Lo sórdido del caso
Wallace/
JORGE CARRASCO
ARAIZAGA, reportero.
Revista Proceso # 1842, 19 de febrero de 2012
Documentos
oficiales y testimonios de los presuntos implicados en el secuestro y asesinato
de Hugo Alberto Wallace Miranda acusan a la virtual candidata del PAN al
gobierno capitalino, Isabel Miranda de Wallace, de haber incurrido en
ilegalidades, incluyendo actos de tortura, al seguir el caso de su hijo. Los
relatos de madres, hermanos y hasta tíos de las personas encarceladas por estos
hechos coinciden en los señalamientos: la señora Wallace está utilizando el
poder que le da su “amistad” con el presidente Calderón y con el ahora
exprocurador capitalino Miguel Mancera…
Un día después de
la desaparición de su hijo Hugo Alberto, Isabel Miranda de Wallace ya tenía
localizado el lugar donde asegura que lo mataron cuando intentaron
secuestrarlo. En menos de 24 horas ubicó su camioneta, dio con el departamento
que denunció como escenario de los hechos que la convirtieron en figura pública
y ya tenía referencias de dos de los señalados como responsables.
La madrugada del
martes 12 de julio de 2005 ya había puesto una denuncia por la desaparición de
Hugo Alberto. Ya sabía que una joven atractiva conocida como Claudia era una de
las implicadas, lo mismo que un policía judicial. Más todavía, le dio una pista
al Ministerio Público: había que localizar a Jacobo Tagle Dobin. Proporcionó su
dirección.
Según la
averiguación previa PGR/SIEDO/UEIS/146/2005, abierta por la desaparición de
Hugo Alberto Wallace Miranda, gracias a la declaración de un vecino curioso, al
dicho de un niño que estaba en el edificio y por un sobre que le envió a su
casa un anónimo con varios correos electrónicos, empezó a reconstruir las
circunstancias de lo ocurrido en el departamento 4 del número 6 de la calle
Perugino, en el sur de la Ciudad de México.
En poco más de dos
meses ya sabía quiénes integraban –y cómo operaba– “la banda de
secuestradores”: el exjudicial del estado de Morelos César Freyre Morales; la
bailarina Juana Hilda González Lomelí, Claudia; el comerciante Jacobo Tagle; su
novia Brenda Quevedo Cruz, y los hermanos Alberto y Tony Castillo Cruz.
Durante medio año
la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada
(SIEDO) careció de elementos para consignar a los señalados. No fue sino hasta
el 8 de febrero de 2006 cuando pudo enderezar los cargos de secuestro y
asesinato a partir de una ampliación de declaración de Juana Hilda, en la que
detalló la supuesta participación de cada uno.
Esa declaración
contradijo dos previas en las que negaba los cargos. Pero no la ha ratificado
porque fue tomada sin asesoría legal, fuera del lugar de arraigo y bajo
coacción de los agentes del Ministerio Público Fermín Ubaldo Cruz y Braulio
Robles Zúñiga, según el expediente 180/2010 abierto por el Instituto Federal de
la Defensoría Pública del Consejo de la Judicatura Federal.
Los ministeriales
la amenazaron con hacerle daño a su familia, como ya lo habían hecho con la
mamá y la hermana de César Freyre, a quienes encarcelaron por supuesta
extorsión. Según se lee en el expediente, en esa declaración se incluyó un
careo, no solicitado por Juana Hilda, en el que ésta supuestamente le pidió
perdón a Isabel Miranda.
Fermín Ubaldo y
Braulio Robles también son identificados por Enriqueta Cruz Gómez, madre de
Brenda Quevedo Cruz: “A mediados de 2006 me citaron en la SIEDO. Braulio me
presentó a su jefe, Fermín Ubaldo Cruz, quien me empezó a atender amablemente,
pidiéndome que le dijera dónde estaba mi hija”, dice Enriqueta en entrevista
con este semanario.
Brenda había huido
a Estados Unidos. Se escondió cuando Isabel Miranda colocó varios anuncios
espectaculares –ella es empresaria del ramo– con su fotografía, acusándola del
secuestro y desaparición de Hugo Alberto.
Sigue Enriqueta
Cruz: “Obviamente no le dije nada hasta que el hombre se desesperó y empezó a
golpear la mesa. ‘¡Hable, con una chingada!’, le soltó.
“Así como usted
está aquí sentada, así han estado la mamá y la hermana de César Freyre y las
metí a la cárcel”, le dijo. Enriqueta Cruz preguntó: “¿Y por qué las encerró?”.
El ministerial se desesperó tanto que ordenó que le quitaran unos cabellos y le
sacaran sangre. “¿Para qué?”, se defendió la mujer. “Para cuando encontremos
muerta a su hija, porque la vamos a encontrar muerta”, le gritó el funcionario.
Brenda Quevedo
Brenda fue
extraditada de Estados Unidos en septiembre de 2009. Llegó en un avión de la
PGR en el que también viajaba Braulio Robles. Miranda la esperó en el
aeropuerto con una pancarta que preguntaba: “¿Dónde dejaste a mi hijo?”. Antes
de que fuera presentada ante los medios le ofreció “beneficios jurídicos”.
Brenda la encaró.
Fue traslada al Centro de Readaptación Social de Santiaguito, en Almoloya,
Estado de México. Según su testimonio, narrado en una carta fechada el 29 de
noviembre de ese año, alrededor de las siete de la mañana del día 27 una
custodia fue por ella para una supuesta audiencia. Con el consentimiento del
director del penal la llevaron a una sala.
Dice que cuando
entró vio a tres personas volteadas hacia la pared. Vestían de traje. Se pusieron
pasamontañas. Tenían las manos enguantadas. Desesperada, Brenda comenzó a
gritar. Afirma que la sujetaron. “Ya sabes por parte de quién venimos, hija de
tu pinche madre”. Llorando respondió: “Sí. De la señora Isabel Miranda de
Wallace”.
“Ahora sí vas a
sentir lo que sintió Hugo el día que lo secuestraron”, sostiene que le dijeron.
Enseguida, asegura, le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza, la tiraron
al piso, la patearon en el estómago y le golpearon la cabeza.
De un maletín sacaron
un juego de esposas, vendas, jeringas, grabadora, papel, pluma y “una maquinita
plateada que yo asumo era de toques eléctricos”, escribió Brenda. Le taparon
los ojos. Asegura que la jalaban del cabello y le acercaron la grabadora.
Uno de los hombres
le dijo: “A ver si ahora sí nos vas a decir dónde está el cuerpo de Hugo. Nos
vas a dar una dirección y te vamos a sacar del penal. Y si nos das un dato en
falso, te vamos a torturar hasta que te dejemos irreconocible y vamos a ir con
cada uno de tu familia. Tu hermano está en Canadá, ¿no?”. Brenda sostiene que
la agredieron sexualmente.
Según narra,
sacaron una jeringa con una sustancia roja. Le dijeron que era sangre infectada
con VIH. Que se la iban a inyectar si no firmaba la confesión de que ella había
sido la responsable del secuestro. Le ponían la pluma en la mano. Al cabo de un
rato, tras una llamada a la puerta, recogieron sus cosas y se fueron.
Un año después, en
otra carta, fechada en noviembre de 2010, refiere la supuesta tortura que
sufrió el 13 de octubre anterior, cinco días después de ser trasladada a la
colonia penal federal de las Islas Marías. Con el pretexto de que le
encontraron unas pastillas en su cama la llevaron a “la borracha”, una celda de
castigo.
Hacia las tres de
la mañana ya del día 14, dos custodias la sacaron de la celda y la subieron a
una pick up blanca conducida por un hombre. Media hora o 40 minutos después del
oscuro trayecto, en el que escuchó y vio el mar, pararon en un lugar con
vegetación. Bajaron y la dejaron en una pequeña casa en construcción.
No había luz. Sólo
una cobija vieja en el piso. Se quedó dormida sobre ella. Como a la una de la
tarde, por la ventana vio llegar una camioneta tipo Van blanca, con vidrios
polarizados. Se abrió la puerta y entraron cinco o seis hombres encapuchados,
pantalón de mezclilla, playeras blancas de tirantes y zapatos negros. El
primero que se acercó a ella le dijo: “Ora sí ya chingaste a tu madre. ¿Te
acuerdas de nosotros? Ahora sí nadie te va a oír”.
Siempre según su
relato, le vendaron los ojos y la envolvieron en la cobija con cinta canela. La
mojaron. Le quitaron los zapatos y los calcetines. La acostaron y al mismo
tiempo le empezaron a echar agua en la nariz y la boca. Le dijeron que si no le
daba lástima que su mamá pagara “por sus chingaderas”. “La íbamos a matar el
día que se operó de los ojos o a dejarla ciega, pero luego pensamos que ella no
tiene la culpa”.
Con la humedad la
venda se le corría y distinguió los ojos café claro de uno de sus agresores,
reconoció a uno de complexión robusta y velludo que a veces se ponía encima en
ella.
Seguían los golpes
en el cuerpo. Sangraba. “¿Ahora sí sabes por qué estamos aquí?”. “Por el
secuestro de Hugo”, respondió. Uno de ellos la golpeó tan fuerte que la dejó
medio sorda y le dijo: “Del señor Hugo, para ti”. Le amarraron un alambre al
dedo gordo del pie derecho y le echaron más agua. Le dieron toques.
Sacaron una
grabadora. “Tienes que decir que llevaron el cuerpo de Hugo al departamento de
Perugino, que sacaron su cuerpo en bolsas y usaron tu coche para botarlo. Di
que tú tomaste las fotos del cuerpo”. Prendían la grabadora cuando Brenda
repetía: “Lo dejamos en un acueducto y en unas maletas en un terreno”.
Uno de ellos le
dijo: “Más te vale no ir de nuevo a tus pinches desmadres de derechos humanos.
Date cuenta del poder que tenemos para venir hasta este lugar. Tenemos mucho
poder. Te metiste con la persona que no debías. Esto te pasa por molestar a la
señora, a su esposo y a su familia”.
Uno de los hombres
le dijo: “Vas a pedir hablar con el juez y le vas a decir que te arrepientes de
todo el mal que has hecho, que es cierto todo lo que dijo Hilda y le vas a
pedir perdón a la señora Wallace”.
El personal que la
había llevado un día antes la regresó a “la borracha”. Salió el día siguiente,
pero la mantuvieron aislada. Pasó casi un mes para que la dejaran hablar por
teléfono y contarle a su mamá lo sucedido.
Alberto y Tony
Castillo
El 12 de octubre
de 2010, un día antes de la presunta tortura de Brenda, habría sido el turno de
Alberto Castillo Cruz, acusado junto con su hermano, Tony, de mutilar el cuerpo
de Hugo Alberto. Ocurrió en el penal de Puente Grande, que junto con el de las Islas
Marías y demás penales federales dependen del secretario de Seguridad Pública,
Genaro García Luna.
Alberto ya había
sido golpeado el 8 de marzo de 2006, cuando fue detenido cerca del Monumento a
la Revolución –a un paso de la SIEDO– por personas vestidas de negro y
cubiertas con pasamontañas que acompañaban a Isabel Miranda.
El relato de las
presuntas torturas infligidas a Alberto y las amenazas a sus familiares es
hecho por la madre de ambos, María Elena Cruz Bustamante, quien sostiene que
desde la fecha citada la amenazaron con matarla a ella y a su tío, Luis
Carrillo Bustamante, si no decía que él y los señalados por Miranda eran los
culpables de la desaparición. “Más te valía haber matado al hijo del
presidente. Vas a temer el poder que tiene la señora Wallace”.
Le preguntaban por
su hermano y su “prima”, Brenda Quevedo Cruz. “No es mi prima. La he visto en
alguna ocasión, pero no es una amistad”, contestó Alberto, refiere María Elena
Cruz en entrevista. “Le cortaron cartucho y siguieron las amenazas. Dos horas y
media después lo entregaron a la AFI”, entonces al mando de García Luna.
El 22 de marzo de
2006 Tony se presentó en la SIEDO. Ahí lo detuvieron. Cuando declararon ante
Braulio Robles, Alberto y Tony le dijeron que eran ciudadanos estadunidenses y
trabajaban en México para empresas de ese país. “Aquí están en México y aquí se
chingan”, les respondió.
Fueron arraigados
y después de dos meses, enviados al Reclusorio Norte (Reno), donde los
extorsionaron por ser “secuestradores y asesinos”. Año y medio antes de ser
sentenciados, y sin aviso a la familia, los enviaron a penales federales.
Alberto a Puente Grande. Tony a Matamoros. Estuvieron segregados nueve meses.
Desde mediados de
2006, cuando fueron enviados al Reno, comenzaron las amenazas telefónicas a sus
familiares: Si daban aviso a la embajada estadunidense iban a matar a sus hijos
en el reclusorio. A ellos les decían lo mismo. Ya saben de parte de quién.
“Como tres o cuatro veces me llamó una voz de mujer”, cuenta la madre de los hermanos
Castillo.
“Fueron las mismas
amenazas durante años. Ellos callados por su lado, y yo por el mío. Por el
miedo de que nos iban a matar”. Alberto, quien está por cumplir 39 años, fue
enviado al penal de Puente Grande. Allí, asegura la madre, el 12 de octubre de
2010 fue torturado para que firmara su culpa. A cambio sería “testigo protegido
de la señora Wallace”. “Prefiero morirme”, retó.
Como en el caso de
Brenda, afirma la señora Cruz, hombres encapuchados fueron los que actuaron.
Fue en un cuarto del Centro de Observación y Clasificación (COC) de Puente
Grande. Los embozados lo esposaron de manos y pies. Lo envolvieron en una
sábana y lo empezaron a golpear. Para asfixiarlo usaron agua y bolsas de
plástico.
Un hombre le
apretaba el cuello con una toalla y le tapaba la cabeza con una bolsa, mientras
que otro, uno chaparro, lo golpeaba. A uno más lo describe como “un hombre
peludo, corpulento, moreno”. Fue delante de Robles Zúñiga, le dijo a su
familia.
“Tienes que decir
que participaste. Y lo vas a hacer ante el juez”, le dijeron. Al día siguiente
lo llevaron al juzgado. Ahí –afirma la señora Cruz– estaban Braulio Robles,
Isabel Miranda y su hermano Roberto, a quien identificó como una de las
personas que, pistola en mano, lo detuvo en marzo de 2006.
En la audiencia
Alberto denunció la tortura. Al siguiente día le pasó lo mismo. De nuevo en el
COC. “¿Con que te pasaste de pendejo ayer?”.
Sigue el relato de
María Elena Cruz:
Uno de sus
torturadores no dejaba de mirar hacia la puerta y hacia arriba. Fue como se dio
cuenta de que Isabel Miranda y el director de Puente Grande, Francisco Javier
Gómez Meza, presenciaban la tortura. Una semana después Gómez Meza fue
destituido, acusado de narcotráfico. Para comprobar ese señalamiento Alberto
pidió los videos de las cámaras del penal, incluido del COC. No se los dieron.
Le dijeron que los borraban cada tres días.
Alberto decidió
entonces que su familia avisara a la embajada estadunidense, que desde entonces
los asiste. A Alberto también, primero a través del consulado de Guadalajara y
ahora mediante el de Hermosillo, pues a finales del año pasado fue trasladado
al penal de Guasave, Sinaloa.
Jacobo Tagle
Dos meses después
de las presuntas torturas a Brenda y a Alberto, Jacobo Tagle Dobin fue detenido
en el Estado de México. Fue el último de los seis señalados por Miranda. Lo
presentaron a la prensa el 4 de diciembre de 2010.
En una carta,
fechada un día antes en Cuautitlán Izcalli, narra lo que, afirma, fueron las
circunstancias de su detención: hombres encapuchados, vestidos de negro que
circulaban en autos particulares lo esposaron y lo subieron a una camioneta
panel blanca donde iban otros encapuchados. Le cubrieron la cabeza y al cabo de
40 minutos de trayecto, según calcula, uno de los hombres le dijo a una mujer:
“Ya tengo su paquete. ¿Qué quiere que hagamos, señora?”. Según Tagle la
respuesta fue: “Tortúrenlo hasta que diga dónde está mi hijo”.
La camioneta
avanzó unos 15 minutos más. Cuando se detuvo le vendaron los ojos y le quitaron
los zapatos y los calcetines. Le pusieron una bolsa en la cabeza. Sintió que se
subieron en sus piernas y otro lo apretaba. Estaba con el torso desnudo,
vendados los tobillos y los brazos. Repitieron la operación.
Le echaron agua en
la cara. Se asfixiaba. “Si se le empiezan a poner moradas las uñas, me avisan”,
escuchó. De nuevo, a taparle la nariz y la boca, a echarle agua, a golpearlo en
los oídos, a apretarle el estómago.
Volvieron a poner
la camioneta en marcha. “Ahora sí, vamos a la Procu. Tienes que aceptar todo”.
Ahí “un señor
canoso, creo que era el jefe, me dijo que iba a entrar la señora Wallace y que
si no cooperaba con ella me iban a dar otra chinga… Entró un chaparro que venía
de jeans y camisa a cuadros. Sacaron una pistola, cortaron cartucho y me
apuntaron a la cabeza”.
Siguieron las
amenazas: “Más vale que cooperes o te mueres. Te he estado buscando por todos
lados y me las vas a pagar. Tengo bien ubicada a tu mamá Raquel y a tu hermana
Judith, y tenemos clavado a tu hermano Salomón”.
Relata Jacobo: “Se
salió el chaparro y regresó con la señora Wallace, su hija, su sobrino y dos
señores más. La señora se puso del otro lado del escritorio y me dijo que me
iba a morir, que iban a lastimar a mi familia y a refundir a mi hermano
(también acusado de secuestro) en la cárcel”.
Le pidió que le
ayudara a refundir en la cárcel a César Freyre, Hilda, Brenda y los hermanos
Castillo “porque ella era amiga del presidente Calderón, del procurador general
de la República, de Miguel Mancera (procurador del DF) y de muchos políticos.
Le pidieron que
repitiera lo que le decían. Cuenta que el sobrino de la señora, que no
identifica, grabó la declaración, mientras que su hija escribía en una laptop.
“No me dejaron hacer ni una llamada y me hicieron firmar unos documentos que no
me dejaron leer. Nos dirigimos a Cuemanco y la señora me dijo que ella me iba a
señalar un lugar donde supuestamente se tiró el cuerpo de su hijo.
“Me llevaban en
una camioneta tipo Van y ella iba en una Cherokee, con muchos escoltas y
policía. En Cuemanco me pasaron a la Cherokee y la señora me dijo: ‘Nos vamos a
detener y vas a caminar. Donde veas una entrada de casa, dices que ahí es.
Entras y vas a ver unos montones de arena movidos y vas a decir que ahí tiraron
el cuerpo de mi hijo’.
“De ahí me
llevaron a la Procu y en la mañana me llevaron a Toluca”. Ahí el 4 de diciembre
lo presentaron a la prensa. En esa ocasión, Isabel Miranda pidió que se
levantara la playera para constatar que no estaba golpeado.
En su declaración
ministerial del 14 de diciembre de ese año en el Juzgado Primero de Distrito en
Procesos Penales Federales con sede en el penal de alta seguridad del Noroeste,
en Nayarit, ratificó que fue torturado.
En esa declaración
también se lee que Jacobo Tagle “igualmente desea agregar que la señora Isabel
Miranda también le dejó en claro que no le convenía ponerse en su contra o
negarse a declarar, porque dentro de poco iba a tener un cargo político y con
más poder podría acabar con su familia”.
Tagle, de 32 años,
está recluido desde octubre pasado en el penal de alta seguridad de Villa
Aldama, en Perote, Veracruz.
César Freyre
César Freyre
Morales, expolicía judicial de Morelos y señalado por Miranda como jefe de la
banda, también fue torturado para declararse culpable, asegura su madre, María
Rosa Morales Ibarra, quien fue encarcelada acusada de extorsión por Luis
Saucedo, a quien ésta identifica como chofer y asistente de Miranda.
Pasó un año y
medio en la cárcel. Lo mismo que su hija Julieta, coacusada por Saucedo. Las
detuvieron el 8 de junio de 2006, cuando fueron a la SIEDO a ver a Freyre,
detenido tres meses antes. Morales asegura que el entonces titular de la
Subprocuraduría, José Luis Santiago Vasconcelos, la presionaba para que le
dijera dónde estaban las casas de seguridad y las cuentas bancarias de su hijo.
Los tres fueron
arraigados. César fue trasladado a La Palma y ellas a Santa Martha. Allí
pasaron un año nueve meses sin que se les comprobara el cargo. Salieron libres
bajo fianza cuando reclasificaron el delito del fuero federal al común.
Julieta, de 40 años, murió el 2 de octubre de 2009 de un derrame cerebral poco
después de salir de la cárcel.
Dice Morales:
“Después de cinco años, tuvo que firmar una declaración. Lo presionaron mucho.
Casi lo matan. Recién le sacaron unos coágulos porque lo metieron muchas veces
a bolsas con agua. Un testículo se le hizo más pequeño, producto de toques
eléctricos. Pero le insisten en que entregue el cuerpo”. Freyre contesta:
“¿Cómo les voy a entregar una cosa que ni siquiera sé que existe?”
2 comentarios:
cero comentarios a tu nota es porque se trata de una ensarta de falsedades... k bueno que se hizo justicia en el caso wallace
yo no sé a estas alturas qué es verdad o que no, pero de que esa bola de arpías es culpable, lo es. si esta señora tuvo o tiene el poder de hacer un poco de justicia por su propia mano se lo alabo, lástima que se haya pasado a traer a algunos al parecer inocentes, pero bueno! al fin y al cabo...su hijo también era inocente.
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