5 feb 2012

José de León Toral, cartas inéditas

El “mártir” asesino
Rodrigo Vera
Revista Proceso # 1840, 5 de febrero de 2012;
Cuando el Papa Benedicto XVI, en su próxima visita a México, evoque a los mártires cristeros ante los católicos del Bajío, pocos echarán de menos la mención de José de León Toral. En las cartas que le dirigió a Roberto Pro en 1928, De León ensalza a sus hermanos Miguel Agustín y Humberto Pro, fusilados el año anterior, y le cuenta que va a emular su martirio. En efecto, fue condenado a muerte por asesinar al general Álvaro Obregón, pero la jerarquía católica mexicana nunca lo nombró mártir de la Iglesia. A él, que comparaba la guerra cristera con un reñido partido de futbol, finalmente le anularon el gol.
El martirio de los hermanos Miguel Agustín y Humberto Pro Juárez –fusilados sin previo juicio en noviembre de 1927, en plena revuelta cristera – motivó al joven fanático José de León Toral a buscar su propio martirio, según le confesó a Roberto Pro, hermano de los “mártires” y a quien el gobierno callista le perdonó la vida pero lo exilió en La Habana, Cuba.
“La sangre de los mártires es semilla de buenos cristianos. Yo necesité que murieran tus hermanos para decidirme a moverme. Ahora estoy trabajando con empeño… ¿Por qué ha de ser imposible que lleguemos a morir de una manera tan gloriosa como ellos?”, le comentó De León Toral a Roberto Pro en dos misivas fechadas a principios de 1928 y que le envió a la capital cubana.
En estas cartas, hasta hoy inéditas, De León le dice a Pro que lamenta el hecho de que “no hayas sido llamado a la acción que consumaron tus hermanos”. Además le informa sobre los buenos ánimos con que trabajan los católicos “por salvar a la Iglesia en México”. Le habla también sobre su vida privada, principalmente de su afición por la pintura y el futbol.
Gracias a esta habilidad para la pintura y el dibujo, a los pocos meses de escribir sus cartas De León logró acercarse al general Álvaro Obregón y balearlo en el restaurante La Bombilla, de San Ángel, en la Ciudad de México. Con este homicidio conseguiría su propósito de ser fusilado como los hermanos Pro.
La primera carta a Roberto, escrita a mano y fechada el 11 de enero de 1928, dice textualmente:
Sr. Roberto Pro
Habana, Cuba
Bastante querido amigo:
Tal ves te acuerdes de mí, tal ves no; más probablemente sí. Desde la última ves que te vi, ya no te he vuelto a ver y palabra que lo siento mucho.
Otra cosa que sentí mucho más (en serio) fue que no hayas hecho, o mejor dicho no hayas sido llamado a la acción que consumaron tus hermanos: uno centró, el otro remató; tú (en esta ocasión goal-keeper) imposible que marcaras también tu goal. Pero ¿cuántas veces un portero es el héroe del partido? Ya paraste mucho, te falta todavía más; sólo Dios N.S. sabe si te cambiarán de delantero. Pido que no interpretes para mal mis figuras; solamente para tu bien. Hay señalados muy diferentes caminos para llegar a la patria bien adinerados.
La cartita que mandaste a tu hermana yo he tenido el gusto de leerla más adelante y el consuelo fue recibido no como procedente de Cuba, sino de mucho más allá. Ya han comenzado a consolarse del todo.
Hubo una pobrísima sustitución, pero a no dudar con la ayuda de Dios N.S. y los muchachos se podrá cumplir. Esa ayuda ya la hemos visto patente.
Todos los de mi casa y los amigos te deseamos especiales consuelos, y acabo rogándote me encomiendes en tus oraciones.
Espero tus letras y quedo tu seguro servidor y amigo.
Pepe.
La segunda misiva, también manuscrita y fechada el 8 de marzo de ese año, empieza con un “Viva Cristo Rey” y prosigue:
Sr. Roberto Pro
Habana, Cuba.
Muy querido amigo:
Espero que te encuentres muy bien de salud, tranquilo de espíritu y con una buena chamba.
Supongo que recibirías, mejor dicho sé que recibiste una carta mía medio rara. Lástima que no haya recibido contestación, pero tal ves se deba a falta de conductos u otra razón de peso (cubano).
No obstante, ya ves que te vuelvo a escribir aparte de mandarte multitud de saludos con Anita y tu papá.
Nuestro Señor tuvo que morir para salvarnos. La sangre de los mártires es semilla de buenos cristianos. Yo necesité que murieran tus santos hermanos para decidirme a moverme. Ahora estoy trabajando con empeño. Te consolará mucho saber que todo este rumbo está muy animado y que se ha logrado algo y esperamos alcanzar mucho más. Algunos muchachos han reaccionado también y otros han comenzado a trabajar.
No hemos dejado de pedirle a Dios N. S. que te ayude con tu carga; ya lo creo que debe de ser pesada. Sin embargo todo depende del modo como se lleve: una petaca puede descoyuntar un brazo y sobre el hombro cargarse sin fatiga. Dios N.S. todo lo dispone para nuestro bien, ¿por qué hemos de dudarlo? Y si no lo dudamos ¿por qué nos entristecemos? Calculo que tus hermanos han de tenernos santa envidia, están disfrutando de una gloria conquistada con sus trabajos, su santa muerte, y deben estar sorprendidos del premio –inimaginable para nosotros– que superó todos sus cálculos. Se de cada trabajo por insignificante que fuera, hecho por esta causa importante, nos proporcionó un grado más de gloria por toda la eternidad… ¿si hubiéramos durado un día más, un año, diez años más? ¿cuánta mayor gloria no tendríamos? Sí, deben envidiarnos; nosotros estamos en posibilidad de almacenar méritos, santificándonos, y ¿por qué ha de ser imposible que lleguemos a morir de una manera tan gloriosa como ellos?
Un vaso de agua lo premiará Dios N.S, pero en todo hay distancias: no es lo mismo dar un vaso de agua al que siente deseos de beber que dar ese mismo vaso de agua al que sin él perecería de sed. Los trabajos en que tomamos parte, no lo dudo, son todos por salvar a la Iglesia en México que muere por momentos. Con paga centuplicada ¿quién no trabaja contento? Pero sin la Fe no ganaríamos tanto o pronto decaería nuestro entusiasmo; pidamos a Nuestro Señor nos dé y aumente la Fe. –He seguido jugando football y aún espero llegar a dar color. Sigo estudiando pintura y también tiro muy alto. Estoy trabajando por la causa y ¿me voy a contentar con poco? Comprendo que en football y en pintura podría no convenirme llegar alto, y Dios no me lo concedería, pero en lo tocante a la santificación de las almas Dios nunca falta, sino que supera nuestras esperanzas— Si yo, que comienzo a trabajar ya estoy hablando de paga, tú que vas tan adelantado… deberías pedir a cuenta. Pidamos sin temor de abusar, pues nos tocará más de lo que nos imaginemos.
Hermano, animémonos mutuamente; no dejes de hacerlo con este tu algo viejo amigo.
José de León.
Cuatro meses después, el 17 de julio, De León Toral toma su cuaderno de dibujo y una pistola Star, calibre 35, y se dirige al restaurante La Bombilla, donde se le ofrece una comida a Obregón, entonces presidente electo de la República. Se acerca al sitio de honor donde se encuentra el general y empieza a hacer su retrato a lápiz. Nadie sospecha del dibujante. Sorpresivamente saca la pistola y dispara directo a la cara de Obregón. Después asesta varios tiros en el resto del cuerpo hasta vaciar la pistola.
El homicida es capturado ahí mismo, ante los aterrados comensales. Se le lleva a la penitenciaría de Mixcoac y, a diferencia de los hermanos Pro, se le somete a juicio junto con la religiosa capuchina Concepción Acevedo –la madre Conchita–, a quien se le achaca la autoría intelectual del crimen.
La jerarquía eclesiástica de inmediato se desmarca del asesino. El 6 de agosto monseñor Miguel M. de la Mora, obispo de San Luis Potosí, declaró a la prensa que “no es el clero católico el autor del atentado”, sino “pobrecitos exaltados que han llevado su exaltación hasta dar muerte violenta a un prominente personaje político”.
Gol anulado
En prisión, De León Toral continúa dibujando y escribiendo cartas. Da rienda suelta a su grafomanía, al grado de dirigirle una misiva manuscrita al director de la penitenciaría, Felipe Islas, donde le ofrece su opinión sobre el general Obregón. La carta, fechada el 22 de noviembre de 1928 y ahora perteneciente al archivo del Centro de Estudios de Historia de México Carso, dice:
Sr. D. Felipe Islas.
La opinión que tenía del Sr. Obregón y la que ahora tengo.
Desde que el Sr. Obregón comenzó a figurar oía yo que le achacaban ser sumamente sanguinario e impulsivo, y enemigo de la religión; que fue él o los suyos quienes en 1917 adicionaron los artículos persecutorios. También se le atribuían las muertes de Carranza y las de Serrano y Gómez, más tarde. –Yo desde 1915 trabajé en comercio y trataba con todo género de personas. No tuve personalmente pruebas de tanta cosa que oía en contra del Sr. Obregón, pero sí lo creía. —Circuló la especie de que él iba a arreglar el asunto religioso, pero no hubo ningún aviso oficial o serio, y mientras se reformaba en otras partes la Constitución, a su iniciativa de la cuestión religiosa no se hizo nada, no obstante la pública ansiedad.
He sabido detalles hermosísimos de la vida del Sr. Obregón (su amabilidad, socorros a los necesitados, perdón a sus enemigos; proyectos e intenciones de arreglo, etc.), y, con verdad lo digo, si antes de julio he tenido estas pláticas con amigos del Sr. Obregón, nunca hubiera intentado contra su vida; pues ya únicamente no me explicaría ciertas cosas, pero imposible que buscara su muerte, ya que en un hombre de sus cualidades no cabe la maldad que suponía en él. Esto que ya conozco del Sr. Obregón, juzgo de urgente necesidad que se extienda, para deshacer tantas malas impresiones en la gente; esto debería haberse hecho desde hace mucho tiempo.
Dentro de pocos momentos iré a la Vista de la Apelación. Me siento tranquilo pues me he abandonado en las manos de Dios, y sin hacerme la más mínima ilusión, no pierdo la esperanza.
José de León Toral
El homicida finalmente consigue ser condenado al paredón. La fecha marcada es el 9 de febrero de 1929. Antes del fusilamiento todavía alcanza a escribirle estas últimas líneas a su madre:
Sra. María de la Paz Toral de De León.
Mamacita querida:
Hágase la voluntad de Dios!
Fuerte mamá por el Señor!
 ¿Qué es la vida?, ¿qué es el cielo? Mamacita, por mí no tenga pena… cuídese usted. Viva aún lo que Dios quiera; recuerde que María Santa sobrevivió muchísimos años a Jesús su hijo… Seguramente no durará lo que Ella, pero ánimo mamá. Lo que dispongan de arriba.
Perdóneme todas mis faltas contra usted; Dios le dé una gran gloria por tanto que hizo por su hijito consentido.
El sacerdote Rafael Soto entra a la celda para aplicarle los últimos auxilios espirituales. Confiesa y absuelve al homicida que la justicia humana condenó. Al salir de ahí se topa con los reporteros.
–¿Y cómo está José de León Toral? –le preguntan.
–Tranquilo, asombrosamente tranquilo. Habla con facilidad de diversas cosas. No le falta a su pensamiento seguridad y aplomo –contesta el sacerdote.
Después entra a la celda un oficial moreno, de largos bigotes estilo káiser; es el capitán José Rodríguez Rabiela, al mando del pelotón de fusilamiento, quien le pregunta a De León Toral al momento de llevárselo:
–Y bien, ¿qué siente usted?
–Nada.
–¿Nada?
–Sí, nada; no tengo ninguna impresión, porque yo ya no estoy aquí.
Ya frente al pelotón, con los potentes máusers de fabricación rusa apuntándole, De León Toral pone los brazos en cruz y con los ojos abiertos va a gritar “¡Viva Cristo Rey!”, pero sólo alcanza a exclamar: “¡Viva…!”, porque la voz de fuego se le adelanta.
Ocho balas atraviesan su pecho. Cae muerto. Aun así, el capitán Rodríguez Rabiela se acerca a darle el tiro de gracia.
De León Toral mantuvo ante la muerte la misma serenidad que el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro, su fuente de inspiración y quien, en 1988, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II por ser mártir de la fe, como otros participantes de la Cristiada.
Para igualarlo con ellos, en 2001 un grupo de familiares y simpatizantes de José de León Toral intentaron abrir su causa de canonización en el Arzobispado de México. Para lograrlo inauguraron el Centro de Estudios Históricos José de León Toral en una vieja casona de la colonia Santa María la Ribera, muy cerca de donde vivió el homicida de Obregón. Ahí exponían algunos de sus dibujos y escritos, acuñaron monedas de plata y elaboraron otros objetos conmemorativos.
La religiosa Esperanza de León, hija de José, comentaba entusiasmada a este semanario: “Mi padre es un santo, un mártir, un héroe que ofreció su vida por la causa de Cristo. Para mí y para mi familia está en lo más alto del cielo”. Y Jorge de León, sobrino, decía que “sacrificó su vida con fines religiosos” pero que el “tiranicidio” que cometió ha sido un “tema tabú dentro de la Iglesia” (Proceso 1275).
El arzobispado les dio el portazo. Ni siquiera aceptó abrir el proceso de canonización. “¡La Iglesia no canoniza asesinos! Uno de sus mandamientos es precisamente: ‘¡No matarás!’. León Toral no es mártir porque asesinó. Si Obregón era pecador, tuvimos que buscar su conversión, no su muerte”, argumentaba el sacerdote Gerardo Sánchez, encargado de la Comisión para las Causas de los Santos del arzobispado (Proceso 1275).
En su viaje a México, programado para fines de marzo próximo, el Papa Benedicto XVI estará solamente en el Bajío, epicentro de la revuelta cristera. Presidirá la máxima concentración religiosa al pie del Cerro del Cubilete, lugar emblemático de los cristeros. Saldrán sin duda a relucir los nombres de sus mártires, pero no el de José de León Toral. Su caso sigue siendo tema tabú para la jerarquía. Es el mártir incómodo de la Iglesia mexicana.

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