17 jul 2013

Se llaman Los Zetas y aquí están/Ricardo Ravelo/Retrospectiva


Se llaman Los Zetas y aquí están/Ricardo Ravelo
Publicado en Proceso No. 1595, 27//05/ 2007
 Según información de la Procuraduría General de la República, la incorporación de militares bien entrenados a las filas del narcotráfico se inició al final de los años noventa. A esa época, que coincide con el principio de la militarización de la lucha contra el narco, se remonta el origen del grupo armado más temible de los cárteles de la droga: Los Zetas, quienes ya convirtieron al país en su campo de batalla.
 Lo llaman el “ejército del narco” y cada vez ocupa mayores territorios del país.
 Con nuevos refuerzos, dotados de un armamento sofisticado y cada vez más violentos, Los Zetas –de acuerdo con información de la Procuraduría General de la República (PGR) y de la Secretaría de Seguridad Pública– están en todas partes: en los aeropuertos, aduanas, puertos, el campo…
 Mantienen bajo amenaza, además, a presidentes municipales, empresarios y autoridades ejidales de diversos estados.
 Estas eran sólo versiones periodísticas hasta el jueves 24 pasado, cuando Eduardo Medina Mora, titular de la PGR, las confirmó en una reunión con diputados federales. Reconoció que existen zonas de la República en donde el gobierno ha perdido el control y están bajo el dominio del narcotráfico.

 Medina Mora se refería a municipios y demarcaciones de estados del norte, como Nuevo León y Tamaulipas, entre otros. Ahí, Los Zetas y grupos rivales del cártel de Sinaloa han impuesto su poder en amplios territorios. Lo mismo secuestran a empresarios que extorsionan a comerciantes, dueños de prostíbulos, bares, cantinas y otros “giros negros”.
 El procurador federal fue claro al reconocer el avasallante dominio del narco en buena parte del país: “Hay cierta pérdida de elementos centrales de la potestad del Estado” en algunas zonas, donde las organizaciones criminales realizan “una toma de control de cuerpos policiacos, a quienes corrompen” y con ello, dijo, “nos arrebatan a nuestros policías”.
 Ante la evidente infiltración de los cuerpos policiacos, Medina Mora justificó la presencia del Ejército en tareas de patrullaje y control. Es prioridad del gobierno, expresó, usar todos los elementos a su alcance para recuperar la tranquilidad de los ciudadanos y constituir paralelamente a la policía federal “como una instancia realmente nacional en términos de su despliegue, y reconstruir a las policías o a los cuerpos de seguridad que están afectados por esta competencia o sustracción en el monopolio del uso de la fuerza que hacen las organizaciones criminales”.
 En otro momento, Medina Mora expuso un planteamiento similar al del secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, quien soltó –sin medir el impacto social– que “habrá más muertos”, en clara referencia a la violencia desatada por el narcotráfico, pues dijo que la batalla “apenas empieza y será por seis años”. En ese tono, Medina Mora les dijo a los diputados que habrá más droga en México: “La droga va a estar ahí, frente (a nuestros hijos), y eso no sólo se evita con valores –subrayó– sino con una estrategia de autodefensa”.
 El procurador también les aseguró a los diputados que el despliegue del Ejército sería temporal, pero ese mismo día, desde Gómez Palacio, Durango, el presidente Felipe Calderón lo contradijo sin miramientos: anunció que las tropas combatirán al narco de manera permanente.
 Militares contra militares
La historia de Los Zetas comenzó entre 1997 y 1999, cuando el presidente Ernesto Zedillo echó mano de las Fuerzas Armadas para reforzar la lucha contra el narcotráfico. El encarcelamiento del general Jesús Gutiérrez Rebollo –cómplice de Amado Carrillo Fuentes– y el escándalo de la presunta negociación del cártel de Juárez con el gobierno y con el Ejército pusieron en evidencia el grado de penetración del narco en la cúpula del poder.
 El gobierno federal puso en marcha el Sistema Nacional de Seguridad Pública, reforzó a las corporaciones policiacas con militares y la PGR afianzó momentáneamente zonas estratégicas, sobre todo en las fronteras, con militares de alto rango que salieron de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y se incorporaron a las delegaciones de la PGR. Así empezaba la militarización de las tareas policiacas.
 Paralelamente, el capo Osiel Cárdenas Guillén urdía en Tamaulipas –principal asiento del cártel del Golfo– un plan criminal que más tarde se convertiría en la pesadilla sexenal: el reclutamiento de militares para servir al narco.
 –Quiero a los mejores hombres, a los mejores… –le dijo Osiel Cárdenas a Arturo Guzmán Decenas, Z1, uno de los fundadores del grupo armado– cuando el capo terminaba de construir su obra criminal: el cártel del Golfo.
 ¿Qué tipo de gente necesitas? –inquirió Guzmán.
 –A lo mejores hombres armados…
 –Esos sólo están en el Ejército –respondió el Z1.
 –Los quiero –ordenó Cárdenas Guillén.
 Lo anterior es parte de la película que, con el paso de los años, ha ido armando la PGR sobre la forma como el cártel del Golfo reclutó a la primera generación de zetas –la mayoría exmiembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, GAFE– cuando el Ejército Mexicano fue enviado a dar su apoyo a la lucha contra el narcotráfico.
 Según los antecedentes históricos registrados por la PGR, una buena cantidad de Gafes, entrenados al más alto nivel del Ejército, pasaron a formar parte de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Salud (FEADS), creada después de que el general Gutiérrez Rebollo fue encarcelado por servir al cártel de Juárez.
 Entre 1997 y 1999 la PGR, entonces encabezada por Jorge Madrazo Cuéllar, comenzó a colocar a generales y coroneles como delegados de la PGR en las zonas fronterizas. Tiempo después, y como parte de la militarización de las tareas policiacas, el Ejército envió a los Gafes, uno de sus grupos más dotados y mejor preparados, para apoyar la lucha contra el narcotráfico. Aquel equipo especial se incorporó a la FEADS.
 Como parte del plan de incorporar a sus filas el paramilitarismo, el cártel del Golfo comenzó a “cortejar” al grupo de militares, quienes poco a poco comenzaron a desertar de las filas del Ejército. Durante algún tiempo, muchos de esos soldados se perdieron en el anonimato, aunque más tarde salieron a la luz pública con el nombre de Los Zetas, convertidos en el escudo protector del cártel del Golfo y de su líder Osiel Cárdenas.
 Según los informes de la PGR, los primeros contactos del capo para coptar a los militares fueron los tenientes Antonio Quevedo –exmiembro del 21 Regimiento de Caballería de Nuevo Laredo, Tamaulipas–; Arturo Guzmán Decenas, El Z1, quien fue asesinado el 21 de noviembre de 2002; y Óscar Guerrero Silva, El Winnie Pooh, exmiembro del Agrupamiento de Servicios Generales del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, asesinado el 1 de febrero de 2001 en Nuevo León.
 Ya involucrados en el cártel, estos personajes comenzaron a reclutar, uno por uno, al equipo que la Sedena había enviado a la FEADS para reforzar la lucha contra el narcotráfico. Mediante ese frío cálculo y los “cañonazos” de miles de dólares, decenas de militares empezaron a abandonar las filas del Ejército: algunos simplemente desertaron y desaparecieron, en tanto que otros se incorporaron, como fieles soldados, al servicio del narcotráfico.
 Al cabo de poco tiempo, alrededor de 40 militares de todas las jerarquías –tenientes y capitanes, entre ellos– pasaron a formar parte de las filas del cártel, su nueva empresa. Protegido por ese cinturón de seguridad, Osiel Cárdenas se erigió como amo y señor del narcotráfico en el Golfo de México. Aquel selecto equipo le brindaba protección y, adicionalmente, lo mantenía informado de los movimientos de las tropas del Ejército.
 En el campo de batalla empezaron a enfrentarse militares contra militares.
 En 2003, cuando Los Zetas ya se hacían presentes por sus actividades violentas, la PGR difundió la lista de sus integrantes. Algunos nombres: Mateo Díaz López, El Comandante Mateo; Sergio Enrique Ruiz Tlapanco, Tlapa; Lucio Hernández Lechuga, Lucky; Braulio Arellano Domínguez, El Gonzo; Isidro Lara Flores, El Colchón; Ismael Flotes Téllez; Fernando López Trejo; Ismael Marino Ortega Galicia; Carlos Vera Calva; Ramón Ulises Carvajal Reyes, El Piojo; Alejandro Pérez Mancilla; Rubén Alejandro Valenzuela Zúñiga; Armando Flores Arreola; Arturo Muro González; Ernesto Zataráin Beliz, El Traca; José Ramón Dávila Cano, El Cholo, y Prisciliano Ibarra Yépez.
 Actualmente muchos miembros de la vieja guardia de Los Zetas han muerto o están encarcelados. Pero el grupo no está exterminado, aunque el exprocurador general de la República, Daniel Cabeza de Vaca, se refirió a este ejército como una organización extinta. Incluso desestimó el poder de Los Zetas. En octubre de 2006, por ejemplo, dijo: “La capacidad de fuego de Los Zetas no es tanta… El problema es cuando se potencian con la complicidad de las autoridades locales. Lo que los hace fuertes es la protección de los grupos policiacos, no en sí la capacidad de fuego”, aseveró, aunque luego reconoció que contaban incluso con bazucas.
No sólo eso: durante un foro organizado en el periódico El Universal, el actual secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, minimizó el poderío de Los Zetas, a los que calificó como un puñado de ignorantes e iletrados. Esta posición no coincide con lo que apenas en enero de 2006 asumía respecto de ellos la PGR: que el cuerpo protector del cártel del Golfo se había reforzado aún más con la incorporación de kaibiles, en su mayoría desertores del ejército de Guatemala, quienes pusieron de moda la decapitación de los rivales.
La PGR considera que aunque Los Zetas han perdido a muchos de sus integrantes, aún tienen mucho poder. Según los informes consultados, le siguen la pista al menos a 27 de sus cabecillas, entre otros a su líder, Heriberto Lazcano, conocido como Lazca o Verdugo (clave Z-3).
El exgafe Lazcano, según la PGR, disputa el liderazgo del cártel del Golfo con Eduardo Costilla, El Cos. Ambos desean dominar las plazas de Veracruz y zonas del sureste. El vacío de poder de Los Zetas, al menos en ese territorio, fue evidente tras la captura de Mateo Díaz López, El Comandante Mateo. Según José Patiño Arias, subsecretario de Política Criminal de la Secretaría de Seguridad Pública, la rivalidad que surgió tras esa captura es la causa de la mayoría de las ejecuciones en esa zona de la República.
A pesar de la extradición de Osiel Cárdenas a Estados Unidos y otras bajas importantes, el cártel del Golfo mantiene un gran poder. En su estructura siguen Ceferino Peña Cuéllar, Don Cefe; Rafael Cárdenas Vela, El Junior (sobrino de Osiel) y Javier Solís Garduza, El Loro Huasteco.
En su lista más reciente, de mayo de este año, la PGR establece que las fuerzas federales rastrean a otros zetas: Juan Carlos de la Cruz Reyna, El JC Tango (clave Z-36), quien también es buscado –de acuerdo con la información oficial– por el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
En el listado de la PGR también figuran Carlos Vera Calva, El Vera (clave Z-7); Jesús Enrique Rejón Aguilar, El Mamito (clave Z-8); Cruz Galindo Mellado, El Mellado (clave Z-9); Luis Reyes Enríquez, El Rey, Rex o King (clave Z-12); Gustavo López Castro (clave Z-13); Raúl Lucio Hernández Lechuga, Luki (clave Z-16); Gonzalo Geresano Escribano, El Cuije (clave Z-18); Braulio Arellano Domínguez, El Gonzo (clave Z-20), y Javier Almazán Baldera, El Javi (clave Z-24).
 En abril pasado, la PGR detuvo a tres miembros del cártel del Golfo afincados en varios estados, entre ellos Nuevo León. Se trata de Eleazar Medina Rojas, El Chelelo; Nabor Vargas García, El Débora, y Juan Carlos Garza Azuara, El Barbas.
 Según informes de la PGR, Los Zetas tienen bajo dominio la mayor parte del territorio de Tamaulipas y Nuevo León. En la primera entidad, su ley se impone en Valle Hermoso, Matamoros, Miguel Alemán, Díaz Ordaz, Camargo, Laredo y Ciudad Mier.
 En Nuevo León –plaza que disputan con el cártel de Sinaloa– dominan Montemorelos (en donde tienen casas de seguridad), Cadereyta, China, Los Herrera, Linares, Cerralvo, Sabina, Villa Aldama, Lampazos y Anáhuac.
 Según datos de inteligencia, en estos pueblos es común ver cómo Los Zetas cobran derechos de piso a sus rivales, secuestran y extorsionan a empresarios y exigen cuotas a los que regentean giros negros, como burdeles y bares. También ejercen su poder sobre las autoridades municipales y tienen el apoyo de sus más fieles aliados: las corporaciones policiacas, lo que los convierte en una fuerza potenciada con una poderosa capacidad de fuego.
 Deserción militar
La grave situación económica que enfrentan –bajos sueldos, pobres prestaciones y falta de estímulos– es la principal causa de que el Ejército Mexicano enfrente una crisis interna que se refleja en la constante deserción de sus efectivos. Según datos oficiales, de 2001 a noviembre de 1996 desertaron del Ejército 99 mil 767 militares, es decir, unos 46 elementos abandonaron la milicia cada día.
 Hasta enero de este año, la Secretaría de la Defensa Nacional sólo disponía de 66 mil 549 plazas para soldados, con un sueldo de 3 mil 865 pesos al mes. Según datos extraoficiales, en seis años el Ejército renovó buena parte de su plantilla en dos ocasiones.
 En una entrevista publicada por el periódico Reforma el 29 de enero pasado, el general de División retirado Luis Garfias dijo que el problema de las deserciones en el Ejército es grave desde hace varios años, pues “hubo un tiempo en que el Ejército se reconstituía hasta tres veces (en sus tropas) porque toda la gente se iba”. Según Garfias, “el problema es que habiendo cifras tan altas sobre deserción y siendo un delito, no hay nadie en las prisiones por eso”.
 La Sedena atribuye las renuncias de los militares a la desobediencia o a una vocación desviada. Lo cierto es que, hasta ahora, no se cuenta con datos precisos de adónde van los soldados que desertan del Ejército.
 En las páginas que publican bolsas de trabajo en periódicos de provincia –sobre todo en el norte del país– es frecuente ver avisos, no siempre destacados, como este: “¿Necesitas trabajo? ¿Eres exmilitar? Llama a este número telefónico”. Al poco tiempo, los anuncios desaparecen. Las autoridades federales sospechan que esta podría ser una forma en que Los Zetas u otros grupos del crimen organizado reclutan a exmilitares para incorporarlos al narcotráfico

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