13 ago 2012

El Presidente disminuido/ Héctor Aguilar Camín

El Presidente disminuido/ Héctor Aguilar Camín
Columna Día con día, 13 de agosto de 2012
La pregunta política fundamental para modernizar a México es cómo fortalecer el régimen presidencial que la democracia, por buenas razones históricas, ha debilitado hasta casi paralizar.
No soy ingeniero constitucional, ni pretendo serlo, pero, del contacto con distintas reflexiones sobre el presidencialismo mexicano, puedo inferir que lo que nuestro sistema presidencial necesita para fortalecerse no es hacer un nuevo edificio, sino arreglarle unos pisos al que hay.
Tres cambios claves habrían sido suficientes para devolver al Ejecutivo algo del poder que necesita para recobrar la iniciativa.
El primero, darle mayores poderes de veto sobre iniciativas de ley que puedan venir de su oposición mayoritaria en el Congreso.
El segundo, darle mayores poderes de decreto para situaciones de emergencia, llámese una crisis inesperada de influenza, una crisis inesperada de desastres naturales, una crisis inesperada de seguridad pública o una crisis inesperada de contracción económica.
El tercero, darle la facultad de enviar cada año al Congreso dos leyes de obligatoria resolución, con fecha fija, bajo el criterio de la llamada afirmativa ficta, según el cual la ley que envía el Ejecutivo debe ser revisada a más tardar en dos periodos de sesiones de la legislatura, pasados los cuales, si el Congreso no tiene mayoría para reformar la ley, ésta entra en vigor tal y como fue enviada.
Estas tres ampliaciones de facultades bastarían quizá para otorgar al Ejecutivo la fortaleza democrática que le falta desde que en 1997 perdió la mayoría absoluta en el Congreso. Ninguna de ellas vino en la última reforma política, firmada la semana que pasó por el presidente Calderón.
Nada preocupa tanto en las reglas de la democracia mexicana de hoy como la resignación que impone a los actores políticos, la falta de oferta de futuro que se deriva de esto, la falta de una narrativa que señale un rumbo deseable al cual dirigirse.
México ha perdido la épica de la Revolución mexicana que le dio rumbo y cohesión al país durante décadas. Esa tonada nacional se quedó probablemente en la crisis de 1982.
México perdió luego la épica de la modernización con que trató de sustituirse a la Revolución mexicana. El vuelo de la narrativa modernizadora fue interrumpido por la crisis política y económica de 1994-95.
Le quedó al país solo la épica de la democracia, que cumplió su promesa de alternancia pacífica en el año 2000 y desde entonces parece un barco estancado que no produce los bienes que se esperan de ella.
Mientras México tenga un régimen presidencial disminuido, la Presidencia débil será una debilidad de su democracia.

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