Sosa, me explica que en 2008 el escritor británico Ian McEwan se disculpó por un plagio involuntario al incluir en una de sus historias, leída al público en un festival literario, una variante de la narración de Douglas Adams. En su explicación, McEwan aclara que ha encontrado antecedentes de la historia en 1972, mucho antes, por tanto, de que Adams publicara su narración. Y recuerda que hasta la BBC la presentó una vez como verídica.
"La leyenda ha tenido muchos avatares", dice Rosa Montero. "Es uno de esos relatos fascinantes que, por alguna misteriosa razón que tiene que ver con su capacidad para conectar con el inconsciente colectivo, tiene una gran capacidad de pervivir". Ese inconsciente colectivo tiene ahora en las redes sociales un excelente caldo de cultivo. Y todo está disponible para todos, de modo que, a veces, resulta difícil saber qué es original y qué no. Ahora citaría a Umberto Eco, pero no me atrevo: ¿a cuántos autores se atribuye aquello de que en realidad no se escribe nada que no esté ya en los libros?
La otra cuestión que emerge de este caso es el papel prescriptor que tiene para los lectores el espacio Lo más visto. Este recuadro figura en casi todas las webs de los diarios y funciona, en la práctica, como un factor multiplicador de la audiencia. En cuanto un asunto aparece en ese recuadro el número de visitas se dispara por un efecto de retroalimentación. El umbral para aparecer es variable y el mecanismo que opera es de tipo gregario, algo así como "no puedo perderme lo que ha interesado a tanta gente". En las últimas semanas ha ocurrido ya varias veces que una noticia antigua se ha colocado entre Lo más visto. ¿Deberían diferenciarse en ese recuadro las noticias actuales de las antiguas? Creo que a la vista de la experiencia reciente, habría que considerar esa posibilidad. Rosa Montero también lo cree conveniente.
Gumersindo Lafuente, responsable de los desarrollos digitales del diario, admite que lo ocurrido en las últimas semanas merece ser analizado. En estos momentos se está estudiando un rediseño de Lo más visto que permitirá ver las 100 noticias más visitadas en cada momento. "Los cambios son tan rápidos, que todas las herramientas han de estar en permanente revisión", explica. En su momento, por ejemplo, se consideró útil poner en cada noticia un contador que permitiera saber cuántas visitas había tenido. En el nuevo editor, que ya opera en buena parte de las secciones del diario, esa información ha desaparecido. "Al no poderse mantener en el tiempo, ese recuento ya no resulta relevante", argumenta Lafuente. En el caso de la columna El negro, la estadística indica que el día en que se publicó tuvo 1.817 visitas. En ese momento la audiencia del diario digital era muy inferior a la actual y el éxito se debió a la edición impresa. Pero en esta nueva vida, las responsables del éxito de difusión de El negro han sido las redes sociales. Solo en Facebook ha tenido más de 46.000 recomendaciones. Y esto añade a la vida de los textos, según señala Rosa Montero, un inquietante componente de azar.
La visibilidad que ahora ofrece Internet a cualquier texto es abrumadora. Y si tiene algún elemento de polémica, mucho más. Los lectores tienen en sus manos poderosas herramientas para escrutar nuestro trabajo. El juicio es cada vez más amplio y riguroso. Pero también puede ser un excelente aliado en nuestro compromiso con el rigor y la calidad.
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EL NEGRO/ROSA MONTERO
El País 17 de mayo de 2005
(Deliciosa e instructiva historia de R. Montero. (El País)
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.
De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa.
A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella.
Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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