25 mar 2014

Adolfo Suárez.El hombre que podía prometer y cumplió


El hombre que podía prometer y cumplió/Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.
El Mundo | 24 de marzo de 2014
Visto y leído con la perspectiva del tiempo, el discurso de Adolfo Suárez en el que pedía el voto para su partido en las elecciones generales celebradas el 15 de junio de 1977 sigue teniendo la misma atrayente fuerza que tuvo entonces para los ciudadanos. Ese mensaje le valió al presidente del Gobierno el triunfo de la UCD en los primeros comicios democráticos que se celebraban en España desde los tiempos de la Segunda República.
Suárez era un político moderno para su época. En una España acostumbrada al ordeno y mando, a los uniformes militares y la estética franquista, las palabras del joven político (apenas contaba 43 años) sonaban a nuevas, frescas, diferentes.
El presidente, salido inesperadamente del propio Régimen, jugaba con la ventaja sobre sus oponentes de su enorme atractivo personal, su telegenia, su habilidad natural para mostrarse ante las cámaras de televisión sin complejos, transmitiendo sinceridad, credibilidad.

Hay que tener en cuenta que aquel discurso, retransmitido por Televisión Española (entonces única) en un bloque de mensajes electorales que cerraban la campaña electoral del 77, fue visto por millones de personas. Es decir, que fue un argumentario construido para la televisión y por un hombre que conocía (Suárez había sido director general de RTVE) mejor que cualquiera de sus contrincantes las peculiaridades del medio de masas por excelencia.
Suárez apareció ante los televidentes vestido con un traje azul marino y corbata a juego sobre camisa blanca. Tenía que conjugar su atrevimiento con un atuendo conservador. Porque, visto ahora y conociendo el país al que iba dirigido, su discurso era tremendamente rupturista.
Franco había muerto 19 meses antes. El Régimen tenía aún sólidos apoyos políticos, sociales y, sobre todo, juramentados defensores entre la cúpula militar. Suárez ya sabía las consecuencias que acarreaba atreverse a sobrepasar determinadas líneas rojas. El Ejército acababa de dar un puñetazo sobre la mesa y estuvo a punto de paralizar todo el proceso de recuperación de la democracia cuando se atrevió a legalizar el Partido Comunista de España el Sábado Santo de ese mismo año. Es decir, seis semanas antes de que comenzase la campaña electoral, todo estuvo a punto de irse al garete. La dimisión del ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el durísimo comunicado del Consejo Superior del Ejército, hecho público el 14 de abril, habían llevado a Suárez ante una situación límite.
Para la extrema derecha y para el franquismo, Suárez, que había sido jerarca del Movimiento, era un traidor. Para la izquierda, un farsante, un oportunista, un arribista sin escrúpulos que había fabricado un partido de la nada como instrumento para consolidar su proyecto personal de poder.
Pero Suárez hizo de la necesidad virtud. Se ofreció a los españoles como el justo medio. Y ésa fue la idea-fuerza de su bien trabado discurso.
«Moderación, diálogo, pacto». ¡Ahí es nada! Frente a una derecha en desbandada, nostálgica de tiempos pasados, miedosa ante el futuro; frente a una izquierda que pedía cuentas por 40 años de represión, Suárez ofrecía consenso.
Ahora, tras comprobar las nefastas consecuencias de haber llevado al debate partidista la memoria histórica, parece casi un sarcasmo que fuera precisamente el primer gran político de la Transición el que ofreciera a los españoles un proyecto que significaba la «síntesis de las dos Españas, de ingrato recuerdo».
Suárez no era un político de laboratorio. Tal vez fuera un autodidacta, un hombre dotado de facultades innatas para la cosa pública, pero sabía a quién tenía que dirigirse, sabía el terreno que pisaba y cómo eran los españoles de mediados de los 70.
Aquella España estaba al borde del colapso económico. La inflación alcanzó en 1977 el 23% y su tendencia era a superar el 30%. Aunque el paro sólo era del 4,15%, el subempleo era enorme. La renta per cápita no llegaba a los 13.000 dólares (ahora supera los 22.300 dólares).
Se sentían ya los terribles efectos de la crisis del petróleo y de un sistema económico proteccionista que, si no se tomaban medidas, llevaba al país al desastre seguro. Por eso, el consenso que, tras las elecciones, se concretó en los Pactos de la Moncloa, no sólo tenía una dimensión política, sino social y económica.
Suárez era consciente de que los tiempos venideros iban a ser aún más difíciles. Por eso, en su petición de voto, no jugó a las promesas fáciles, ni a los grandes ideales. Habló el lenguaje de la calle y solicitó el apoyo para el sacrificio, para la colaboración en una tarea tan dura, pero a la vez tan gratificante, como era la de hacer de España un país mejor y más justo, más libre y democrático.
Habló de la mujer (en un país en el que todavía el machismo era considerado casi como una virtud), de la emigración, del pluriempleo… Y, cosa curiosa, no dijo nada del terrorismo. En 1977 ETA asesinó a 10 personas. Al industrial vasco Javier Ybarra lo mató justo tres semanas antes de que comenzara la campaña electoral. ETA, a pesar de la generosa amnistía que promulgó su Gobierno, se iba a convertir en uno de los quebraderos de cabeza de Suárez:en 1978 los terroristas asesinaron a 68 personas.
Tal vez sea esa ausencia la única falla en su propuesta programática a los españoles.
Pero Suárez estaba entonces más preocupado por la consolidación de la democracia, para la que, en ese momento, ETA era sólo un peligro más y ni siquiera tan acuciante como la posibilidad de un golpe militar o el colapso de la economía.
El líder de UCD estaba obsesionado por acuñar su propia imagen, por asimilarla a ese proceso. Y por ello se presentó ante los electores como un hombre que no pertenecía a «ningún sector privilegiado», como «una persona normal». Una persona normal… La reivindicación de la normalidad sigue estando presente en nuestros días en la contienda de los jefes de filas de los dos grandes partidos.
Pero la enorme inteligencia de su exposición no sólo consistió en saber a quién tenía que dirigirse, sino en haber sabido encontrar los argumentos justos para que la gente le creyera.
Ésa es la clave del éxito de su fórmula: «Prometí… Prometí… Prometí». Para, a continuación, lanzar su programa en forma de reto: «Puedo prometer y prometo…».
El hombre que había hecho posible -siempre de la mano del Rey, a quien se refirió en su alocución en dos momentos cruciales- el tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, se comprometía en firme a llevar a cabo un ambicioso plan que significaba la culminación de una reforma política sin precedentes iniciada tan sólo 11 meses antes.
Su principal promesa, elaborar una Constitución fruto del consenso y la colaboración de todos los grupos, la cumplió a plena satisfacción. Dentro de unos meses se cumplirán 36 años de su aprobación. La fructífera consecuencia de aquella Carta Magna de la concordia es un país que muy poco tiene que ver con aquél al que se dirigió el intrépido presidente del Gobierno.
Los grandes discursos no son los que están llenos de bellas palabras y construidos sobre alambicada retórica. Los mensajes que han dejado huella en la historia de la democracia son los que han tenido como consecuencia una acción política que, efectivamente, ha mejorado la vida de los ciudadanos y ha contribuido a elevar el rango de sus estados y naciones. Eso sólo pueden hacerlo ciertos grandes hombres.
Algunas veces he oído decir que Suárez no tenía suficiente formación, que se aprovechó del momento, de la oportunidad histórica, de su relación con un Rey que, como él, era novicio en el cargo, y tantas y tantas otras cosas. A los que eso afirman, les recomiendo que lean este discurso. O mejor, que, si es posible, lo vean en vídeo. Que recuerden cómo era la España de 1977 y que se fijen en la de ahora. Que escuchen sus palabras y que comprueben si aún les siguen tocando las fibras sensibles del corazón y de la razón.
Si hay una propuesta profundamente democrática, que represente esencialmente lo que fue la Transición y el esfuerzo por consolidar el régimen de libertades más fructífero de la Historia de España, ésa es la que, en apenas 11 minutos, desgranó Adolfo Suárez, vestido de azul marino, con su cara afilada y su voz firme, aquella lejana noche del mes de junio del año 1977.
(Prólogo actualizado sobre la declaración televisada de Adolfo Suárez en junio de 1977 y publicado en la serie sobre grandes discursos políticos editada en 2008 por EL MUNDO)

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