4 oct 2012

Alonso Lujambio Irazábal "El Pirata del Senado"

El Presidente Calderón en el Homenaje Luctuoso a Alonso Lujambio Irazábal
Palacio Nacional, a 3 de octubre de 2012
“Hoy, nos hemos reunido quienes hemos sido colaboradores, compañeros y amigos de Alonso Lujambio, para rendirle un homenaje, como se ha dicho ya, a un hombre de Estado, a un hombre de instituciones, a un político ejemplar, a un servidor público excepcional, a un académico brillante, a un gran ser humano.

 “Como he dicho, yo lo conocí un mediodía de 1994. Llegó a mi oficina. Yo era Secretario General del PAN, con un caminar gallardo, y, ya que se sentó en mi oficina, le pregunté: Y tú qué eres de Sergio Lujambio. Y me dijo: Bueno, tú dime primero qué eres de Luis Calderón.
“Dos años después de aquel encuentro, por, circunstancias de la vida, yo era Presidente del PAN, en 1996, y, entonces, me tocaba negociar(…) con el entonces, el Gobierno del Presidente Zedillo, con su Secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, la Reforma Política (…) Y la otra, era designar a los integrantes del nuevo Consejo General del IFE. Nos habíamos propuesto llevar cada partido político PAN, PRI, PRD, algunos nombres. Yo llevaba varios, y uno, fundamental, era el de Alonso Lujambio..
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El discurso completo:
El Presidente Calderón en el Homenaje Luctuoso a Lujambio Irazábal
Palacio Nacional, a 3 de octubre de 2012
Muy buenas tardes.
Muy querida Tere.
Muy queridos Íñigo, Sebastián y Tomás.
Muy apreciables amigos, familiares de Alonso Lujambio.
Estimados compañeros y amigos colaboradores del Gobierno Federal.
Amigas y amigos:
Hoy, nos hemos reunido quienes hemos sido colaboradores, compañeros y amigos de Alonso Lujambio, para rendirle un homenaje, como se ha dicho ya, a un hombre de Estado, a un hombre de instituciones, a un político ejemplar, a un servidor público excepcional, a un académico brillante, a un gran ser humano.
Hoy, recordamos con afecto, con admiración y con respeto a nuestro querido Alonso; un patriota que supo estar a la altura de su generación y de su tiempo, y cuyo paso por la vida estuvo siempre guiado por una gran vocación y servicio a México.
Es muy gratificante constatar la cantidad de homenajes, algunos en vida, como el del IFAI; otros póstumos, como éste; de editoriales en los periódicos, en la radio, en la televisión, de comentarios que se hacen todos los días alrededor de la vida y de la obra de este mexicano visionario, que trabajó sin descanso por el fortalecimiento y el perfeccionamiento de nuestras instituciones. Particularmente, las instituciones democráticas y las de transparencia de nuestro querido México.
Obviamente, la temprana partida de Alonso nos ha llenado de tristeza y de dolor, y nos deja un hueco, francamente, insustituible.
Alonso fue un hombre de familia, por lo que hemos visto, y por lo que hemos escuchado, por lo que vemos todos los días en sus hijos, en sus Tres Mosqueteros, en sus noblotes chavos. Fue un gran padre.
Y sé que no había en él amor más grande que el que sentía por ustedes.
En lo personal, también hemos perdido a un gran compañero de ruta, a un entrañable amigo, a un leal colaborador, con quien tuve la satisfacción de compartir muchos anhelos, muchos valores, muchos ideales.
Decía Adolfo Christlieb. Que la actividad política debe realizarse siempre con optimismo. Y decía Alonso: Que la actividad política es una actividad digna. Hay que implicar, que además él, era una actividad que realizaba con dignidad, y también, con optimismo.
Y así le recordamos todos. Como un hombre alegre, como un hombre valiente, como un hombre optimista, comprometido siempre con la construcción solidaria del bien común.
Ambos sabíamos que el fin superior de la política es generar bienes públicos, y veíamos en el servicio público, la oportunidad de transformar a México.
Por eso decimos, que la Patria ha perdido con él, a uno de sus hijos más destacados. Y aunque él se ha ido, deja una huella indeleble con su ejemplo, y su fructífera trayectoria en muy diversos campos.
En la mejor tradición de los intelectuales, especialmente, los liberales del Siglo XIX, Alonso prodigó su talento, lo mismo en la academia que en el servicio público. En la investigación, que en el pensamiento filosófico. En el periodismo, que en su intensa, aunque breve, vida política.
Por todo ello, le recordamos como un intelectual de la política, un político de la inteligencia y una luz, verdaderamente, en las muchas sombras que pueblan la vida pública de México.
Fue un hombre coherente en su pensar y en su hacer. En él convergían principios y valores y, a la vez, eficacia y visión estratégica. Y tuvo la valiosa virtud de llevar siempre sus actos a la altura de sus ideas.
Sin importar la trinchera en que estuviera, nunca cayó en la gritonería, en la reyerta barata, en la descalificación rimbombante, tampoco en la reyerta. Tampoco trabajó para ganar las ocho columnas de los periódicos.
Nunca vivió para ser permanentemente escuchado por el Opus. Verdaderamente, quería la construcción de un mejor país. Fuera de los reflectores, al margen del oportunismo, luchó invariablemente por las mejores causas de nuestra sociedad.
Como investigador, siempre estuvo tras la pista de personajes.  Siempre estuvo tras los movimientos sociales. Siempre buscó los hechos, los procesos, las opiniones que contribuyeran a la evolución democrática del país.
Echar luces sobre nuestra historia política era algo muy importante para él, particularmente, la que se construía a diario en el país, porque la valoración social de los logros alcanzados era fundamental para conservar lo construido, y avanzar.
Como he dicho, yo lo conocí un mediodía de 1994. Llegó a mi oficina. Yo era Secretario General del PAN, con un caminar gallardo, y, ya que se sentó en mi oficina, le pregunté: Y tú qué eres de Sergio Lujambio. Y me dijo: Bueno, tú dime primero qué eres de Luis Calderón.
Y me hizo una de esas entrevistas a políticos del PAN, del PRI y del PRD, que ha relatado Tere. Entre paréntesis, y luego supe que éramos tantos, yo pensaba que éramos poquitos. Pero hablamos esa tarde largamente. Yo me esmeraba en explicarle, cómo veíamos la transición democrática, entonces.
Uno de los temas, sobre los que hablamos, fue sobre el llamado gradualismo. Y yo, insistía: No. Nuestro esfuerzo no es gradual, nuestro esfuerzo es intenso. Nosotros trabajamos a todo lo que damos, y arriesgamos todo lo que tenemos.
El resultado si puede ser gradual. Sí. Pero es que el resultado está más allá de nuestro esfuerzo. Nuestro esfuerzo no es gradual. El resultado puede serlo, pero, estamos convencidos de que así un México, un día será democrático.
Él advertía, precisamente, en sus diversos estudios, su fe en la democracia, concretamente, en estudios congresionales, dice: La democracia es un sistema frágil, porque supone la convivencia política en una sociedad abierta y crítica.
Y, ahí, mismo, llamaba a impulsar la cultura del diálogo y la cultura de la transparencia. La cooperación y la competencia. La negociación y la exigencia. El respeto a nuestra diversidad, y el respeto a las reglas que, nos hemos dado, para la convivencia en la diversidad. Más claridad política y menos espectáculo político. Más argumentación y menos show, decía, Alonso.
Dos años después de aquel encuentro, por, circunstancias de la vida, yo era Presidente del PAN, en 1996, y, entonces, me tocaba negociar. Sí. Óigase esa palabra, hasta, entonces, pecaminosa y políticamente incorrecta, y que, Alonso, reivindicó, entre otras cosas, en su dignificación de la política. Negociar con el entonces, el Gobierno del Presidente Zedillo, con su Secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, la Reforma Política.
Y recuerdo que, una noche, una madrugada, a las dos y media de la mañana, salía yo de la Secretaría de Gobernación con varios acuerdos bien importantes:
Uno era la Cláusula de Gobernabilidad, que fue el último tema que discutimos y que, finalmente, el Gobierno aceptó en aquella madrugada, estando el Secretario de Gobernación y un servidor nada más, y hablando el Secretario de Gobernación por el teléfono rojo, que ahora tengo ya, finalmente, la curiosidad satisfecha de haber conocido desde el otro lado de la línea. Y salí esa mañana, y eso era una cosa importante.
Y la otra, era designar a los integrantes del nuevo Consejo General del IFE. Nos habíamos propuesto llevar cada partido político PAN, PRI, PRD, algunos nombres. Yo llevaba varios, y uno, fundamental, era el de Alonso Lujambio.
Argumenté, hasta el cansancio, que era un académico sin tache, un hombre congruente. Y retaba que si hubiera una sola imputación que no sólo se probara, incluso, se sospechara de Alonso, lo retiraría inmediatamente.
Alonso pasó a ser parte de aquella pléyade de Consejeros del IFE, que hicieron una gran transformación política en el país. Él tenía una fe invencible en el fortalecimiento de las instituciones, como base de todo cambio político verdadero.
Por ello, jugó un papel medular ahí, en la creación y consolidación del Instituto Federal Electoral, que, verdaderamente, la hicieron una instancia autónoma y ciudadana; un pilar de la transición democrática en México.
Fue, también, pieza clave en el diseño y la redacción de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información. Estaba ahí, respetuosamente, sugiriendo, pero, prácticamente, académicamente ordenándonos a los Diputados, exactamente, cómo debiera ser la nueva ley.
Posteriormente, en el fortalecimiento del propio Instituto Federal de Acceso a la Información, el IFAI, donde luchó por la transparencia y la rendición de cuentas, y donde fue su Presidente.
Desde la academia, quizá, su vocación más querida; Alonso, también, abrazó la noble tarea de formar a varias generaciones de profesionistas al servicio de México.
Entre sus discípulos sembró un firme compromiso con la transformación de la realidad y la construcción del bien común, y lo sé, porque muchos de ellos han sido y son colaboradores cercanos y fundamentales de mi Gobierno.
El propio Alejandro Poiré, Secretario de Gobernación, Alejandra Sota, Directora de Comunicación Social de la Presidencia; Fernanda Vergara, de Opinión Pública; y también, muchos otros. Virgilio Muñoz; Horacio Vives; Mónica Aspe, Érika Contreras, Benjamín Gil; Marco Morales; Ana María León; Legisladores también, funcionarios de otros gobiernos, de ONGs. En fin, de medios.
Alonso fue maestro de una generación bien importante de mexicanos que ahora, una vez que él ha concluido su vida, tienen la responsabilidad, precisamente, de hacer vivir a Alonso, en algo que ha dicho el señor Rector Arturo Fernández: Hacerlo vivir, en tanto que alguien sea, precisamente, recordado, no olvidado.
Fue maestro. Y si intelectualmente era, quizá, el más calificado de los teóricos de los regímenes políticos, particularmente, sobre sus estudios sobre el Parlamento, en términos de principios éticos era un profundo demócrata; un hombre inquebrantable; vaya, que si lo fue, especialmente, en aquellos momentos en que sufrió embates políticos indecibles, cuando sostuvo su postura en la imposición de multas multimillonarias para infracciones a la vida democrática, todavía más multimillonarias.
Alonso fue el protagonista de uno de los momentos en que la autoridad electoral del país mostró más autoridad y más carácter en nuestra joven vida democrática nacional.
Sin embargo, más allá de sus profundos conocimientos académicos y de sus convicciones éticas y democráticas, pienso, y lo confirmo ahora, a partir de lo que he escuchado de Tere, que su pasión largamente guardada, su amor secreto, era la política. Toda esa pasión por el avance democrático del país lo condujo de manera natural a participar políticamente.
Una participación política en la madurez de su vida, que en pocos meses, apuntó claramente como promisoriamente fructífera, de no ser por el terrible mal que lo estaba acechando.
Fiel a sus ideas, a sus principios, finalmente se decidió a entrar en política, a echarse al agua, y hurgó, entonces, en ideas, principios, y tradiciones, empezando por su propia casa, en el legado político y militante de su viejo, como él mismo decía, de don Sergio Lujambio Rafols, fallecido, relativamente, pocos años antes de Alonso.
Finalmente, también, hay que decir viejo nos decía a todos. Por lo menos a muchos que lo queríamos. Algunos sí lo parecíamos, otros no.
Y, entonces, le entró con todo a la política, como era él.
Primero. A través de sólidos estudios académicos, históricos y biográficos, precisamente, como era él.
Conoció, como pocos, el pensamiento y la doctrina, entre muchos otros, de los fundadores de Acción Nacional.
De Manuel Gómez Morin, como sólo él podía, por cierto; de González Luna, por no dejar. Pero su gran afición intelectual ahí, fueron los del lado liberal, católicos o no, pero liberales.
Son admirables, son célebres los estudios que realiza sobre Adolfo Christlieb Ibarrola, las cartas que descubre de Christlieb, las cartas que releía con fruición, con avidez, con cierta mordacidad.
Sus ensayos, los discursos parlamentarios, los artículos periodísticos de éste que, también, murió prematuramente.
Su apuesta al diálogo, la de Christlieb, y a la negociación política como una vía transformadora de la realidad autoritaria nacional.
Destacadamente la polémica de don Adolfo, no siempre cortés y sí muy apasionada con José González Torres y con otras visiones integristas de este tiempo y que, desgraciadamente, prevalecen, incluso, deformes aún más hasta ahora.
Su propio padre había sido seguidor y amigo muy cercano de otro gran intelectual del PAN; Efraín González Morfín, a quien saludo con admiración y gratitud de siempre, desde aquí, en su difícil convalecencia.
Y Alonso seguía explorando en los cajones y en los libreros empolvados de todos aquellos que habiendo tenido una vida ejemplar, carecían de biógrafo y, teniendo una obra enorme, carecían de recopilador, lejos del manto protector del Gobierno autoritario de aquella época y en la soledad del desierto opositor.
Y de esas cosas que hizo, la cual yo le agradezco infinitamente, fue una recopilación de la obra de mi papá, de Luis Calderón Vega.
Y lo digo con la certeza de que hacia allá llegó, hacia allá lo llevó su curiosidad intelectual, más que el afecto que, por supuesto, nos teníamos, y, por supuesto, sin que mediara, entonces, ningún vínculo profesional entre nosotros.
Y para mí, les confieso, que fue fascinante escucharlo. Hagan de cuenta que yo caminaba tras de él, el Flaco de Oro, como, también, se refería Alonso a sus hijos, sobre miles de artículos periodísticos y ensayos de mi padre.
Me leyó fragmentos de una novela inédita que yo no conocía. Sí sabía yo de los personajes, adolescentes, como él, que se sumaron a las labores de apoyo a Los Cristeros de Santa María, en Morelia, de los cuales varios terminaron fusilados.
Sabía de la historia de los panfletos escondidos en macetas de una casona de cantera en Morelia, que fueron quemados en el fogón por las propias tías paternas. Pero no sabía del manuscrito novelado que el tiempo guardó, y que Alonso rescató.
Sabía yo de mi padre, lo que cada hijo sabe del suyo: De sus libros más conocidos, de su sociología, que fue mi propio texto escolar. Pero, Alonso, me llevó en un viaje vertiginoso a conocer, entre otras cosas, sus etapas de evolución intelectual.
Me enseñó sus muchos seudónimos, particularmente, era lógico en alguien que, eterno promotor de proyectos editoriales nuevos, y en eso, mi padre, se parecía a Alonso. Tenía que ser, al propio tiempo, reportero y editorialista, mecanógrafo y corrector, y, además, de eso, tenía que ser, además, de Calderón Vega, Jules de Chantecler, Lazo de Velera, Don Nadie y no sé cuántos seudónimos más.
Completó la obra de El Pildo, como su papá llamaba al mío.  Aunque el proyecto se quedó ahí, ya completo, a merced de las prisas partidistas y, quizá, también, de las mezquindades que son propias de la época. En fin.
Pienso que ahora, lo que hay que hacer es publicar las obras completas del propio Alonso, porque ha sido un hombre prolífico y que ha enriquecido la vida política de México.
Quién será, ahora, el biógrafo de Alonso.
Sin ser aún militante, comenzaba a ser ya el gran intelectual que al PAN tanta falta le hace. Mucho más ahora.
Sus investigaciones y recopilaciones no sólo han contribuido a defender el humanismo político o el solidarismo, que decía Efraín, o el desarrollo humano sustentable que sostuvimos con el propio Alonso.
Sino, también, al comprender en toda su magnitud los cambios políticos fundamentales, que todavía requiere nuestro régimen político. La transparencia, la equidad que sigue siendo aspiracional en muchos renglones, la reelección parlamentaria y de alcaldes, de la cual Alonso fue el principal promotor, el más visible en México durante muchos, muchos años.
Por sus grandes méritos, en abril de 2009, lo invité a integrarse al Gobierno Federal como Secretario de Educación Pública, cargo que desempeñó con absoluta entrega, rectitud y eficacia.
Y desde esa alta responsabilidad, trabajó incansablemente para que más niños y jóvenes tuvieran acceso a una educación de calidad. Lo hizo convencido de que una formación de excelencia es la llave, no sólo para que ellos puedan salir adelante en la vida, sino, además, para construir un México competitivo y ganador.
Con el liderazgo que siempre lo caracterizó, supo articular estrategias, conciliar intereses y vencer obstáculos para avanzar en la transformación educativa que necesita México. Gracias a ello, fue el artífice de muchos de los cambios más trascendentes que hemos conquistado en ese rubro.
Y si algo puedo decirles, es que Alonso Lujambio nunca cejó en su empeño por abrir más oportunidades educativas para los niños y los jóvenes, y por mejorar las condiciones de estudio de todos los alumnos, en especial, de quienes viven en las escuelas más pobres, o alrededor de las escuelas más pobres del país.
Recuerdo bien que disfrutaba intensamente asistir a las inauguraciones de cursos de los nuevos bachilleratos y de las nuevas universidades, especialmente, universidades tecnológicas, que con el apoyo de la Secretaría de Educación Pública fueron abiertos. 140 centros de estudios superiores nuevos, en su mayoría institutos y universidades tecnológicas, reitero; y más de mil bachilleratos y escuelas de educación media superior.
Un mérito indiscutible de los Secretarios: Josefina Vázquez Mota y, desde luego, del propio Alonso Lujambio, y ahora, completados por el doctor Córdova.
Fue especialmente enfático en la lectura. En eso, también, era bien vasconcelista. Establecer parámetros de lectura. Nos repetía incesantemente cuántas palabras es deseable que se lean, y a qué edades. Fue insistente en que lanzáramos una campaña para que los padres leyésemos 20 minutos diarios con nuestros hijos. Seguimos en una deuda enorme con él.
Conocedor de la historia y patriota, en cuanto protestó el cargo y emulando a su predecesor Justo Sierra, al que invocó en ese momento, pidió asumir, también, la Coordinación de los Festejos del Bicentenario, llevando a la Secretaría Educación el Instituto de Estudios Históricos de las Revoluciones, que bregaba con enormes dificultades con el tema, sin conducción y sin apoyo político y económico suficiente en la Oficialía Mayor de la Secretaría de Gobernación.
Y, entonces, desempeñó, también, notablemente esa tarea. Por supuesto, los difíciles tiempos de entonces, complicaban tremendamente su reto.
La tensión social vivida, por una parte, bien importante, derivada del terrible golpe económico de la crisis económica mundial que golpeó intensamente a México y que redujo el ingreso de muchos mexicanos en ese momento, justo en su momento más crítico se asomaba el Bicentenario.
La ola de violencia desatada por las bandas criminales, precisamente, en su momento más cruento y, sobre todo, la crispación política, provocada, por un lado, por muchos años de siembra de odio que, por desgracia, se han hecho en nuestro país en los años recientes.
Y por la otra, también, crispación política provocada casi deliberadamente por las ambiciones políticas ya entonces desatadas y corriendo desaforadamente rumbo a la sucesión presidencial.
Todo ello confabulaba y hacía todo lo posible por contraponer odio y reyerta, a la unión patriótica que el momento ameritaba.
Pero no puede negarse que aquellas Fiestas Patrias del 2010, y en particular, las festividades del 15 y 16 de septiembre del aquel año, fueron esplendorosas e inolvidables.
En gran parte, gracias a Alonso Lujambio y muchas de esas obras perdurarán por siempre, desde luego, en metas logradas de política pública, como en cobertura universal de salud o en cobertura universal en educación primaria, pero también, en galerías, monumentos, museos, puentes, carreteras, hospitales, escuelas, barcos, satélites en cuyo nombre, se conmemorará siempre el Bicentenario de la Independencia.
Lo que es claro, es que, trabajando de la mano de los maestros, los estudiantes, los padres de familia y las organizaciones de la sociedad civil, logró que la educación fuera, en verdad, una tarea de todos.
Gracias a ello, puso los cimientos sobre los que se desarrollará la Escuela Mexicana del Siglo XXI.
Su trabajo en la Secretaría, el momento tan, especialmente, desafiante que le tocó vivir ahí, limitó poderosamente su capacidad para desarrollar un anhelo personal que pocos conocían, hasta hacía poco tiempo: Su aspiración legítima para ser Presidente de México.
La enorme tensión política, el constante acoso mediático de una responsabilidad compleja que nunca abandonó, le restaron posibilidades y el crecimiento necesario en el conocimiento público y en las preferencias electorales, indispensables para alcanzar su objetivo.
Recorrió el país, pero nunca, nunca abandonó un minuto su labor de Secretario de Educación. Pudo haber simulado que era Secretario de nombre y ser precandidato de tiempo completo, pero fue responsable y se negó a hacerlo.
Fue Secretario de Educación Pública tiempo completo. Y entregó, apenas, el año pasado, algunos de los cambios más importantes en el sector educativo nacional de los últimos años.
Concretamente, su gestión fue crucial. En el último año de su vida, para reformar la Carrera Magisterial; entiéndase, el principal mecanismo de compensación económica de los profesores, que ahora, y, gracias a él, y, por primera vez en la historia, está orientado, mayoritariamente, a los resultados en calidad, al rendimiento y al avance académico que los maestros logren en sus alumnos. Y, también, consiguió, inédito, la Evaluación Universal de maestros en el Sistema Educativo Nacional.
Hay quien no comprendió, o nunca quiso aceptar, el notable trabajo de conciliación, de política real hecho por Alonso, en particular, en la relación con el sindicato de maestros. La realpolitik, de la cual hablan tanto sus críticos en este aspecto, y que tampoco conocen.
Efectivamente, como toda política inserta en la realidad y no en la rimbombancia de las orugas doctas de periódico o de café, Alonso supo enfrentar el reto, lidiar con estructuras de poder que más que soporte político, tienen soporte legal. Algo que no se acaba de comprender.
Y supo, así, en ese contexto, arrancar acuerdos, arrancar compromisos y obligar a su cumplimiento, lo cual, ha generado y generará mucho más innumerables bienes públicos.
Sus problemas de salud comenzaban a molestar de más en un año tan vertiginoso, como él vivió, en 2011. Me dijo que, quizá, tendría algo parecido a la afección que tuvo su padre a una edad mucho más avanzada. Pienso que es algo sencillón, viejo, me dijo, en su estilo suelto y afectivo.
El profundo e inagotable amor que Alonso Lujambio tenía por México le hizo darnos, a todos los mexicanos, una última lección de orgullo, de coraje y de dignidad. A pesar de la terrible enfermedad que le aquejaba, regresó a nuestro país para cristalizar uno de sus más caros anhelos: Tomar protesta como Senador de la República. Llegaba, finalmente, la hora de la política.
Sería, sin duda, con su talento, con su congruencia, con sus principios, con su refinada oratoria, con su elegancia y verticalidad material y moral, uno de los mejores Senadores de la República.
Con este acto fundamental, Alonso cumplía con una de las instituciones que mejor conoció y que más respetaba. Llegaba, al fin, a la política para dignificarla, a donde quería estar. Su pasión personal.
Y aunque su salud declinaba rápidamente, llegó a pesar de su salud, en plenitud de su vida. Pocos días antes, celebramos con él, jubilosos, sus 50 años. Sabíamos que podía ser, también, una despedida.
El tiempo que vayas a vivir, vívelo intensamente, le dije. Él dijo que sería Pirata del Senado. Cantamos un rato. Nos abrazamos. Te quiero mucho, nos dijimos, y nos despedimos.
No puedo dejar de mencionar que el Pirata del Senado llegó, así fuera por unos días, a disfrutar la isla de su tesoro: La política. Tampoco, puedo dejar de decir que Alonso. Alonso es el tercer Secretario de Estado y amigo personal que ha colaborado conmigo y que muere prematuramente.
Le agradezco, en el caso de Alonso, a la vida que, cuando menos, no fue súbito. Hubo tiempo de platicar juntos, un poco de la vida y de abrazarnos. De aprender juntos lo valioso que es cada día que se vive, cada momento, cada uno de los seis meses que le arrancó al pronóstico de los médicos.
Pero no dejo de pensar. Y no puedo omitirlo hoy: Cómo es posible que habiendo tanta gente perversa, tanta gente negativa, la muerte se lleve a los mejores y a los más queridos.
Porque creo en la libertad humana. No creo en la suerte, ni en el destino, cuando median decisiones humanas. Y tampoco pienso que la bondad Divina puede infligir dolor así, y nada más porque sí. De puro gusto.
Cuando hay dolor inevitable, al que se refería Gómez Morín, creo en la ciencia, y también, creo que la ciencia no ha podido superar males como los de Alonso.
Y también sé que las probabilidades de enfermedad y de accidentes existen, y se concretan en circunstancias demostrables, como en los casos de Juan Camilo, y de José Francisco.
Y espero, y deseo, fervientemente, que donde quiera que estén. Estén bien, estén en paz y cuiden de nosotros. Pero, sobre todo, en el inmenso dolor que nos deja su ausencia, he  aprendido de los amigos que se van, que nos dejan como tarea aprender de manera apremiante la importante lección que, con su muerte, nos dejan de la vida. Aprender y recordar, y agradecer que tenemos muchos amigos; seres que nos quieren y a los que queremos.
Me deja como lección, Alonso, que habrá que vivir la vida intensamente, como la vivió él. Nos deja, a todos, la lección de aferrarnos a la vida, como lo hizo él, y de vivir cada momento de ella sonriendo cada vez que se pueda, siendo el Pirata del Senado o de la vida; y aunque sean pocas las ocasiones en que se pueda sonreír.
Vivir intensamente y florecer como él floreció. Así, amigas y amigos, llevémonos de Alonso todo lo que él quiso dejarnos: Su inteligencia, su alegría, sus manos largas, sus gestos, su silueta y su rostro elegantes y espigados; su voz grave, sus estudios parlamentarios, su profundo conocimiento de la teoría y la práctica política, sus discursos y sus ensayos; sus exigencias de democracia, de honestidad, de transparencia, de equidad. Sus lances por la Reforma Política que falta.
Yo me llevo eso y, también, me llevo el recuerdo de que escribíamos con la misma mano izquierda, de que éramos de la misma edad. Me llevo el recuerdo de cuando cantábamos juntos canciones de trova cubana y Sólo le Pido a Dios, él aferrado a su bombo legüero.
Me llevo, también, las tardes de que hablábamos con emoción de nuestros respectivos padres, exactamente con la misma emoción y con la misma gratitud, con la misma ilusión de emularlos.
Me llevo, también, de él, el recuerdo de que amamos apasionadamente a México, igual y queríamos para la Patria, queremos todavía, querremos siempre, el mismo futuro.
Llevemos con nosotros lo que Alonso quiso dejarnos y luchemos por la Patria que él quiso y por el bien que él amó.
Llevémonos a Alonso, sembrémoslo y florezcamos donde quiera que nosotros hayamos sido plantados.
Descanse en paz, querido compañero y amigo.
Adiós Alonso.
Te vamos a extrañar mucho.
*
Diversas intervenciones en el Homenaje
Arturo Sánchez Gutiérrez, Investigador asociado del Colegio de México.
Buenas tardes, señor Presidente de la República; licenciada Margarita Zavala; estimada Tere; Iñigo; Tomás; Sebastián; amigos todos.
Resulta difícil, después de un video, que nos muestra a Alonso como era, como sentía, como quería a su país.
Durante los últimos ocho días, hemos escuchado referencias sobre Alonso Lujambio, llamándole un Hombre de Estado. Esa es quizá la mejor manera para caracterizar a un funcionario público preocupado por el estudio, desarrollo y fortalecimiento de las instituciones de la República.
En cada una de las sillas que ocupó en la Mesa del Consejo General del IFE, en la Presidencia del IFAI, en el escritorio que, en efecto, bien recordaba alguno de los entrevistados en el video, utilizó alguna vez José Vasconcelos o incluso, desde su escaño, en el Senado de la República.
Ese hombre de Estado aplicó imaginación, creatividad, visión de futuro y una gran sensibilidad política.
Lo recuerdo en el IFE, cuando en la aplicación estricta del Reglamento de Fiscalización y en la aplicación de las sanciones a todos los partidos políticos, su preocupación la centraba en no hacer del Instituto una autoridad odiosa, como él decía.
Por eso, asumía profundamente la responsabilidad de ser creativo para proponer nuevas normas que resolvieran los problemas, no solamente que estuvieran orientadas a aplicar mejor alguna sanción. Por eso, ser un hombre de Estado, implicaba para Alonso Lujambio, también, ser consistente con principios y creencias, bien arraigadas en él.
José Woldenberg destacó, recientemente de Alonso, sus convicciones democráticas y su compromiso con la legalidad. Quizá, por eso, sentía una fuerte admiración por don Sebastián Lerdo de Tejada, aquél liberal que, siendo presidente de la Suprema Corte de Justicia, sucedió a Benito Juárez en la Presidencia de la República.
De él, Alonso Lujambio escribió; cito: Lerdo de Tejada le dio poder al Estado para impulsar la agenda liberal, y ajustó pesos y contrapesos en las instituciones del Estado.
Pareciera que Alonso tenía claro que el Estado Mexicano de hoy, sólo se podría fortalecer en la medida en la que existieran pesos y contrapesos entre los Poderes de la Unión.
En la generación de un esquema de relaciones, donde la autoridad no fuera odiosa en el ejercicio del poder, pero que sí fuera firme a la hora en que fuera necesario impulsar una agenda clara y orientada al bien de la Nación.
Con esas convicciones, con esa carga emotiva, con esas sensaciones al hombro, se entiende de Alonso su satisfacción por haber tomado posesión de cada cargo que ocupó, pero muy especialmente cuando, regresando de Estados Unidos, protestó como Senador de la República.
Sus estudios legislativos lo llevaban naturalmente hacia allá. En medio de su tenacidad o necedad, debo decir, pronto quiso formar un equipo, emitir las instrucciones necesarias y empezar a producir y proponer.
En los pocos días en el Senado, ya empezaba a trabajar de esa manera. Alonso dijo recientemente que había vivido la vida muy rápido, pues sí. Ser Consejero Electoral a los 34 años de edad, ya con una buena producción académica y con un proyecto en mente, le quería vivir la vida de manera muy apresurada.
Así, como pedía contrapesos para la Nación, debo decir que, afortunadamente para todos nosotros, un contrapeso claro en la vida de Alonso, es que la supo vivir con un gran sentido del humor.
Cómo no recordar su capacidad gesticuladora, con aquellas grandes manos para imitar a sus colegas, o al Presidente de la República, o a los expresidentes de México. Cómo no reír, al recordar los apodos que le ponía, sin pudor alguno, a todo el que entrara a su oficina, o sus disculpas ante las colaboradoras de su equipo por el uso frecuente de palabras altisonantes que él denominada: mi español antiguo.
Qué difícil perderlo, porque entre sus regaños, risas, exigencias y necedades, Alonso sabía ante todo ser amigo y ser maestro. En estos días, muchos de sus alumnos y asesores han recordado las enseñanzas peculiares de quien exigía calidad en cada trabajo, en cada tarjeta, en cada cuadrito, como él llamaba, que utilizaba para poner los datos y de esa manera, fortalecer sus argumentos.
Todos veíamos cuando de nosotros, en algún momento, recordaba su exigencia de ser escuchado: no te distraigas, no veo que estés tomando notas. Él quería atención, porque generaba ideas permanentemente.
Recuerdo, también, cuando la Cámara de Diputados me hizo el honor de nombrarme Consejero Electoral del IFE. En aquella ocasión, Alonso me dijo muy enfático: en esa mesa, Arturo, el éxito de tu consejería radicará en la fortaleza de tus argumentos.
Y yo ya sabía qué quería decir eso: ideas claras, datos precisos, lógica impecable, proyecto claro. Por eso, Alonso, era un gran maestro, y al serlo, también, era un gran amigo.
La partida de Alonso es una gran pérdida para México, para nuestras instituciones democráticas, para el Senado de la República, para sus amigos y para su familia.
Deja un gran legado. Su sólida formación, su extraordinaria disciplina del trabajo, su excepcional inteligencia, la percepción y precisión de sus conceptos, su soberbia intelectual, el carácter caustico de sus ironías y sarcasmos, su devoción a los libros y, desde luego, su devoción a su esposa y a sus hijos.
Porque Alonso, además, supo ser un hombre de familia. Quedan ahí, sus enseñanzas y recuerdos. Queda, también, el ejemplo y la entereza. Queda ahí, la fuerza de su familia que supo acompañar a un hombre como Lujambio en todas sus decisiones, hasta el final.
Es un honor haberlo conocido. A Alonso lo recordará todo el mundo, es un hombre que le pertenece a México.
Muchas gracias.
*
Arturo Fernández Pérez, Rector del Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Muy querido señor Presidente; muy estimada Tere; muy apreciados familiares y amigos de Alonso:
Nos hemos reunido esta tarde para hacer un merecido homenaje póstumo a Alonso, quien ha sido uno de los más queridos y respetados miembros de la comunidad universitaria del Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Alonso fue un hombre de una calidad humana extraordinaria, que a lo largo de su corta, pero intensa vida académica y profesional, luchó con valentía y gallardía por los más altos ideales y valores que le han dado sentido a nuestra misión educativa.
Nos hemos reunido para recordarlo y lamentar su prematura partida. Todo deceso es triste, pero el de un hombre joven, con tanta energía y con tanto por hacer no sólo es muy doloroso, es incomprensible y difícil de aceptar; son los misterios inescrutables de la vida humana.
Nos hemos reunido para expresar nuestro dolor por esta pérdida irreparable. Toda vida humana es ya valiosa, pero la de Alonso estaba llena de logros y frutos, y, también, de luminosas promesas por realizar.
Nos hemos reunido para reconocer, también, sus invaluables contribuciones a la comunidad universitaria. La relación activa de Alonso con el ITAM, institución a la que siempre consideró su casa, se extendió a lo largo de tres décadas, como estudiante, como profesor y como Director de la Licenciatura en Ciencia Política.
Influido por una larga tradición familiar, Alonso ingresó al ITAM, en 1981, para estudiar la carrera de contaduría pública. Sin embargo, la formación humanista que se imparte en este Instituto, que Alonso asumió con pasión, le permitió encontrar su verdadera vocación en el ámbito de las ciencias sociales.
Tramitó su cambio a la carrera de licenciatura en Ciencias Sociales, programa que años más tarde daría lugar a la licenciatura en Ciencia Política.
En el ITAM, Alonso encontró un lugar ideal para configurar y afinar su ideología liberal en la mejor tradición de don Manuel Gómez Morín a quien mucho admiró, a desarrollar sus capacidades analíticas y técnicas.
Desde muy joven, Alonso participó con pasión en debates y discusiones con sus profesores sobre el rumbo a seguir de un país que, en aquel momento, se reinventaba en lo político y en lo económico.
Nos hemos reunido para agradecer sus enseñanzas como maestro. Alonso gozaba intensamente del ejercicio de su vocación docente, ensanchó el horizonte de sus estudiantes con conocimientos y reflexiones, les infundió su compromiso con la verdad y con las mejores causas.
Hemos recibido innumerables palabras de afecto y dolor de sus estudiantes, quienes nos han recordado la gran influencia que Alonso tuvo en su proceso formativo.
La faceta de Alonso como profesor es, sin duda, una de las más valiosas y memorables, y por la que será recordado entrañablemente.
Alonso fue profesor carismático, fuente de inspiración para generaciones de estudiantes de Ciencia Política. Sus alumnos recuerdan su pasión por los temas públicos y por su convicción que repetía incansablemente, señalando que la política debería ser un oficio respetable.
Nos hemos reunido para corresponder a su amistad.
Alonso supo cultivar la amistad de propios y de ajenos, su bonhomía le gano el afecto y el respeto de sus contemporáneos.
También, nos hemos reunido para valorar su vida y su obra, para apreciar su legado, porque Alonso tuvo una existencia fructífera en todos los campos de su actuación, era un hombre incansable e hizo muchas cosas valiosas.
Pero fue más allá. Nos dejó un legado en la conformación de las instituciones políticas, que él contribuyó a cimentar y a consolidar. Para quienes reconocemos en Alonso a un gran intelectual, capaz de influir en el pensamiento y en las instituciones del país, su paso por el servicio público se sugería como una amenaza a su productividad académica y literaria.
No pudimos estar más equivocados. Escritor incansable. Alonso nos sorprendió con una vasta producción literaria, de ensayo político. Lo mejor, incluso, lo mejor de su producción se dio, precisamente, en el servicio público, donde el flujo luminoso de las ideas confluía con el inclemente torrente de las realidades políticas.
Nos hemos reunido para elogiar sus virtudes como hombre de bien y de provecho. Era Alonso afable, honesto a carta cabal, generoso, inteligente, con el don de la palabra y la gracia de la acción, y comprometido, desde luego, siempre con el bien común.
Y nos hemos reunido, también, para celebrar su pasión por la educación. Tenía la convicción de que la educación es el medio idóneo para transformar al ser humano y a la sociedad misma. Y se empeñó en ello una parte importante de su vida.
Nos hemos reunido para destacar, también, su amor por México. Siempre Alonso pensó que la nuestra era una gran Nación en construcción, que necesitaba del talento y del compromiso de los ciudadanos. Se sentía orgulloso de ser mexicano y de luchar por el desarrollo democrático y la emancipación social de nuestra querida Nación.
Un adagio oriental dice, que un hombre muere cuando se le olvida. Y Alonso no se olvidará. Sus obras y sus contribuciones serán testigos fieles de su presencia, sus enseñanzas y reflexiones acicate de nuestro quehacer.
Nuestras más sentidas condolencias para su adorada esposa Tere. Para sus queridos hijos: Íñigo, Sebastián y Tomás, y para toda su respetable familia. Nuestras condolencias, también, para toda la comunidad universitaria, del Instituto y todos sus amigos.
Señor Presidente, señoras y señores:
Que este homenaje póstumo sirva para honrar a quien honor merece, y valga para ilustrar a nuestros jóvenes estudiantes sobre lo que significa y exige una vida ejemplar.
Descanse en paz, Alonso Lujambio.
Gracias.
*
Jaqueline Peschard Mariscal, Comisionada Presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos.
Buenas tardes, señor Presidente Felipe Calderón Hinojosa. Buenas tardes, señora Margarita Zavala.
Querida Tere, Iñigo, Tomás, Sebastián.
Buenas tardes, señoras y señores.
Conocí a Alonso hace más de 25 años, cuando siendo él estudiante del ITAM y yo ya era profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, me visitó para pedirme que leyera su tesis de licenciatura, que era sobre formas de representación política.
Ese primer encuentro con Alonso fue alrededor de nuestro interés común por el sistema político mexicano. Era, Alonso, una joven promesa que muy pronto se convirtió en una realidad intelectual plena.
Diez años después, coincidimos como consejeros electorales en el IFE, y ahí compartimos siete años de trabajo arduo, cotidiano, orientado por su mandato constitucional, que era la edificación de una institución llamada a colmar una honda exigencia social; contar con una autoridad electoral imparcial, confiable técnica y políticamente, y que, además, se quería ciudadana; es decir, sin adhesiones o correas de transmisión con el gobierno o con los partidos políticos.
Durante esos años descubrí a Alonso, quien ya para entonces era un académico reconocido por su vocación a favor de la ciencia política mexicana que exploraba nuevos paradigmas, interpretación que el análisis de nuestra realidad política pudiera alcanzar una mayor profundidad y significación.
Siendo politólogo en sentido estricto, Alonso pugnaba por una interlocución permanente con la historia en primerísimo lugar, pero también con el derecho. Era un intelectual del encuentro entre múltiples disciplinas.
En el IFE, Alonso fue convirtiéndose en un líder de los Consejeros, porque al encabezar la Comisión de Fiscalización de los Recursos de los Partidos Políticos, se empeñó en que fuera la fuerza de la ley, junto con la de la razón y el interés públicos lo que guiará las resoluciones de dicha comisión.
La desfiscalización era, sin duda, la más complicada de las comisiones del IFE, justamente, porque tenía encomendada la revisión de los ingresos y los egresos de los partidos para cumplir con uno de los principios sustantivos de elecciones democráticas; la existencia de condiciones equitativas de competencia.
La integridad ética de Alonso fue su rasgo distintivo. Independientemente, de sus  simpatías ideológicas, o de sus convicciones políticas, siempre guio sus acciones por los valores de la justicia y la legalidad, aplicando la norma por igual a todos los partidos fiscalizados.
Cuando el IFE enfrentó los dos  casos más complicados de fiscalización, los famosos Pemexgate y Amigos de Fox, entre 2000 y 2003, Alonso se entregó en cuerpo y alma a investigar a fondo al PRI, por un lado, y a la coalición del PAN y del Partido Verde Ecologista, por otro, porque habían utilizado fondos que no habían sido reportados a la autoridad, que provenían de fuentes ilegales, o que rebasaban el tope de aportaciones de privados, o de gastos de campaña. Es decir, él pudo identificar si se habían violado las normas de la equidad electoral.
No cejó en su empeño de sortear los obstáculos del secreto bancario, o de estrechas interpretaciones de la norma para descifrar los flujos de recursos indebidos, y para probar que existían infracciones importantes que debían de ser ejemplarmente sancionadas.
Al frente de la mencionada Comisión de Fiscalización, Alonso dio muestras de la intensidad con la que se comprometía en todas las actividades que emprendía, fueran intelectuales, profesionales, como servidor público o como político. Pero esa intensidad que lo hacía, como él mismo decía, vivir muy de prisa, siempre estaba orientada por valores no sólo humanos, sino cívicos y políticos profundos, porque estaba convencido de que para erigir cimientos sólidos de un edificio democrático, había que apostar por las instituciones y por las leyes como pilares esenciales.
Después de nuestro paso por el IFE, Alonso y yo viajamos juntos con la División de Asistencia Electoral de Naciones Unidas a Iraq, después de la guerra de 2004, para ayudar a construir el Sistema de Representación y la autoridad electoral en ese país para que pudiera dar confianza a la población iraquí.
En esas tres semanas de convivencia en Iraq, ratifiqué mi admiración por su personalidad cálida y gentil, pero al mismo tiempo, apasionada y llena de creatividad en un contexto que era particularmente riesgoso.
En 2007, me incorporé como Comisionada al IFAI, siendo Alonso su Presidente y, durante dos años, fui testigo de una faceta más de su integridad moral y política, y de su vocación democrática en un momento en que gobernaba el PAN; es decir, el partido de sus inclinaciones doctrinarias.
Alonso era un convencido de que la transparencia no sólo era un requisito, sino una condición ineludible de la democracia que, además, obligaba particularmente al partido en el poder, aún cuando ello pudiera beneficiar a sus propios opositores.
Alonso decía, entonces, cito: Independientemente del partido que gobierne, independientemente de los vaivenes de los procesos electorales a nivel Federal o estatal, la regla de oro será sellada así: quien esté en el Gobierno debe de proporcionar información cierta, actual, fidedigna a su adversario, pero, también, a su aliado o a cualquier ciudadano, a cualquier persona. En nuestra democracia, decía: no se podrá sacar ventaja del uso discrecional y patrimonial de la información gubernamental.
Era un posicionamiento no sólo ético, sino político de la función que cumple la transparencia en una sociedad que se quiere democrática.
Aunque sólo en los últimos años de su vida incursionó realmente en la política, Alonso siempre considero a ésta como una cosa digna. Así lo expresó, al asumir el cargo como Secretario de Educación Pública.
Estaba convencido de que el quehacer político era la vía no sólo para impulsar políticas públicas adecuadas y pertinentes para el desarrollo del país, sino, también, y, sobre todo, para dignificar a las personas. Era un enamorado de la acción pública.
Por último, y no menos importante, Alonso era una persona encantadora, que tenía siempre una palabra o un gesto amable con todas las mujeres que estaban cerca de él; era un caballero en el sentido pleno del término.
Yo lo recordaré siempre por lo mucho que le aprendí, y por lo muy grato que fue compartir con él espacios y tiempos que resultaron virtuosos para la construcción institucional de este país.
Descanse en paz.
*
María Teresa Toca, Viuda de Lujambio.
Licenciado Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos; licenciada Margarita Zavala; distinguidos invitados; amigos todos.
Muchas gracias a quienes propusieron este homenaje. Gracias a quienes lo hicieron posible. Y gracias a los que nos acompañan.
Si alguien le hubiese dicho a Alonso que sería homenajeado en Palacio Nacional, se hubiese sentido el más orgulloso de los mexicanos. Con el profundo amor que siempre le tuvo a México, a sus hombres, a sus valores, a su pasado y a su futuro, a su ser.
Con la pasión y la curiosidad continua que sentía por su historia, por la historia de sus Constituciones, por la de sus Poderes, hoy, estaría contándonos que este lugar, este Palacio donde hoy estamos reunidos, y lo cito: tiene para los mexicanos un valor excepcional, ya que no hay edificio nuestro que tenga una densidad histórica y política más profunda que éste.
Recuerdo los sábados o días festivos que, con mis hijos, recorríamos las calles del Centro y, como visita obligada, veníamos a Palacio Nacional.
Aquí, Alonso, les contaba que estuvo uno de los grandes palacios de Moctezuma. Aquí, vivió Hernán Cortés. La Corona Española construyó aquí, el Palacio Real. Este Palacio fue la casa de todos los virreyes durante 300 años, después Iturbide lo convirtió en Palacio Imperial de México. Fue Cámara de Diputados, fue la sede de la Suprema Corte de Justicia. Durante casi un siglo albergó al Senado de la República. Ha sido la gran casa mexicana, residencia del Presidente de la República durante 60 años, desde el primer Presidente, Guadalupe Victoria, hasta Porfirio Díaz.
Aquí, se firmó el Acta de Independencia de 1821. Aquí se juró la Constitución de 1857. Aquí, vivió y murió Juárez. Aquí, fue detenido Francisco I. Madero. Estamos en el corazón político de la República, así lo dijo Alonso en septiembre de 2010, al inaugurar la exposición de la Galería Nacional.
Aquí, en el lugar que él tanto amó, y en el que agradezco sea homenajeado.
Qué decir de Alonso Lujambio, cuando, como familia, en la última semana hemos recibido las más diversas, maravillosas, sinceras y verdaderas muestras de cariño, admiración, respeto e inspiración por Alonso, y sobre la huella que dejó en cada persona que lo conoció.
Muchos han hablado y escrito del maestro, del funcionario electoral, del Presidente del IFAI, del intelectual, del académico, del profe, del Secretario de Educación, del constructor de instituciones democráticas, del mexicano.
Yo, hoy, quiero hablarles de Alonso, el hombre, Alonso el padre, el esposo, el ser humano.
Antes que nada, Alonso era, como lo dijo Enrique Krauze, un alma hermosa y extrañamente cándida.
Alonso era hermoso por fuera, pero más lo era por dentro. Alonso tenía un corazón enorme, todo y todos le preocupaban.
Una amiga lo describió, el otro día, como héroe, gurú, hermano, maestro, casi papá.
Y es que se ocupó de todo y de todos siempre, desde pequeño, con una angustiosa responsabilidad y con una prisa perenne, pero siempre animosa, divertida y entusiasta.
Alonso era un hombre optimista. Él mismo decía que era el más radical de los optimistas, y lo fue hasta el último de su vida. Era un hombre inspirador, al que quería seguir para oírlo hablar de lo que fuera, para que te contara en qué tema nuevo andaba, qué curiosidad traía, qué meta quería alcanzar.
Eso, creo yo, es lo que hacía de Alonso alguien tan especial, tanto que era fácil que se quedara en el corazón de cada persona que lo conoció. Hay gente que me dice: por él empecé a leer, él me regalo mi primer libro. Sus alumnos politólogos, de muchas generaciones, me dicen: A Alonso le debemos nuestra vocación.
Vocación. Eso me lleva a una de sus preocupaciones históricas personales. Le preocupaba, desde pequeño, a qué se iba a dedicar cuando fuera grande. Le costó trabajo encontrar lo que quería hacer de su vida. Cambió tres veces de carrera, hasta encontrar su vocación.
Tras dejar medicina, filosofía y la carrera de contabilidad, como dijo aquí, el Rector, decidió estudiar Ciencias Sociales, quería ser maestro. Pero eso es que decide, tras trabajar unos años en Banamex como analista político, irse a estudiar la maestría y el doctorado en ciencia política en la Universidad de Yale.
Quería estudiar con el hombre que más sabía sobre transiciones a la democracia; el profesor Juan Linz. Quería entender y explicar por qué la transición a la democracia mexicana era tan lenta y tan compleja.
Estamos en el año de 1990, Alonso tenía 27 años. Necesitaba estudiar la maestría y el doctorado, porque quería dedicar su vida a la enseñanza. Y para vivir medianamente, Teresa, me decía, siendo profesor, hay que tener esos grados.
Cubrió todos los requisitos y, al término de los tres años, regresamos a México con la idea de realizará 90 entrevistas a políticos destacados de las tres fuerzas políticas; 30 del PRI, 30 del PAN y 30 del PRD. Eran entrevistas académicas para su tesis doctoral.
Mientras tanto, fungía ya como Director de la Licenciatura en Ciencia Política en el ITAM. Sus alumnos lo describen como puntual, informado y deslumbrante. Sus altas cartas académicas y sus conocimientos sobre el sistema electoral, le dieron la gran satisfacción de tener la primera oportunidad de servir a su país, a los 35 años, desde el IFE, la Institución  clave para la tan anhelada y estudiada transición a la democracia.
Fueron los años del Pemexgate y Amigos de Fox, años de entrega, de dedicación, de compromiso, de imparcialidad, de responsabilidad; era el fiscal de hierro.
Después de siete años en el IFE, regresó al ITAM de tiempo completo, al aula, a la enseñanza; tenía claro que la academia era lo suyo.
En 2003, y como consecuencia de su experiencia electoral, fue invitado, como le decía Jacquie, por la Organización de las Naciones Unidas, la ONU, para formar parte de un equipo selecto de expertos en materia electoral para negociar, definir y construir la Ley Electoral, con la cual los iraquís votarían por primera vez en su historia.
A toro pasado, pesado que qué osados fuimos. Alonso se fue a un país en medio de una guerra. Recuerdo que me escribía mientras oía a los morteros caer cerca del lugar donde se encontraba; fue a dialogar con chiitas, con sumitas, con arameos, y logró ponerlos de acuerdo y les diseñó su sistema electoral.
Quiero hacer un paréntesis, nada más, porque esa es una cosa muy chistosa, y él siempre tuvo muy buen sentido del humor:
La jefa de la ONU, que era una Colombiana, que decían que era una tiburona política, por su estatura política, pero también por su tamaño. Cuando llegaban con los chiitas y los jeques árabes. Dice que lo presentaban ahí, y bueno, esta mujer, no me acuerdo ahorita su nombre, le decía. Pero vos, qué problema tenés, si ya dialogaste, si ya negociaste con priistas, con panistas, con verdes, con perredistas, que ya que más quería, venía negociar con chiitas y sumitas, más pacíficos. Pero, le decían que cómo estaba ahí, que porque. En fin.
Alonso era un hombre que encontraba solución a los problemas mediante el diálogo y la razón. De ahí surgía, creo yo, su eterno conflicto entre dedicarse a la vida académica o intelectual, o a la vida política. Eso sí que le quitó el sueño más de una vez.
Para el 2004, a los 42 años, otra buena oportunidad entra en su vida, de consolidar otra Institución muy querida y vanguardista en aquella época; es nombrado Comisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, el IFAI, y a los pocos meses electo entre sus pares para ser el Presidente de esa Institución, insignia de la consolidación democrática.
En abril de 2009, fue nombrado por el Presidente de la República como Secretario de Educación Pública. Parecía que Alonso regresaba a sus orígenes, al tema educativo, al de la formación de los jóvenes y ahora, también, de los niños.
Sabía de la alta responsabilidad y del papel fundamental que tiene la política educativa en la definición de lo que los mexicanos queremos en el futuro.
Y al tomar posesión, se autodefinió, como ya lo han dicho aquí todos, como uno de aquellos que creen que es verdad, que hacer política es cosa digna.
En pocos meses después, decidió dejar a lo intelectual y afiliarse al Partido Acción Nacional, partido al que tanto estudió. Ahora, sería un militante activo, entrar a la política de lleno para hacer política digna, para hacer política eficaz, para hacer política responsable.
Las cosas no fueron fáciles. Se encontró con grandes retos, pero su deseo era servir y hacer una diferencia, y la hizo. Convocó y dialogó con todos aquellos actores que deseaban y creían que la política educativa necesitaba de la participación de todos, decía que dar todo por México era, entre otras, cosas estar dispuestos a alcanzar acuerdos en los que no se gana todo, ni se pierde todo, en el que cada hombre, cada mujer, cada joven y cada adulto ponga su parte en la construcción del México que anhelamos.
En octubre del año pasado, el cáncer apareció en la vida de Alonso. Sin embargo, todo siguió igual; optimista, luchador, nunca se dio por derrotado.
Su anhelo de vida siempre fue ser parlamentario, el parlamento lo volvía loco. Durante años estudió y coleccionó todos los parlamentos europeos. Estudió su influencia en el mexicano, los comparó y disfrutó de la arquitectura parlamentaria, escribió sobre sus reglamentos internos.
Ser parlamentario era su sueño más anhelado. Logró llegar al Senado. Sin embargo, la vida no le permitió subir a la Tribuna. Nos perdimos la oportunidad de haber tenido en esa Tribuna a un parlamentario que contaba con tres importantes cualidades, según Silva-Herzog: Razón elocuente, pasión y responsabilidad.
Sin embargo, Alonso nos deja, me deja muchas otras cosas, y casi todas escritas.
La vida de Alonso transcurrió entre lecturas. Leyó, incitó a leer y, también, escribió, y escribió mucho. Y qué bueno que escribió tanto, porque siempre tendremos a la mano su prosa rítmica, precisa y, a la vez, graciosa. Escribió poemas, escribió ensayos, escribió artículos, escribió biografías y escribió cartas.
Yo me quedo con todo eso en mi corazón, y con lo que dice el poema que le escribieron en náhuatl, con motivo de su muerte.
No llores la muerte de tu cuerpo, ni llores la muerte de tu alma. Tu cuerpo permanece en el rostro de tus hijos. Tu alma, Alonso, eternece en el fulgor de las estrellas.
Por último, permítanme terminar estas palabras con una carta de Alonso fechada en 1989, y que encontré por casualidad en la carpeta de su padre, de mi suegro, Sergio Lujambio, cuando fue Diputado, y que guardaba con mucho amor. El que es capaz de escribir una carta así, es capaz de todo.
Y la leo, se la escribe a su amigo, Alejandro, de juventud.
Alejandro:
Contesto ahora la tuya, del lunes 6 de marzo de 89.
De entrada, quiero que sepas que tal como me lo hubieras contado tú aquí, entiendo y logro comprender, con h intermedia, lo que te pasa.
En verdad, la vida es tan extraña. No nos ofrece respuestas, sino opciones, y que terribles verlas multiplicadas. Qué cantidad de matices, de variantes, de encrucijadas, de ritmos, de gemidos, de gritos, de grillitos, de algoritmos tiene la vida, que es todo y es nada, y lo que hay que hacer es vivirla, y ya.
Cuan terrible es el hecho de que sólo vivamos una vida. Lo pasado es pasado, pero el presente es la frontera del pasado; es decir, un poquitito atrás del presente está el pasado, de modo que es el presente la frontera del pasado, de nuestro pasado todo, hasta casi el ahoritita, que es presente y que es ahorita. Y pone entre paréntesis: Ahorita, vaya palabrita.
Pero el futuro es un espacio sin fondo ni vacío. El futuro es incierto, porque mil opciones tiene el futuro y el futuro empieza al ratito, ya, de modo que el presente, de hecho, es un espacio cortito, y esto lo puedes pensar para ti, pero, también, para tu país.
De repente México está en un breakpoint de tiempo corto.
Muchas gracias.

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